Bianca Jagger recuerda que su primer acto humanitario fue "convencer a los Stones para que dieran un concierto benéfico".
Más de 40 años después es una de las activistas más reconocidas del planeta y no duda en definir la violencia contra las mujeres como una "pandemia".
¿Cuándo decidió convertirse en una activista, bajo cualquier circunstancia?
Creo que, en mi caso, era inevitable.
Yo nací en Nicaragua, tierra de lagos y volcanes, poetas y revoluciones, pero crecí bajo la dictadura de los Somoza, que durante 43 años gobernó mi país con puño de hierro.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 10 años y eso cambió mi vida.
Mi madre se encontró sola, sin profesión y con tres niños.
Y la vida para una mujer divorciada en la Nicaragua de los 60 era muy difícil.
Ella creía en la emancipación de las mujeres en un momento en el que estas eran consideradas ciudadanas de segunda categoría.
Mi madre fue mi primera inspiración y, por ella, yo me hice una promesa: nunca aceptaría ser discriminada debido a mi género o estado.
¿Cómo era ella? Usted no suele hablar de su infancia.
Mi madre fue una firme opositora del régimen; y a su lado entendí lo que significa vivir bajo la opresión.
También fue quien abrió mis ojos a la belleza y las maravillas de la naturaleza.
Recuerdo que solíamos dar largos paseos juntas por la selva y que me enseñaba los nombres de los árboles y las flores, especialmente las orquídeas que tanto amaba.
Ella me mostró el incalculable valor de la biodiversidad y me enseñó a hacer campaña por la justicia.
¿Qué recuerda de la Nicaragua en la que creció?
Recuerdo que siempre fui consciente de que nuestros derechos fundamentales estaban siendo violados.
Allí asistí a manifestaciones contra la masacre de estudiantes perpetrada por el régimen de Somoza.
En una ocasión nos lanzaron gases lacrimógenos y nos refugiamos en una iglesia.
Mi padre me rescató. Esa experiencia me marcó.
Poco después obtuve una beca para estudiar Ciencias Políticas en París y fue allí donde descubrí el valor de la libertad y la democracia, el Estado de derecho, el habeas corpus y el respeto a los derechos humanos.
Conceptos con los que yo no podía ni soñar en Nicaragua.
A los 22 años, un terremoto en su país marcó una epifanía en su vida.
Sí; la víspera de Navidad de 1972 me enteré del devastador terremoto que asoló mi cuidad, Managua.
Y como no lograba contactar con mis padres, fui a buscarlos con Mick.
El terremoto causo la muerte de 10.000 personas, 20.000 resultaron heridas y casi 200.000 se quedaron sin hogar. Encontramos las casas de mi madre y mi padre completamente destruidas.
Nunca olvidaré el hedor de los cuerpos carbonizados mientras conducíamos por los escombros por la ciudad.
Tres días después, los encontré ilesos, pero esos días fui testigo del sufrimiento de miles de víctimas y supe que millones de dólares de ayuda internacional habían sido malversados.
Así que convencí a Mick y a los Stones para que celebraran un concierto benéfico.
Esta fue mi primera campaña humanitaria. Años después, mi divorcio en 1979 coincidió con la caída de Somoza.
Ahí decidí unirme a la Cruz Roja y volé a Nicaragua para ayudar en el terreno.
En los 80, documenté violaciones contra los derechos humanos en El Salvador, Honduras, Guatemala y en mi Nicaragua natal, donde denuncié a los Contras.
A Madrid le ha traído una conferencia, ‘Basta de asesinatos de defensores del medio ambiente en Latinoamérica’, en homenaje a Berta Cáceres, reconocida activista medioambiental que fue asesinada en su casa en 2016. ¿Qué simboliza su vida y asesinato en su lucha personal?
El asesinato a sangre fría de Berta Cáceres me impactó y entristeció profundamente.
Ella fue un símbolo de coraje y compromiso inquebrantable.
Desde su ejecución, ha habido una epidemia de asesinatos de defensores de los derechos humanos.
Solo en 2016, 281 activistas murieron por esta causa en el mundo. En 2015, fueron 185.
Estos asesinatos son una reminiscencia escalofriante del de Chico Mendes en 1988, líder del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra.
Berta había recibido muchas amenazas de muerte e intentos de secuestro por su defensa de la comunidad indígena lenca, contra el proyecto de la represa Agua Zarca en Río Blanco.
Cincuenta organizaciones internacionales firmaron la carta de la ONG Global Witness pidiéndole al presidente hondureño justicia, pero sus asesinos aún no han sido condenados.
Usted insiste en que, hoy, la defensa del medio ambiente es una prioridad.
Por supuesto. Según la NASA, 16 de los 17 años más calurosos registrados desde 1880 se han dado desde el año 2000.
Yo he participado en las negociaciones de la ONU sobre el Cambio Climático desde la Conferencia de Bali en 2007, y me he desesperado por la falta de decisiones.
En la Cumbre del Clima de París (1996), fui testigo de la adopción del histórico acuerdo que fijó limitar el aumento del promedio de la temperatura global «a menos de 2 grados por encima de los niveles preindustriales y esforzarse para limitar ese incremento a 1,5 grados».
Si los líderes quieren salvarnos de esta catástrofe hay que reducir drásticamente las emisiones de CO2, detener la extracción de combustibles fósiles y emprender una revolución de energía renovable.
¿Se pueden poner nombres y apellidos a las principales amenazas de esta catástrofe?
Donald Trump representa una amenaza real a nuestro futuro.
Su promesa de campaña fue “cancelar” el Acuerdo de París.
El 28 de marzo firmó una orden para desechar el Plan de Energía Limpia de Barack Obama, cuyo objetivo era reemplazar las plantas de carbón por parques eólicos y solares.
Y a finales de mayo tiene que decidir si EEUU se retira o no del Acuerdo. Muchas empresas como ExxonMobil Corp, Microsoft Corp y Arch Coal Inc, están instando a Trump a permanecer en el acuerdo.
Pero no estamos ni siquiera cerca de hacer lo suficiente para hacer frente a estas amenazas.
Me preocupan las generaciones futuras. Pero me niego a sentirme impotente.
Usted estuvo en primera línea en la Marcha de las Mujeres de Londres, ¿qué le diría a Donald Trump si pudiera reunirse con él?
Que sus políticas de división son una amenaza para la paz, y que cuanto más intente intimidarnos, más lucharemos y resistiremos. No soy la única persona que cree que no es apto para dirigir el país. El psicólogo John D. Gartner lo ha descrito como un «narcisista maligno».
Entre sus políticas incendiarias, quiere retroceder décadas en los derechos de las mujeres.
Está llevando a EE UU a una oscura era de aislacionismo donde se tolera el racismo y los prejuicios; donde la agresión sexual es endémica y se comete con impunidad; donde el cambio climático se descarta como «sólo clima» y la división entre el 1% y el resto del mundo es impulsada en nombre de la codicia.
Trump nos arrastrará a todos con él… a menos que resistamos.
Hay que plantarle cara.
Abrigo de ‘paillettes’ negros de PRADA; vestido de seda negra de LA PERLA; zapatos de PRADA; pendiente con diamante de MIU MIU; medias de WOLFORD.
“La violencia machista en el mundo es más peligrosa para las mujeres que el cáncer”
Bianca Jagger recuerda que su primer acto humanitario fue "convencer a los Stones para que dieran un concierto benéfico". Más de 40 años después es una de las activistas más reconocidas del planeta y no duda en definir la violencia contra las mujeres como una "pandemia".
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Creo que, en mi caso, era inevitable. Yo nací en Nicaragua, tierra de lagos y volcanes, poetas y revoluciones, pero crecí bajo la dictadura de los Somoza, que durante 43 años gobernó mi país con puño de hierro. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 10 años y eso cambió mi vida. Mi madre se encontró sola, sin profesión y con tres niños. Y la vida para una mujer divorciada en la Nicaragua de los 60 era muy difícil. Ella creía en la emancipación de las mujeres en un momento en el que estas eran consideradas ciudadanas de segunda categoría. Mi madre fue mi primera inspiración y, por ella, yo me hice una promesa: nunca aceptaría ser discriminada debido a mi género o estado.
¿Cómo era ella? Usted no suele hablar de su infancia.
Mi madre fue una firme opositora del régimen; y a su lado entendí lo que significa vivir bajo la opresión. También fue quien abrió mis ojos a la belleza y las maravillas de la naturaleza. Recuerdo que solíamos dar largos paseos juntas por la selva y que me enseñaba los nombres de los árboles y las flores, especialmente las orquídeas que tanto amaba. Ella me mostró el incalculable valor de la biodiversidad y me enseñó a hacer campaña por la justicia.
¿Qué recuerda de la Nicaragua en la que creció?
Recuerdo que siempre fui consciente de que nuestros derechos fundamentales estaban siendo violados. Allí asistí a manifestaciones contra la masacre de estudiantes perpetrada por el régimen de Somoza. En una ocasión nos lanzaron gases lacrimógenos y nos refugiamos en una iglesia. Mi padre me rescató. Esa experiencia me marcó. Poco después obtuve una beca para estudiar Ciencias Políticas en París y fue allí donde descubrí el valor de la libertad y la democracia, el Estado de derecho, el habeas corpus y el respeto a los derechos humanos. Conceptos con los que yo no podía ni soñar en Nicaragua.
A los 22 años, un terremoto en su país marcó una epifanía en su vida.
Sí; la víspera de Navidad de 1972 me enteré del devastador terremoto que asoló mi cuidad, Managua. Y como no lograba contactar con mis padres, fui a buscarlos con Mick. El terremoto causo la muerte de 10.000 personas, 20.000 resultaron heridas y casi 200.000 se quedaron sin hogar. Encontramos las casas de mi madre y mi padre completamente destruidas. Nunca olvidaré el hedor de los cuerpos carbonizados mientras conducíamos por los escombros por la ciudad. Tres días después, los encontré ilesos, pero esos días fui testigo del sufrimiento de miles de víctimas y supe que millones de dólares de ayuda internacional habían sido malversados. Así que convencí a Mick y a los Stones para que celebraran un concierto benéfico. Esta fue mi primera campaña humanitaria. Años después, mi divorcio en 1979 coincidió con la caída de Somoza. Ahí decidí unirme a la Cruz Roja y volé a Nicaragua para ayudar en el terreno. En los 80, documenté violaciones contra los derechos humanos en El Salvador, Honduras, Guatemala y en mi Nicaragua natal, donde denuncié a los Contras.
A Madrid le ha traído una conferencia, ‘Basta de asesinatos de defensores del medio ambiente en Latinoamérica’, en homenaje a Berta Cáceres, reconocida activista medioambiental que fue asesinada en su casa en 2016. ¿Qué simboliza su vida y asesinato en su lucha personal?
El asesinato a sangre fría de Berta Cáceres me impactó y entristeció profundamente. Ella fue un símbolo de coraje y compromiso inquebrantable. Desde su ejecución, ha habido una epidemia de asesinatos de defensores de los derechos humanos. Solo en 2016, 281 activistas murieron por esta causa en el mundo. En 2015, fueron 185. Estos asesinatos son una reminiscencia escalofriante del de Chico Mendes en 1988, líder del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra. Berta había recibido muchas amenazas de muerte e intentos de secuestro por su defensa de la comunidad indígena lenca, contra el proyecto de la represa Agua Zarca en Río Blanco. Cincuenta organizaciones internacionales firmaron la carta de la ONG Global Witness pidiéndole al presidente hondureño justicia, pero sus asesinos aún no han sido condenados.
Usted insiste en que, hoy, la defensa del medio ambiente es una prioridad.
Por supuesto. Según la NASA, 16 de los 17 años más calurosos registrados desde 1880 se han dado desde el año 2000. Yo he participado en las negociaciones de la ONU sobre el Cambio Climático desde la Conferencia de Bali en 2007, y me he desesperado por la falta de decisiones. En la Cumbre del Clima de París (1996), fui testigo de la adopción del histórico acuerdo que fijó limitar el aumento del promedio de la temperatura global «a menos de 2 grados por encima de los niveles preindustriales y esforzarse para limitar ese incremento a 1,5 grados». Si los líderes quieren salvarnos de esta catástrofe hay que reducir drásticamente las emisiones de CO2, detener la extracción de combustibles fósiles y emprender una revolución de energía renovable.
¿Se pueden poner nombres y apellidos a las principales amenazas de esta catástrofe?
Donald Trump representa una amenaza real a nuestro futuro. Su promesa de campaña fue “cancelar” el Acuerdo de París. El 28 de marzo firmó una orden para desechar el Plan de Energía Limpia de Barack Obama, cuyo objetivo era reemplazar las plantas de carbón por parques eólicos y solares. Y a finales de mayo tiene que decidir si EEUU se retira o no del Acuerdo. Muchas empresas como ExxonMobil Corp, Microsoft Corp y Arch Coal Inc, están instando a Trump a permanecer en el acuerdo. Pero no estamos ni siquiera cerca de hacer lo suficiente para hacer frente a estas amenazas. Me preocupan las generaciones futuras. Pero me niego a sentirme impotente.
Usted estuvo en primera línea en la Marcha de las Mujeres de Londres, ¿qué le diría a Donald Trump si pudiera reunirse con él?
Que sus políticas de división son una amenaza para la paz, y que cuanto más intente intimidarnos, más lucharemos y resistiremos. No soy la única persona que cree que no es apto para dirigir el país. El psicólogo John D. Gartner lo ha descrito como un «narcisista maligno». Entre sus políticas incendiarias, quiere retroceder décadas en los derechos de las mujeres. Está llevando a EE UU a una oscura era de aislacionismo donde se tolera el racismo y los prejuicios; donde la agresión sexual es endémica y se comete con impunidad; donde el cambio climático se descarta como «sólo clima» y la división entre el 1% y el resto del mundo es impulsada en nombre de la codicia. Trump nos arrastrará a todos con él… a menos que resistamos. Hay que plantarle cara.
Ha definido la violencia contra las mujeres y las niñas como una pandemia. Muchas de sus campañas se centran en esta lucha.
Porque hay quien cree que estamos más cerca que nunca de lograr la igualdad de género.
Ojalá fuera cierto. Según Unicef, al menos 200 millones de niñas y mujeres han sido sometidas a la práctica bárbara de la ablación del clítoris.
La OMS estima que una de cada tres ha sufrido violencia física o sexual; en algunos países la tasa llega al 70%.
No tengo datos de España, pero el año pasado hubo 37.813 violaciones y 74.208 delitos sexuales solo en Reino Unido –que sepamos–, donde las violaciones han aumentado un 13%.
La violencia, a nivel mundial, es una amenaza mayor para mujeres de entre 15 a 44 años que el cáncer, los accidentes de tráfico, la malaria y la guerra juntos.
Sesenta millones de niñas son agredidas sexualmente en el mundo cada año de camino a la escuela.
Hay un largo camino por recorrer, ¿no le parece?
¿En qué campañas está trabajando ahora su fundación al respecto?
Durante muchos años, la BJHRF ha luchado por la inclusión del objetivo ‘ausente’ en los Objetivos de Desarrollo del Milenio de 2000 (ODM) que era: «Promover la igualdad entre los géneros y el empoderamiento de la mujer».
Sin embargo, no incluyeron la eliminación de la violencia contra las mujeres y las niñas.
Yo me sentí alentada al ver que el objetivo cinco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDGs) en 2015, incluía como compromiso: «Eliminar todas las formas de violencia contra las mujeres y niñas en las esferas pública y privada, incluido el tráfico y la explotación sexual de otro tipo».
Este es un paso significativo en la dirección correcta. La BJHRF quiere inspirar una revolución global no violenta en el corazón del sistema.
Así que estamos enviando un llamamiento a los líderes empresariales, políticos, religiosos y culturales para implementar estos objetivos y cerrar la brecha de la desigualdad entre géneros en el ámbito laboral.
No tengo que recordar que la diferencia media de ingresos entre hombres y mujeres en los Estados Unidos es del 20%: y en la UE, del 16%.
Según Merriam-Webster, el feminismo se basa en “la creencia de que hombres y mujeres deben tener iguales derechos y oportunidades”. Eso debería ser el feminismo en un mundo ideal. La feminidad es una fuente de fuerza. Lamentablemente, cuando algunas mujeres alcanzan una posición de poder, empiezan a emular a los hombres. Debemos eliminar la idea de que una mujer “con cerebro” no puede permitirse ser feminista. Como Katherine Graham dijo: “Lo que las mujeres deben hacer para subir al poder es redefinir su feminidad”. El poder no tiene sexo.
Ha demostrado en sus numerosas campañas que le gusta ‘mojarse’ en el terreno.
Ha visitado zonas de conflicto en Irak, Afganistán o Bosnia, donde documentó las violaciones y torturas masivas que habían sufrido las mujeres a manos de las fuerzas militares serbobosnias, y evacuó usted misma a dos niños… ¿No tiene miedo?
Es que he vivido experiencias que me han hecho darme cuenta de lo importante que es ser testigo cuando están en juego las vidas de inocentes, y de cómo un pequeño acto de coraje puede marcar la diferencia.
En 1981, viajé a Honduras, como parte de una misión de investigación del Congreso de EE UU, para informar sobre las condiciones en La Virtud, un campo con 30.000 refugiados de la ONU.
El primer día, nos llamaron urgentemente porque un escuadrón de la muerte había asaltado el campamento y, cuando llegamos, 25 hombres armados con M16 y bandanas habían tomando como rehenes a 20 refugiados.
Nos apuntaron con sus rifles de asalto. «Váyanse», nos dijeron. «O disparamos».
Los seguimos por el cauce de un río con varias cámaras.
Fue aterrador.
Gritamos que teníamos imágenes de sus crímenes.
Y de repente, el escuadrón se detuvo, hablaron entre ellos y nos apuntaron con sus M16.
Gritamos otra vez: «Tendrán que matarnos a todos, denunciaremos vuestros crímenes al mundo».
Los rehenes aprovecharon la confusión para escapar. Debían sus vidas a la presencia de testigos.
Por eso es importante pisar la zona de conflicto.
Su activismo nunca olvida la lucha por Latinoamérica y su país, Nicaragua; sobre todo en la defensa de los derechos de las mujeres y las minorías indígenas. ¿Qué compromisos ha adquirido con su pueblo?
A lo largo de mi vida me ha sido esencial mantener mis vínculos con mi país y seguir involucrada en los asuntos que le afectan.
Soy una firme opositora de Daniel Ortega porque ha traicionado las aspiraciones del pueblo nicaragüense que luchó tanto y tan duramente por liberar a Nicaragua del régimen.
Él sigue los pasos de la dinastía Somoza.
Yo estoy totalmente de acuerdo con la declaración de Mónica López Baltodano de que «Ortega odia al movimiento campesino».
¿Y cómo percibe el crecimiento de sentimientos racistas que se abren camino en Europa desde Londres, donde reside?
A mí me encanta vivir en Londres.
Sus habitantes cada día se esfuerzan más para mantener su multiculturalidad.
Tenemos un alcalde musulmán, Sadiq Khan, que aspira a mantener una sociedad inclusiva y tolerante.
Es el mundo en el que yo quiero vivir: sin prejuicios basados en la nacionalidad, la religión, las preferencias sexuales o el estatus.
Foto: Philip Gay
Como madre, ¿cómo ha educado a su hija Jade para que se responsabilice del mundo en que vive?Pues, por ejemplo, me la llevé a Nicaragua después del triunfo de la revolución para que supiera de dónde procedía.
Le inculqué que juntos tenemos poder colectivo para cambiar la historia.
Y sé que ella le ha transmitido estos valores a sus hijas.
Es muy activa en Twitter. La política está muy presente en sus mensajes y es una progresista convencida. ¿Nunca se ha planteado presentarse a unas elecciones?
Lo he considerado.
Pero creo que como defensora de los derechos humanos soy más efectiva.
Para ser político necesitas mantener muchos ‘compromisos’. Y yo trato de ser fiel a mis convicciones.
¿Qué opina del trabajo desarrollado hasta hoy por Theresa May?
Lean mis tuits en @BiancaJagger sobre ella.
Le dirán qué pienso de la primera ministra. Lo que escribo es muy crítico.
Trabajó como modelo. ¿Qué opina del papel de altavoz que están adquiriendo algunas firmas de la industria de la moda posicionándose a favor de causas como el feminismo o los refugiados?
Yo nunca fui modelo.
Fui actriz por un tiempo.
Respecto a la moda, creo que debe jugar un papel crítico en la lucha contra la injusticia.
Las compañías han llevado su producción a países que abusan de los derechos humanos como Myanmar, Bangladesh y China.
La industria de la moda es la segunda más contaminante después del petróleo.
Hace poco vi el poderoso documental producido por mi querida amiga, Livia Firth, The True Cost.
Aplaudo a las empresas que se han comprometido a poner en práctica cadenas de suministro éticas y a reducir su huella de carbono.
La proyección de una imagen en la moda puede hacer que la gente sea más tolerante y acepte culturas ajenas.
Cuando Dior lanzó la campaña Todas deberíamos ser feministas, me encantó. ¡Bravo, Maria Grazia Chiuri!
Ha afirmado que la moda per se no es importante en su vida.
La estética y el estilo siempre serán importantes para mí.
La moda per se no porque no soy el tipo de mujer que sigue las últimas tendencias.
Creo que las mujeres debemos conocer nuestros atributos y defectos para encontrar un estilo que se adapte a ellos.
Eso es lo que yo he intentado hacer a lo largo de mi vida. He tenido la suerte de ser amiga y haber sido vestida por algunos de los diseñadores más grandes de nuestro tiempo.
Yves Saint Laurent fue un mentor, y me ayudó a desarrollar mi estilo.
Ninguno trató nunca de imponerme las últimas tendencias, todos me permitieron preservar mi estilo.
¿Sigue viviendo sola?
Sí, desde hace muchos años.
Con un compromiso tan profundo como el mío con el trabajo, quizá sería difícil tener dos pasiones.
¿Cree en Dios?
Sí, por supuesto.
Una vez católica, siempre católica.
Tengo que creer en Dios, tener fe. Si no, no podría seguir haciendo el trabajo que hago.