Los duques de Cambridge y el hjo menor de Diana de Gales participaron en una prueba de atletismo
Los duques de Cambridge y el príncipe Enrique han demostrado
que están en plena forma. Los tres han participado el pasado fin de
semana en una carrera para la campaña Heads Together por la salud
mental. La prueba se celebró en el Parque Olímpico Reina Isabel y en
ella participaron junto a otros 150 corredores que se preparan para el
maratón de Londres. No es la primera vez que los tres acuden a eventos
en favor de campaña Heads Together, que busca eliminar el estigma en
relación con las enfermedades mentales. En el vídeo se ve que es inicialmente Enrique quien toma la delantera en la prueba seguido de Guillermo y Kate. Pero al final de la prueba, el hermano mayor superó al menor, mientras que Kate obtuvo una meritoria tercera plaza. Los miembros más jóvenes de la familia real británica cada vez tienen un
papel más activo en la agenda oficial de palacio . De hecho, los duques
de Cambridge han dejado de vivir en el campo para instalarse en Londres
para que así Guillermo asuma más tareas de representación.
Cuando se esperaba un mensaje del Maestro, responde con canciones de Sinatra.
Desde hace una semana, arden los foros y los blogs y las páginas especializadas: la dylanosfera está zumbando como una colmena enfurecida . Se anunció que, a finales de marzo, Bob Dylan publicará un triple disco, Triplicate. Hay más: Triplicate
incluirá treinta piezas pertenecientes a lo que llaman el Gran
Cancionero Estadounidense: casi todos los temas fueron previamente
grabados por Frank Sinatra. Bueno Dylan sabe que se lo puede permitir, de joven él y nosotros era "pecado" oirle cantar, lo hacíamos en la clandestinidad.
¿Una provocación de artista conceptual? A principios de 2015, cuando Dylan editó Shadows in the night,
el esfuerzo lucía encomiable. Había registrado diez baladas
identificadas con Sinatra en uno de los lugares sagrados del
desaparecido vocalista: el Estudio B de Capitol Records, en Hollywood. Lo hizo además al estilo clásico: músicos y cantante funcionando juntos,
directo de los micros al máster, sin apenas cirugía sonora. Se trataba
de una apropiación en toda regla: versiones desnudas, casi fantasmales,
con la steel guitar como principal instrumento. En aquellas sesiones de 2014, contó el ingeniero Al Schmitt, se facturaron 23 temas. Así que hubo recelos cuando salió Fallen angels,
en mayo de 2016. ¿Eran 12 de las canciones que no habían pasado el
corte del disco anterior? El sentimiento general se podría resumir como
"vale, ya hemos pillado el chiste, pero ¿no es hora de volver a las
canciones propias?"; Tempest, el último álbum con material original, data de 2012. Pues va a resultar que no. Triplicate insiste en la cantera de los standards
interpretados por Sinatra . Ostenta, por lo que se ha filtrado, una
portada francamente fea. El máximo esfuerzo extramusical parece
consistir en agrupar ese venerable cancionero en tres discos, titulados Hasta que caiga el sol, Muñecas diabólicas y Volviendo a casa tarde. Como si fueran nuevas entregas de su memorable programa radiofónico, Theme Time Radio Hour. Obviamente, nadie pretende negar a un Dylan ya septuagenario
la libertad para editar lo que quiera. Su amigo Willie Nelson lleva
décadas confeccionando discos vertebrados a partir de un concepto; de
hecho, su exquisito Stardust (1977) posiblemente fue el modelo
de partida para estos, eh, "homenajes a Sinatra". Nelson y su productor,
Booker T. Jones, demostraron la flexibilidad de aquellas joyas del
llamado Great American Songbook: unas músicas urbanas que podían caminar
con botas y pantalones vaqueros. No, ese no es el problema. La decepción, siempre implícita, rara vez verbalizada, reside en que los dylanitas
esperaban ansiosamente un mensaje del Maestro; puestos a desear, un
ramillete de canciones para tiempos procelosos. Algún seguidor
impertinente ha recordado que Dylan sacó en 1983 canciones que Donald
Trump podría aplaudir: la denuncia de la deslocalización que es Union sundown o la defensa de Israel titulada Neighborhood bully. En realidad, con un repertorio tan profundo y heterogéneo como el de
Dylan, se pueden localizar argumentos para cualquier ideología o
religión. Pero resulta inútil buscar motivaciones en el Dylan público. A falta de
declaraciones específicas, podía estar reaccionando burlonamente ante
los superlativos que se derramaron sobre su faceta de poeta a partir del
Nobel de Literatura. Urge volver a la primera ley del Mundo Dylan: “nunca hace lo que se espera de él”.
Morcote, pequeña localidad del cantón Tesino, a
tiro de piedra de la bella Lugano, ha sido elegida en 2016 por votación
popular como el pueblo más bello de Suiza. Situado a orillas del lago,
ofrece sabor italiano en sus numerosos 'grottos' (restaurantes
tradicionales) y una eterna primavera. Se puede llegar en barco desde
Lugano y entre sus atractivos destacan el castillo o la iglesia de Santa
María del Sasso (en la foto).
Zermatt Zermatt, un clásico entre los clásicos. La
pequeña (y exclusiva) estación de esquí a los pies del monte Cervino es
una visita inolvidable. Incluso para quienes no son buenos esquiadores.
Zermatt es conocida por la prohibición de coches en sus calles, donde
impera la calma, y la impecable preservación de su patrimonio histórico. Pero se puede también disfrutar del 'shopping', del tradicional
Jägertee (té de los cazadores) o de restaurantes gastronómicos de alto
nivel.
Saint-Ursanne
Saint-Ursanne se encuentra en la región del
Jura y es especialmente reconocido por la excelente preservación de su
patrimonio histórico (la mayoría de sus viviendas datan del periodo
entre los siglos XIV y XVI) y sus famosas fiestas medievales, que se
celebran cada dos años y reúnen a amantes del medioevo y hasta 600
participantes, como cocineros y artesanos, que recrean con lujo de
detalles el periodo . El evento tiene lugar en julio, todos los años
impares. Otra atracción de este auténtico pueblo medieval es su festival
Piano a Saint-Ursanne, que reúne a reconocidos pianistas clásicos. Lavertezzo
está situado en el valle de la Verzasca, en el cantón Tesino, y es
conocido como Vertezz entre la gente de la zona . Entre sus atractivos
destacan el puente de piedra de Salti y la iglesia de Santa María de los
Ángeles (ambos en la foto).
Ardez
Situado en los Grisones, el pueblo de Ardez es
reconocido como tesoro nacional. Su mayor centro de interés son las
ruinas del castillo de Steinsberg. Se encuentra a distancia de marcha de
Guarda.
Gruyère Ascona, una ex aldea de pescadores con
exquisito sabor italiano, propone un idílico paseo a orillas del lago
Maggiore. En verano se añade el enorme atractivo del Festival de Cine de
Locarno, a 15 minutos de Ascona. También alberga el Monte Verità, donde
a fines del Siglo XIX se estableció una comuna naturista y feminista
que fuera visitada por Hermann Hesse y Carl Gustav Jung, entre otros.
Vale igualmente la pena una comida en el restaurante La Casetta del
hotel Eden Roc, una especie de islita en medio de la belleza natural del
lago Maggiore. Una nota curiosa es que en este restaurante tuvieron
lugar durante la II Guerra Mundial importantes encuentros entre los
aliados y el Alto Mando alemán para poner fin a la guerra en Italia.
Sils Maria
Cerca de la exclusiva estación de esquí de
Saint Moritz, Sils Maria se ha hecho conocida gracias a la película
'Viaje a Sils Maria', protagonizada por Juliette Binoche y Chris
Stewart, y a las visitas del filósofo Friedrich Nietzche. Pero si bien
lo más probable es que el visitante no pueda ver la célebre Maloja Snake
(un banco de nubes que se mueve entre dos picos camino de un valle como
una serpiente) del filme de Olivier Assayas, sus pistas de esquí y
posibilidades de senderismo ofrecen numerosas posibilidades tanto en
invierno como en verano. Sin mencionar las posibilidades gastronómicas
en la vecina Saint Moritz, donde en invierno se celebra la Copa Mundial
de Polo sobre Hielo.
Zuoz
Zuoz, situado en la región de Maloja, ha
preservado de forma ejemplar su patrimonio histórico. Destacan la
iglesia calvinista de San Luzi y el Café Badilatti.
Esta diminuta localidad en lo profundo de los
Alpes ha ganado reconocimiento gracias a las apabullantes termas creadas
por el arquitecto suizo Peter Zumthor, ganador en 2009 del Premio
Pritzker. Vals ofrece calma absoluta y paisajes de película en el
corazón de un valle. Un atractivo añadido para los amantes del
senderismo y la arquitectura es subir hasta la aldea de Lens, donde
Zumthor tiene construidas una viviendas unifamiliares que pueden ser
alquiladas para cortas estancias. Otra opción es llegar hasta la
impresionante represa de Zervreila.
Binn
La encantadora Binn, pueblo situado en el
cantón del Valais, a orillas del Ródano, destaca, entre otros, por su
iglesia parroquial de San Miguel (de 1560) y el puente de piedra del
Binna.
Grandvaux
Situado a orillas del lago Lemán, en el cantón
del Vaud, Grandvaux forma parte de la región vinícola asociada a Lavaux.
Propone rutas de senderismo y degustaciones gastronómicas y de vinos de
la zona.
El
profesor de literatura Simon Roy firma 'Mi vida en rojo Kubrick', la
apasionante crónica de un viaje personal para intentar explicarse su
obsesión con 'El resplandor'.
Hay obras cuyo misterio se proyecta a través del tiempo,
poniendo en evidencia a quienes, aposentados en la atalaya de su
arrogancia crítica, las condenaron de forma expeditiva, sin atrapar
siquiera los niveles más superficiales de su enigma. Es oportuno
recordar el caso de Vértigo (1958), de Alfred Hitchcock,
juzgada con muy escasa perspicacia por las voces dominantes de la
crítica anglosajona del momento: “Habilidad técnica explotada para
embellecer pura escoria” (Saturday Review), “exagerado sinsentido” (The New Yorker), “(Hitchcock) se está repitiendo en cámara lenta” (Sight and Sound), tal y como recordaba Peter Matthews —crítico que vivió su personal camino de la desafección a la epifanía— cuando Vértigo desbancó a Ciudadano Kane
(1941) en el canon elaborado por el British Film Institute en 2012. La
crítica francesa y Guillermo Cabrera Infante, cuyo análisis de la
película —En busca del amor perdido, publicado el 15 de noviembre de 1959— sigue asombrando por su minuciosidad, tuvieron mejores reflejos. En Mi vida en rojo Kubrick, el profesor de literatura Simon Roy
propone una ampliación del concepto de crítica biográfica de Charles
Augustin Sainte-Beuve —crítico al que, por cierto, se le pasaron por
alto no pocas supernovas de la modernidad— para intentar explicarse a sí
mismo su obsesión con El resplandor (1980), adaptación cinematográfica de la novela homónima de Stephen King
reiteradamente condenada por el escritor y, también, muy subestimada en
su estreno por buena parte de la crítica: “¿Puede suceder algo similar
con la enseñanza? ¿Una suerte de pedagogía biográfica, una sutilísima
forma de egocentrismo que hace al profesor hablar de sí mismo a través
de los textos o las películas que estudia y analiza?”. Roy no escribe
con el propósito de hacer ningún tipo de justicia crítica: el suyo no es
un libro de análisis fílmico, sino una indagación personal que levanta
su muy seductor e inquietante laberinto colocando el poder de
irradiación de la película de Stanley Kubrick en su centro. Nada más
lejos, por otra parte, de un libro de autoayuda, pero el tema principal
de Mi vida en rojo Kubrick
no es el desentrañamiento de la película —y sus posibles sentidos
ocultos—, sino el proceso de autopsicoanálisis que el autor emprende
utilizando El resplandor como guía de inmersión en las aguas
oscuras de la identidad propia y del pasado familiar. Junto a la
película de Kubrick, hay otro punto de referencia central en el texto:
la cama de hospital donde agoniza la madre del autor tras un intento de
suicidio.
Publicado en 2014, el libro de Simon Roy conecta en muchos puntos con Room 237
(2012), el documental de Rodney Ascher que agrupaba diversas
interpretaciones de la película, armonizando la mirada obsesiva de
diversos críticos con la proverbial minuciosidad de un cineasta que,
mimetizando el impenetrable silencio del icónico monolito de 2001, una odisea del espacio
(1968), nunca fue amante de facilitar claves que ayudaran a descifrar
sus códigos creativos. Cuando en la obra de un acreditado perfeccionista
como Kubrick una mirada detecta, por ejemplo, pequeños errores de
continuidad, el crítico altivo y perezoso puede conformarse con
señalarlos: el auténtico aventurero de la interpretación, por el
contrario, se verá impelido a recoger el guante, bajo la convicción de
que en el supuesto error se camufla una clave secreta. Quizá el poder de fascinación de una película como El resplandor
se asiente sobre una paradoja: fue la obra de un racionalista que se
empeñó en atrapar y doblegar lo irracional, una película de terror que
funcionaba al mismo tiempo como gélida disección de los mecánicos del
género y como suma de toda aproximación cultural a lo ominoso —del mito
del Minotauro a la teoría freudiana, pasando por los cuentos de hadas—. Un trabajo, en suma, que sólo podía alcanzar su objetivo a través del
desajuste y el (supuesto) error. Y, también, una obra que supo encajar
perfectamente con el grueso del discurso kubrickiano, siempre concernido
con la violencia como constante histórica. A sus 11 años, cuando se topó por primera vez con la película en televisión, Simon Roy sintió que El resplandor
le hablaba: literalmente, a través del desdoblamiento de voz de un
personaje en una de las primeras escenas. Por entonces, el autor lo
desconocía por completo, pero esa voz funcionaba como la punta de
iceberg de un profundo trauma familiar, cuyos ecos afectaron a tres
generaciones sucesivas. A través de breves capítulos y con sólo un
traspié en una cierta cursilería —la escena en la que el autor hace
escuchar un tema de Sigur Rós a su madre comatosa—, Mi vida en rojo Kubrick
es la apasionante crónica de un viaje personal al corazón de las
tinieblas (propias) y un buen testimonio del poder del arte no tanto
para salvar al receptor, sino para ayudarle a entenderse, a explicarse
incluso lo que había negado o reprimido.
Mi vida en rojo Kubrick. Simon Roy. Traducción de Regina López Muñoz. Alpha Decay, 2017. 176 páginas. 19,90 euros