Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 nov 2016

Se apaga a los 96 años la voz libre y resistente del poeta Marcos Ana

Fue el preso político que más tiempo pasó en la cárceles franquistas: entró con 19 años y salió con 42.

 

 
Marcos Ana, fotografiado en la cárcel de Ocaña, donde estuvo preso.
Se hizo poeta en el lugar más hostil para los versos, una cárcel franquista donde toda la energía se iba en sobrevivir, donde no había paisaje al que mirar.
 Tituló uno de sus poemas más célebres y su biografía precisamente así: Decidme cómo es un árbol. Marcos Ana, el preso político que más tiempo pasó entre rejas, ha muerto este jueves en Madrid, a los 96 años
. Él habría dicho que fue a los 73 porque solía descontarse esos 23 años que habitó las prisiones de la dictadura.
 Cada cumpleaños hacía esa diferencia: 
“Tengo 90 años de edad y 67 de vida; tengo 91, es decir, 68….” Nunca aparentó, en cualquier caso, los inviernos que llevaba encima
. En una ocasión, a punto de dar una charla en la Cámara de los Comunes, en Londres, le confundieron con su intérprete, un profesor inglés y cojo.
 Al subir al estrado nadie reaccionó. La gente solo empezó a aplaudir cuando llegó el profesor. El público interpretó que el preso que más tiempo había pasado en las frías celdas del Régimen, el que había estado condenado a muerte, el que había sido torturado... era necesariamente el que caminaba con bastón y no aquel hombre alto que se había plantado en la tribuna en dos zancadas.
Con 15 años se había afiliado, como las 13 rosas, a las Juventudes Socialistas Unificadas.
 Luego se hizo del Partido Comunista. Quiso ir al frente, pero le mandaron de vuelta a casa por no tener edad suficiente. Ingresó en la cárcel con 19 y salió con 42, en 1961.
 Le acusaban de tres asesinatos en Alcalá de Henares por los que ya habían sido fusilados otros presos.
 En prisión se acostó muchas noches pensando que no llegaría a ver el día porque el Régimen había cometido la ridiculez de condenarle no a una, sino a dos penas de muerte. 
Finalmente, a él le conmutaron la pena, pero dio el último abrazo a muchos compañeros que no tuvieron la misma suerte. 
Dedico sus años de libertad a rendirles un homenaje permanente.
 “Marcos Ana no se ha mirado complacido en el espejo.
 Lo ha roto en mil pedazos para que en cada fragmento se vea el rostro de sus camaradas”, dijo el premio Nobel José Saramago.
 Con sus compañeros de celda creó en la cárcel un periódico clandestino llamado Juventud. 
 Daban clases y organizaban tertulias literarias sobre los libros prohibidos, que eran casi todos.
 Apoyándose en la parte de abajo del plato de la comida, Marcos Ana empezó a escribir poemas. 
Los sacaba clandestinamente de prisión. A veces, con la ayuda de un guardia.
 Otras, haciendo que un preso al que quedaban días para salir en libertad, los memorizara. 
Y empezaron a difundirse gracias a la ayuda de poetas en el exilio como Rafael Alberti, y de los comités de solidaridad con los presos políticos.
 Ahí fue cuando Fernando Macarro se convirtió en Marcos Ana, el seudónimo que escogió uniendo el nombre de sus padres: Marcos Macarro, que había muerto en un bombardeo en enero de 1937 -él mismo encontró el cadáver sobre la acera-, y Ana Castillo, que falleció en la navidad de 1943, después de que a su hijo le condenaran por segunda vez a muerte.
Y con todo, para Marcos Ana lo más difícil, como explicó muchas veces, fue adaptarse a la libertad. 
Sus ojos sufrían con la luz.
 Se mareaba en los espacios abiertos.
 Y fue al verse en la calle cuando supo que había perdido toda su juventud.
 Cuando se dio cuenta de que, a los 42 años, jamás había estado con una mujer. 
Con sus mejores intenciones, un amigo le llevó una noche a un cabaré, llamó a una chica, le metió 500 pesetas en el bolsillo y le dio las instrucciones: “Para que pases la noche con mi amigo”.
 “Se llamaba Isabel y era morena, de ojos grandes, hermosísima…”, recordaba a este diario el verano de 2015.
 Fue incapaz de tocarla.
 Al final, decidió contarle su historia. Marcos e Isabel pasaron la noche juntos, hablando.
 Cuando, al volver a casa, descubrió que le había vuelto a meter las 500 pesetas en el bolsillo, Marcos deshizo corriendo el camino hasta ella. 
Pero antes de llegar a su pensión, decidió que si aquel día pagaba arruinaría para siempre el recuerdo de la noche anterior. 
Entró en una floristería y pidió 500 pesetas en flores. En la tarjeta escribió: “Para Isabel, mi primer amor”.
No volvieron a verse, pero fue al leer ese episodio de su biografía cuando Pedro Almodóvar quiso convertir la vida de Marcos Ana en una película y compró los derechos de Decidme cómo es un árbol.
En París conoció a Vida Sender, hija de unos anarquistas aragoneses y futura madre de su hijo, Marcos.
 “La cárcel la viví como un militante, y hasta que no conocí el amor no me di cuenta de lo que me habían quitado.
 Cuando la vi pensé: 'Para esto he salido yo de prisión, para esto estoy yo en el mundo”, explicaba en la misma entrevista.
 La convivencia no fue fácil. “Era como un toro”, recordaba ella. Un día le sentó y le dijo: “No quiero ser una segunda cárcel para ti”. "Me regaló otra vez la libertad", explicaba él.
 El amor dio paso a una amistad que les acompañó toda la vida. Les gustaba bajar a una terraza cerca de la casa de Marcos donde el poeta practicaba uno de sus pasatiempos favoritos: ver pasar a la gente e imaginar qué problemas tenían, en qué cosas irían pensando. 

Obra y premios

De su etapa en prisión son los libros Poemas desde la cárcelLas soledades del muro. 
En 2007 publicó su biografía, Decidme cómo es un árbol (Umbriel-Tabla rasa).
En 2009, el Gobierno le concedió la medalla de oro al mérito en el Trabajo.
En 2011, obtuvo la medalla de oro al mérito en las Bellas Artes y publicó Poemas de la prisión y de la vida.
En 2013 publicó Vale la pena luchar, un libro escrito en el contexto de la crisis económica. Se lo dedicó "a la juventud".
 
 

Carolina de Mónaco, su vida en imágenes


 Licenciada en filosofía en París, madre de cuatro hijos y rostro femenino más representativo del Principado desde que falleciera Grace Kelly, la vida de esta princesa no ha sido, sin embargo, un sencillo cuento de hadas.

En los asuntos sentimentales, Carolina no lo ha tenido fácil para escribir finales felices. 
Tras un cuestionado romance con el galán Philiph Junot, la princesa se casó en 1978 con el plebeyo con una seria oposición familiar y, pasados dos años de matrimonio, la esperada separación.

La hija de Rainiero y una recién fallecida Grace Kelly (otro duro mazazo para Carolina en 1982), mantuvo breves idilios con Robertino Rossellini y Guillermo Vilas antes de que llegara el que muchos consideran su verdadero amor: Stefano Casiraghi.

La Princesa y el multimillonario se casaron el 29 de diciembre de 1983 y tuvieron tres hijos: Andrea (1984), Carlota (1986 y heredera natural de la belleza y elegancia de su madre), y Pierre (1987). 
Pero su cuento de hadas tampoco tuvo esta vez un final con perdices. Stefano Casiraghi fallecía en un trágico accidente en el mar mientras practicaba off-shore en 1990.

Sumida en la desolación, Carolina se retiró de la vida pública para dedicarse al cuidado de sus hijos y se trasladaron a vivir a la zona de la Provenza.
 No sería hasta los últimos años de los 90 cuando volvió a ejercer su papel de Princesa de Mónaco, coincidiendo poco después con Ernesto de Hannover, padre de su cuarta hija, Alejandra, y, al parecer su amor definitivo, a pesar de los continuos rumores de crisis que planean sobre la pareja.  El Príncipe Alberto de Mónaco, el Príncipe Rainiero, Carolina de Mónaco durante el funeral de Grace Kelly  
 
 
Ampliar imagen Carolina de Mónaco y su hija Carlota, de vacaciones La Princesa Carolina, muy guapa Carolina de Mónaco y su hija Alexandra
 
 
A sus 54 años, Carolina de Mónaco guarda esa belleza serena y elegante que tomó heredada de su madre. Licenciada en filosofía en París, madre de cuatro hijos y rostro femenino más representativo del Principado desde que falleciera Grace Kelly, la vida de esta princesa no ha sido, sin embargo, un sencillo cuento de hadas.

En los asuntos sentimentales, Carolina no lo ha tenido fácil para escribir finales felices. Tras un cuestionado romance con el galán Philiph Junot, la princesa se casó en 1978 con el plebeyo con una seria oposición familiar y, pasados dos años de matrimonio, la esperada separación.

La hija de Rainiero y una recién fallecida Grace Kelly (otro duro mazazo para Carolina en 1982), mantuvo breves idilios con Robertino Rossellini y Guillermo Vilas antes de que llegara el que muchos consideran su verdadero amor: Stefano Casiraghi.

La Princesa y el multimillonario se casaron el 29 de diciembre de 1983 y tuvieron tres hijos: Andrea (1984), Carlota (1986 y heredera natural de la belleza y elegancia de su madre), y Pierre (1987). Pero su cuento de hadas tampoco tuvo esta vez un final con perdices. Stefano Casiraghi fallecía en un trágico accidente en el mar mientras practicaba off-shore en 1990.

Sumida en la desolación, Carolina se retiró de la vida pública para dedicarse al cuidado de sus hijos y se trasladaron a vivir a la zona de la Provenza. No sería hasta los últimos años de los 90 cuando volvió a ejercer su papel de Princesa de Mónaco, coincidiendo poco después con Ernesto de Hannover, padre de su cuarta hija, Alejandra, y, al parecer su amor definitivo, a pesar de los continuos rumores de crisis que planean sobre la pareja. 





 
 

‘Gigante’, un modélico melodrama que define el cine de los grandes estudios de Hollywood

El detective Víctor Ros ha de evitar tres crímenes aún no cometidos

Penélope Cruz acude como invitada a ‘El hormiguero’, junto con Chino Darín.

Pocas películas definen el cine de los grandes estudios como Gigante. 

 Vista hoy, posee el valor de un cine que ya es historia, pero también supone una muestra ejemplar de superproducción clásica, que bajo su envoltorio de lujoso melodrama esconde aristas de lo más incómodas.

 Gigante es la crónica de dos generaciones familiares marcadas por el fatalismo. 

Y entre ambiciones y desamores vibra un reparto memorable y una cámara que siempre ocupa el lugar preciso, muestra del talento visual del autor de otro icono, Raíces profundas.

En este vídeo de apenas dos minutos Freddie Mercury paró el mundo

Hoy se cumplen 25 años sin el líder de Queen. 

En esta grabación de un concierto de Wembley están resumidos sus poderes.

 

"Nunca he visto a un hombre atrapar el mundo entero en la palma de su mano de esa forma". 
Así describe Peter Freestone, asistente personal de Freddie Mercury (Tanzania, 1946 – Londres, 1991) todo lo que sucedió el 12 de julio de 1986 en el estadio de Wembley, de Londres.
 El concierto pasaría a la historia de la música y de la cultura popular: el mundo dejó de girar durante tres horas y toda una generación asociaría para siempre al líder de Queen con esa chaqueta amarilla, ese mostacho y ese éxtasis musical casi religioso.
Lo más fascinante de aquel espectáculo es que se puede percibir cómo el cantante es perfectamente consciente de que está haciendo historia. 
 Tanto, que ni siquiera le hizo falta una canción de verdad para despertar el fervor de 70.000 creyentes: le bastó con una improvisación de apenas 2 minutos. 
Hoy, más de 30 años después y en el 25º aniversario de su muerte, esa aparentemente intrascendente improvisación condensa todo lo que convirtió a Freddie Mercury en una leyenda.
Durante un minuto y 57 segundos, Mercury consigue parar el mundo de nuevo. 
Y eso es lo más cerca que se puede estar de la inmortalidad

Así se domina con chulería y elegancia un escenario

Era el escenario más grande construido hasta el momento, y se le quedaba pequeño. 
Mercury se pasea como un animal que sabe que conquista inmediatamente el terreno que pisa, y en ningún momento parece intimidado ante la responsabilidad de seducir a 70.000 personas. Resulta tan chulesco como entrañable.
 Sus posturas triunfales mientras improvisa, a medio camino entre la ópera y la verbena de pueblo, generaron una corriente eléctrica que consiguió que el público no sintiese que estaba repitiendo cantos tiroleses, sino que formaba parte de la historia de la música.

Siempre cantando como si fuera la última vez en su vida

"No puedo llegar tan alto, vamos a bajar otra vez", reconoce el cantante en el vídeo. 
Pero enseguida vuelve a elevar su voz con una magnitud que no cabía en Wembley.
 A pesar de que el rango vocal de Mercury llegaba a la estratosfera como pocos cantantes masculinos han logrado, daba la sensación de que su vigor no nacía de la técnica, sino de las entrañas. 
El público respondió entusiasmado a sus gorgoritos, porque Freddie se lo estaba tomando tan en serio como si se tratase de la última canción de su vida.

Líder de masas

El flautista de Hamelin era un aficionado al lado de Mercury. Aquella masa entregada había pagado 17 euros por la entrada, en la que sin duda es la mejor inversión de toda su vida.
 Y se dejaron llevar por la euforia de Queen.
 La indumentaria de Mercury le hace parecer un líder militar sacado de un sueño, y sostiene su característico micrófono con la actitud épica de quien ostenta un cetro. 
Le falta la corona, pero ya se encarga él de comportarse como si fuera el rey del mundo.
 El público estaba tan a sus pies que si al terminar el concierto Freddie llega a proponer invadir Polonia, esas 70000 personas le habrían seguido sin pensarlo dos veces.
Mercury se arrodilla ante Brian May en el concierto de Wembley de 1986.  

Un anfitrión divertido que invita a todo el mundo a la fiesta

Despedir el numerito con ese "que os jodan" y recibir una ovación como respuesta es algo que solo pueden permitirse las estrellas de verdad.
 Mercury se ha metido a Wembley entero en el bolsillo, y lo ha conseguido porque la arrogancia solo es carismática cuando nace de la positividad y no de la prepotencia.
 El cantante arranca su improvisación con un mini/cachi/maceta en la mano, que le haría parecer el borracho de turno de la fiesta si no fuera porque su presencia es majestuosa.
 Él es el primero en sorprenderse por lo receptivo que está el público, y parece querer poner a prueba la obediencia de sus fieles, pero no lo hace con superioridad (aunque la disfruta), sino invitando a todo el mundo a la fiesta.

Sí, soy estrafalario, y si no te gusta me importa un carajo

La estrambótica energía de Mercury sobre el escenario despertó multitud de comentarios acerca de su sexualidad, pero a él no podía importarle menos.
 Otros artistas habrían sentido pudor, pero Freddie se dejaba llevar por la teatralidad y grandilocuencia, siempre buscando sacar adelante el mayor espectáculo del mundo.
 Él sabía que el problema lo tenían los demás.
 Si un artista se pasa de prudente y pisa el freno, conseguirá pasar desapercibido, pero nunca hará historia.