Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 may 2017

El secreto de todas las familias..................... Marta Fernández

Dos millones y medio de españoles sufren oficialmente depresión. El 40% no está en tratamiento por miedo al estigma de la enfermedad.

 

El músico Iván Ferreiro en su estudio en Gondomar.
El músico Iván Ferreiro en su estudio en Gondomar. EL PAÍS
“Sal y cuéntaselo a alguien”.
 Fue la respuesta de Harvey Milk cuando un joven le preguntó qué podía hacer para conseguir acabar con el estigma de la homosexualidad.
 Cuarenta años después, el escritor Andrew Solomon hace suyo el consejo de la figura del activismo gay estadounidense pero para vencer otro tabú: la incomprensión y la vergüenza a la que se enfrentan aquellos que sufren una depresión. 
Solomon, escritor y profesor de Psicología en Columbia, lo ha convertido en una cruzada personal.
 Y lucha para romper el silencio que acompaña a un trastorno que afecta ya a dos millones y medio de españoles.
 Diagnosticados. Muchos ni siquiera se atreven a confesarlo.
 “Hay muchas causas por las que en España el 40% de los pacientes con un trastorno depresivo mayor no está en tratamiento. 
Pero sin duda una es el estigma”. Antonio Cano es doctor en Psicología y catedrático de la UCM y en sus muchos años de práctica ha visto cómo funciona el círculo vicioso de la culpa. 
“Por un lado el paciente se aísla y por otro no se entiende lo que le pasa: que sufre algo que se llama depresión. 
El paciente no tiene información y la sociedad tampoco.
 Y la depresión es algo que nos puede afectar a todos”.

Andrew Solomon conoce bien ese peso.
 Porque también a él le sepultó.
 En 1993 sintió que había perdido el interés por la vida. Todo se le hacía un mundo.
 Escuchar los mensajes del contestador. Preparar la comida. Ducharse. 
A la depresión siguió una crisis de ansiedad. Y un día ya no pudo levantarse de la cama. 
Descubrió que el sinónimo de depresión no es tristeza, sino falta de vitalidad.
 Pero se puso en tratamiento y se recuperó.
 Y decidió estudiar lo que le había pasado para ayudar a otros. Escribió El demonio de la depresión.
 “Cada vez que alguien que ha sufrido una depresión se lo cuenta a otro estamos rasgando la cortina del secretismo. 
Aquellos que se ven confinados en el silencio tardan más en recuperarse.
 Debemos de convencerles para que hablen diciéndoles que hablar puede salvar sus vidas.
 Porque la depresión es el secreto de familia que todas las familias tienen”.
“La bola se va haciendo cada vez más grande. 
Te encuentras mal y la gente que te rodea no lo entiende. Y el Andrés que todo el mundo conoce se está quedando vacío por dentro. 
Eso es duro, muy duro…” El Andrés que se quedaba vacío por dentro era el mismo que un tiempo después llenaría a todo un país de felicidad con un gol que valía una Copa del Mundo. 
Andrés Iniesta.
 Le confió su viacrucis a los periodistas Ramón Besa y Marcos López
. Cuando aparecieron sus memorias, La jugada de mi vida, la psicóloga que le había tratado vio como se multiplicaban las llamadas a su consulta. 
Explica que a muchos pacientes les ayuda ver que alguien a quien admiran sufre lo mismo.
Basta con recordar a Bruce Springsteen.
 También se atrevió a contar en su biografía, Born to Run, su batalla constante contra la depresión.
 El profesor Cano compara su sinceridad con la de Magic Johnson. “Lo mismo que en su día, Johnson le echó narices y cuando más estigma había con el sida le dijo al mundo tengo el virus, gestos como el de Bruce Springsteen pueden ayudar a quitar el estigma a la depresión”.
“Comprar una pastilla para dormir en una farmacia es casi como antes comprar condones, que te sonrojabas. Uno tiene la sensación de que todo lo que le pasa es porque se ha comportado mal. Si eres depresivo porque no eres capaz de mirar de otro modo la vida”.
El músico Iván Ferreiro también dio palos de ciego contra la depresión sin saber qué le pasaba. 
Hasta que un ataque de pánico, en completa soledad en un apartamento de Buenos Aires, le empujó a pedir ayuda.
 Lo cuenta haciéndose un ovillo. Recuerda que llevaba años sin dormir.
 Obligándose a hacer cosas que no quería. Saliendo sin atreverse a mirar a la gente a la cara. 
Llegó a grabar un disco sin recordar después ni cómo ni cuándo. Pero no se ponía en tratamiento. 
“Hasta que el médico me llama y me dice: mira, tomas algo para la alergia todos los días, te echas un inhalador del asma todo el rato y me estás diciendo que no quieres tomarte esta pastilla”.
 Solo cuando empezó a comprender lo que le sucedía pudo ver la salida.
 “En las depresiones es muy importante el lenguaje. Y que alguien sepa explicarte con palabras lo que te está pasando y que te des cuenta de que en el fondo es como una puta gripe, una gripe de pesimismo y de falta de ganas.
 Pero te curas. La principal es rendirse y decir no puedo más”.
 Poner palabras al dolor es la primera medicina. Lo saben los que lo han pasado. 
Que también saben que ese es el reto. Luchar contra el tabú. Romper el estigma.
 “Aprender a vivir es aprender a nombrar”, dice Luisgé Martín. Aprender a curarse es ponerle palabras al secreto de familia que todas las familias tienen. 
La depresión. La enfermedad que sigue avanzando en silencio.

“Hay un punto en el que se pierde el mapa y se pierde la brújula y uno no sabe ni por dónde dar palos de ciego. Es el punto de absoluta angustia.
 Ahí no hay nada que uno racionalmente pueda hacer”. Así se sentía el escritor Luisgé Martín.
 Lo cuenta en El amor del revés. Un libro, dice él, impudoroso, con el que ha reventado candados y ha exorcizado demonios.
 La culpa. La vergüenza. El miedo. La pesadilla de ser homosexual en una España en la que era más que un pecado.
 La lucha de pasar por un proceso de depresión y sentirse incomprendido.

Este secreto de familia afecta ya a 322 millones de personas. Y va en aumento. 
Es una de las tres causas de discapacidad en el mundo. Y en 2030 será la primera.
 Por eso este año la OMS le ha dedicado el Día de la Salud con el lema “Hablemos de la depresión”. Pero hablar es lo difícil.

Pobres pobres........................................Rosa Montero

Durante la crisis, el miedo a caer en la miseria aumentó la empatía. Con la supuesta recuperación, no queremos volver a pensar en quienes están allí.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
LO DICEN los taxistas, que son buenos observadores de la vida urbana: “Los atascos ya empiezan a ser como los de antes de la crisis”. 
 Tienen razón, algo se mueve
En mi barrio abre cada semana un local nuevo, una tienda de ropa, un restaurante, todos ellos sitios para echarse la vida al cuerpo, para el ocio y disfrute. 
 Los puentes vacían la ciudad, los destinos de vacaciones se atiborran, los aero­puertos vuelven a estar de bote en bote. 
A galopar, a galopar, lancémonos a la dulzura de gastar, cerremos el largo y penoso paréntesis de la crisis, olvidémonos de él, como si tan sólo hubiese sido un mal sueño, y retomemos nuestra vida anterior tal y como era. 
Incluso comienza a escucharse de nuevo en toda España el rugido de las hormigoneras, el repiqueteo de los martillos neumáticos, los agudos redobles de las mazas metálicas: ¡el ladrillo regresa! Vuelven a levantarse los edificios como si nada.
 Es decir, como si no hubiera aún tantas urbanizaciones a medio terminar, cadáveres ruinosos de la pasada burbuja.

Por supuesto, me alegro.
 No de los cadáveres ruinosos, sino de la aparente reactivación de la economía.
 De que las cifras de paro bajen. De que haya tanta gente que sienta menos miedo.
 Pero, al mismo tiempo, me parece vivir en Disneylandia, en un mundo paralelo a lo real. 
Según los datos que acaba de sacar el INE (Instituto Nacional de Estadística), el 23% de la población se encuentra en riesgo de pobreza y vive con menos de 8.209 euros al año.
 Es decir, casi uno de cada cuatro españoles arrastra una vida miserable. 
Y lo peor es que hay muchos niños: el 29% de los menores de 16 años residen en el sombrío mundo de la casi indigencia.


Y estas son las cifras blandas, por así decirlo; unas cuentas quizá algo maquilladas.
 Porque, si utilizamos el indicador Arope (At Risk Of Poverty or Social Exclusion), que se usa en la UE y que mide cosas como no poder pagar la calefacción, resulta que el porcentaje de españoles en riesgo de pobreza se eleva al 28%.
 Millones de personas en condiciones terribles, una bolsa de exclusión que me temo que se ha quedado enquistada en el sistema, como si fuera la grasa de los rodamientos que permiten que el resto del país compre y viaje y gaste.
 Hemos salido de la crisis aupados sobre el lomo de los defenestrados, de aquellos a los que la sociedad ha escupido para siempre, como si el capitalismo fuera un dios sangriento que exigiera sacrificios rituales. 
Mantengo desde hace años contacto con familias desamparadas. Hay una mujer que estudió cuatro años de ingeniería y que antes de la crisis vivía dando clases de matemáticas.
 Después de un paro inmenso ha encontrado un empleo: cuida a una anciana seis horas al día por 400 euros.
 El salario no le permite mantenerse.
 Todos los meses, unos cuantos amigos le damos dinero para que no le corten el gas o la luz, o para poder pagar el alquiler.
 Come de Cáritas.
 Aun trabajando, sigue instalada en la miseria.
 Y todo esto, siendo espeluznante, no es lo peor.
 Lo más terrible es que el resto de la sociedad les hemos dado la espalda.
 La penuria del prójimo siempre molesta: llena de incomodidad nuestro bienestar.
 Durante la crisis, el miedo propio a caer en ella era tan grande que aumentó nuestra empatía.
 Compadecíamos a la gente empobrecida y la teníamos en cuenta. Pero ahora que nos hemos puesto a galopar alegremente por los verdes prados de la supuesta recuperación, no queremos volver a pensar en ellos. 
Son grimosos. 
Preferimos atribuirles cierta responsabilidad en su situación y los contemplamos con suspicacia. 
Si son pobres, que lo sean al 100% todos los minutos de su vida.
 Que no se permitan una pequeña alegría.
 Si un pobre no tiene para pagar la luz, que no se atreva a comprarse un cucurucho de helado, aunque lleve años en esa situación y necesite un respiro. 

La peligrosa parodia..................................Javier Marías

Miro la primera plana del diario y lo único que me reconforta es el aspecto satírico de cuanto acontece, que me impide tomármelo del todo en serio. 

Javier Marías
HACE YA tiempo que temo echarle el primer vistazo al periódico de la mañana. 
Uno va de sobresalto en sobresalto, de noticia en noticia alarmante cuando no espantosa.
Ya sé que siempre ha sido así; que las noticias buenas no son noticia y que lo que la gente desea por encima de todo es indignarse y escandalizarse.
 Y este deseo no ha hecho sino ir en aumento desde la aparición de las redes sociales y la dictadura de la exageración en el periodismo. Pero basta retroceder unos meses para recordar que la situación del mundo no era tan delirante con Obama en la Presidencia, con el Reino Unido integrado en la Unión Europea, con Venezuela sin golpe total de Estado ni tantos muertos en las calles (los golpes de Chávez eran graduales), con Francia sin elecciones deprimentes, con Turquía sin absolutismo y represión feroz, con Egipto sin lo mismo.
 
Miro la primera plana del diario, ya digo, y lo único que me reconforta (me imagino que no soy el único) es el aspecto paródico de cuanto acontece, y que me impide tomármelo del todo en serio. Todo tiene un aire tan grotesco que cuesta creer que sea cierto y no una representación, una pantomima, una sátira.
 Veamos. Hay un país, Corea del Norte, que amenaza con lanzar bombas nucleares cada semana, y puede que tenga capacidad para ello. 
Pero las escasas imágenes que de allí nos llegan son dignas de una historieta de Tintín, con un sátrapa pueril y orondo que aplaude como un loco sus propios lanzamientos de misiles fallidos y obliga a desfilar a sus súbditos como a soldaditos de plomo. 
 El objeto de sus amenazas es un Presidente de los Estados Unidos igualmente pueril e idiota, además de antipatiquísimo y nepotista, capaz de decir ante la prensa que ha lanzado un ataque contra Irak cuando lo ha lanzado contra Siria, de invitar a su homólogo de Filipinas, Duterte, que desde que fue elegido –elegido– ha ejecutado extrajudicialmente a unos siete mil compatriotas –siete mil– y se jacta de haberse cargado él en persona a tres de ellos. 
Este Duterte, por cierto, le ha contestado a Trump que ya verá, que anda ocupado (se entiende: asesinar a millares desgasta, y si no que se lo pregunten a los nazis y a los jemeres rojos). 
 Trump también declara que se sentiría “muy honrado” de charlar con el sátrapa orondo, y nada ocurre.
 Erdogan, en Turquía, con el pretexto de un golpe contra él, tan fallido como dudoso, ha encarcelado o destituido a ciento cincuenta mil ciudadanos –ciento cincuenta mil–, de militares a periodistas y profesores.
 No sé, de haber habido tantos partidarios del golpe, éste no habría fracasado tan rápida y rotundamente.

casi el 40% de los franceses han votado a una señora a la vez bruta y trapacera, Marine Le Pen, que simpatiza con la Francia colaboracionista de los nazis
Luego está Putin, admirado por la extrema derecha y por la extrema izquierda, un megalómano propenso a fotografiarse con el torso desnudo o derribando a un tigre con sus propias manos, estilo paródico de trazo grueso.
 Y así nos acercamos a Europa, donde casi el 40% de los franceses han votado a una señora a la vez bruta y trapacera, Marine Le Pen, que simpatiza con la Francia colaboracionista de los nazis (niega esa colaboración, luego el Gobierno de Vichy era intachable) y rechaza a los refugiados porque en seguida quieren robarle a uno la cartera y el papel pintado de las paredes (sic: hace falta estar sonado para creer que a alguien le interesa su papel pintado).
 A esa señora no la ven con muy malos ojos el candidato Mélenchon, admirador confeso de Hugo Chávez y Pablo Iglesias, ni la mitad de sus votantes.
 En Inglaterra gobierna una mujer desagradable, patriotera y cínica, que antes de la consulta del Brexit defendía la permanencia en la UE y ahora brama contra lo que le parecía de perlas hace menos de un año.
 Su Ministro de Exteriores es un histriónico clon de Trump con estudios, Boris Johnson. De Polonia y Hungría no hablemos, países en la senda de Turquía y Egipto, sólo que cristianos.
En cuanto a España, el ex-Presidente de Madrid –el ex-Presidente– saqueaba presuntamente empresas públicas, y su madrina Aguirre estaba in albis, como el jefe del Gobierno Rajoy, que nunca se cansa de soltar perogrulladas.
 En el PSOE parecen detestarse mucho más entre sí que a cualquier adversario político, y por último hay un partido que se proclama de izquierdas, Podemos, y que es lo más parecido a la Falange desde que feneció la Falange: sólo le falta sustituir el vetusto himno de Quilapayún en sus mítines por el más vetusto Cara al sol, y le saldrá el retrato. 
Y bueno, en Cataluña hay también una serie de personajes tintinescos que proclaman que sus sueños van a realizarse por las buenas o por las malas. 
Porque a ellos les hacen mucha ilusión y eso basta.
Sí, todo desprende tal aroma de sainete, de opereta bufa, de esperpento o de lo que quieran, que eso es lo único que a muchos nos salva de la desesperación cotidiana. 
El problema aparece cuando uno ve imágenes de las arengas de Hitler y de Mussolini. 
Porque ellos parecían aún más paródicos que los gobernantes actuales, y ya conocen la historia. 
( Tengo que darle las Gracias por resumir este tratado de Historia instantanea, cercana, Universal, vaya que eso que usted dice ya lo había hecho yo sin ser Firma del Pais, sino sencillamente una persona que lee artículos y reflexiona y emite opiniones, pero a Usted le interesa como al Grupo Prisa, que tb leo a Juan Cruz, meterse en un amplio sentido negativo y sin objetividad con Podemos. Ese trabajo que se ahorra, es un pecado capital más que añade a los expuestos en este sencillo artículo)

20 may 2017

“Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que quieran”

Isabel Valdés

'El cuento de la criada', el libro de Margaret Atwood llevado a la pantalla por HBO, pone de relieve la percepción emocional de aquellas personas que ven pisoteada su dignidad.

“Cedo mi cuerpo libremente para que lo usen los demás. Pueden hacer conmigo lo que quieran. Soy un objeto. Por primera vez siento el poder que ellos tienen”
El cuento de la criada, de Margaret Atwood.
Tras leer el artículo sobre la gestación por sustitución publicado hace unos días por el profesor Manuel Atienza, mucho me temo que no ha leído el espléndido libro El cuento de la criada de Margaret Atwood ni tampoco ha visto ningún episodio de la adaptación televisiva que hace unas semanas ha estrenado HBO. Me atrevo a recomendarle ambas porque en materia de derechos humanos es muy importante tener la percepción emocional de aquellas situaciones que viven las personas que ven pisoteada su dignidad.
 Solo desde esa “empatía imaginada”, que tan bien explica la historiadora de los derechos Lynn Hunt, es posible construir argumentaciones jurídicas que no pierdan de vista el aliento ético que debe inspirar las reglas de una convivencia democrática.
 No cabe duda de que la literatura y sobre todo el cine son instrumentos básicos para generar esa capacidad de ponernos en la piel de otro (e incluso de otra).
En el tema que nos ocupa, bastaría analizar un fotograma de la magnífica serie para entender qué estructura de poder es la que sustenta lo que algunos de manera eufemística denominan maternidad subrogada.
 En él vemos en un primer plano, ocupando prácticamente toda la pantalla, al comandante, al pater familias que desea reproducir su linaje teniendo un hijo con sus genes, al patriarca que detenta el poder y la autoridad tanto en lo público como en lo privado, al señor de la casa cuyo pene parece valer más que el útero de su criada.
 Al fondo, muy desdibujada, sentada el filo de la cama, vemos a su esposa infértil, a la madre frustrada, a la que coloca en una ceremonia brutal entre sus piernas a la que parirá para ella.
 Y apenas intuimos, tras el hombre, tumbada con las piernas abiertas, a Defred, la criada que es penetrada por el patriarca, a la que apenas vemos porque como “buena” gestante es invisible: ha dejado de ser sujeto para ser un objeto al servicio de los deseos de otros.
La novela de Atwood, que ahora la serie ha convertido en un relato si cabe todavía más terrorífico que el libro, tiene la gran virtud de plantearnos algunos de los interrogantes que están sacudiendo a las mujeres en el siglo XXI, justo cuando la alianza entre patriarcado y capitalismo está provocando que, bajo pretexto de la libertad, se justifiquen prácticas que no hacen sino prorrogar el estatus subordinado de la mitad femenina del planeta.
Esa alianza bien podría llevar, si no logramos ponerle frenos, al régimen teocrático y dictatorial imaginado en la novela, y en el que vemos cómo las mujeres han perdido todos los derechos que tardaron siglos en conquistar
El angustioso relato, que incluso ahora duele más al sentirlo tan cercano a través de la impagable mirada de la enorme Elisabeth Moss, nos aporta las claves no solo éticas sino también jurídicas desde las que, como mínimo, deberíamos cuestionar una práctica que en estos meses algunos incuso han llegado a defender como subversiva y que para otros obviamente es simplemente una vía más de enriquecimiento, es decir, una de las expresiones más brutales de cómo el dinero se convierte en medida de los deseos y de cómo a su vez el paradigma neoliberal permite convertirlos en derechos.

La serie narra la distopía de Gilead, una sociedad totalitaria que antiguamente pertenecía a los Estados Unidos. Los desastres medioambientales y una baja tasa de natalidad provocan que en Gilead gobierne un régimen fundamentalista perverso que considera a las mujeres propiedad del estado. rn  
La serie narra la distopía de Gilead, una sociedad totalitaria que antiguamente pertenecía a los Estados Unidos.
 Los desastres medioambientales y una baja tasa de natalidad provocan que en Gilead gobierne un régimen fundamentalista perverso que considera a las mujeres propiedad del estado.

 

Por todo ello, me resultó tan sorprendente hace unos días leer como Atienza ponía en duda que pudiese alegarse la dignidad de las mujeres para cuestionar la legitimidad de unos contratos que las convierten en siervas, incluso cuando se amparan en un pretendido carácter altruista.
 Nuestro Tribunal Constitucional ha reiterado, basándose en la célebre máxima kantiana de que el individuo no debe ser considerado como un medio, que la garantía de la dignidad de la persona implica el valor absoluto de sí misma como sujeto, la negación de su instrumentalización y la exigencia de las condiciones necesarias para que el libre desarrollo de su personalidad sea una realidad.
Pero es que, además, un contrato que supone el alquiler no solo del útero, sino de todo un proceso fisiológico como es un embarazo, el cual se desarrolla, incide y se proyecta en todo el ser de la mujer, supone contravenir todas las disposiciones normativas que, tanto a nivel estatal como internacional, excluyen al cuerpo humano del comercio de los hombres. 
A todo ello habría que añadir que evidentemente, como en muchas ocasiones se subraya por quienes defienden los vientres de alquiler como una especie de prestación de servicios reproductivos, en todos los trabajos el ser humano despliega sus potencialidades a veces en condiciones indignas, pero ninguno de ellos implica todo un proceso físico y emocional como es la gestación de un ser humano.
 Algo sobre lo que, por cierto, y siguiendo los consejos de Rebecca Solnit, los hombres deberíamos callar y dar la voz a las mujeres que son las únicas que pueden vivirlo.
Incluso cuando se alega la posibilidad de estos contratos siempre que respondan a un carácter altruista, y por lo tanto apoyándose en la generosidad de las mujeres, tendríamos que cuestionarnos si ello no está suponiendo la funcionalización de la maternidad y la consolidación del ser de nuestras compañeras como individuos que viven por y para otros. 
 Es decir, como seres que ponen a disposición del poder masculino, y del mercado en el que se satisfacen los deseos de quienes mandan, su cuerpo, sus capacidades y, por supuesto, su sexualidad.
 Ahí está la prostitución como institución patriarcal por excelencia que no demuestra esa relación jerárquica.
 No olvidemos, además, que en este caso no se trataría de ser generoso para salvar vidas, como sucede en la siempre gratuita donación de órganos, sino para hacer más plena la vida privada o familiar de otros. 

Es decir, justo lo que falta en el razonamiento del catedrático de Filosofía del Derecho es la perspectiva de género sin la cual cualquier aproximación a un tema jurídica y éticamente tan complejo acaba convertida en una simple justificación de la posición de quienes tienen el poder, el dinero y la autoridad.
 Alegar la autonomía de las mujeres para justificar la renuncia a sus derechos fundamentales es desconocer que, como bien ha explicado Laura Nuño, “el consentimiento requiere de un yo autónomo no mediado por la supervivencia.”
 O, lo que es lo mismo, implica no tener en cuenta las relaciones de poder que continúan marcando las subjetividades masculina y femenina, así como la relación entre ambas.
La serie se estrenó en España el pasado 26 de abril y emite un nuevo capítulo cada miércoles. 
La serie se estrenó en España el pasado 26 de abril y emite un nuevo capítulo cada miércoles.
 Por todo ello, el dilema clave que nos plantea la gestación por sustitución es si dicho tipo de contratos garantizan la capacidad de las mujeres para decidir sobre sí mismas o si, por el contrario, inciden en su sometimiento a condiciones heterónomas. 
Tendríamos que preguntarnos si sería posible una regulación de la misma que potenciara al máximo lo primero y evitara lo segundo. Una pregunta que finalmente nos lleva a otra mucho más ambiciosa que es la relacionada con el mundo que nos gustaría construir y bajo qué precio.
 En este sentido, leer, y ver ahora, El cuento de la criada, es un buen ejercicio para ir encontrando respuestas y para, espero, confirmar que el horizonte debería ser el reconocimiento del valor de cada ser humano por su valor intrínseco y nunca por su sometimiento a fines instrumentales que lo convierten en vehículo para satisfacer los intereses y deseos de otros.