Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 mar 2017

Desmontando la utopía escandinava: no todo es tan ‘cool’ como parece


El periodista británico Michael Booth publica un libro titulado Gente casi perfecta, que pretende desarmar el mito de la utopía nórdica.

Desmontando la utopía escandinava: no todo es tan ‘cool’ como parece
La ubicua bloguera Pernille Teisbaek, que publicó recientemente 'Dress Scandinavian', para imitar el estilo de las escandinavas.
Por el mismo motivo que subir a un avión de Norwegian Airlines da más confianza que hacerlo en otras compañías low cost, añadir el adjetivo “nórdico” a cualquier cosa hace que parezca, y se venda, mejor: estilo nórdico, diseño nórdico, tipo nórdico.
 El periodista británico Michael Booth, como cualquier otro occidental, era consciente de esa buena reputación casi universal de todo lo escandinavo pero tenía más conocimiento de causa que la media.
 Casado con una danesa, ha vivido durante casi dos décadas en el país de su familia política, con el que tiene una relación de amor-odio. 
En la que el odio pesa un poquito más que el amor.
 Ese fue su punto de partida para escribir Gente casi perfecta, un ensayo muy premiado y polémico que ahora edita Capitán Swing en España y con el que se propuso destruir con hachazos vikingos “el mito de la utopía escandinava”.

El periodista británico Michael Booth publica un libro titulado Gente casi perfecta, que pretende desarmar el mito de la utopía nórdica.


Durante unos años, Booth convenció a su mujer y a sus dos hijos para vivir en Reino Unido, pero volvieron a Dinamarca hará cosa de cuatro años, cuando la fiebre nórdica había alcanzado su pico. 
El éxito de Stieg Larsson y Henning Mankell había abierto las puertas del mercado editorial a cualquier autor de novela negra con domicilio fiscal al norte de Alemania. The Killing, El puente y Borgen triunfaban en televisión. 
Lars von Trier y Thomas Vinterberg encontraban relevo en Susanne Bier y Nicolas Winding Refn en los festivales de cine.
 Arquitectos daneses como Bjarke Ingels se llevaban grandes encargos internacionales, Olafur Eliasson iluminaba la Turbine Hall de la Tate Modern, Rene Redzepi del restaurante Noma de Copenhague se coronaba como mejor chef del mundo desde la portada de Time, se consolidaban Skype y Spotify y por supuesto IKEA y H&M uniformaban nuestras vidas. 
Al fin y al cabo, si uno quiere distinguirse un poco, siempre tiene COS, &Other Stories o Ganni.
 Esta misma web nos ha advertido varias veces de que unas de las mujeres más estilosas del mundo son las escandinavas.
Una ídilica imagen de Copenhague, la ciudad más feliz del mundo (según las listas).
Foto: Instagram/ @myscandinavianhome

Para eso hizo un amplio trabajo de campo. 
Viajó por Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia, se entrevistó con antropólogos, filósofos, periodistas y pescadores, se achicharró los genitales en una sauna finlandesa, se apuntó a un campamento para adultos de canto coral –a los daneses les pirra cantar en coro– y bebió muchas latas de cerveza demasiado gaseosa.
Meik Wiking, nada menos que el director del Instituto de la Felicidad de Copenhague firma Hygge. La felicidad en las pequeñas cosas (Cúpula).
En el tiempo transcurrido, la fiebre nórdica no ha disminuido lo más mínimo. 
Todos, absolutamente, todos los hits del pop estadounidense siguen fabricándose en estudios de Suecia, a manos de los superproductores como Max Martin.
 Este invierno, además, se han puesto de moda los libros sobre el hygge, el concepto danés del bienestar a base de juntarse con los seres queridos y aplicar pequeños gestos domésticos.
 La editorial Zenith publicó Hygge. El secreto de los daneses, de Louisa Thomsen Brits y Meik Wiking, nada menos que el director del Instituto de la Felicidad de Copenhague firma Hygge. La felicidad en las pequeñas cosas (Cúpula). 
El famoso hygge es uno de los caballos de batalla de Booth en Gente casi perfecta, donde va retratándose con humor como un inglés cínico que no acaba de entender la ingenuidad nórdica. Según Booth, la glorificación de los placeres sencillos conduce a “la satisfacción autocomplaciente, cómoda y pequeñoburguesa” y ejerce de mordaza social.
 Además, tanta insistencia en el recogimiento en comunidad tiene un punto xenófobo.
 El antropólogo Jeppe Trolle Linnet abunda que “el hygge actúa como vehículo para el control social y establece su propia jerarquía de actitudes e implica una estereotipificación negativa de los grupos sociales que se perciben como incapaces de crear hygge”. Booth lo traduce así: 
“La inferencia consiste en que como solo los daneses conocen realmente la manera de pasar un rato hyggelig, sienten lástima de los pobres extranjeros con sus pretenciosos cócteles, con sus cenas donde se llega a discutir con vehemencia y con sus fiestas y planes sofisticados”. 
Él ha aprendido a base de quedar mal en decenas de reuniones sociales (su explicación del complicado calendario festivo danés también tiene miga) que la zona de confort de los nórdicos en una fiesta pasa el consenso:
 “Prefieren ceñirse en gran medida a hablar sobre la vida y milagros de donde se compró cierta botella de vino, lo poco que costó y si la que están bebiendo ahora es mejor que la anterior”.

En realidad, hay un motivo por el que los países del Norte –Booth admite que usa “nórdicos” y “escandinavos” como sinónimos aunque no lo son: técnicamente ni los finlandeses ni los islandeses son scandi– suelen encabezar los ránkings de países más felices del mundo.

  Y no tiene tanto que ver con las velas aromáticas y los bollos de azafrán horneados en casa sino con la democracia y el sistema impositivo que produjo el milagro nórdico en los sesenta.

 Ahí, el autor saca a relucir sus tendencias neoliberales (admite que crecer en la Inglaterra de Thatcher puede haberle estropeado para siempre), cuando apunta a que, a su entender, ensanchar tanto la base de la clase media, sumado a la tendencia cultural a “no destacar” ha desactivado la excelencia y generado trabajadores poco productivos. 

No, no todo el mundo puede permitirse presumir de ‘hygge’ en su hogar.
Foto: Instagram/ @marzena.marideko
El país de su familia política, añade, tiene un secreto más oscuro que “lo que hizo el tío abuelo Olof en la guerra”: su deuda privada. “Los daneses deben, de media, el 310% de sus ingresos anuales, más del doble de lo que deben los portugueses o los españoles, y el cuádruple que los italianos”, apunta el autor de Gente casi perfecta. 
 Vaya con los industriosos vikingos.
En sus viajes, Booth se dedica a mirar bajo las alfombras y señalar el aislacionismo noruego que raya, según él, en el ultranacionalismo, el sisu finlandés (el espíritu de resistencia y virilidad, que en realidad él traduce en machismo puro y duro) y el lagom sueco, la obsesión por ser moderado, razonable y modesto hasta el punto que la mediocridad es lo único aceptable, así como el racismo y el alcoholismo en distintos puntos de la región.
 Por supuesto, se cruza con gente estupenda que le invita a arenques y cangrejos y se detiene en reconocer los pequeños milagros de la vida nórdica, como el hecho de que (no es un mito) te persigan para darte la cartera si se te cae o que se aparque a los bebés en las terrazas de las cafeterías sin miedo alguno a que les ocurra algo malo. 
 Gente casi perfecta no impedirá que los medios del resto de Europa sigan emitiendo con periodicidad también nórdica reportajes sobre el modelo educativo finlandés o publicando artículos sobre los envidiables permisos de paternidad suecos.
 Ante todo, lo importante es no reaccionar a esos documentos, ni al propio libro de Booth, a lo Ana Rosa Quintana, que tras la emisión del Salvados en Helsinki, tuiteó:
“Estupenda la educación en Finlandia, pero ¿y el frío y los suicidios y no poder sentarte a tomar unas tapas y unas cañas?”.

Una revista desvela que Melania se niega a compartir cama con Trump: "No oculta lo miserable que se siente"

'Us Weekly' asegura que "tienen habitaciones separadas" y que "nunca pasan la noche juntos".

REUTERS
El pasado 17 de marzo, la primera dama Melania Trump caminó a través del césped de la Casa Blanca con su esposo, Donald. 
Con los fotógrafos como testigos, la modelo eslovena —de 46 años— sonrió cuando el multimillonario, de 70, agarró torpemente su mano y las puntas de los dedos.

Una vez terminado el protocolo obligatorio de la foto, ella, Donald y su hijo de 11 años, Barron, se subieron al Marine One, el helicóptero de POTUS, que los llevó a su propiedad de Palm Beach (Florida) Mar-a-Lago.

A bordo del helicóptero —y lejos del ojo público— Melania dejó caer el acto. 
Y el gesto de Donald con su mano.
 Según una fuente de la familia —mencionada por la revista Us Weekly, "Melania no oculta a su entorno lo miserable que se siente".
 Eso, por supuesto, incluye al propio presidente.
Múltiples fuentes afirman que la modelo —que actualmente vive lejos de Washington, DC, en la Torre Trump de Nueva York mientras Barron termina el año escolar—, "se niega a compartir cama con Donald" e, incluso, "raramente duermen en la misma ciudad".

"Tienen habitaciones separadas", dice otro miembro del entorno de Melania. "Nunca pasan la noche juntos", asegura.
Una tercera fuente dice, incluso, que la pareja duerme en la misma habitación pero tiene camas separadas: "Melania quiere estar con Donald lo menos posible", explica una fuente familiar, citada por Us Weekly.
 "Ella pasa de Donald, de la presidencia o de cualquier cosa que le obligue a involucrarse".



 

La principal causa del cáncer: el azar.............. Javier Sampedro.......

Dos tercios de los cánceres no pueden prevenirse con el estilo de vida; la detección precoz es más esencial que nunca.

Una célula cancerosa. Getty Images
Tradicionalmente se ha pensado que las mutaciones que causan el cáncer provienen de dos fuentes principales: la herencia y el ambiente (humo del tabaco, radiación ultravioleta de la luz solar y muchas otras).
 Un macroestudio coordinado por genetistas de la Johns Hopkins confirma ahora que no es así: dos tercios de las mutaciones cancerosas provienen de errores al azar en el proceso de replicación del ADN.
 Solo el tercio restante se debe a la herencia y al ambiente.
 Este hecho tiene importantes consecuencias para la prevención y tratamiento precoz de cada tipo de cáncer.


El mismo consorcio que publica estos resultados en Science, coordinado por Cristian Tomasetti y Bert Vogelstein, de la facultad de medicina pública Bloomberg de la Universidad Johns Hopkins en Baltimore (un nodo de la genómica internacional del cáncer), ya presentó hace dos años unas conclusiones similares
 El megaproyecto ha obtenido ahora evidencias nuevas que las refuerzan, y que revelan nuevas claves que serán valiosas para los oncólogos que tratan a pacientes.
 Se basan en un nuevo modelo matemático y en datos epidemiológicos de medio planeta.
El trabajo no implica que haya que bajar la guardia sobre los factores ambientales cancerígenos. 
“Es bien sabido”, explica Tomasetti, “que debemos evitar factores ambientales como fumar para reducir el riesgo de cáncer; pero es menos conocido que, cada vez que una célula normal se divide y duplica su ADN para generar dos células nuevas, comete múltiples errores”. 
El genoma humano tiene 3.000 millones de bases (las letras del ADN gatacca…) y, pese a que la fidelidad del sistema de replicación es muy alta (menor a un error en un millón), queda mucho margen para generar mutaciones aleatorias.
“Esos errores de copiado”, prosigue el codirector de la investigación, “son una fuente poderosa de mutaciones del cáncer que, históricamente, se ha infravalorado, y nuestro nuevo trabajo aporta la estimación de la fracción de mutaciones causada por ellos”.
Una conclusión importante es que, pese a la importancia de las campañas para evitar el tabaco, el sol, las comidas grasas y demás, el foco se vuelve con más fuerza que nunca hacia la detección precoz.
 Porque, ni aun cuando esas campañas alcanzaran un éxito del 100%, lograrían evitar el 67% de los cánceres.
 Mal que les pese a los moralistas, la gran mayoría de los cánceres no son culpa de su víctima. 
Y solo detectarlos a tiempo podrá salvar a esos inocentes.
 Y de paso a los culpables que no logran vivir a la altura de las exigencias preventivas.

 

Desmesura y estancamiento.......................... Carlos Boyero

El arranque, como es normal en su director, es brillante, pero mis decepciones con el cine de Álex de la Iglesia se van acumulando.

EL BAR
Dirección: Álex de la Iglesia.
Intérpretes: Blanca Suárez, Mario Casas, Carmen Machi.
Género: comedia. España, 2017.
Duración: 102 minutos.
Luis Buñuel utilizó inicialmente una idea de José Bergamín sobre un grupo perteneciente a la gran burguesía mexicana que inexplicablemente no puede abandonar la mansión en la que ha cenado, para realizar una película surrealista, perturbadora y extraordinaria titulada El ángel exterminador. 
 Lo consiguió con un presupuesto corto, intérpretes más que discutibles, imaginación volcánica, sabio conocimiento de la naturaleza humana, sarcasmo desaforado y su habitual mala hostia. En el cine de los últimos años Frank Darabont encerraba a los personajes en un supermercado.
 Ocurría en la espléndida e inadvertida La niebla. Pero ahí sí existía una razón con causa para el enclaustramiento. Fuera, en medio de la bruma, le estaban esperando monstruos sobrenaturales. La temática de permanecer en un aterrorizado y progresivamente degradado refugio da para mucho.

Álex de la Iglesia y su ancestral coguionista Jorge Guerricaechevarría han imaginado que un grupo de gente con toque pintoresco y en el que no faltan sus amados frikis se ve atrapados en un bar castizo, y que en esa convivencia forzada, angustiosa y esperpéntica ocurren todo el rato cosas sorprendentes y salvajes.
 A diferencia de los que habitaban El ángel exterminador ellos sí pueden salir a la calle repentinamente solitaria, eso sí, con el riesgo de que tiradores invisibles les vuelen la cabeza.
Y el arranque, como es norma en la obra de este director, es brillante.
 Su cámara se mueve con estilo y poderío plasmando el cruce urbano de algunos de los desdichados que irán a visitar perennemente el bar del terror. 
Y durante un rato me entretengo, sonrío y río moderadamente con lo que dicen y hacen los moradores de un lugar que aún no se ha tornado claustrofóbico.
 Pero la historia no avanza, tienes la sensación de que los autores del guion se han divertido mucho y jaleado mutuamente con las ocurrencias, los diálogos y las situaciones en plan destroyer que van imaginando. 
Y celebras su desbordante comunicación y su previsible jolgorio, pero dudo que sea contagioso para algunos espectadores (los fans incondicionales de su cine son legión), entre los que desgraciadamente me encuentro. 

Si el encanto inicial de El bar dura poco, la parte final me resulta insoportable.
 Todo obedece al delirio y al pasote, y además se desarrolla en un lugar escasamente apetecible para la vista.
 Y no quiero imaginar que las películas también desprendieran olor. Hablo de cloacas, de gente gritando posesa en medio de excrementos.
 Tal vez el autor considere necesaria para la conclusión de la historia ese agresivo naturalismo fecal.
 Tiene derecho. Allá él.
Lamento profundamente que mis decepciones con el cine de Álex de la Iglesia se acumulen.
 Con la anterior Mi gran noche el fiasco fue notable. Aquí mantiene ese nivel.
 Solo te puede defraudar lo que alguna vez te ha encantado. 
La fuerza visual, el talento y la originalidad de este director son innegociables.
 Me han proporcionado gozo y carcajadas en películas como El día de la bestia, , La comunidad, Balada triste de trompeta y Las brujas de Zugarramurdi.
  Me molesta su genético amor por el aquelarre y el exceso torrencial como fin de fiesta, pero existen bastantes cosas en su personalidad creativa que me parecen admirables. En El bar está la intención de que vivan en delirante armonía varios géneros, pero ninguno funciona.
 Y existe algún personaje con patético protagonismo que me pone de los nervios, tal mal concebido como interpretado, ni creíble ni magnético a pesar de su vocacional u obligado histrionismo, como el mendigo satánico. 
Sigo esperando que aparezca lo mejor en el cine de este director tan prolífico, que sea capaz de aceptar lúcidos consejos de alguien razonable sobre sus guiones y el montaje de sus criaturas.