Un gigantesco arco de metal hará de barrera contra las radiaciones del reactor afectado por el accidente nuclear.
Treinta años después del peor accidente nuclear que ha sufrido la
humanidad, la central de Chernóbil se cubre de un inmenso caparazón de
acero para evitar fugas de radiación durante el próximo siglo.
El temor ante los efectos de nuevos escapes tóxicos de la agrietada estructura colocada justo después del desastre por la Unión Soviética una vez cumplidos sus 30 años de vida útil ha llevado a un grupo de donantes internacionales impulsados por el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo a implicarse de lleno en garantizar su seguridad.
Juntos han reunido los 1.500 millones de euros que ha costado la nueva armadura, la mayor estructura móvil fabricada hasta ahora, de un tamaño casi equivalente al de dos campos de fútbol, con la Comisión Europea como mayor contribuyente con 431 millones.
El ambicioso proyecto de ingeniería empezó a levantarse en 2012, casualmente pocos meses después de que los fantasmas de Chernóbil resucitaran ante el escape radiactivo de la ciudad japonesa de Fukushima tras un fuerte terremoto.
La tragedia llevó a Europa, con Alemania a la cabeza, a replantearse su relación con la energía atómica.
"Hemos aprendido muchas lecciones del accidente de Chernóbil y del más reciente de Fukushima
. La Comisión apoyó los exámenes para detectar debilidades en las plantas nucleares y la UE actualizó sus normas de seguridad.
Las lecciones aprendidas y las mejoras de seguridad han reducido la probabilidad de otro accidente nuclear a gran escala", asegura a EL PAÍS el comisario europeo de Cooperación, Neven Mimica.
Este martes se inaugurará la instalación en presencia de autoridades ucranias e internacionales después de tres años de trabajos cerca del reactor a cargo de las constructoras francesas Vinci y Bouygues, pero el equipamiento con que cuenta la infraestructura, con forma de arco gigante —aparatos de control de radiación, respiraderos, protección frente a incendios—, no estará listo hasta finales del año que viene.
Entonces empezará a desmantelarse el deteriorado sarcófago soviético que hasta ahora ha servido de barrera, edificado a contrarreloj por 90.000 personas en solo 206 días bajo la urgencia de la hecatombe.
"Es nuestra obligación hacer la zona segura medioambientalmente de nuevo y librar a las próximas generaciones de esta responsabilidad", apunta Mimica.
Los números muestran la envergadura del nuevo monstruo de metal que hará de escudo frente a las partículas: 108 metros de altura, 162 de largo, 257 de ancho y un peso de 36.000 toneladas, casi cuatro veces el de la Torre Eiffel, y lo suficientemente amplio como para que en su interior quepa la Estatua de la Libertad o el Estadio de Saint-Denis, tal y como comparan en su web las empresas responsables del proyecto para dar una idea de su tamaño.
Su propósito de servir de muro frente a la radiactividad es fundamental para los trabajadores que desmantelarán la antigua estructura soviética.
Más de mil empleados se dedicaron exclusivamente a la cúpula en los
momentos de mayor trabajo entre estrictas medidas de seguridad:
alternaron dos semanas de trabajo viviendo en apartamentos
descontaminados cerca de la central con otras dos de descanso, un equipo
midió continuamente la radiactividad y todos ellos pasaron exámenes
médicos antes de ser contratados.
También la seguridad del caparazón se ha extremado ante la peligrosidad del material que esconde el reactor: está preparada para soportar terremotos de más de seis grados en la escala Richter pese a que Ucrania es una zona de baja actividad sísmica.
Nadie espera menos garantías después de que toda certeza de invulnerablidad se evaporara una noche de primavera.
El sábado 26 de abril de 1986 a las 1.23 de la madrugada el reactor número 4 de la central de Chernóbil explotó durante unas pruebas de seguridad.
Ese día el ser humano empezó a conocer una nueva forma de temor tan invisible como destructivo.
"Lo que ha pasado es algo desconocido.
Es otro miedo.
No se oye, no se ve, no huele, no tiene color; en cambio nosotros cambiamos física y psíquicamente.
Se altera la fórmula de la sangre, varía el código genético, cambia el paisaje", narra uno de los supervivientes en Voces de Chernóbil, el relato coral sobre el sufrimiento que siguió a la catástrofe de la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich.
El temor ante los efectos de nuevos escapes tóxicos de la agrietada estructura colocada justo después del desastre por la Unión Soviética una vez cumplidos sus 30 años de vida útil ha llevado a un grupo de donantes internacionales impulsados por el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo a implicarse de lleno en garantizar su seguridad.
Juntos han reunido los 1.500 millones de euros que ha costado la nueva armadura, la mayor estructura móvil fabricada hasta ahora, de un tamaño casi equivalente al de dos campos de fútbol, con la Comisión Europea como mayor contribuyente con 431 millones.
El ambicioso proyecto de ingeniería empezó a levantarse en 2012, casualmente pocos meses después de que los fantasmas de Chernóbil resucitaran ante el escape radiactivo de la ciudad japonesa de Fukushima tras un fuerte terremoto.
La tragedia llevó a Europa, con Alemania a la cabeza, a replantearse su relación con la energía atómica.
"Hemos aprendido muchas lecciones del accidente de Chernóbil y del más reciente de Fukushima
. La Comisión apoyó los exámenes para detectar debilidades en las plantas nucleares y la UE actualizó sus normas de seguridad.
Las lecciones aprendidas y las mejoras de seguridad han reducido la probabilidad de otro accidente nuclear a gran escala", asegura a EL PAÍS el comisario europeo de Cooperación, Neven Mimica.
Este martes se inaugurará la instalación en presencia de autoridades ucranias e internacionales después de tres años de trabajos cerca del reactor a cargo de las constructoras francesas Vinci y Bouygues, pero el equipamiento con que cuenta la infraestructura, con forma de arco gigante —aparatos de control de radiación, respiraderos, protección frente a incendios—, no estará listo hasta finales del año que viene.
Entonces empezará a desmantelarse el deteriorado sarcófago soviético que hasta ahora ha servido de barrera, edificado a contrarreloj por 90.000 personas en solo 206 días bajo la urgencia de la hecatombe.
"Es nuestra obligación hacer la zona segura medioambientalmente de nuevo y librar a las próximas generaciones de esta responsabilidad", apunta Mimica.
Los números muestran la envergadura del nuevo monstruo de metal que hará de escudo frente a las partículas: 108 metros de altura, 162 de largo, 257 de ancho y un peso de 36.000 toneladas, casi cuatro veces el de la Torre Eiffel, y lo suficientemente amplio como para que en su interior quepa la Estatua de la Libertad o el Estadio de Saint-Denis, tal y como comparan en su web las empresas responsables del proyecto para dar una idea de su tamaño.
Su propósito de servir de muro frente a la radiactividad es fundamental para los trabajadores que desmantelarán la antigua estructura soviética.
También la seguridad del caparazón se ha extremado ante la peligrosidad del material que esconde el reactor: está preparada para soportar terremotos de más de seis grados en la escala Richter pese a que Ucrania es una zona de baja actividad sísmica.
Nadie espera menos garantías después de que toda certeza de invulnerablidad se evaporara una noche de primavera.
El sábado 26 de abril de 1986 a las 1.23 de la madrugada el reactor número 4 de la central de Chernóbil explotó durante unas pruebas de seguridad.
Ese día el ser humano empezó a conocer una nueva forma de temor tan invisible como destructivo.
"Lo que ha pasado es algo desconocido.
Es otro miedo.
No se oye, no se ve, no huele, no tiene color; en cambio nosotros cambiamos física y psíquicamente.
Se altera la fórmula de la sangre, varía el código genético, cambia el paisaje", narra uno de los supervivientes en Voces de Chernóbil, el relato coral sobre el sufrimiento que siguió a la catástrofe de la Nobel de Literatura Svetlana Alexievich.