Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 may 2017

Las madres salen del armario...................... Luz Sánchez-Mellado

Las cosas empezarán a cambiar en serio cuando cada una geste, para, críe y eduque como quiera.

Sara Carbonero y su hijo Martín, en 2015.
Sara Carbonero y su hijo Martín, en 2015. getty
Hoy no es el día, sino el año de las madres. 
Hoy, además de las flores, los collares de macarrones, los perfumes de todo octanaje y los restaurantes a reventar de hijos festejando a las autoras de sus días, hay un inédito ruido de fondo alrededor de esta fiesta que unos celebran por gusto y otros porque lo dicen los grandes almacenes.
 El que ha provocado la salida, qué digo salida, la estampida del apolillado armario de los tópicos sobre la maternidad perfecta de un puñado de mujeres que se ha atrevido a gritar en libros y entrevistas por tele, prensa y wifi una obviedad que llevaba milenios sepultada bajo toneladas de almíbar, abnegación y entrega absoluta a las crías.
 La maternidad podrá no tener precio para algunas, pero desde luego, no es gratis para nadie. 
 Y algunas no la quieren ni regalada.
Lejos del no tan remoto "dar mucho, pedir poco" de la medalla de la madre que aún llevan colgada al cuello algunas abuelas, las hijas y nietas de aquellas progenitoras reivindican que, además de madres, son personas. 
 Con deseos, frustraciones, quejas -sí, quejas- y anhelos.
 Y que, a pesar de que para muchos pasan a ser la mamá de o, en el mejor de los casos, una MILF –mother you like to fuck- en cuanto paren, además de nodrizas y matronas, son mujeres. 
Algunas, incluso, no desean ser madres en absoluto.
 Nada nuevo bajo el agujero de ozono. 
Pero, a lo que se ve, sí revolucionario, a tenor de la que les ha caído encima a algunas por gritarlo, y no precisamente desde el heteropatriarcado, sino desde las propias congéneres. 

Dejemos aparte la eterna lucha por la conciliación, la corresponsabilidad, los techos de cristal, los de cemento y los de hormigón armado y hablemos de nuestras propias contradicciones. A la periodista Samanta Villar, por ejemplo, le llovieron críticas de mujeres por osar decir en su libro que ser madre no era lo mejor que le había pasado su vida y que, al parir a sus mellizos, su vida tal y como la conocía, había terminado.
 Al tiempo, la periodista Sara Carbonero, madre de dos niños, se sumaba a una iniciativa promovida por una empresa láctea para cambar la definición de la palabra "madre" en la RAE, incluyendo conceptos como la entrega absoluta, el amor incondicional y la renuncia a una misma, y también le cayeron chuzos de punta. 
Esa es la novedad. 
Que se hable. Que se debata.
 Que se discuta. Que la maternidad entre en la agenda.
 El ruido de fondo no altera lo fundamental desde que el globo es globo.  
Ser madre es caro, duro, disuasorio en algunos casos.
 Pero compensa. O no.
 Y el mundo sigue girando. 
Hoy es nuestro día, nuestro año, comadres. 
Pondremos las flores en agua, nos pondremos los collares de macarrones aunque nos horroricen, nos rociaremos una micra del perfume dulzón que nos han regalado los críos en los pulsos y nos echaremos 2.500 calorías al cuerpo en la comilona de marras. Buenas somos nosotras.
 Todito te lo consiento menos faltarle a mi madre.
 Convengamos, no obstante, en que las cosas empezarán a cambiar en serio cuando cada una geste, para, críe y eduque como quiera a su prole.
 Cuando no se la juzgue ni se la condene más allá de la sana discrepancia.
 Cuando en los medios, en este sin ir más lejos, no se publiquen solo listas de regalos para mamás con cremas antiarrugas –nada que objetar, soy público objetivísimo-, cuando para el día del padre se publicaron bazares de tecnología.
 La verdadera normalidad habrá llegado cuando sea a la inversa y nadie se percate de nada.
 Y ese reto nos incumbe a todos.

 

Grandes inventos de la humanidad.........................Juan José Millás.

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
LA HISTORIA es sincrónica, aunque nos las arreglamos para percibirla como sucesiva.
Tal es la función de las agendas y de los abecedarios y del motor de cuatro tiempos. 
Pero todo ocurre a la vez. Ahora mismo acontece el Holocausto, por ejemplo, y el tráfico de esclavos, tan antiguo, y la edad de piedra o la de los metales. 
Vivimos simultáneamente en la contemporaneidad y en el medievo, en el útero de nuestra madre y en el ataúd. 
El éxito del Aleph, el cuento de Borges, se explica a partir de esta revelación.
 Usted y yo ya estuvimos aquí, como esa mosca a la que aplastamos con el periódico en el salón y vuelve a aparecer dos minutos después en la cocina. 
Ya estuvimos aquí y fuimos reyes y lacayos, y mendigos y príncipes y lo seguimos siendo, todo de golpe.
 Estamos vivos y muertos a la vez y somos felices y desdichados de forma simultánea.
 Pero como tal acumulación de hechos provoca mucha angustia, nos hemos inventado la sucesión del mismo modo que, para defendernos del azar, se nos ha ocurrido la causalidad. 


DETENIDOS DOS CLANES DE PROXENETAS QUE TATUABAN CÓDIGOS DE BARRAS A MUJERES 
 
Y el invento funciona. 
El pronombre “yo” me libra de ser “ella”. 
“Ella” es la dueña de ese trozo de piel de la fotografía donde un proxeneta (él) ha grabado el código de barras que señala su precio. Se trata de una mujer rumana explotada en cualquier garito de carretera cuyas luces de neón observamos desde el coche, ignorantes de que, sin dejar de estar fuera, estamos dentro del burdel.
 La otredad, también un gran invento, nos insensibiliza frente a la barbarie.
 No soy rumano, ni mujer, ni me han tatuado la muñeca, así que puedo seguir mi camino alegremente.
 
 
 

Más bien que mal.......................................Rosa Montero.

No es que la idea me encante, pero lo que veo en los vientres de alquiler son embarazos buscados y niños intensamente deseados.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
Lo reconozco: mi primera reacción también fue de rechazo, incluso de cierta repugnancia. 
Y sigue siendo una opción por la que no siento especial simpatía. Me refiero a los llamados vientres de alquiler.
 La mera denominación ya resulta zafia, hasta insultante, con esa clara cosificación del cuerpo de la mujer.
 Hembra útero, hembra incubadora. 
 Una mera vasija.
 Pero luego me puse a pensar el asunto con detenimiento para racionalizar el porqué de mi oposición emocional, y entonces todo se hizo enormemente confuso.
 Como confuso es el mundo en que vivimos, los desafíos de las nuevas tecnologías. 
Lo diré sin ambages: no he encontrado una frontera ética por la que deban prohibirse los vientres de alquiler.
 Si sostenemos que las mujeres son dueñas de su cuerpo (como hacemos los partidarios de la despenalización del aborto, por ejemplo), entonces también son dueñas de alquilar su capacidad reproductora.
 O de trabajar en la prostitución, por citar otro tema polémico con ciertos paralelismos.
 Colaboro con una asociación feminista, Hetaira, que lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales, y soy partidaria de la legalización de la prostitución; creo que es la medida que más protege a las mujeres y que mejor sirve para luchar contra la trata. No todas las feministas opinan así, desde luego; de la misma manera que también hay feministas y homosexuales que se oponen a los vientres de alquiler. 
Hace un par de semanas, 50 organizaciones de mujeres y colectivos de LGBTI (lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales) crearon la Red Estatal contra el Alquiler de Vientres para impedir la legalización de esta “explotación reproductiva”.
 Sí, ya digo. 
A mí emocionalmente también me suena bien esa música. Y sin embargo…
El punto crucial del argumento en contra, en este caso y en la prostitución, es que cobran por esos servicios. 
De ahí deducen inmediatamente que esas mujeres no son de verdad libres para vender lo que venden.
 Vamos, que todas ellas se ven forzadas a hacerlo, esclavizadas por la necesidad. 
Es un argumento totalmente subjetivo, que va en contra de lo que opinan muchas prostitutas y muchas madres subrogadas y que no se basa en nada externamente mensurable, sino en la propia percepción de quienes sostienen esta idea: creen que es imposible que esas mujeres elijan libremente porque a ellos cobrar por el sexo o alquilar el útero les parece horrible.
 Pero no todo el mundo siente lo mismo.

En realidad, casi nadie elige libremente en esta maldita sociedad, y para muchos esa falta de libertad es tan extrema que viven una vida laboral de verdadera explotación, casi de esclavos, tan embrutecedora y humillante que comprendo que haya personas para las que gestar el hijo de alguien (o ejercer la prostitución en determinadas condiciones) pueda ser una opción lo suficientemente válida de conseguir una vida mejor.
 Además me parece extraordinario que nos pongamos todos tan paternalistas defendiendo a las mujeres de sí mismas en el caso de los vientres de alquiler y que no nos preocupen tanto los muchos embarazos no deseados producto del error, de la violencia o de la presión religiosa o social, por no hablar de las gestaciones insanas, sin suficiente apoyo médico, con alimentación y cuidados inadecuados. 
Creo que la maternidad y la paternidad están mitificadas, cuando en realidad son un maldito peligro.
 Para adoptar a un niño tienes que superar un millón de pruebas, lo cual está muy bien (y habría que hacer lo mismo con los vientres de alquiler), pero para tener hijos en directo basta con que dos idiotas se pongan a jugar a los médicos un rato.
 Pueden ser inmaduros, pueden ser violentos, pueden ser malvados, pero les permitimos un poder absoluto sobre las criaturas más indefensas.
 ¡Pero si hasta para conducir tienes que pasar un examen! ¿Y para ser padre no? 
De ahí la abundancia de maltrato infantil, de abusos y de incestos.
Total, no es que la idea me encante, pero lo que veo en los vientres de alquiler son embarazos buscados voluntariamente, gestaciones cuidadas y protegidas, padres investigados y niños intensamente deseados que les harán felices.
 O sea, veo mucho más bien que el mal supuesto.

Mejor no pensarlo..........................................Javier Marías.

Las vidas más curiosas o las historias más tristes sobre algunos escritores se esconden en los catálogos de libreros anticuarios.
Javier Marías
ALGUNOS CATÁLOGOS de libreros anticuarios traen información sobre los autores de las obras que venden, y ésta es a menudo fuente de sorpresas y melancolía. 
Hace poco me llegó uno de Paul ­Rassam, de Charlbury, en Oxfordshire, y primero me encontré con un viejo conocido, al que hice aparecer en mi “falsa novela” de 1998 Negra espalda del tiempo
 Es más, me dio la impresión de que parte de los datos expuestos podían provenir de lo que conté en ese libro, pero como de él hace ya mucho, y no fue de los más leídos, vale la pena recapitular aquí ahora. Hugh Oloff De Wet se formó con la RAF pero se estrenó como piloto y espía a las órdenes de Haile Selassie, el Emperador de Abisinia, hasta que se vio obligado a abandonar ese país por un duelo en el que se vio envuelto.
 A continuación ofreció sus servicios a Franco, que los rechazó, así que De Wet voló para el enemigo, la República, y escribió un libro relatando esa experiencia.
 El conflicto entre Alemania y Checoslovaquia lo llevó a ayudar a este segundo país, y en Praga espió para el Deuxième Bureau francés, lo cual tuvo como resultado su detención y la de su mujer por parte de la Gestapo en 1939. 
Se cree que ella se ahorcó en el transcurso de los interrogatorios, y De Wet fue torturado durante varios meses, como contó más tarde en The Valley of the Shadow.
 Finalmente se lo juzgó por traición en Berlín, se lo declaró culpable y se lo condenó a muerte.
 Desde el ventanuco de su celda vio guillotinar a centenares de hombres y mujeres, mientras aguardaba su turno, que no llegaba. Intentó colgarse, lo que hizo que pasara los dos años siguientes encadenado.
 Sobrevivió a un bombardeo de aviones aliados, y la destrucción de numerosas celdas de la prisión hizo que los nazis la compensaran con el ahorcamiento inmediato de ciento ochenta reclusos.
De Wet escapó de nuevo a la muerte, y fue liberado en abril de 1945, al término de la contienda. 
Volvió a Londres e inició una carrera de escultor de bustos, entre los cuales hay varios de famosos poetas y prosistas como Pound, Dylan Thomas, MacNeice y Robert Graves. 
Hay que decir que fue De Wet el encargado de relatar tantas y tan truculentas peripecias, por lo que no cabe descartar que mintiera algo o exagerara. 
 El volumen del catálogo era Cardboard Crucifix: The Story of a Pilot in Spain, y costaba 250 libras.
Poco antes de expirar, Wilde le dijo a un amigo: “El papel pintado de mi habitación y yo libramos un duelo a muerte.
 Uno de los dos ha de desaparecer”
Después me encontré con Anna Wickham, pseudónimo de Edith Harper, nacida en Londres pero llevada a Australia a los seis años, donde permaneció hasta los veinte, para regresar a su ciudad natal en 1904.
 Allí se casó con el abogado y astrónomo Patrick Hepburn, convencional hasta la asfixia: desaprobaba cuanto ella hacía, sobre todo sus versos, más aún los que adoptaban una perspectiva feminista y exponían su desarmonía matrimonial.
 Uno de esos poemas decía: “Me casé con un hombre de Croydon / a los veintidós años, / y yo lo contrarío, y él me aburre / hasta no saber qué hacer ninguno”. 
En venganza, Hepburn la encerró en un manicomio en 1913, en el que ella permaneció sólo cuatro meses gracias a la insistencia del inspector que la visitaba. 
Una vez liberada, hizo amistad con escritores y artistas, entre ellos D. H. Lawrence y la notoria “amazona” Natalie Clifford Barney, de la que fue íntima. 
Y al morir su marido, abrió las puertas de su casa a toda clase de bohemios como Dylan Thomas, el también borracho Rey de Redonda John Gawsworth y el no menos bebedor Malcolm Lowry, mítico autor de Bajo el volcán, que en el acogedor hogar de ­Wickham reescribió su obra Ultramarina, cuyo primer original le habían robado, o eso decía.
 El catálogo añadía que Anna Wickham se ahorcó en 1947, a los sesenta y tres años. 
Sus seis libros de poesía se vendían a 250 libras cada uno, en Paul Rassam el erudito librero.
 Y a continuación apareció el infinitamente más célebre Oscar Wilde, del que, a diferencia de lo que ocurre con los oscuros 
De Wet y Wickham, casi todo se sabe.
 De él se ofrecía una brevísima carta autógrafa, firmada con iniciales, de 1899, tras su salida de la cárcel, sin porvenir literario y arruinado. 
Al destinatario, su amigo y editor Smithers, le dice: “Muchas gracias por las 2 libras. 
Me han aplacado los nervios y me han dado algo de paz …” ¡2 libras! Incluso en 1899 no serían gran cosa. 
Claro que pocos días antes le había rogado: “¿Puedes enviarme mi paga por adelantado? 10 libras … 

No tengo un penique y mi estado es deplorable, ya que toda mi ropa está en el Hôtel Marsollier, retenida por impago. Estoy en verdad en el arroyo”. 
En el Hôtel d’Alsace en el que murió, el dueño fue más compasivo y le perdonó una factura de 190 libras.
 Poco antes de expirar, Wilde le dijo a un amigo: “El papel pintado de mi habitación y yo libramos un duelo a muerte. Uno de los dos ha de desaparecer”. 
Debía de ser lo único que veía, postrado, un hiriente papel pintado. La carta autógrafa del catálogo costaba 6.750 libras, unos 8.000 euros. 
Si el moribundo Wilde lo hubiera sabido … Pero es mejor no pensarlo.