Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

6 dic 2016

Los ocho escándalos que han demolido la carrera de Mel Gibson

¿Se podrá rehabilitar con su nueva película, que se estrena esta semana? Un alud de malas decisiones juega en su contra.

 

Mel Gibson, entrando en su coche, después de cenar con unos amigos en un restauramte de Malibú. Fue en 2011. Cordon
Probablemente Mel Gibson es el famoso de primer nivel que ha ofendido a más personas.
 Tras cada ráfaga de insultos, el actor (Nueva York, 60 años) se ha justificado con una actitud que suena más a echar las culpas a los demás que a disculpa sincera. 
La nueva película de Gibson como director, Hasta el último hombre (estreno, 7 de diciembre), relata la hazaña de un soldado (Andrew Garfield) que desea luchar por su país sin disparar ni una sola bala. Esta elección resulta curiosa, al tratarse Gibson de un cineasta más famoso hoy por su gatillo fácil durante las entrevistas que por sus películas.

Estos son los escándalos que han ido enterrando la carrera del que en su día fue el actor favorito de todo el planeta... hasta que él terminó encontrando la forma de ofender a todos los que habitan en él.

Racista, misógino y violento en la misma frase

En 2010 se hizo público un mensaje de voz que el actor dejó a su exnovia, la pianista rusa Oksana Grigorieva, tras haberle roto dos dientes durante un forcejeo en el que ella sostenía a la hija recién nacida de ambos en brazos.
 "Te lo merecías”, gritaba Gibson en el mensaje, para a continuación dar rienda suelta a su imaginación, quizá por deformación profesional y deformación sentimental: “Si te violase una manada de negros, te lo merecerías. 
Voy a ir allí, y voy a prender fuego a la casa, pero primero me la vas a chupar", se despedía.
 La defensa de Gibson fue aclarar que "esa frase está sacada de contexto".
 Como si existiese un contexto que pudiese acomodar semejante eructo.

Ataque a los homosexuales

Durante la promoción de Hamlet (Franco Zeffirelli, 1990), Gibson se quedó muy a gusto en una entrevista para El País en Madrid. "¿Quién va a pensar que con esta pinta soy gay? Yo no me presto a ese tipo de confusiones.
 ¿Sueno como un homosexual? ¿Hablo como ellos? ¿Me muevo como ellos?", inquirió antes de levantarse, señalarse el trasero y recordar que ese es un agujero de salida.
 De estar vivo hoy, William Shakespeare (al fin al cabo, Gibson estaba promocionando Hamlet) podría escribir una tragedia sobre Mel Gibson, aunque resultaría difícil decidir si funcionaría mejor como antihéroe, como villano o como bufón.
 El actor nunca se retractó de estas declaraciones, y se reafirmó en su postura unos años más tarde:
 "Me disculparé cuando el infierno se congele, que les jodan".

Grave ofensa a los judíos con justificación absurda

"Me había tomado ocho tequilas dobles". 
Con esta frase podría comenzar la mejor noche en la vida de alguien, pero en el caso de Mel Gibson se trata de una ¿disculpa? retroactiva respecto a la madrugada que hundió su carrera.
 Hace 10 años, una grabación efectuada durante su detención por conducir bajo los efectos del alcohol fue filtrada a la prensa, que inmortalizó una de sus reflexiones para la posteridad: 
"Los putos judíos sois los culpables de todas las guerras de la Humanidad". 
 El actor le dedicó todo tipo de improperios antisemitas al agente de policía que le estaba arrestando, para concluir el ataque con un final sorpresa: 
“¿Qué pasa, que eres judío?”.
Mel Gibson y Oksana Grigorieva en 2009. Un año después, se hizo pública una grabación donde él la insultaba gravemente. Cordon
Resulta que Gibson ni siquiera tenía del todo claro si el policía era o no judío, pero ante la duda se pasó todo el camino a la comisaría gritando sobre cómo los judíos se habían inventado el Holocausto. Aquel incidente, que hoy Gibson describe como "desafortunado", le perseguirá toda la vida.
 Él lo sabe, y ya tiene preparada una respuesta. 
Una defensa armada de contraataque:
 "Fui grabado ilegalmente por un agente de policía sin escrúpulos que nunca fue procesado por su crimen, y que ganó dinero cuando varios miembros de lo que podríamos llamar la prensa lo publicaron".

Un nuevo arresto, la misma agresividad

En 2006, durante un segundo arresto por conducción ebria, Gibson se enzarzó con la agente de policía.
 Como en esta ocasión no debía de tener claro si la mujer era judía, se limitó a intimidarla.
 “Voy a joderte, soy el dueño de Malibú", le amenazó. 
Ante la, imaginamos, atónita mirada de la policía, Gibson la desafió: "¿Qué miras, tetitas dulces?".
  Comparado con el relato de terror que le dedicó por teléfono a Oksana Grigorieva, esto para Mel es un diálogo de comedia romántica.

Amenazas de muerte a un crítico al que no le gustó su película

Por la cuenta que le trae, Mel Gibson hace pocas apariciones públicas.
 Sabe que está contra las cuerdas y que se ha granjeado demasiados enemigos como para que cada entrevista no termine convertida en un grandes éxitos de sus exabruptos. 
“Quiero matarle, quiero sus intestinos en un palo, quiero matar a su perro”.
 Esto fue lo que soltó el actor y director en una entrevista.
 El receptor era un crítico que no había puesto muy bien una de sus películas.
 Cabe preguntarse que, si el actor responde con semejante ferocidad durante una entrevista, cómo hablará en privado.

Intentó reconciliarse con la comunidad judía y acabó destrozando la casa del guionista

Ricky Gervais y Mel Gibson en la gala de los Globos de Oro de 2016. El corrosivo presentador no dejó pasar la oportunidad de atacar al actor. Cordon
The Maccabees iba a ser la película con la que, a modo de carta abierta, Gibson pediría disculpas a los judíos.
 Al fin y al cabo, dirigir hazañas épicas es lo mejor que sabe hacer. Hollywood, una industria gestionada en gran parte por judíos, levantó la ceja colectivamente, pero le otorgó el beneficio de la duda y Warner accedió a financiar el proyecto.
 Una vez más, una grabación inoportuna (u oportuna, según se mire) truncó los sueños del director.
En ella, se escuchaba a Gibson tirando la decoración del salón del guionista Joe Eszterhas (Instinto básico), incluido un tótem gigante, porque consideraba que el primer borrador del guion no estaba a la altura de sus expectativas. 
Gibson redefinió el concepto de “tensión en el ámbito laboral”. “Tú ganas dinero, yo no. 
Yo trabajo para pagar a una sucia zorra comepollas”, gritaba Gibson, en referencia a Oksana Grigorieva, “¿qué coño has estado haciendo? ¿dónde está el guion?
 Yo lo escribo. ¿Quién tiene hambre? ¡Id todos a comer!”. Todo el discurso estaba salpimentado con palabrotas e insultos constantes contra su exnovia.
 La película fue cancelada tras la filtración de este ataque de ira.

 

Y si hablamos de su arte, qué

Si hay un lugar donde encontrar segundas, terceras y cuartas oportunidades, ese es Hollywood.
 Pero, ¿ha influido la censurable actitud de Gibson en su arte? Parece que sí. 
Si Gibson mantuviese el atractivo comercial de los días de Arma letal, Rescate o En qué piensan las mujeres, recibiría un tratamiento casi entrañable de “artista difícil”.
 Cuando los Oscars le coronaron dándole cinco premios por Braveheart en 1996 (dos de ellos para él, como director y productor), Gibson ya arrastraba una retahíla de insultos a discreción, y a Hollywood no le importó en absoluto.
Sin embargo, su prepotencia, su reincidencia, su incapacidad para disculparse y su bajón creativo han acabado hiriendo de muerte el que en su día fue uno de los mayores símbolos del sueño americano. 
Hoy, su legado se descompone, y el cadáver es devorado por su nueva imagen: la del tipo que cree que puede decir lo que le venga en gana, y no es consciente de lo equivocado que está.

¿Cuál es tu canción favorita de Leonard Cohen?................Javier Bilbao.

Aunque la noticia no se hizo pública hasta varios días después, el pasado lunes falleció a los ochenta y dos años el cantante y escritor Leonard Cohen
Ya no le darán el Nobel de Literatura, lástima. 
Sí obtuvo en 2011 el Premio Princesa de Asturias de las Letras por una trayectoria artística que comenzó como poeta y novelista, mientras iba creciendo en su interior aquella semilla que plantó en su espíritu allá por los sesenta un enigmático español al enseñarle los acordes fundamentales con la guitarra. 
Su debut en 1967 con Songs of Leonard Cohen daría lugar a una de las carreras más prolíficas, duraderas e influyentes de la historia de la música.
 Hasta ahora. Es el momento de recordar estas instrucciones que nos dejó: «Si alguien va a expresar la gran e inevitable derrota que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza».
 Así que, en vez de andar lamentándonos de una manera que le hubiese disgustado, repasemos algunas de sus canciones más memorables y que vote cada quien su preferida o añada alguna otra.

«I’m Your Man»
Si en «Bird on the Wire» se mostraba indomable, en esta canción que da título al disco del año 1988 ha caído rendido ante alguna mujer y se ofrece sin condiciones.

Leonard Cohen: retrato de un monje zen.......... Luis Landeira

Leonard Cohen en el Mount Baldy Zen Center. Foto: Cordon.
Leonard Cohen en el Mount Baldy Zen Center. Foto: Cordon.
Conviene aclarar, antes de entrar en materia, de qué hablamos cuando hablamos de zen.
 Además de ser un adjetivo comodín explotado en los últimos tiempos para referirse a todo tipo de productos relacionados con el wellness, la hostelería, el interiorismo y hasta la juguetería erótica, el zen es, en realidad, la práctica de la concentración en el momento presente. 
 No en vano, en japonés la palabra «zen» significa «meditación», y constituye una de las sendas espirituales más duras y austeras que existen
. Es por ello que, a menudo, se tiende a pensar que solo una élite de místicos sin mácula es capaz de practicar zen.
 Pero, aunque efectivamente es preciso tener una voluntad de acero para perseverar en esta disciplina espiritual, los santos no nacen, se hacen, y todos han sido antes pecadores. 
Ya escribió William Blake que «el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría».
 Y aunque el zen siempre ha sido un Camino del Medio (del sánscrito madhyamā-pratipada), por ahí van los tiros.

El caso de Leonard Cohen es paradigmático. 
En 1967, a los treinta y cuatro años, empezó su carrera como cantautor de letras oscuras y abisales.
 Tocado por un temperamento depresivo, fruto de una mente compleja e hiperintelectual, destilaba en su música una bella pero tortuosa amargura.
 Si, como dijo Maillard, la tristeza es el gran pecado de Occidente, Cohen fue un gran pecador.
 El trinomio sexo, drogas y rock’n’roll no le sirvió de mucha ayuda para evitar ese malestar, sino más bien al contrario, así que se agarró al budismo zen como a un clavo ardiendo. 
Y funcionó. Este es nuestro punto de partida para un artículo en el que únicamente exploraremos el lado espiritual del célebre poeta y cantautor, dejando al margen cuestiones biográficas y artísticas que ya han sido sobradamente comentadas por otras voces en este y otros ámbitos.

Cuando Leonard encontró a Sasaki
Si alguien decide recorrer un camino espiritual, lo primero que debe buscar es un maestro.
 Porque si no tienes maestro, tu ego es tu maestro.
 O, como dijo el místico persa Yalal ad-Din Muhammad Rumi, «todo aquel que actúe sin guía empleará doscientos años en realizar un viaje de dos días».
 Por eso, aunque es probable que la vocación zen de Leonard Norman Cohen (Montreal, 1934) se forjara incluso antes del nacimiento de sus padres, recibió el empujón definitivo a principios de los años setenta cuando conoció al roshi Kyozan Joshu Sasaki (Sendai, 1907), un maestro de la escuela zen rinzai que se había instalado en Los Ángeles en 1962 para enseñar a meditar a los atribulados yanquis, entre los que se contaban famosos como Richard Gere u Oliver Stone.

Cohen había crecido en una familia judía tradicional, y su abuelo materno fue un venerable rabino.
 Fiel a sus raíces, el cantante nunca perdió su fe judía ni dejó de respetar el Sabbat, y buena prueba de ello es que muchos de sus textos están llenos de referencias o metáforas bíblicas.
 Pero como le ocurre a tantos otros judíos, cristianos y hasta musulmanes, no fue capaz de encontrar en su propia religión una mística que resolviera sus problemas existenciales. 
Y entonces descubrió el zazen. 
 

Leonard Cohen: retrato de un monje zen

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Leonard Cohen en el Mount Baldy Zen Center. Foto: Cordon.
Leonard Cohen en el Mount Baldy Zen Center. Foto: Cordon.

Desde que empezó a practicar, Cohen comprendió que esa incómoda y dolorosa meditación sentada era lo que andaba buscando para saciar su espíritu. En una entrevista concedida no mucho tiempo después de su iniciación, lo dejaba claro: «No estoy buscando una nueva religión. Soy feliz con la vieja, con el judaísmo. Pero en la tradición zen que yo practico no existen plegarias ni se cree en deidad alguna. Así que teológicamente no hay ninguna contradicción con la fe judía». Esto es muy cierto, y explica que en los dojos zen haya tantos budistas como ateos o devotos de otras religiones. El sacerdote jesuita alemán H. M. Enomiya-Lassalle cuenta en su ensayo Zen y mística cristiana cómo el zazen, lejos de interferir en su fe católica, la reforzó de forma considerable. Y Bárbara Kosen, maestra francesa afincada en España con la que practico desde hace años, me explicó así la dimensión religiosa del zen:
 «Aunque hagas zazen sin más, poco a poco la propia práctica te vuelve religioso, pero no en el sentido de “opio del pueblo”, sino que gracias a la práctica encuentras de nuevo el lazo con la naturaleza, con lo que te rodea y contigo mismo».
Durante veinticinco años, Leonard Cohen se fue volviendo más y más religioso en el buen sentido, profundizando en la vía del zen de forma errática pero constante.
 Su absorbente y exitosa carrera no le permitió tomar votos ni implicarse demasiado en las actividades de la sangha (comunidad zen), pero tampoco pudo evitar que practicara con furia, llegando a asistir a numerosas sesshines, palabra japonesa que significa «tocar la esencia» y hace referencia a los retiros intensivos.
La práctica que Cohen desarrolló durante las décadas de los setenta y los ochenta le costó grandes esfuerzos y dos roturas de pierna, pero benefició su concentración en el trabajo, dotó a su persona de un aura de sobria nobleza, y transformó su vida cotidiana en algo digno de ser vivido. 
En una entrevista, Cohen confesó que «la meditación zen fue endulzando mi día a día hasta límites insospechados.
 De pronto, la vida tenía sentido por sí misma.
 Recuerdo sentarme en la cocina de mi casa, mirar a la calle por el ventanal, ver los rayos de sol reflejarse en la carrocería de los coches y pensar: “caramba, esto es maravilloso”».

Leonard Cohen con Kyozan Joshu Sasaki en 1969. Foto: Cordon.
Leonard Cohen con Kyozan Joshu Sasaki en 1969. Foto: Cordon.

Desde que empezó a practicar, Cohen comprendió que esa incómoda y dolorosa meditación sentada era lo que andaba buscando para saciar su espíritu. 
 En una entrevista concedida no mucho tiempo después de su iniciación, lo dejaba claro: «No estoy buscando una nueva religión. 
Soy feliz con la vieja, con el judaísmo.
 Pero en la tradición zen que yo practico no existen plegarias ni se cree en deidad alguna.
 Así que teológicamente no hay ninguna contradicción con la fe judía».
 Esto es muy cierto, y explica que en los dojos zen haya tantos budistas como ateos o devotos de otras religiones.
 El sacerdote jesuita alemán H. M. Enomiya-Lassalle cuenta en su ensayo Zen y mística cristiana cómo el zazen, lejos de interferir en su fe católica, la reforzó de forma considerable. 
Y Bárbara Kosen, maestra francesa afincada en España con la que practico desde hace años, me explicó así la dimensión religiosa del zen: «Aunque hagas zazen sin más, poco a poco la propia práctica te vuelve religioso, pero no en el sentido de “opio del pueblo”, sino que gracias a la práctica encuentras de nuevo el lazo con la naturaleza, con lo que te rodea y contigo mismo».
Eterno resplandor de una mente inmaculada
En 1994, tras cinco lustros de práctica, Leonard Cohen tomó una decisión drástica: ingresar en el Mount Baldy Zen Center, el monasterio de Sasaki ubicado en las montañas de San Gabriel, al norte de Los Ángeles.
 Tenía sesenta años y, como recordaría años después, se encontraba en pleno bajón:
 «Tras la gira del disco The Future, caí en picado. 
Había bebido muchísimo y mi salud estaba tocada.
 Así que decidí retirarme, cuidarme como nunca lo había hecho. 
Al fin y al cabo, un monasterio zen es un lugar de rehabilitación para personas desquiciadas por la vida.
 Por su rigurosa disciplina, los monjes zen son una especie de marines del mundo espiritual».

Sasaki, que llevaba un cuarto de siglo transmitiendo su enseñanza a Cohen, lo recibió con los brazos abiertos y hasta le construyó una pequeña cabaña para él solo. 
A lo largo de dos años, el maestro sometió a Leonard a un entrenamiento tan intenso como purificador. El cantautor describió así su rutina diaria: «Te levantas a las tres de la mañana, te pasas trece horas meditando y cinco trabajando: cortas verdura, das de comer a las gallinas o limpias lavabos. Me encanta. Es perfecto. No podría ser peor».
Las largas jornadas de meditación se extendían desde las tres y media de la mañana hasta las diez de la noche, aderezadas con frugales comidas que los monjes devoraban en silencio, sentados cada uno en su zafu o cojín de meditación, de espaldas a la pared formando dos líneas rectas, una frente a otra. Vestido, como sus compañeros, con un largo kimono negro tipo túnica, en el templo Cohen era una sombra más que meditaba durante horas en la postura del loto, con las manos en mudra.
 Prohibido moverse, dormirse o cerrar los ojos.
Durante cada sesión, eran vigilados por un monje, que les zurraba en los hombros con una especie de katana de madera llamada kyosaku cuando los veía demasiado tensos o demasiado cansados. Para estirar las piernas, los estudiantes hacían kinhin, es decir, meditaban de pie dando cortos pasitos.
 Un par de veces al día, cada discípulo se entrevistaba con el maestro para comprobar sus avances con el kôan, pues cada uno de ellos debía resolver de forma intuitiva una frase paradójica tipo: «¿Qué sonido hace una sola mano al aplaudir?».

Lejos de amilanarse ante la prusiana disciplina del templo, Cohen se abandonó a ella, vació su mente y se fue sintiendo cada vez mejor: «Precisamente, lo que me interesaba era rendirme a ese tipo de rutina.
 No tener que pensar lo que vas a hacer después es un verdadero lujo.
 Cuando dejas de pensar en ti mismo todo el tiempo, al fin consigues descansar». Cientos de años antes, el maestro Dogen (1200-1253), de la escuela soto zen, describió el sentido de la Vía en términos muy parecidos: «Estudiar el Camino de Buda es estudiarse a sí mismo
. Estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo.
 Olvidarse de sí mismo es ser iluminado por los diez mil dharmas. Ser iluminado por los diez mil dharmas es estar libre del cuerpo-mente de uno mismo y de los de otros.
 No queda rastro de iluminación, y esta iluminación sin rastro sigue para siempre».
La revolución interior
Después de dos años de entrenamiento, el cuerpo y el alma de Cohen se habían transmutado de forma asombrosa.
 En Leonard Cohen: Printemps 96, un documental sobre su vida en el templo, pudimos ver al cantautor con un brillo insólito, una saludable delgadez y una majestuosa cabeza rapada.
 De su depresión no quedaba ni rastro.
Cohen resumió así la forma en que el zazen fue curando su espíritu: «La meditación no es lo que piensas.
 Te sientas en absoluto silencio y tu mente empieza a repasar todas tus películas.
 Durante ese proceso, te vuelves tan familiar con los guiones que mantienes en tu vida que acabas hartándote de ellos. 
Entonces comprendes que la persona que crees que eres no es más que un complicado guion en el que gastas la mayor parte de tu energía. 
Tras un examen más minucioso, descubres que tu personalidad te asquea. 
Y eso es porque en realidad no eres tú. 
Si te sientes lo suficientemente aterrado por esa personalidad, espontáneamente permites que se desvanezca. 
Y entonces, si tienes suerte, puedes experimentarte a ti mismo sin la distorsión de esa personalidad».
Este proceso de disolución del ego no impidió que Cohen continuara trabajando, hasta el punto de llegar a componer un buen puñado de canciones mientras meditaba.
 Como se muestra en el susodicho documental, el músico disponía de un sintetizador en su cabaña para dar forma a los temas.
La ordenación de Leonard Cohen como monje zen tuvo lugar el 9 de agosto de 1996.
 El maestro Sasaki, que entonces tenía ochenta y nueve años, lo rebautizó con un nombre de dharma que le venía que ni al pelo: «Jikan», que en japonés significa «el silencioso» y hace referencia al proverbial laconismo del cantautor en el templo.
 Desde ese momento, se convirtió en asistente personal de su maestro, un cargo de gran responsabilidad que ejerció durante tres años y que llevó a Cohen al límite de sus fuerzas.
 La cosa no podía durar mucho más.

Escena del documental Leonard Cohen: Printemps 96. Imagen: Lieurac Productions.
Escena del documental Leonard Cohen: Printemps 96. Imagen: Lieurac Productions.

Regreso al mundo moderno
«Muchos son los llamados y pocos los escogidos», sentenció Cristo en Mateo 22:14.
 Una frase que se puede aplicar a todas las religiones, y muy especialmente a esta suerte de ingeniería espiritual que es el budismo zen.
 Tras cinco años de entrenamiento intensivo, parecía que Leonard Cohen sería uno de esos escogidos, que seguiría la Vía hasta el final y acabaría alcanzando el satori o iluminación, recibiendo la transmisión del dharma y convirtiéndose en un nuevo maestro.
 Pero un buen día de 1999 decidió tirar la toalla.
 Los motivos que dio fueron tan sinceros como discutibles: «Hubo un momento en que pensé que podía iluminar mi mundo y el de los que me rodean, que podía tomar el camino del bodhisattva, que es el camino de ayuda a los demás.
 Pensé que podía, pero no pude.
 El camino espiritual es un mundo en el que hombres mucho más fuertes que yo, mucho más valientes, más nobles y generosos, se han quedado hechos trizas.
 Yo no soy un hombre espiritual. Una vez que empiezas a tratar con material espiritual, te haces papilla».
Quizá en este punto Cohen pecó de excesiva humildad.
 Alcanzara o no el satori, no hay muchos occidentales capaces de aguantar la friolera de treinta años practicando zen, cinco de ellos en un monasterio.
El caso es que, tras colgar los hábitos, Cohen volvió a la rueda de la vida.
 En 2001, entró en el estudio para grabar las canciones que compuso en el Mount Baldy Zen Center, que darían lugar a su décimo disco, Ten New Songs.
 Además, publicó un libro de poemas titulado Book of Longing. Ambos trabajos están empapados de una sabiduría y un sentido del humor que demuestran que el viejo Leonard no perdió el tiempo en el templo.
 Para algo tenían que servir tantas y tantas sentadas.

Shôji: vida y muerte
El roshi Kyozan Joshu Sasaki murió en su monasterio el 27 de julio de 2014.
 Tenía ciento cuatro años. 
Se dice que conservó hasta el último momento la intuición, la vitalidad… y la libido, puesto que era un mujeriego empedernido.
En cuanto a Leonard Cohen, falleció el 7 de noviembre de 2016 en Los Ángeles, a los ochenta y dos años.
 Siguió actuando, grabando discos y meditando hasta el final.
Se dice que cuando al Buda le preguntaban «¿Son finitos o infinitos el universo y el alma?», «¿Existe o no un santo después de la muerte?», guardaba un noble silencio.
 A diferencia de otras religiones, el budismo zen nunca se ha ocupado de cuestiones que en última instancia no tienen respuesta. Dado su alto rango espiritual, es muy probable que Cohen y su maestro supieran que «vida y muerte», es decir, shôji, son una y la misma cosa: sus decesos, tranquilos y silenciosos, son síntomas de que en vida habían perdido el miedo a morir y alcanzado una soberana tranquilidad.
 Porque, como dice el Sutra del Corazón, en el vacío no hay envejecimiento ni muerte.


La controladora boliviana investigada por el vuelo del Chapecoense pide refugio en Brasil

La Fiscalía boliviana busca a Celia Castedo, acusada de “incumplimiento de deberes y atentado contra la seguridad del vuelo".

Restos del avión siniestrado en Colombia. EFE

Celia Castedo, la controladora aeroportuaria que, según las autoridades bolivianas, autorizó la salida del avión de la aerolínea Lamia que se estrelló hace una semana en Medellín, ha solicitado refugio a la Policía y al Ministerio Público del Brasil. 
 Estaba siendo buscada por la Fiscalía boliviana, acusada de “incumplimiento de deberes y atentado contra la seguridad del vuelo”.
O Globo informó que desde la mañana del lunes, Castedo se encuentra en Corumbá, una ciudad fronteriza con Santa Cruz, donde vivía y de cuyo aeropuerto salió el avión siniestrado.

Hace unos días, la prensa aseguró que antes del despegue, Castedo hizo observaciones sobre la autonomía de la aeronave, la cual era insuficiente para realizar el trayecto entre Santa Cruz y Medellín. Pero las autoridad aeronáutica boliviana señaló que esas advertencias nunca se produjeron y que la controladora las fraguó un día después del accidente, para cubrir su responsabilidad. 
Sus compañeros de trabajo aseguran que “tenía testigos”.
El ministro boliviano encargado de la aeronáutica, Milton Claros, ha señalado que el Gobierno aún no tiene información oficial sobre la solicitud de refugio y que reaccionará cuando cuente con ella. Antes de que se conociese que se encuentra en Brasil, el sindicato que agrupa a los controladores aéreos expresó su respaldo a la funcionaria y rechazó que fuera objeto de una investigación penal.