Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 abr 2017

Movida madrileña: poco heroísmo y mucho hedonismo................ Diego A. Manrique

Frente al estigma conservador y la nueva saña de los fiscales de la cultura de la Transición, se publica el libro 'La mala fama'.

 

Desde hace unos años, la llamada Movida ha vuelto a ser campo de batalla.
 Ya lo fue cuando el PP conquistó el poder y aplicó su lanzallamas; inolvidable aquel dictamen de Álvarez del Manzano: “nada, de la movida no ha quedado nada”. 
Ahora el tiroteo viene del otro extremo: los fiscales de la CT (Cultura de la Transición) se aplican al vituperio con idéntica saña.
En ambos casos, el nivel argumental es bajo.
 El entonces alcalde de Madrid aseguraba no recordar “un solo libro, un solo cuadro, un solo disco” (al menos, no presumía de haber pisado el Rock-Ola).
 Hoy, todo vale: recuerdos nebulosos, leyendas urbanas, incluso los pudores.
 En un libro reciente, supuestamente de crítica musical, las objeciones eran morales: resulta que aquellos movidos se dedicaban al sexo y a las drogas.

¡Caramba! Pues va a ser verdad. 
Sale ahora La mala fama (Editorial Berenice), donde Germán Pose reconstruye los asombrosos monólogos de 16 protagonistas de los ochenta.
 Una memoria oral que ratifica que se fornicaba mucho y se tomaba de todo.
Se trata de una formidable panorámica generacional.
 Pose ha evitado a esas primeras figuras de cuyas andanzas tenemos cumplida noticia.
 Su selección está escorada hacía el clan del cuero negro; en general, son peatones de la movida que comparten antipatía por los ganadores (abundantes recriminaciones a Almodóvar) y suspiran por los caídos (Antonio Vega, Antonio Flores).
Algunos, es cierto, estuvieron en el machito.
 Tesa Arranz conoció brevemente el estrellato, como animadora de los Zombies.
 Fernando Estrella, del grupo Peor Impossible, reinó en las barras de locales de moda y cuidó de famosos en pisos francos de camellos.
 May Paredes fue cortejada por un rock star estadounidense que consiguió que abrieran el Museo del Louvre para una visita privada; no se sintió impresionada y, muy madrileña, se quejó de que allí no se permitiera fumar.

Los personajes que desfilan por este libro han vivido.
 Han vivido mucho, han vivido duro.
 Son gladiadores, gente brava que no esperó a que los padres de la patria detallaran las libertades: se las tomaron, sin pedir permiso. Irrumpieron cuando el país estaba noqueado por amenazas de golpe de estado y cotidianos actos de terror; aprovecharon el desconcierto social y la dedicación de la Policía a otros menesteres.
Si algo tienen en común es la habilidad para seguir una vocación, para establecer un modus vivendi, para dejarse arrastrar por el frenesí del momento: cuenta Manolo UVI que iba para futbolista cuando escuchó a los Sex Pistols por la radio. 
Las únicas referencias políticas vienen de Carlos García-Alix, activista que conoció la cárcel.
Aparte del testimonio del cura Enrique de Castro, en La mala fama hay poco heroísmo y sí mucho hedonismo. 
Abundan las cabras locas, una descripción que se repite en más de un soliloquio. 
A la larga, demostraron extraordinaria capacidad de adaptación: uno de los entrevistados, pinchadiscos, termina ingresando –esto va a encantar a los inquisidores de la CT- en la Guardia Civil. Lo avisaron los veteranos: “en peores garitas haremos guardia”.

El ojo de la moda viaja en Instagram.......................... Estel Vilaseca

Las fotos de los ‘influencers’ en las redes sociales ganan terreno a los tradicionales editoriales de las revistas.

 

La actriz Úrsula Corberó, en una foto publicada en su Instagram para promocionar una marca de ropa.
Son tiempos convulsos para la producción editorial de moda.
 Mientras los grandes grupos se adaptan a la cultura digital, las redacciones tal y como eran hasta la fecha podrían estar en peligro.
 Esas fotografías estilizadas agrupadas en forma de pequeñas historias compiten hoy con las imágenes que personajes influyentes de todo el mundo lanzan desde sus redes sociales
. Los presupuestos para este tipo de contenidos tradicionales han ido reduciéndose al mínimo: la relación esfuerzo-impacto es baja.
 Lejos queda esa época en la que Diana Vreeland, la famosa editora de moda de Harper’s Bazaar, envió durante cinco semanas a Japón al fotógrafo Richard Avedon, a la estilista Polly Mellen y a la modelo Verushka con 15 maletas repletas de prendas para que dispararan una historia de 26 páginas para la revista. Titulada The Great Fur Caravan, es una buena representación de esa fotografía de moda aspiracional en peligro de extinción que hace uso de la fantasía y la creatividad para vender lujo. “¡El ojo tiene que viajar!”, decía Vreeland.
Hoy el ojo viaja, sobre todo, a través de Instagram y muchas marcas han empezado a poner todos sus esfuerzos para que sus productos se cuelen en estos nuevos relatos digitales. “Como influencer aprendes a formar parte de una estrategia online, a vender el producto.
 Eres una pieza fundamental”, explica Mila Plaza de Style in Lima, una veterana bloguera de Barcelona que ahora ha montado su propia agencia de comunicación. 
Y si para estas nuevas editoras las marcas parecen ponerlo muy fácil, las estilistas que trabajan con medios tradicionales sienten que cada vez les es más complicado hacer su trabajo.
 “Me piden un montón de información: dónde se va a publicar, quién me representa, el moodboard… 
Siempre intento ser lo más educada posible pero en muchas ocasiones ni me respondan los mails”, explica la estilista Rebeca Sueiro.
 Ella señala como lo peor la saturación: “La cola para las prendas es cada vez más larga.
 Que grandes marcas tengan un solo muestrario es inexplicable”. 

Impacto más inmediato

Un bolso en un selfie se suele traducir en un impacto mucho más inmediato.  
Maria Ke Fisherman se define como “una marca digital”. La proliferación de sus prendas en la Red ha ayudado a dar visibilidad a esta firma madrileña que exporta la mayor parte de su producción.
 “A mí una foto editorial bonita me parece que me sube el producto mucho más.
 Pero, al final, el típico selfie del baño muestra una forma más normal de llevar la ropa y en ventas eso te ayuda”, explica María Lemus, su diseñadora.
 Como consecuencia, el valor de estas imágenes cotiza al alza
 Mientras que las imágenes editoriales para revistas con un valor de producción más costoso no suelen implicar una transacción económica de la marca, un influencer puede pedir para hacerse una foto con un producto de 200 hasta 3.000 y 5.000 euros cuando se trata de personajes con muchos seguidores y una reputación alta.
 No todas las marcas pagan, ni todos los influencers cobran: todo depende de los intereses de unos y de otros.
 Los dos formatos podrían convivir, pero la pregunta se torna inevitable:
 ¿Hoy tiene más valor un selfie o una foto editorial? Sergi Pedrero es probablemente una de las personas que mejor conoce los mecanismos de deseo que activan las imágenes digitales. 
Formado en una agencia tradicional, se independizó para representar a Dulceida, una bloguera transformada en youtuber que sigue rompiendo récords (1,6 millones de seguidores en Instagram y subiendo). 
Centrado ahora en su propio proyecto personal, The Tripletz, reflexiona: 
“La calidad no depende del formato, la calidad está en la idea, en los medios, en cómo representas esta imagen en la que aparece la prenda”.
 Para Pedrero puede haber imágenes de Instagram que “son auténticas obras de arte y fotos editoriales que son muy malas”.
Pero ser responsable de imágenes editoriales maravillosas no es ahora tampoco garantía de nada.
 Ana Murillas, estilista de algunas de las imágenes más bellas del panorama editorial patrio, es muy crítica.
 “Da igual la calidad, solo quieren visitas y cada vez hay que hacer más fotos en menos tiempo: para Instagram, para la web… 
Y, al final, tienes 50.000 fotos que son una mierda en lugar de tener 4 que sean impresionantes.
 Es el fast food de la moda.
 Es horrible el poco valor que se le da a cualquier cosa artística, a algo bien hecho”, sentencia. 

 

Roman Polanski fracasa en su último intento de volver a Estados Unidos

Un juez deniega la posibilidad de pactar cierto grado de inmunidad en el caso de violación por el que está buscado desde hace 40 años.

ROMAN POLANSKI
Roman Polanski, en Francia el año pasado. AFP

 

Un juez de Los Ángeles rechazó este lunes el que puede ser el último intento del director de cine Roman Polanski de hacer las paces con la justicia de Estados Unidos y poder regresar a un país que abandonó hace cuatro décadas. 
Polanski, de 83 años, está buscado por haber huido de EE UU para evitar una sentencia contra él por violación de una menor.
 La condición que pone para volver a pisar territorio estadounidense es que le den alguna seguridad de que no lo van a meter en la cárcel inmediatamente.
 Esa posibilidad le fue negada este lunes, quizá para siempre.

El caso es tan definitorio en la biografía de Polanski como sus películas.
 En 1977, cuando había tocado la cumbre de Hollywood tras La semilla del diablo y Chinatown, fue acusado de violar a una chica de 13 años durante una sesión de fotos en casa de Jack Nicholson. Polanski, admitió el cargo de sexo con una menor de edad, estuvo 42 días en prisión y salió bajo fianza.
Polanski asegura que había admitido un cargo menor porque había pactado con el juez que ese tiempo en prisión sería el total de su eventual condena.
 Sin embargo, antes de que se leyera la sentencia huyó del país, convencido de que el juez pensaba ponerle una condena de décadas de cárcel para dar ejemplo, debido a la presión mediática sobre el caso.

Polanski abandonó Estados Unidos en 1978 y no ha vuelto desde entonces, a pesar de haber ganado un Oscar en este tiempo.
 Lleva cuatro décadas viviendo en Francia y pisando países donde no haya peligro de que lo extraditen.
 Ha evitado dos intentos de extradición, en Suiza (donde pasó 10 meses en arresto domiciliario esperando la decisión) y en Polonia.
En esta ocasión, la defensa del director había pedido que se le juzgara en ausencia.
 Polanski se ofrecía a aparecer ante los tribunales si primero se dictaba la sentencia contra él. 
Su abogado, Harland Braun, argumentó ante la Corte Superior de Los Ángeles que el cineasta ya ha cumplido el tiempo de la condena inicial.
 Braun pedía que el tribunal le diera a su defendido alguna indicación de qué pasaría si regresara a territorio de Estados Unidos.
El juez Scott Gordon decidió en su auto de este lunes que no hay ningún material nuevo que requiera una revisión del caso.
 Los tribunales, dice el juez, “han dicho inequívocamente que no van a discutir ninguna cuestión sustancial sobre el caso de Polanski hasta que no esté físicamente presente en la jurisdicción de la corte”.

La fiscal del distrito Michelle Hanisee argumentó que lo que Polanski quiere es un “anticipo” de su posible sentencia.
 “Quiere respuestas, pero solo se presentará si le gustan las respuestas”, afirma. Hanisee cree que va contra los intereses de la justicia dar la impresión de que se está dando trato de favor a una persona por ser famosa.
Con esta decisión parecen cerrarse las puertas a un eventual regreso de Roman Polanski a Estados Unidos.
 Sin embargo, queda aún un cabo suelto en esta historia.
 Los abogados del cineasta quieren que se levante el secreto judicial sobre una declaración que hizo Roger Gunson, el fiscal original del caso, en 2010.
 La defensa cree que ese testimonio contiene información que favorece la versión de Polanski, según la cual el juez del caso llegó a un acuerdo con él.
 El mismo juez Gordon ha fijado una vista sobre esta petición el próximo 26 de abril.

El muestrario..........................................Elisabet San

Las claves de la industria de la moda de la última semana: Adolfo Domínguez adelgaza su estructura;

 Uniqlo se alía con J.W. Anderson e Iris Law, imagen de nuevo para Burberry.

Iris Law, hija del actor Jude Law y Sadie Frost, como imagen de la línea de cosméticos de Burberry.