Ídolo juvenil, a sus 21 años la cantante estadounidense es un referente de las víctimas del ‘bullying’.
No sabe quién es y no pasa nada. Eso significa que tiene más
de 18 años y eso, todavía, no es nada malo.
Pero sí pasa que se puede estar perdiendo algo muy interesante si no ha escuchado todavía a Melanie Martínez y su disco Cry Baby.
Con un aspecto de Baby Jane precoz y una voz a lo Lana del Rey, la que fuera concursante de The Voice (era del equipo de Adam Levine y fue expulsada en la sexta ronda) tramó una sólida venganza y volvió no como tradicional juguete roto de concurso musical sino como una muñeca diabólica que juega con cuchillos y susurra nanas inquietantes.
Una especie de lado oscuro de la Mai Meneses y su reconversión en Nena Daconte.
Melanie Adele Martínez, la hija hipersensible de una familia mitad puertorriqueña mitad dominicana, nació en 1995 el barrio neoyorquino de Astoria y tomó para su alter ego el nombre que le pusieron en la guardería por llorona (Cry Baby).
Ahora, en vez de berrear, canta canciones sobre cirugías estéticas que salen mal o infancias truncadas por violaciones en parkings. Sigue teniendo los dientes separados y llevando babies, aunque con un twist frenopático.
“Mi manera de superar mis inseguridades fue llevar esa vulnerabilidad totalmente fuera de control”, aseguró en las páginas de Vogue.
Así, todas sus melodías tienen el sello de los productores
hip hop Kinetics & One Love y sale al escenario para rentabilizar
los acosos y las depresiones que sufrió en la adolescencia, lo que la ha
convertido en una heroína musical de las víctimas del bullying mucho más convincente que Lady Gaga y sus guiños a los little monsters.
Primero encontró un inesperado nicho en esos adolescentes que quizá estén mucho más atentos a la calidad de lo que normalmente se les atribuye, pero luego se llevó el favor de los críticos del New York Times, que acudieron a su concierto y dijeron nada menos que la joven de 21 años “podría enseñar a los políticos de carrera cómo lanzar un mensaje”.
El suyo era, según el periódico neoyorquino, “qué pasa cuando la ilusión de la infancia se abre paso en la amargura de la realidad adulta”.
“Es mi fiesta y lloro si quiero”, gritaba en Pity Party, el primer sencillo con el que llamó la atención y que seguro que si lo escuchan se darán cuenta de que Melanie Martínez no era tan desconocida como pensaban.
Y, aunque todavía no entra en las listas de popularidad de Billboard, cuenta con hasta 3,3 millones de seguidores en su Instagram (en Twitter mantiene un perfil más bajo que certifica la defunción de la red social para toda una generación) y en YouTube consiguió dos millones de visionados en solo una hora de su último sencillo Pacify Her (algo así como “ponle el chupete”).
Y entonces, ¿maneja con madurez o con infantilismo este éxito que parece que crece de manera exponencial?
Tal como confesó a Vogue, también en eso mezcla las edades. “Sufro mucha ansiedad antes y después de salir al escenario.
Solo necesito relajarme fumando algo de hierba o viendo dibujos animados”.
Pero sí pasa que se puede estar perdiendo algo muy interesante si no ha escuchado todavía a Melanie Martínez y su disco Cry Baby.
Con un aspecto de Baby Jane precoz y una voz a lo Lana del Rey, la que fuera concursante de The Voice (era del equipo de Adam Levine y fue expulsada en la sexta ronda) tramó una sólida venganza y volvió no como tradicional juguete roto de concurso musical sino como una muñeca diabólica que juega con cuchillos y susurra nanas inquietantes.
Una especie de lado oscuro de la Mai Meneses y su reconversión en Nena Daconte.
Melanie Adele Martínez, la hija hipersensible de una familia mitad puertorriqueña mitad dominicana, nació en 1995 el barrio neoyorquino de Astoria y tomó para su alter ego el nombre que le pusieron en la guardería por llorona (Cry Baby).
Ahora, en vez de berrear, canta canciones sobre cirugías estéticas que salen mal o infancias truncadas por violaciones en parkings. Sigue teniendo los dientes separados y llevando babies, aunque con un twist frenopático.
“Mi manera de superar mis inseguridades fue llevar esa vulnerabilidad totalmente fuera de control”, aseguró en las páginas de Vogue.
Primero encontró un inesperado nicho en esos adolescentes que quizá estén mucho más atentos a la calidad de lo que normalmente se les atribuye, pero luego se llevó el favor de los críticos del New York Times, que acudieron a su concierto y dijeron nada menos que la joven de 21 años “podría enseñar a los políticos de carrera cómo lanzar un mensaje”.
El suyo era, según el periódico neoyorquino, “qué pasa cuando la ilusión de la infancia se abre paso en la amargura de la realidad adulta”.
“Es mi fiesta y lloro si quiero”, gritaba en Pity Party, el primer sencillo con el que llamó la atención y que seguro que si lo escuchan se darán cuenta de que Melanie Martínez no era tan desconocida como pensaban.
Y, aunque todavía no entra en las listas de popularidad de Billboard, cuenta con hasta 3,3 millones de seguidores en su Instagram (en Twitter mantiene un perfil más bajo que certifica la defunción de la red social para toda una generación) y en YouTube consiguió dos millones de visionados en solo una hora de su último sencillo Pacify Her (algo así como “ponle el chupete”).
Y entonces, ¿maneja con madurez o con infantilismo este éxito que parece que crece de manera exponencial?
Tal como confesó a Vogue, también en eso mezcla las edades. “Sufro mucha ansiedad antes y después de salir al escenario.
Solo necesito relajarme fumando algo de hierba o viendo dibujos animados”.