El papa Francisco canonizará a los niños pastores de Fátima
que hace un siglo vieron aparecer a la virgen en una cueva de la
localidad portuguesa. El anuncio realizado por el Vaticano reconoce el segundo milagro de los pastorcillos, paso previo imprescindible para la santificación de los niños. El
padre Francisco recibió en audiencia al prefecto de la Congregación
para la Causa de Los Santos, según reza el comunicado de prensa, que
aprobó "el milagro atribuido a la intercesión del beato Francisco
Martos, nacido el 11 de junio de 1908 y muerto el 4 de abril de 1919, y
de la beata Jacinta Martos, nacida el 11 de Marzo de 1910 y fallecida el
20 de febrero de 1920, niños de Fátima". El tercer pastorcillo presente en las apariciones, Lúcia de
Jesús, falleció en 2005 a los 98 años de edad y aún tiene abierto el
proceso de beatificación. Francisco y Jacinta son beatos desde el año
2000. La Congregación para la Causa de Los Santos es responsable
de analizar los casos de santidad, después de consultar a expertos
médicos, científicos y teológicos. Si las distintas fuentes concuerdan
que no hay ninguna explicación científica para los hechos y que todo se
debe a una intercesión divina, puede ser considerado un milagro, aunque
en el caso de curaciones, solo el papa tiene la potestad para reconocer
como tal el milagro. El milagro aprobado se refiere a la curación de un niño ocurrida en Brasil. Con la aprobación del milagro acaban los trámites para la
canonización de los pastores de Fátima, de la que aún no hay fecha,
aunque podría coincidir con la celebración del centenario de las
apariciones, cuando el papa Francisco visite el santuario portugués, el
próximo 13 de mayo. El papa llegará a Fátima en la tarde del 12 de mayo y se irá
22 horas después. No pisará Lisboa ni visitará ningún otro lugar. En la
noche de ese viernes, Francisco asistirá a la procesión de las
antorchas y al día siguiente será la gran celebración del centenario de
las apariciones. Pese a ser una visita exclusivamente de carácter
religioso, Francisco recibirá al presidente de Portugal, Marcelo Rebelo
de Sousa, al primer ministro, António Costa, y también cumplimentará a
cinco jefes de Estado que asistirán a las ceremonias, todos ellos de
excolonias portuguesas. Francisco será el cuarto papa que visita Fátima, después de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El disco Birkin-Gainsbourg le symphonique no fue concebido como un acto de resistencia. Sin embargo, es lo que ha acabado siendo. Así lo cree Jane Birkin
(Londres, 1946), a quien la vida le pasó y le sigue pasando facturas
demasiado caras. Primero, hace tres años y medio, en forma del suicidio
en París de su hija, la fotógrafa Kate Barry (fruto de su unión, cuando aún no tenía 20 años, con el compositor inglés John Barry). Segundo, el año pasado y aún hoy, en forma de una leucemia que los
médicos han logrado controlar. Quedan lejos otros peajes, como la
separación de Serge Gainsbourg (París, 1928-1991) tras 12 años de convivencia como pareja icónica del París de los 70 y una hija en común, Charlotte, hoy actriz. Separación que, admite, la marcó de por vida.
Birkin-Gainsbourg le symphonique es un largo paseo
–con orquestación y arreglos de música clásica- por 21 de las
canciones-estrella que Gainsbourg escribió para Birkin y para otras
intérpretes como Juliette Gréco, Isabelle Adjani, France Gall o la
mismísima Brigitte Bardot. Lost song, Baby alone in Babylone, Fuir le bonheur, Requiem pour un con, La chanson de Prévert, Pull marine o La javanaise
se desgranan una tras otra con la inevitable dosis de melancolía/gama
lluvia tras los cristales (no está la insuperable Je t'aime moi non
plus, que Gainsbourg escribió para BB pero que acabó cantando Birkin). El disco debe su sonido al compositor japonés Nobuyuki Nakajima. Esta entrevista tuvo lugar en una suite de un lujoso hotel de París mientras Dolly, la hiperactiva bulldog de la cantante, jugueteaba entre los cojines de seda. “Los médicos han conseguido frenar la enfermedad, y cuando
me dijeron que estaba curada pensé que después de salir de esa, tenía
que reaccionar; ser útil en algo. Así que salí de mi rincón y volví a
ver a la gente, lo cual está bien porque siempre he sido un animal
social. Reviví, vaya”, explica la cantante y actriz (que con 20 años apareció desnuda en la película Blow-up de Antonioni). Los 21 temas del disco han sido en cierta forma para ella
como una inesperada y vivificante magdalena de Proust: se han agolpado
los recuerdos, las emociones, los seres queridos, las seres idos. Llegó
la terapia: Birkin hizo de nuevo las maletas, montó en el avión y retomó
el camino de los escenarios. “Durante los conciertos de esta gira ves
que, a menudo, la gente al principio no sitúa las canciones en estas
versiones clásicas, pero de repente ves que reconoce la melodía, y
entonces hay parejas que se cogen de las manos, algunos lloran, porque
recuerdan, quizá recuerdan cuándo escucharon esa canción por vez
primera, qué estaban haciendo entonces, con quién estaban… eso
emociona”. Ni los 70 años ni los golpes recibidos le han quitado el
regusto del directo y del gran circo de las giras. “No me cansan nunca. Ahora acabo de estar en Hong-Kong y en La Reunión, con horas y horas de
avión, y estaba encantada… ¡y ahora espero pasar otra vez por España,
por supuesto!”. Ecos de Bernstein, ecos de jazz, ecos de Mendelssohn… Birkin-Gainsbourg le symphonique
es, asegura su intérprete, “una comedia musical”. Sin embargo, uno
diría que la escucha de sus melodías y la lectura de sus letras se
acercan más a un drama musical. El tema de este disco no es otro que el
amor y el desamor. “Es cierto, es cierto”, concede Jane Birkin, “y en
realidad las canciones que yo prefiero de Serge son las que me hizo
después de dejarle. Fue después de separarnos cuando me trató como a una
gran persona, extraño, ¿no? Escribió para mí Baby alone in Babylone,
que era un disco maravilloso sobre ruptura y tristeza, sobre el hecho
de escapar de la felicidad, y no hay nada más triste que eso”. La impronta genial y también insoportable del excesivo
Gainsbourg monopoliza la conversación. “Desde mis veinte años hasta su
muerte, me dio lo mejor de él, me dio todo pero yo le dejé. Se preocupó
de mí hasta su muerte a pesar del daño que yo le había hecho al
abandonarle, me compró un diamante tres días antes de morir, quiso ser
el padrino de mi hija Lou, qué generosidad… Cuando muere alguien así,
mueres un poco. Cuando nos encontramos yo tenía 20 años, él tenía 40. Me
enseñó todo. Yo no sabía de nada, no sabía de música moderna o clásica,
ni de pintura, ni de vida sexual, de nada. Él me adoptó como una
especie de personaje paternal, y quedaba claro que él lo sabía todo y yo
nada. Tenía un poco de complejo de idiota, la verdad. Pero no podía
disfrutar ni de un segundo de libertad si él no estaba bien”. El personaje Gainsbourg, el clown: “Él mantenía su
personaje, que consistía en provocar a la gente, quemar billetes,
emborracharse y parecer un machista insoportable… pero era la persona
más divertida que conocí nunca, quitando a mi padre. También la más
triste, y convencionalmente infeliz. Y cruel: un día me vio cantar en la
sala Bataclan Avec le temps de Léo Ferré y se enfadó mucho conmigo, me dijo que no me pegaba nada”. La última pregunta es: ¿alguna vez siente la tentación de
ocultarse bajo un abrigo y una bufanda y pasar por delante de aquella casa que compartieron en la rue de Verneuil?
- Nunca. Era una cárcel. Una cárcel de oro. Me encantaba
estar allí, pero cuando la abandoné, lo hice para siempre. Me hace
recordar cosas, cuando mi hija Kate tenía dos y tres años, cosas tristes
que pasaron después y… bueno, nada. Muchas gracias.
El autor de la novela acude a la primera representación en los Teatros del Canal de Madrid.
El fotógrafo famoso es un héroe cansado y ahora es pintor. Pinta
batallas, decora su casa extraña, junto a un recodo histórico del mar. El mar suena poderoso, y a veces la voz de una mujer, una azafata,
explica que ese que habita ahí es un hombre privado, no quiere visitas. Sin embargo de pronto entra en ese búnker de pinceles un individuo que
es el propio rostro de la derrota. Se
sabrá en seguida. El artista cansado es Andrés Faulques, que retrató
guerras en todas partes, y el hombre que llega es Ivo Marcovic, un
soldado al que él disparó (con su cámara) en el asedio serbio a Vukovar,
en los Balcanes; Andrés cree que Ivo había muerto. Está ahí, es el
rostro de la derrota, que viene a visitarle. El argumento es el de la novela El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte, y la versión que resume con poderío de poema el más melancólico de los libros del autor de La Reina del Sur
es otro novelista, Antonio Álamo. El estreno fue anoche en los teatros
del Canal, en Madrid; el autor de la novela se sentó, con su familia,
junto al autor de la versión teatral. Al final, Alamo saludó con los
actores (Jordi Rebellón, el pintor, Alberto Jiménez, el visitante). Pérez-Reverte atendió de pie al aplauso que le vino del escenario y del
patio de butacas, abarrotado por quienes seguramente ya leyeron la
novela. El cronista leyó la novela y puede dar fe, como su editora, allí
presente, Pilar Reyes, de que la versión se ajusta como un poema a la
esencia de ese libro tan especial en la larga producción novelística de
Pérez-Reverte. Hasta ahora mismo no hay en sus novelas un aliento así,
tan intensamente melancólico; hay espacios en los que esa melancolía,
ese sentimiento de derrota y de cansancio, surgen aquí y allá (en La piel del tambor, en El tango de la Guardia Vieja), e incluso hay en zonas de su producción (sobre todo en su autobiografía de reportero, Territorio comanche) rasgos de su personalidad privada. Pero fue en El pintor de batallas donde el reportero más
popular y más activo del periodismo televisivo español de las últimas
décadas dio una muestra autocrítica del trabajo en los frentes. Y surgió
de esa actitud la historia de un fotógrafo que narraba, con su visor,
las batallas y las miradas como si pasara por allí, sin implicarse en el
dolor de las víctimas que, para él, eran “el rostro de la derrota”. Era
la guerra de los Balcanes, esa guerra civil que sacudió el alma rota de
Yugoslavia. Y eso es lo que le va a decir el visitante a su castillo, en
cuya jaula Faulques guarda su mala conciencia o su culpa. Ivo es una
víctima de la guerra… y del disparo de la cámara. Una fotografía de su
rostro recorrió el mundo bajo ese título, El rostro de la derrota. Pero Ivo, presentado por la prensa internacional como una de las
numerosas víctimas de aquel conflicto tan cruento, no había muerto:
sobrevivió, y viene al castillo del pintor de batallas a decirle lo que
la memoria atormentada del fotógrafo cansado de tanta guerra le dice a
éste desde entonces. El decorado de pronto deja de ser el estudio de un pintor solitario
para convertirse, sin que se vean, los escenarios del desastre
balcánico; Ivo evoca batallas mezquinas, ataques violentos en los que
seres humanos que fueron vecinos se convierten en enemigos sanguinarios,
capaces de violaciones horrendas. Ivo es, en efecto, el rostro de la
derrota, pero en ese rostro se ve ahora el fotógrafo. Entonces sólo veía
individuos cayendo ante la metralla; ahora se le aparece el verdadero
rostro de lo que para él fue materia dentro de una película. La novela está seguida al pie de la letra, al menos eso nos pareció a
algunos de los que estamos familiarizados con la obra, como su editora
literaria ya citada. El asunto que se cuenta en el libro y en el
escenario remite al mismo y poderoso argumento: ¿puedes mirar sin estar
en la lucha?, ¿el clic de tu cámara, el bolígrafo con el que escribes la
derrota en un cuaderno, no ha de levantarse para ocuparte de la
víctima? ¿Cuál es el papel del que mira? Ivo va a recordárselo a Andrés,
y Andrés de pronto adquiere conciencia, ante esas palabras, de que lo
que pinta precisamente es el contenido oscuro de su culpa. Esa evidencia
cobra sentido, al fin, cuando ennegrece el cuadro que pinta. Del color
de su conciencia. La obra inspira una rabiosa melancolía. Los que hayan leído ya El pintor de batallas
tienen aquí una posibilidad de adentrarse en ese sentimiento que ya
inspiró cuando Pérez-Reverte la publicó en Alfaguara en 2006. Parecía
entonces una autobiografía. Ahora parece la autobiografía del
periodismo, al que de vez en cuando viene a visitar el rostro de la
derrota que contamos como si no pasara ante nuestros ojos.
El autor del ataque de Westminster nació en Reino Unido y fue investigado por su radicalismo
El autodenominado Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés) se
ha atribuido este jueves el atentado que ayer acabó con la con la vida de tres personas
en Londres. A través de un breve comunicado difundido por Amaq News,
una agencia que usa el grupo para difundir sus mensajes, el grupo
yihadista se ha responsabilizado del ataque de Westminster. Poco antes,
la primera ministra británica, Theresa May, informó en el Parlamento de
que el agresor era un hombre nacido
en Reino Unido que estuvo hace años en el radar de los servicios de
inteligencia británica por su vínculos "extremistas". No obstante, no ha
revelado la identidad del terrorista, que atropelló con un todoterreno
a una multitud de ciudadanos y atacó a dos policías con un enorme
cuchillo sembrando el pánico en pleno centro político y turístico de
Londres antes de ser abatido a tiros por la policía,
La principal hipótesis de los investigadores ya era que el atacante
estaba "inspirado en el terrorismo internacional islamista", como ha
confirmado este jueves el secretario de Seguridad británico.
El agresor,
según expertos en lucha antiterrorista consultados por la radio
pública, se trataría de una de las tres millares de personas que se
encuentran bajo el radar de Scotland Yard o el MI6, a las que,
materialmente, no pueden someter a un seguimiento diario.
La prioridad
inmediata es descartar que el ataque formara parte de una trama más
amplia.
La policía investiga el círculo más próximo al atacante, sus
viajes pasados, sus comunicaciones y su actividad en Internet.
Esta madrugada, la policía británica ha realizado una operación policial en la ciudad de Birmingham, en pleno centro de Inglaterra, donde el terrorista alquiló el coche que usó como arma, un todoterreno marca Hyundai. Mark Rowley, alto mando de Scotland Yard, ha confirmado que hay ocho
detenidos después de redadas en seis viviendas de Birmingham, Londres y
otros puntos del país. La policía no tiene información que haga pensar
en una amenaza inminente mientras la investigación sigue abierta. Un total de 29 personas,
de las 40 que resultaron heridas en el ataque, siguen ingresadas en
diversos hospitales de la capital, siete de ellas en estado crítico. Los
cuatro fallecidos, según Scotland Yard —que en un primer momento habló
de cinco muertos—, son el agente de policía Keith Palmer, padre de
familia de 48 años, que vigilaba el Parlamento; la británica oriunda de
Galicia Aysha Frade, de 43 años, profesor de español en Londres; y un
hombre de unos cincuenta años, del que la policía no ha revelado la
identidad. El cuarto fallecido es el propio atacante.
El terrorista, después de estrellar el vehículo y salir de él, logró
adentrarse en los jardines del Old Palace Yard, adyacentes a la Cámara,
antes de ser abordado por agentes de policía, a uno de los cuales (Keith
Palmer) atacó con un puñal de entre 12 y 15 centímetros. A
continuación, un compañero del agente realizó varios disparos contra el
atacante. Se cree que actuaba solo, aunque no se descarta que contase
con algún cómplice. En el momento del atentado, Theresa May
se encontraba en el interior del Parlamento, donde se celebraba la
sesión semanal de preguntas a la primera ministra. La líder británica
fue escoltada fuera del recinto sin sufrir consecuencias.
May convocó
enseguida una reunión del comité de emergencias Cobra, que incluye a sus
principales ministros, junto a altos cargos de defensa y seguridad,
para evaluar la situación. A última hora de la tarde, a las puertas del número 10 de Downing
Street, la primera ministra leyó un comunicado en el que calificó el
atentado de “nauseabundo y depravado ataque terrorista”. May confirmó
que el nivel oficial de alerta en Reino Unido sigue siendo “severo”, el
segundo más alto de una escala de cinco, el mismo en el que el país
lleva “algún tiempo” instalado.