Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 abr 2017

De cielos y ombligos.................Rosa Montero

Llevamos milenios intentando construir sociedades que permitan la diferencia. Ahora una manada de energúmenos corre hacia las cavernas.

COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
ABSURDO MUNDO, el nuestro
. Resulta llamativo, por ejemplo, que los nuevos políticos de la extrema derecha tengan esa tendencia a sufrir problemas capilares y obsesiones pilosas.
 Le dan a sus cabellos una importancia desmedida, como si fueran un símbolo de su virilidad, y acaban luciendo unos pelucones de payaso.
 Véase el cardado estropajoso de Trump, el nido de golondrinas que el holandés Wilders lleva en la cabeza o los pelánganos de bruja de Boris Johnson, líder del Brexit
 Todos, dicho sea de paso, bien teñidos de rubio, lo cual resultaría chistoso si no fuera porque temo intuir en ello siniestros ecos del supremacismo ario.
 Sea como sea, los tres tienen un aspecto estrafalario y ridículo. Pero me temo que Hitler también lo tenía y luego pasó lo que pasó.
Otra cosa chocante es el abuso de los eufemismos.
 ¿Por qué llamamos a estos políticos los nuevos populistas, en vez de nuevos fascistas? O, por lo menos, ultraderechistas. 
De la misma manera, no comprendo a qué viene acuñar ese tonto palabro de la posverdad, cuando en realidad queremos referirnos a las mentiras cochinas de toda la vida.
 Mentir, manipular, engañar, estafar, eso es lo que hacen estos líderes.
 No hace falta inventar términos: es una actividad inmunda con una vieja tradición en la historia de la humanidad.
 La mentira como crimen social y político.
 Total, que aquí estamos, en fin, en un mundo cada día más desgarrado entre el progreso y la reacción, entre el futuro y la involución. 
Medio planeta quiere regresar a la horda, protegerse detrás de banderas cada vez más pequeñas, enorgullecerse de una tonta y falsa homogeneidad, aunque para ello tengan que teñirse de rubio. En el libro Sólo para gigantes, de Gabi Martínez, leí este proverbio beduino:
 “Yo contra mi hermano. Yo y mi hermano contra nuestro primo. Yo, mi hermano y nuestro primo contra los vecinos.
 Todos nosotros contra el forastero”, y me espeluznó la lucidez con la que retrata ese impulso suicida, tan primitivo y profundamente humano, de la atomización tribal, del odio al otro. 
 Llevamos milenios intentando construir sociedades cada vez más complejas que permitan la convivencia en la diferencia, pero ahora una manada de energúmenos está corriendo en tropel hacia las cavernas.
 Siempre sostuve que debería obligarse a la gente a viajar; que la educación pública tendría que incluir al menos un año forzoso de estancia en el extranjero, porque ver otros mundos nos hace menos intolerantes y menos incultos.
 Hoy sigo pensando lo mismo, pero con matices.
 Porque Trump ha debido de viajar mucho, pero no le ha servido de nada. Y he visto reportajes de jubilados británicos que llevan 15 años viviendo en nuestras costas y no sólo no hablan español, sino que muchos han votado al Brexit y están empeñados en echar a los polacos de Reino Unido.
 O sea, que hay personas que viajan como si fueran maletas, envueltos en el impenetrable capullo de su mentecatez
. En cambio, Kant, por ejemplo, no salió nunca de su ciudad natal, Königsberg, hoy la rusa Kaliningrado, y le cupo el universo en la cabeza. 
Y lo digo en sentido literal, porque, además de su ingente obra filosófica, Kant dedujo acertadamente que el sistema solar se formó de una nube de gas o que la Vía Láctea era un gran disco de estrellas.
 Lo importante, pues, es abrir los ojos e intentar atisbar y comprender el mundo más allá de nuestra pequeñez.
 Lo importante es ponerse en pie, alzar la cabeza y reaccionar.
 El pasado diciembre, en Austria, nos salvamos por muy poco de la extrema derecha cuando el candidato ecologista, Van der Bellen, ganó al ultra Hofer. 
Hace un par de semanas, en Holanda, hemos escapado por más margen de caer en manos de esa cosa cabelluda y feroz llamada Wilders. 
Esta progresión en el rechazo de los nuevos brutos me ha levantado el ánimo: se diría que la sociedad se está rearmando frente a los retrógrados. 
Crece el racismo en el mundo, desde luego; medra la xenofobia, el miedo al diferente.
 Pero también parece que empieza a cuajar cierta movilización en defensa de los derechos democráticos duramente obtenidos a lo largo de los siglos.
 Que cunda. Vivamos mirando al firmamento y no contándonos los pelos del ombligo, maldita sea.

A calles tétricas, festín pagano..........................Javier Marías.....

El resquicio para salvarse de las películas “piadosas” de la Semana Santa de antaño eran “las de romanos”, hoy también refugio pagano.
Javier Marías
ES EXTRAÑO cómo perviven algunas costumbres de la infancia, mientras que otras se olvidan para siempre. 
Para parte de mi generación, de la anterior y de la siguiente, la horrorosa Semana Santa tiene un lado divertido y festivo cuyo origen, sin embargo, se remonta a uno de los rasgos más siniestros de aquélla. 
Hoy cuesta creerlo, pero durante todo el católico-franquismo, la Iglesia logró arrancarle al régimen no pocas imposiciones para el conjunto de la ciudadanía.
 De niño y adolescente odiaba esa época con todas mis fuerzas: no era sólo que las calles –exactamente igual que ahora– se vieran tomadas impune y abusivamente por tétricas procesiones de encapuchados, enlutadas señoras ceñudas, penitentes descalzos que se azotaban los lomos y ominosas trompetas y tambores, como si los zombies más atroces se apoderaran del espacio público, o quizá el Ku-Klux-Klan con libertad plena para sus aquelarres crematorios.
Era que durante ocho interminables jornadas –o eran diez, desde el llamado Viernes de Dolores hasta el Domingo de Resurrección que ponía fin a la pesadilla–, la radio y la televisión tenían prohibidas las canciones “alegres”, es decir, casi todas las canciones; los cines se veían obligados a interrumpir sus programaciones normales y a proyectar películas “piadosas”, por lo general sórdidas y soporíferas;
 en los hogares católicos (y el de mis padres lo era, sin la menor exageración, por suerte), a los niños se nos reprendía si cantábamos o silbábamos –en aquellos tiempos se cantaba y silbaba mucho, y por eso los españoles sabían entonar y no hacer gallos, a diferencia de hoy: la educación musical abandonada como la de la Filosofía y la Literatura–. 
“No debéis mostrar alegría”, nos regañaban las abuelas, “porque estos son días de luto y de gran lamento”. 
No entendíamos que se lamentara por decreto una imprecisa leyenda con veinte siglos de retraso.
 ¿Teníamos que estar tristes por eso críos de nueve o diez años, tendentes al contento? 
Ni un cine desobedecía: supongo que los multaban o cerraban si alguno se atrevía a exhibir un western, o una bélica o de risa, no digamos una comedia como Con faldas y a lo loco, que la Iglesia consideraba obscena. 
Los niños temíamos aquella eternidad de capirotes malignos, de efigies feas y tenebrosas, aquella celebración malsana (¿cuántas procesiones diarias?, ¿cuántas sigue habiendo en 2017?) de remotas truculencias. 
No nos engañemos: aquellas Semanas Santas se parecían enormemente a los territorios hoy controlados por el Daesh o por los talibanes, en los que todo está vedado: la alegría, la música, el tabaco, el alcohol, la risa, el fútbol, el baile, la cara afeitada, un centímetro de piel descubierta, todo. 
Al menos aquí no se latigaba ni degollaba al infractor.
 Pero el espíritu era similar.


Sin embargo, había un resquicio.
 Entre las películas “piadosas” se aceptaban las bíblicas y las que sucedían en tiempos de Cristo, con mayor o menor presencia de lo religioso.
 Lo cual significaba, en la práctica, que se proyectaban masivamente “las de romanos”, como entonces se las conocía (el término peplum se popularizó más tarde). 
Y como algunas de las de aquella época eran excelentes, y principalmente de aventuras, los niños nos refugiábamos en ellas y así huíamos de Molokai, Marcelino pan y vino y Fray Escoba, que nos resultaban tostoníferas. 
Nos acostumbramos a ver cada año, en estas fechas, Ben-Hur y Quo Vadis, Barrabás y Los diez mandamientos, Rey de Reyes y La túnica sagrada, Espartaco y La caída del Imperio Romano, de las que tanto copió Gladiator hace ya decenio y medio.
Pues bien, conozco a bastantes personas, entre ellas la por mí más querida, que, cuando llega la Semana Santa todavía insoportable en las calles, se las prometen muy felices ante la perspectiva de ponerse en DVD –otra vez– todas esas películas.
 O de pillarlas en televisión, pues no son pocos los canales que se apuntan a esa costumbre o nostalgia y vuelven a programarlas. 
Es como si las fechas nos dieran licencia para atracarnos de películas “de romanos”, algo que no solemos permitirnos en otoño, invierno o verano.
 La vieja imposición de la infancia –mejor dicho, el viejo resquicio por el que respirábamos– se convierte en patente de corso para abandonarnos sin mala conciencia a un festín de bajas pasiones e inauditas crueldades de la antigüedad más vistosa.
 Ahora tocan las carreras de cuadrigas, los combates de gladiadores y los envenenamientos en palacio, toca ver al malvado Frank Thring interpretando a Herodes, al despiadado Ustinov a Nerón y al histriónico Christopher Plummer a Cómodo.
 A Jack Palance con sus escalofriantes risotadas silenciosas y a Stephen Boyd o Messala con sus turbios odios y amores.
 Las apariciones del Cristo o de San Juan Bautista o la Magdalena son aburridos paréntesis que pagamos con gusto.
 Hemos heredado eso: licencia para sumergirnos en el incomparable mundo romano ficticio. 
Lo pagano en su apogeo.

1 abr 2017

Así responde Russell Crowe tras las críticas a su peso

El oscarizado actor está habituado a subir y bajar kilos por exigencias del guion

 

 
Russell Crowe, el pasado mes de diciembre.
Russell Crowe, en un fotograma de la película 'Dos buenos tipos'.
Russell Crowe, en un fotograma de la película 'Dos buenos tipos'.

501, unos vaqueros con mucha historia.......................Mar Rocabert Maltas........

Levi's celebra la popularidad de sus pantalones con un documental en el festival Moritz Feed Dog de Barcelona.

Tracey Panek, historiadora de Levi's y responsable del archivo posa con unos vaqueros de 1890.

 Tracey Panek se enfunda unos guantes de algodón blanco antes de desenvolver un paquete. 

Cuidadosamente, retira la tela que lo cubre y asoman unos vaqueros viejos.

 No son unos cualesquiera, son unos Levi’s del año 1890, que están entre las 20 piezas del siglo XIX que el archivo de la compañía tiene en su sede de San Francisco.

 Los más antiguos que conservan no salen de allí, están en un armario “a prueba de fuego”, afirma la historiadora de Levi’s y responsable de su archivo.

 No lo dice para exagerar, esta empresa ya sabe qué es perderlo todo en un incendio.

 En 1906, su fábrica y todo lo que almacenaba quedó destrozado por el terremoto e incendio que arrasaron la ciudad californiana, en una de las catástrofes más brutales que recuerda Estados Unidos.

Panek visitó Barcelona para presentar el documental The 501 jean: stories of an original, dirigido por Harry Israelson, que cuenta la historia de los emblemáticos Levi’s 501, desde sus orígenes obreros en 1873 hasta su éxito vistiendo personas de cualquier edad y clase social de todo el mundo.
 La película se proyectó esta semana en Moritz Feed Dog, el único festival de documental de moda español, que se celebra en Barcelona hasta este domingo.
 Con este trabajo, Levi’s quiere festejar la influencia de sus vaqueros en la cultura popular y el pasado jueves jueves presentó el cuarto capítulo, que muestra la devoción de los japoneses por el denim.
El documental recuerda sus inicios como una prenda popular, creada para la clase trabajadora, que en aquel momento necesitaba prendas resistentes.
 El tejido denim ya existía a finales del siglo XIX, la gran idea de Levi Strauss y Jacob Davis fue reforzar las costuras con remaches metálicos, para lograr unos vaqueros mucho más fuertes.
 Así nació el 501, que en sus inicios se llamaba overall y era mucho más ancho, porque se vestían encima de los calzones típicos de la época.
 
El bikini de Love Melody hecho con Levi's. 
El bikini de Love Melody hecho con Levi's.
Si los 501 han llegado a la actualidad convertidos, según la revista Time, en el mejor diseño del siglo XX, es en gran parte porque son unos pantalones clásicos que se han adaptado a las demandas del consumidor, argumenta Panek.
 Se han rediseñado muchísimas veces para evolucionar con la sociedad.
 Del bolsillo único trasero se pasó al doble bolsillo, de los remaches en la costura de la entrepierna y los bolsillos traseros se optó por eliminar algunos de ellos. 
La cinta ajustable trasera y los botones para los tirantes también se eliminaron cuando se popularizó el cinturón y se incorporaron las trabillas.
 Y así hasta llegar a los modelos ceñidos de los últimos años.