Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

6 abr 2017

El coraje del camarero del Embassy..................... Elsa Fernández-Santos .........

Desaparece una esas cafeterías que no solo sirven tartas y copas: son patrimonio de Madrid.

Manuela Velasco, Carmen Maura y Eusebio Poncela, interpretando a personajes de Almodóvar haciendo de personajes de Edward Hopper.
Manuela Velasco, Carmen Maura y Eusebio Poncela, interpretando a personajes de Almodóvar haciendo de personajes de Edward Hopper.
En La ley del deseo, la película de 1987 que abrió el ciclo que la Filmoteca Española dedicó el pasado mes a Pedro Almodóvar, hay un plano (y no es el único) que, pese a estar rodado en una localización real, hoy pertenece al territorio de los sueños.
 En él, los personajes que interpretan Eusebio Poncela, su hermana/o Carmen Maura y la hija de esta, Manuela Velasco, se toman un sándwich mixto en la cafetería Manila de la Gran Vía de Madrid. 
El encuadre, tomado de noche desde la calle, está iluminado como si fuera un cuadro de Edward Hopper, de hecho hace un guiño a una reproducción del pintor estadounidense que cuelga en el piso del personaje de Poncela.
 Un plano, el de la vieja Manila, iluminado de manera premonitoria con la luz de la nostalgia.
 Un plano que directamente hoy duele.

 

Durante años fui cada tarde a merendar a Manila. 
El ritual era invariable: mi padre me recogía en el colegio y me llevaba en su scooter hasta la casa de mi madre. 
Entre un lugar y otro parábamos en el Manila de Juan Bravo.
 Yo le contaba mis cosas del colegio y él me hablaba de perros, caballos y películas, los únicos asuntos que, por ese orden, entonces me interesaban.
 Luego me despedía en el portal hasta la siguiente tarde.
 Yo adoraba Manila y su sándwich mixto, las cristaleras enormes y las mesas, para mí tan familiares como mi propia casa.
Durante años fui cada tarde a merendar a Manila con mi padre.
 Yo le contaba mis cosas del colegio y él me hablaba de perros, caballos y películas, los únicos asuntos que, por ese orden, entonces me interesaban
Con los años, Manila encontró un duro competidor en el veterano Embassy, y la cita de primera hora de la tarde se transformó en la de la tarde-noche en el fantástico local de la Castellana.
 En Embassy mi padre bebía y yo merendaba, hasta que empecé a beber también a su lado.
 Cuando la conversación sobre perros empezó a decaer, el cine, la literatura y la comida se convirtieron en un elástico eufemismo para hablar de las cosas importantes de la vida.
Recuerdo largas charlas en la barra de Embassy, conversaciones que marcaron mi vida y que fluyeron durante horas gracias al cobijo de aquella barra.
 Adorábamos Embassy, por la profesionalidad y exquisita amabilidad de sus trabajadores, por las bebidas, los sándwiches y los pasteles y, por supuesto, por su historia y clientela, única en Madrid y donde siempre había muchas más mujeres que hombres. Su fundadora, Margarita Kearny Taylor, una inglesa divorciada que abrió el local durante la República y que, ya saben, durante la II Guerra Mundial lo utilizó como tapadera para esconder judíos, murió en los años ochenta con una sola obsesión, que su negocio no se extinguiera con ella, que se mantuvieran intactas sus recetas de bollería y pastelería, que se respetase la mimada tradición que había traído a España desde Inglaterra.

La noticia del cierre del comercio (para justificar un ERE que afectará a más de 50 trabajadores, la familia aduce que el negocio es ruinoso pese a que sigue atrayendo a su fiel clientela) ha convocado a centenares de madrileños decididos a protestar a la japonesa, es decir, consumiendo, hartos la mayoría de que el alma de su ciudad siempre tenga un precio.
 Una de esas tardes, un incrédulo cliente lamentaba el cierre a uno de los camareros más veteranos.
 El camarero, con una escoba entre las manos porque el cliente había tirado al suelo el célebre cóctel de champán de la casa, le respondió cabizbajo:
 “Pues si usted está disgustado imagínese nosotros que nos vamos al paro”.
 Ante tal bofetada de realidad, el cliente masculló algo que arrancó del impecable barman una nueva lección:
 “Pero no se preocupe, que la vida sigue”. Así es, la vida sigue y el verdadero patrimonio de Embassy no es ni su sándwich de berros ni su tarta de limón, sino tipos como este.
 Es a ellos a quienes más echaremos de menos.

Las cinco veces en las que Paula Echevarría negó crisis en su matrimonio

La actriz siempre calificó de invenciones la noticias sobre sus diferencias con David Bustamante.

Paula Echevarría el la presentación de su nuevo perfume, el pasado 5 de abril. Getty Images

Tanto revuelo por una separación y un divorcio.

¿Que hace en la vida Paula Echevarría que se parece mucho a la mujer de Cayetano Rivera? 

Yo a su edad era más guapa que ella, ningún mérito porque lo hizo la madre naturaleza. Aún ahora sigo siendo más guapa que ella, pero tenemos muchas diferencias, a ella la conoce todo el mundo porque presenta Perfumes con su marca, es eso que dicen exponer algo para que la gente la copie dice ser de Zara y vas y claro la prenda ya se ha acabdo , solo se hizo para ella....como nuestra o vuestra Reina.

Está casada con un cantante de niñas. menudo jaleo el que vi una vez en el Prat porque resulta que iba Bustamante, y era algo sin sustancia pero las niñas gritaban...

Yo emplee mi juventud en querer cambiar la rueda del mundo....y eso no sale en las revistas, solo te detienen , te juzgan y con la suerte que tuve me absuelven, solo cometí una idea: Creer que el mundo podía cambiar para ser solidario, democrático, libre en la expresión e igual en un mundo masculino.

Ya ven que resultado tuvimos. Pero no me fastidia, ser consecuente es mejor que tener cosas compartidas entre dos.

Durante los casi 11 años que ha durado la relación entre Paula Echevarría y David Bustamante han sido varias las ocasiones en la que se ha hablado de crisis en la pareja.
 Juntos o por separado, los dos han negado siempre cualquier problema entre ellos. 
Si ha habido alguna diferencia entre ellos, de cara al público solo ha versado sobre su deseo de volver a ser padres.
 Ella, decían, no lo tenía claro y él sí lo deseaba.

Tan solo en una ocasión la actriz reconoció en público que tenían sus "cosas" como cualquier pareja normal.
Hablar de su vida privada era algo habitual en la comparecencias comerciales que protagonizaban.
 Siempre se "vendían" como pareja feliz y unida en un panorama del mundo de los famosos en el que abundan las rupturas y los escándalos
El pasado miércoles, en la presentación de su nuevo perfume, llegó la pregunta más esperada 
“¿Es cierto que están separados?”. La respuesta, como era de esperar, estaba preparada y muy bien aprendida. 
"Pasan cosas en mi casa, pero no voy a entrar en eso. Si alguna vez eso es así lo sabréis. No voy a entrar en eso", se limitó a decir Paula Echevarría.

 

Contra el dolor......................... Juan Cruz

El dolor tiene una frontera y esa es la de la muerte, no hay más. Ninguna esperanza es mayor muro que ese concreto, implacable, que tiene su calendario y su protagonista.

Jose Antonio Arrabal, enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, en su casa el 2 de abril.
Jose Antonio Arrabal, enfermo de esclerosis lateral amiotrófica, en su casa el 2 de abril.
EL PAÍS publica unas imágenes en las que un hombre explica sus exigencias humanas ante lo que ya sólo puede tener fin.
 El dolor tiene una frontera y esa es la de la muerte, no hay más. Ninguna esperanza es mayor muro que ese concreto, implacable, que tiene su calendario y su protagonista. 
Individual, radicalmente humano.
Ser hermano o pariente o amigo del dolor no es sino una de las maneras humanas, intransitivas, de la solidaridad.
 Pero el dolor es individual, así se expresa; hay paliativos, personas que te asisten, con la ciencia y con la palabra, y te alivian, te abren el camino de una esperanza que se trunca cada vez que amanece otra vez la evidencia del dolor.

La ciencia sabe, ha aprendido a lo largo de los siglos, y ahora sabe, sabe del dolor, lo alivia, pero no lo interrumpe.
 En España, en otros países. No se puede interrumpir lo inexorable, ni con la esperanza; contra el dolor último no hay esperanza alguna. El dolor sigue, su camino es más dolor, ausencia de otro horizonte que el de la desesperanza.

La esperanza dicta, una a una, las palabras que ya sabemos, y que sabemos decir: espera. 
Hay un momento en que ese verbo, esperar, se conjuga con urgencia, no se puede esperar.
 No se puede más. Entonces crece ese grito del que EL PAÍS hoy se hace eco.
Hacer crónica del dolor, contarlo, sólo se puede hacer de veras en primera persona.
 Una persona que grita, en el ensueño dolorido de los últimos días, no está pidiendo tan solo que la alivien.
 Que pase el dolor, que no vuelva. No es excepcional el dolor, es lo que espera con su azuzada espada invencible.
Esas imágenes que explica EL PAÍS representan la perplejidad que sienten aquellos que quisieran que lo que la ciencia sabe hacer, y debería hacer, ante la incomprensión ruin de la ley, sea hecha, con la claridad de las leyes.
Contra esa ilegalidad impuesta a la libertad de poner fin al dolor se manifiesta Arrabal; su decisión y su soledad implican a la sociedad entera en un grito que no es individual y que se comprende cada vez que se recuerdan los últimos días de aquellos a quienes hemos visto sufrir, pedir alivio, creer que ya la tierra no será jamás un paraíso.

 

“Me indigna tener que morir en clandestinidad”.............. Emilio de Benito

José Antonio Arrabal, que tenía ELA, se suicidó porque quería decidir cuándo dejar de vivir.

 

José Antonio Arrabal, el pasado domingo en su casa de Alcobendas.
Con torpeza, pero decidido, José Antonio Arrabal toma dos frascos de medicación que sorbe con una pajita. “Está muy malo, joder, cómo está”, es su comentario a cámara en el vídeo que ha grabado en soledad y al que ha tenido acceso EL PAÍS.
 Es la puesta en práctica de lo que lleva meses planeando, desde que la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le diagnosticaron en agosto de 2015 acelerara el proceso de deterioro que padece: el 2 de abril de 2017, por la mañana, cuando su familia le dejó solo, se quitó la vida.
Lo tiene todo preparado.
 En la mesa del cuarto de estar del piso de Alcobendas (Madrid) en el que vive desde hace más de 30 años, este electricista que nació en Riocabado (Ávila) hace 58 años ha dispuesto meticulosamente los documentos importantes para lo que va a hacer: su DNI, su historia clínica, su testamento, una carta al juez, un papel en el que hace donación de su cerebro y una hoja que solo dice: “No reanimación”.
Viendo la dificultad con la que se mueve, su mano izquierda ya inutilizada, es fácil imaginar el esfuerzo de tanto preparativo.
 La misma minuciosidad del manitas que afirma que es —que era antes de la enfermedad, quiere decir—, como demuestran los muebles construidos por él y la enorme pajarera que tiene un periquito y una pareja de vistosos diamantes de Gould que acaban de perder su última nidada.
 Es el mismo cuidado con el que ha colocado, sobre la mesita del salón, los frascos de medicamentos comprados por Internet que, primero, le dejarán dormido y, después, le provocarán una parada cardiorrespiratoria.
Nada ha dejado Arrabal para la improvisación.
 Ha preparado lo que quiere leer mientras espera el efecto de la medicación. 
“Durante este tiempo he leído los dos primeros de la Trilogía del Baztan de Dolores Redondo”, dice con una voz que en el mes y medio que ha pasado entre las dos entrevistas que ha mantenido con EL PAÍS se ha hecho más cansada.
 “En el tercero voy por el 24%. No me va a dar tiempo a acabarlo”, asume con ironía. 

El sillón es casi la única concesión que ha hecho en el día a día de su casa a la enfermedad. 
No ha habido obras de adaptación en el baño ni en otras dependencias. 
“Total, iban a ser unos meses y me tenía que gastar un dinero que así queda para mi familia”, explica.
 Por eso mismo no ha ido a Suiza, país que permite el suicidio asistido. “Eran 12.000 euros”.
Lo tuvo claro desde que le dieron el diagnóstico de ELA. “Me informé un poco y vi lo que me esperaba: acabar vegetal”, añadía el 10 de febrero, cuando ya solo apuraba el tiempo que la movilidad de la mano derecha le iba a permitir retrasar el suicidio.
 Aún en su último día, la mueve compulsivamente, como para comprobar que todavía va a servirle para tomarse, solo, la medicación.
En octubre del año pasado notó que el deterioro se aceleraba. 
Tuvo que dejar de pintar y debió cambiar el modelo de libro electrónico por uno con menos botones y más sencillo, ante la progresiva torpeza de su mano.
 Pero la falta de capacidad motora ha ido a más. “Ya necesito ayuda para darme la vuelta en la cama, para vestirme, para desnudarme, para comer, para limpiarme. 
Solo puedo beber con una pajita en una taza de plástico, porque no puedo con un vaso de cristal”, relata en el vídeo que ha dejado. También necesita ayuda para respirar, “sobre todo por la noche”. 

“Lo que me queda es un deterioro hasta acabar siendo un vegetal.
 Y yo he sido siempre muy independiente. No quiero que mi mujer y mis dos hijos hipotequen lo que me queda de vida en cuidarme para nada”, explica.
 Todo lo ha hecho pensando en ellos. Ha elegido el día para suicidarse porque esa mañana su mujer y uno de sus hijos van a la piscina.
 El otro chaval se ha ido a pasar el fin de semana a casa de un amigo. “Les he dicho que tarden en volver, para que ya haya pasado todo”. También por ellos, sobre todo, quiere grabar el proceso. 
“Así nadie podrá acusarles de colaboración con el suicidio”, afirma.
Arrabal lo tiene claro: si hubiera una ley de suicidio asistido y eutanasia como la que ha pedido en Change.org y que aún se mantiene activa con más de 9.000 firmas, “podría retrasar” la decisión.
 “Habría aguantado más tiempo. Pero quiero poder decidir el final. Y la situación actual no me lo garantiza”, explica con una indignación pausada, no se sabe si por su carácter o porque los problemas para respirar le frenan. 
“La verdad es que es triste que no haya una ley que regule estos actos.
 Así me la estoy jugando. He tenido que comprar los medicamentos por Internet, lo que no da ninguna garantía”.
Que no se piense que no ha querido luchar. 
Antes del diagnóstico de ELA había superado una hipereosinofilia, una grave enfermedad de los glóbulos blancos de la sangre.
 Luego se ofreció en el hospital Carlos III de Madrid, un centro de referencia en la esclerosis lateral, a participar en un ensayo clínico. “Servir para algo”, dice.
 Pero las secuelas de su anterior dolencia le convertían en no apto para el estudio.
 “No me voy por cobarde ni porque esté solo y piense que me van a cuidar mal.
 Al contrario. Tengo una mujer y unos hijos que sé que se van a desvivir por mí”, subraya como para prevenir que haya acusaciones en este sentido. 

También le quedaba la opción de aguantar y, al final, recibir una sedación terminal. 
 “Pero eso es muy al final, y en medio me tienen que cuidar”. Además, como han puesto de manifiesto algunos casos, el criterio acerca de qué es insoportable puede diferir entre los sanitarios, que son quienes tienen que aplicar la sedación, y el paciente que la pide, lo que no asegura que se haga en el momento que el afectado quiere. 
“Por eso tengo que adelantar mi muerte. Me indigna tener que hacerlo en la clandestinidad, solo.
 La falta de una ley de eutanasia me obliga a adelantarlo”.
El vídeo recoge que, tras tomarse los medicamentos, intenta leer, pero en pocos segundos nota el efecto de lo que ha tomado. Recostado en el sillón, se despide: “Adiós a todos”. Cierra los ojos. No los volverá a abrir.