Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

12 dic 2016

¿Nos quedaremos sin dinero (en metálico)?.....................J.avier Salvatierra

Aunque técnicamente es posible prescindir del efectivo, España aún mantiene bajos porcentajes de pago electrónico.

Un usuario se dispone a realizar un pago a través del móvil. ÁLVARO GARCÍA | EPV
Jesús Miguel Ramos es propietario del restaurante La Cabaña en Alcobendas. 
Según cuenta, más o menos el 55% de su facturación le llega en efectivo, en billetes y monedas contantes y sonantes.
 El resto de sus ingresos no pasa por sus manos, no se ve, es dinero electrónico, pagos con tarjetas o cheques-restaurante.
 Le va bien así, dice, porque con el efectivo que maneja diariamente suele hacer los pagos diarios a proveedores, mientras que paga las nóminas, el alquiler y otras facturas con lo que ingresa en el banco. Se puede decir que Jesús va por delante de la media.
 En España, según Ovidio Egido, director general de Mastercard, el 70% del consumo privado aún se paga en metálico.
 Solo el 30% se abona mediante alguno de los cada vez más variados medios de pago electrónico.
 En los países nórdicos estos porcentajes se invierten e incluso se quedan cortos: en Dinamarca o Suecia el uso de billetes y monedas es casi anecdótico.
 Los expertos consultados coinciden: el efectivo es sucio, engorroso y caro de gestionar -según Egido, el coste de manejarlo, imprimirlo, transportarlo y asegurarlo puede llegar al 1,5% del PIB mundial.
 En cambio, el dinero electrónico es seguro, cómodo, rápido y, sobre todo, trazable, es decir, deja huella y esa huella se puede seguir, por lo que dificulta enormemente el fraude y la economía sumergida, uno de los grandes problemas de la economía española. “El mayor coste del dinero en efectivo para la sociedad es que facilita el funcionamiento de la economía sumergida”, afirma Javier Alonso, recién nombrado número dos del banco de España.
Entonces, ¿por qué ese apego español al monedero? Jesús Fernández-Villaverde, profesor de la Universidad de Pennsylvania, lo tiene claro. “Fraude fiscal. Tenemos una economía sumergida más grande que otros países de nuestro entorno”, responde por correo electrónico, dejando en un segundo escalón cierta aversión o retraso tecnológico. Emilio Vizuete, profesor de la Universidad de Barcelona, también menciona cierta “picaresca”, pero apunta sobre todo a una cuestión ”cultural” y a una “incultura financiera” que aún se arrastra del pasado inmediato. 
Santiago Fernández de Lis, Economista jefe de sistemas financieros y regulación de BBVA, también relaciona la querencia española por el efectivo con la economía sumergida. 
El Informe sobre tendencias en medios de pago 2016 de Tecnocom y AFI menciona otras razones: los que se resisten al uso de tarjetas u otros medios electrónicos lo hacen por las “tasas y comisiones asociadas” y por la “dificultad para controlar el gasto”.

Crecen los pagos electrónicos

Pese a todo esto, incluso en España el uso de dinero electrónico va aumentando y se acerca a los niveles del metálico.
 Por ejemplo, en el primer trimestre de este año, por vez primera los españoles pagaron con tarjetas más dinero (27.816 millones de euros) del que sacaron de los cajeros (26.603 millones), según el Banco de España
 Este será el primer año en que se dé ese fenómeno. 
“Se está produciendo un doble movimiento: por un lado, más aceptación —más TPVs en tiendas— y mayor acceso a tarjetas”, explica Antonio Macías, director de Negocio de Tarjetas de BBVA.
¿Nos dirigimos a un país sin billetes y monedas? Javier Alonso tiene claro que no, por la función del dinero “como depósito de valor, algo que se aprecia en momentos de crisis” y “porque es la solución de emergencia cuando no hay luz”.
 No obstante, sí admite que las nuevas tecnologías “contribuirán a una reducción del uso de efectivo”, opinión que comparte Macías. Carmen Alonso, directora general de Visa España, opina que el efectivo “tendrá cada vez menos peso, aunque yo no veré su desaparición”.
 Para Fernández de Lis, “incluso en las propuestas más ambiciosas, los billetes de baja denominación tendrían que seguir existiendo”. Vizuete está convencido de que a medio plazo desaparecerá, igual que Antonio Argandoña, profesor de IESE, que lo supedita a que exista un sistema “absolutamente seguro, rápido, cómodo y al alcance de todo el mundo”
Pero sí admiten todos que técnicamente sería posible prescindir del cash.
 “En los próximos cinco años viviremos más innovaciones que en los últimos 50”, afirma Egido. “El porcentaje de población bancarizada es altísimo”, señala Macías.
 El parque de tarjetas bancarias en España alcanza casi 70 millones, según el Banco de España cada vez más con tecnología contact less -sin contacto- que permiten pagar con un simple gesto, los servicios de pago por móvil -Bizum, Apple Pay, Samsung Pay y otros- empiezan a ponerse en marcha… 
En cuanto a la seguridad, Macías asegura que, aunque no se puede eliminar el riesgo al 100%, “las áreas de seguridad de los bancos son de lo más potente”.
Si acaso, hacen falta pequeños empujones, algunos en el ámbito legislativo. 
Como la rebaja a 1.000 euros del pago máximo en efectivo, anunciada por el Gobierno el pasado 2 de diciembre. Carmen Alonso cita medidas legislativas o administrativas para que el transporte público o los pequeños trámites burocráticos puedan pagarse electrónicamente.
 Egido aboga por “inculcar a los comercios y a los consumidores los beneficios asociados a estos métodos de pago y los costes del efectivo”. 
 Vizuete, por su parte, apunta a los bancos, al apostar por una rebaja de las comisiones que las entidades cobran a los comerciantes por cada compra con tarjeta.
 Ramos, el dueño del restaurante, le toma la palabra: “Si lo hicieran, ninguna empresa se complicaría en manejar cambio”.




 

Musas eternas

Musas eternas

Desde el toque masculino de Patti Smith hasta la reivindicación del folclore de Frida Kahlo y la sofisticación de Lisa Fonssagrives. Recreamos, con modelos actuales, la estética de iconos que inspiraron a grandes artistas y definieron el estilo de varias generaciones.
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Foto: Outumuro. Estilismo: Renée López de Haro 
 

Moda para dos generaciones de princesas...................... María Contreras

La firma de costura Catherine Walker, que vistió a Diana de Gales en muchas ocasiones, se ha convertido también en una de las favoritas de Kate Middleton.

Kate Middleton, en 2014, y Diana de Gales, en 1985, con diseños de Catherine Walker.

Cuando el próximo febrero se inaugure en Kensington Palace la muestra Diana: her Fashion Story —en el 20º aniversario de su muerte—, algunas de las prendas más emblemáticas de las allí expuestas llevarán la etiqueta Catherine Walker, una de sus firmas de cabecera.
 La princesa la vistió en cientos de ocasiones desde su primer embarazo en 1981 hasta su muerte en 1997.
 Incluso fue enterrada con uno de sus vestidos.
 
Diana de Gales, con un vestido de Catherine Walker, en 1987.

La marca, una de las favoritas de la realeza y la aristocracia inglesas, fue el proyecto conjunto entre la diseñadora francesa afincada en Londres Catherine Walker y su segundo marido, Said Cyrus.

 Desde la muerte de la creadora en 2010, es Cyrus quien continúa su legado.

 Y aunque no es la primera vez que sus diseños son objeto de una exposición, la del próximo febrero evoca en él una emoción especial: “Es un honor estar en esa muestra, cada prenda está llena de recuerdos privados. 

Pero por encima de todo está la gratitud y el entusiasmo que siempre nos demostró la princesa”. 

Tras la muerte de Catherine Walker en 2010, Alexandra Shulman, la directora del Vogue británico, aseguró que la diseñadora había definido una era.
 A las puertas de celebrar el 40º aniversario de la marca en 2017, su socio y marido está decidido a seguir siendo relevante, y tal vez por ello se resiste a dejarse llevar por la nostalgia:
 “Ha habido tantos grandes momentos en estos 40 años que necesitaría un libro para describirlos todos”.
Entre sus vestidos más icónicos destaca el conocido como Elvis dress, que hoy pertenece a la colección del museo Victoria & Albert de Londres.
 Realizado en seda blanca con incrustaciones de perlas, Diana lo llevó en dos ocasiones en 1989, y acabó siendo subastado en 1997 con fines benéficos por más de 81.000 libras de la época.
“Fue un encargo especial para un viaje a Hong Kong”, recuerda el costurero. “Elegimos perlas como un guiño a Oriente, y nos inspiramos en las raíces del vestuario de la realeza británica desde la corte isabelina, ¡y no en Elvis Presley!”.
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Kate Middleton, vestida de Catherine Walker, en 2015.
Catherine Walker & Co., el nombre de la firma hoy, es una de las pocas casas inglesas de costura que ha vestido tanto a Diana como a su nuera, la duquesa de Cambridge. 
Kate Middleton la ha elegido en numerosos actos oficiales durante los últimos cinco años, entre ellos, uno de los eventos del 90 cumpleaños de la reina Isabel.
 “Siempre es un honor ver a clientas con nuestras prendas, tanto si son personajes públicos como si no”, afirma un discreto Cyrus al ser preguntado por el efecto Kate.
 “Como es lógico, cuando los medios se hacen eco siempre recibimos mucho interés”.
La firma, que no hace desfiles y mantiene un perfil bajo, produce todas sus prendas a medida.
 “Junto a nuestro showroom en Chelsea tenemos un taller donde trabaja un equipo de 30 artesanos: sastres, costureras, patronistas, bordadoras...
 Nada se hace en el extranjero, ¡ni siquiera fuera de Chelsea!”, explica Cyrus.
 La confección de una pieza suele requerir entre cuatro y seis semanas, y no hay atajos.
 “Es más, un vestido de noche con intrincados bordados a mano y adornos de cuentas puede llevar meses”, añade
. Recientemente han incorporado una estrategia de comercio electrónico que denominan e-couture
 “Nos escribía cada vez más gente desde el extranjero para comprar un diseño nuestro, pero necesitamos probárselo para alcanzar el nivel de excelencia sobre el que hemos construido nuestra reputación.
 La solución se apoya en que los clientes tengan un sastre local que trabaje con sus medidas exactas.
 Nosotros fabricamos la prenda en Chelsea, pero es su sastre quien lleva a cabo el último fitting”.



 
Vestido de Catherine Walker, que llevó la princesa Diana en 1992 y que salió a subasta en 2013.



Melanie Martínez, la muñeca diabólica que se vengó del pop

 
 
La cantante Melanie Martínez, el pasado mes de octubre en Austin (Estados Unidos).
 

Ídolo juvenil, a sus 21 años la cantante estadounidense es un referente de las víctimas del ‘bullying’.

No sabe quién es y no pasa nada. Eso significa que tiene más de 18 años y eso, todavía, no es nada malo.
 Pero sí pasa que se puede estar perdiendo algo muy interesante si no ha escuchado todavía a Melanie Martínez y su disco Cry Baby.
Con un aspecto de Baby Jane precoz y una voz a lo Lana del Rey, la que fuera concursante de The Voice (era del equipo de Adam Levine y fue expulsada en la sexta ronda) tramó una sólida venganza y volvió no como tradicional juguete roto de concurso musical sino como una muñeca diabólica que juega con cuchillos y susurra nanas inquietantes.
 Una especie de lado oscuro de la Mai Meneses y su reconversión en Nena Daconte.
Melanie Adele Martínez, la hija hipersensible de una familia mitad puertorriqueña mitad dominicana, nació en 1995 el barrio neoyorquino de Astoria y tomó para su alter ego el nombre que le pusieron en la guardería por llorona (Cry Baby). 
Ahora, en vez de berrear, canta canciones sobre cirugías estéticas que salen mal o infancias truncadas por violaciones en parkings. Sigue teniendo los dientes separados y llevando babies, aunque con un twist frenopático.
 “Mi manera de superar mis inseguridades fue llevar esa vulnerabilidad totalmente fuera de control”, aseguró en las páginas de Vogue.
Así, todas sus melodías tienen el sello de los productores hip hop Kinetics & One Love y sale al escenario para rentabilizar los acosos y las depresiones que sufrió en la adolescencia, lo que la ha convertido en una heroína musical de las víctimas del bullying mucho más convincente que Lady Gaga y sus guiños a los little monsters.
Primero encontró un inesperado nicho en esos adolescentes que quizá estén mucho más atentos a la calidad de lo que normalmente se les atribuye, pero luego se llevó el favor de los críticos del New York Times, que acudieron a su concierto y dijeron nada menos que la joven de 21 años “podría enseñar a los políticos de carrera cómo lanzar un mensaje”.
 El suyo era, según el periódico neoyorquino, “qué pasa cuando la ilusión de la infancia se abre paso en la amargura de la realidad adulta”.
“Es mi fiesta y lloro si quiero”, gritaba en Pity Party, el primer sencillo con el que llamó la atención y que seguro que si lo escuchan se darán cuenta de que Melanie Martínez no era tan desconocida como pensaban.
 Y, aunque todavía no entra en las listas de popularidad de Billboard, cuenta con hasta 3,3 millones de seguidores en su Instagram (en Twitter mantiene un perfil más bajo que certifica la defunción de la red social para toda una generación) y en YouTube consiguió dos millones de visionados en solo una hora de su último sencillo Pacify Her (algo así como “ponle el chupete”).
 Y entonces, ¿maneja con madurez o con infantilismo este éxito que parece que crece de manera exponencial? 
Tal como confesó a Vogue, también en eso mezcla las edades. “Sufro mucha ansiedad antes y después de salir al escenario. 
Solo necesito relajarme fumando algo de hierba o viendo dibujos animados”.