Samantha Cameron, Juliana Awada y las Trump caminan en la fina línea entre lo público y lo privado con sus firmas de ropa.
Samantha Cameron esperó solo seis meses desde que dejó de vivir en el 10 de Downing Street hasta que anunció que lanzaba su propia línea de moda, Cefinn, que se puso a la venta hace dos semanas.
Todo indica que la ex directora creativa de Smythson, siempre muy ligada al mundo de la moda —su hermana, Emily Sheffield, es subdirectora del Vogue británico y suena como posible número 1 en la publicación— ya tenía previsto lanzar su firma y tuvo que dejar de ser consorte del primer ministro para lanzarse.
El referéndum del Brexit y la precipitada dimisión de su marido probablemente aceleraron sus planes.
Cameron se ahorró así el conflicto de intereses al que hoy se enfrentan la primera dama estadounidense, que tiene una línea de joyería y otra de cosméticos confeccionados con caviar, y, sobre todo, la hija del presidente, Ivanka Trump.
También Juliana Awada, la mujer del presiente argentino, Mauricio Macri, tiene dificultades para marcar la frontera entre su papel de representación y los negocios de su familia. Para el día de la toma de posesión de su marido, se puso un vestido rosa pálido con encaje de Awada, la marca familiar que fundaron sus padres hace más de 50 años.
Aunque ahora es Zoraida, su hermana, quien dirige el departamento de diseño, la esposa de Macri no se ha separado del todo de la gestión de la empresa, que se dirige a mujeres de mediana edad que se toman las tendencias con distancia y cuyos precios oscilan entre los 45 euros de una camiseta y los 1.000 euros de un vestido de noche.
La marca infantil de la familia, Cheeky, se vio envuelta en un escándalo cuando la ONG La Alameda filmó con cámara oculta a varios empleados de origen boliviano en situación irregular que trabajaban en un taller clandestino en condiciones cercanas a la esclavitud, con jornadas de 14 horas al día y con sus movimientos continuamente vigilados.
Sin embargo, el
mayor problema al que se enfrentan tanto ella como su madrastra es el
uso de la plataforma pública para promocionar sus negocios privados.
Melania Trump prácticamente confesó que esa era su intención cuando interpuso una demanda contra el Daily Mail
por difamación arguyendo que su marca tenía ahora una “oportunidad
única en la vida” de aumentar sus ingresos al convertirse en “una de las
mujeres más fotografiadas del planeta”.
Una versión inicial de su biografía en la web oficial de la Casa
Blanca listaba los nombres de sus marcas y el canal donde se pueden
comprar —la teletienda QVC—, pero después de varias críticas en los
medios se retiró y se dejó en que la exmodelo era una “emprendedora de
éxito”.
En el caso de Samantha Cameron,
levanta algunas sospechas el momento de su lanzamiento.
“Es el equivalente al circuito de conferencias millonarias” en el que se suelen embarcar los exmandatarios, señalaba la columnista de The Guardian Jess Cartner-Morley. Cameron ya testó el poder de su marca personal mientras vivió en Downing Street, al bautizar un bolso de Smythson con el nombre de su hija, Nancy, y se le reconoció por su habilidad para usar la moda con astucia.
Como cuando llevó unos pantalones de Zara de 40 euros al congreso anual de los conservadores para reforzar la imagen de clase media que buscaban proyectar, a pesar de sus orígenes aristocráticos y multimillonarios.
En su última aparición pública, en la dimisión de su marido, se puso un vestido de Roksanda Illincic, una diseñadora de origen serbio que ha hecho carrera en Reino Unido y se había pronunciado abiertamente contra el Brexit.
“Es el equivalente al circuito de conferencias millonarias” en el que se suelen embarcar los exmandatarios, señalaba la columnista de The Guardian Jess Cartner-Morley. Cameron ya testó el poder de su marca personal mientras vivió en Downing Street, al bautizar un bolso de Smythson con el nombre de su hija, Nancy, y se le reconoció por su habilidad para usar la moda con astucia.
Como cuando llevó unos pantalones de Zara de 40 euros al congreso anual de los conservadores para reforzar la imagen de clase media que buscaban proyectar, a pesar de sus orígenes aristocráticos y multimillonarios.
En su última aparición pública, en la dimisión de su marido, se puso un vestido de Roksanda Illincic, una diseñadora de origen serbio que ha hecho carrera en Reino Unido y se había pronunciado abiertamente contra el Brexit.