Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

23 abr 2017

Puro miedo...................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
EL PAZO DE MEIRÁS fue adquirido peseta a peseta por gente como tú y como yo, para luego regalárselo a Franco y señora, que se habían encaprichado de él. 
Se acercaba el alcalde del pueblo a tu casa con la pistola al cinto y te decía:
–En la nómina de este mes te vamos a quitar tanto para hacerle un obsequio al Caudillo.

¿Y tú que ibas a responder?
 Tragabas porque no era una pregunta, era una orden y, si desobedecías, te calificaban de desafecto y a partir de ahí podía ocurrirte cualquier cosa, desde que te rompieran las piernas a que te fusilaran, como cuando te niegas a pagar la extorsión a una banda armada. 
De hecho, Franco era a la sazón el jefe de una banda armada que mató más que ninguna otra de las que tenemos noticias. Históricamente hablando, en fin, el cambio de propiedad del pazo de Meirás fue el resultado de un chantaje que está de sobra documentado.
Pese a ello, a la muerte del dictador la familia heredó el inmueble sin que hasta la fecha se conozca una iniciativa política para expropiar lo que en su día fue la consecuencia de un atraco.
 ¿Por qué? Por miedo, no cabe otra respuesta.
 Digamos que al principio podía haber sido por prudencia, luego por templanza, pero no hay explicación a que, 40 años después de inaugurada la democracia, la familia de Franco, además de seguir siendo propietaria del inmueble, se ría de las normas que la obligan a abrirlo un día de la semana al público.
 Miedo, puro miedo.
 Nos tiemblan las rodillas frente a esa pandilla de fantoches. ¿Comprendéis ahora, queridos jóvenes, cómo se hizo la Transición?
2117Laimagen
Gabriel Tizón

Los olvidados.................................. Rosa Montero

Si nadie conoce tu tormento, entonces no queda esperanza. Sólo queda morir. Y es lo que está sucediendo en Yemen.
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
ESTE TORTURADO MUNDO mundo nuestro es insondable en sus penas. 
Lo decía muy bien Calderón de la Barca en sus famosos versos de La vida es sueño: 
 “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. 
Ahora mismo estamos abrumados, aplastados, por la tragedia de Siria, por el acabose de las armas químicas, por la tensión creciente.
 Nos parece que nos encontramos en lo más profundo del infierno, y desde luego se trata de un drama infernal.
 Pero la cuestión es que en este planeta hay otras tragedias similares que ni siquiera cuentan con la visibilidad pública. 
Cierto, de nada le sirve la visibilidad al muerto; al niño gaseado no le importa que su caso salga en los diarios. 
Pero a los supervivientes sí les sirve. Si nadie mira, si nadie se siente responsable, si nadie conoce tu tormento, entonces no hay esperanza. 
 Sólo queda morir.
Y es lo que está sucediendo ahora mismo en Yemen.
 El pasado 26 de marzo se cumplieron dos años del comienzo de una guerra brutal que, dirigida por Arabia Saudí y una coalición de nueve países árabes, y apoyada por EE UU, Francia y Reino Unido, está devastando Yemen. 
Este país, que ya era el menos desarrollado de Oriente Próximo antes del conflicto, ahora está destrozado.
 Las familias son tan pobres que se están muriendo literalmente de hambre, y desde luego no pueden pagar a las mafias para que las metan en pateras, así que no llegan a las costas europeas, ni como refugiados ni como ahogados, lo que contribuye decisivamente a que no nos acordemos de ellos.
 Además el país sufre un bloqueo terrible, no se puede ni entrar ni salir.
 Hay tres millones y medio de desplazados internos a los que nadie parece tener en cuenta. Es un moridero. 

Esta guerra silenciada en Occidente acumula ya 15.000 cadáveres y 40.000 heridos.
 Cada día fallecen 144 niños, muchos de ellos por enfermedades que podrían haberse evitado; 3.000 escuelas han sido bombardeadas o cerradas, sólo funciona el 45% de los centros médicos, 475.000 niños sufren desnutrición aguda y medio millón de mujeres embarazadas están en grave riesgo de morir por falta de alimentos o en el parto.
 En total, 21 millones de personas (el 83% de la población) necesitan ayuda humanitaria urgente.
 Y apenas la reciben, porque no les tenemos en cuenta, no nos preocupan.
 Hay muy pocas ONG que trabajan en Yemen. 
Y una de ellas es española. Son un milagro. Se llaman Solidarios Sin Fronteras y tan sólo cuentan con cinco personas, tres en Barcelona, Eva, Noèlia y Blanca, y dos en Yemen, Faten y Hossein. A causa del bloqueo, no se pueden enviar contenedores con medicina, ropa o alimentos, como en otras crisis.
 Aquí la única opción es mandar dinero al equipo yemení para que compren como puedan lo necesario.
 SSF da comida, mantas y productos de higiene a familias con niños, priorizando a las mujeres solas con menores. 
Además instala depósitos de agua potable en campos de refugiados y los llena de agua cada semana.
 Por último, reconstruye casas en la isla yemení de Socotra, devastada, además de por la guerra, por dos ciclones. 
Estas personas maravillosas, estas bravas y resistentes hormigas de la solidaridad, han ido reuniendo euro a euro y han conseguido, en estos dos años de guerra, logros increíbles: han repartido alimentos a casi 10.000 personas (un 75% de niños); han proporcionado más de 400.000 litros de agua potable; han reconstruido 120 casas y un orfanato, y han repartido más de 200 mantas y material de higiene y del hogar.
Como además son unos genios de la gestión (¡Solidarios Sin Fronteras a La Moncloa, por favor!), las cuentas están claras y todo el trabajo documentado.
 Para apoyar esta labor épica podéis googlear “Emergencia humanitaria en Yemen. Ayuda urgente a familias”, y sale una página de recogida de dinero.
 También podéis apuntaros a su grupo de Teaming, Solidarios Sin Fronteras, y darles un euro al mes.
 Como dice Eva, “nadie está ayudando a los yemeníes. 
Mueren de hambre y sed y el mundo lo ignora”. Algo habrá que hacer.

Decimoquinta...................Javier Marías

El fin de una novela significa despedirse de los personajes y liberarlos del encierro que los convertía en desconocidos salvo para el autor.

Javier Marías
CUANDO ESTO ESCRIBO, hace sólo cuatro días que terminé una nueva novela. 576 páginas de mi vieja máquina Olympia Carrera de Luxe, la cual, me temo, está a punto de fenecer tras el tute a que la he sometido (cada página tecleada tres veces como media).
Empieza a fallar, y si no consigo reponerla dejaré de escribir, supongo: a estas alturas de mi vida no me veo capacitado para pasar a un ordenador, renunciar al papel y a las correcciones a mano y a pluma sobre cada versión de cada página.
 Con ese ya arcaico instrumento saco también adelante estas piezas dominicales, que sufren parecido proceso de revisión y enmiendas. Agradezco a mis empleadores que me permitan seguir entregando un producto que les da más tarea de la habitual. 
Seguro que si fuera un joven meritorio me mandarían a paseo y me dirían: “Niño, consíguete un ordenador. ¿Qué te crees, que aún vivimos en el siglo XX?” 

No en otros, pero en este aspecto me cuesta vivir en el XXI.
 Mi primera novela se publicó en el remoto 1971, a mis diecinueve años. 
En el larguísimo periodo transcurrido desde entonces, no se puede decir que haya escrito muchas: la recién concluida es la decimoquinta, si cuento como tres los volúmenes de Tu rostro mañana, que aparecieron en 2002, 2004 y 2007.
 Forman una obra unitaria, pero para mí cada uno me supuso el esfuerzo de una novela distinta. 
En suma, salgo a una media de una cada tres años.
 Si me comparo con maestros del pasado y del presente (y por supuesto con muchos que no lo han sido ni lo son), soy un novelista tirando a escaso.


Quizá por eso, porque empleo mucho tiempo en ellas, y también porque nunca sé si habrá más en el futuro, la terminación de una me trae sentimientos encontrados. 
El inmediato y dominante es incredulidad: “¿He logrado poner fin a esto? Si todas estas hojas estaban vacías …” En el presente caso, han pasado veinticinco meses desde las dubitativas líneas iniciales. He estado más de dos años conviviendo –no a diario, qué más quisiera– con unos personajes nuevos al principio y que al final son más que amistades. 
Aunque uno no se siente ante la máquina –y son muchas las jornadas en que es imposible hacerlo, por viajes y quehaceres varios–, durante el tiempo de composición lo rondan incesantemente.
 Uno piensa en ellos con más intensidad que en los seres reales que lo rodean: de éstos no está contando la historia, ni asiste a ella con el mismo grado de cercanía, y desde luego carece de capacidad decisoria sobre sus vidas, como sí la tiene sobre las de sus entes de ficción, por recuperar la vieja fórmula.
 Así que despedirse de ellos es en cierto sentido un cataclismo personal. “¿Cómo”, se pregunta uno, “ahora he perdido a estos amigos? ¿No tengo que ocuparme más de ellos, no he de conducirlos a diario? ¿Aquí los abandono y me abandonan? Si algunos no han muerto, ¿es que el resto de lo que les ocurra no me interesa?” 
Sí, me interesa, pero soy consciente de que a los posibles lectores futuros tal vez no; de que estarán a punto de cansarse de seguirlos, o de que las mejores historias son las que no se relatan completas, no de cabo a rabo.
Y ahí empieza el siguiente sentimiento ambiguo: mientras uno escribe (siempre hablo por mí, claro), no se plantea mucho lo que por lo demás resulta evidente: lo hace para ser leído.
 De tan evidente, uno puede hacer caso omiso. 
Sin embargo, una vez puesto el punto final, la idea reaparece con todas sus consecuencias.
 “No sólo me despido de estos amigos, sino que dentro de unos meses estas criaturas que mantenía encerradas y que nadie más conocía, se harán amigas de personas que ni siquiera he visto, de los gentiles lectores que tengan a bien molestarse en abrir este libro”. 
La perspectiva es extraña. Ahora mismo, mi primera y quizá mejor lectora lleva ya 200 páginas de esas 576. 
Va sabiendo qué me he traído entre manos durante los dos últimos años.
 Qué he concebido, qué he armado, qué me ha preocupado, me hace algún comentario sobre alguna situación o personaje; qué he pensado y con qué me he abstraído. 
Para quien ha guardado todo eso en secreto, es desasosegante. Pero también es una alegría.
 El sino más triste de una novela es que nadie tenga la menor curiosidad por leerla.
 Así que ojalá estas “criaturas del aire” (como acertadamente las llamó Savater hace mucho) consigan hacer incontables amistades nuevas, aunque yo no esté invitado a sus fiestas particulares con cada lector atento.  

Me queda el “consuelo” de que, lo mismo que ahora he recuperado personajes de Tu rostro mañana, acaso un día vuelva a encontrarme con Berta Isla.
 El título todavía no está decidido, pero podría ser este nombre, Berta Isla, para inscribirme en una larguísima y a menudo noble tradición: la de Jane Eyre, Anna Karenina, Oliver Twist, David Copperfield, Madame Bovary, Robinson Crusoe, Tess de los d’Urberville, Eugénie Grandet, Tom Jones, Tristram Shandy, Moll Flanders, Daisy Miller, Jean Santeuil y tantos otros títulos memorables.
 Ay, si con eso bastara para aproximarse un poco a ellos …

22 abr 2017

El grave problema de salud de Massiel que "no se puede tratar"

En enero nos sorprendía la falsa noticia de su fallecimiento. Información que ella misma desmentía con mucho humor. "Llevo recibiendo llamadas desde las 9 de la mañana y la pera ha sido cuando me ha llamado TVE para preguntarme si estaba viva", contaba Massiel a Chance.
 Aquello quedó en simple anécdota, pero en marzo la mala suerte se cebaba con saña cuando su casa de Segovia ardía y dejaba su estructura muy dañada. 
 De nuevo, ha salido su carácter optimista y ha confesado a La Otra Crónica que, por suerte, no había tenido que lamentar ninguna drama familiar ni ninguna pérdida material importante: 
"Todos están vivos, todos están bien y el seguro se hace cargo de todo".


Massiel
: "Todos están vivos, todos están bien y el seguro se hace cargo de todo".
Sin embargo, lo que no tiene solución es el problema de salud que padece.
 La cantante y actriz ha revelado que sufre "degeneración macular", un problema situado en el centro de la retina que va deteriorando paulatinamente la visión y que "no se puede tratar".
 A Massiel le diagnosticaron este problema hace seis años y, cuando en 2012 estaba en el Teatro Español de Madrid con el musical 'Follies', comenzó a tener los primeros problemas. "Tenía que ir con una bombilla", ha afirmado la de 'La la la'. Sobre esta afección asegura que "es una bomba de relojería y no se sabe nunca cómo puede evolucionar". A pesar de todo, el ánimo no la abandona y se lo toma con resignación y con mucho humor: "Soy la tuerta más famosa después de la princesa de Éboli".