Serlo o no. Para acabar con la cuestión judía, la
obra del francés Jean-Claude Grumberg que ha representado hasta hace
nada Josep Maria Flotats en el Teatro Español de Madrid, deja en el aire
un sabor agrio que el actor resuelve con la elegancia que reaprendió en
Francia y con la que adorna el alma de sus representaciones.
Ágil, educado, veloz en sus respuestas y en sus ocurrencias, representa al personaje que interpreta con ese aire que tiene Barak Obama, aun presidente de los Estados Unidos, en todas sus comparecencias públicas, oficiales o no.
A Obama la ropa le va al cuerpo como si la hubiera usado siempre, hasta cuando duerme; los tejidos son suaves, se dejan llevar sin que la musculatura tenga que resolver incomodidades.
Y, cuando escucha o cuando habla, no se irrita, se espera cualquier situación, aunque ésta sea difícil o comprometida, y no se resigna, sino que simula que se resigna o que traga.
Y es que los dos, Flotats y Obama, han estado interpretando, uno en el escenario y el otro en la vida real, y tan real, papeles dificilísimos, tan contemporáneos que corresponden a heridas de toda la vida.
La obra de Flotats parece que trata de la cuestión judía, de cómo este asunto removió situaciones hasta hacer saltar lo peor de la naturaleza humana en un momento, el previo a la segunda guerra mundial, hasta ahora mismo, en que todo conspira para que el odio al otro se disimule con la crítica a lo que hace el otro.
Y Obama tiene en casa un inquilino que espera que él abandone su casa blanca para hacer lo que dijo que haría: levantar muros, cerrar compuertas, enseñar los dientes, cavar nuevas vallas.
Europa vivió ese momento cruel en la época de los ultranacionalismos fascistas, y la secuela (el odio al judío, el odio al diferente) ha seguido manchando de sospecha (y no sólo al judío: al diferente en general) las sucesivas sociedades.
En ese crescendo, después de la ducha horrible que fue la guerra, este es el peor momento de la vida de Europa, no por lo que ocurre (que también) sino por lo que podría ocurrir.
Los diferentes, los odiables, no son los mismos, pero siguen siendo los mismos, además.
Los diferentes son también los inmigrantes, los negros, los pobres. Todos son diferentes, todos aquellos que no pueden disimularse ni integrarse en la sociedad de los nacionalistas ultras que ven en el otro una amenaza, todos son culpables antes de serlo, y se les señala genéricamente.
Todos son malos, deben ser expulsados.
No sólo eso: Europa acepta que la situación puede desembocar, después del triunfo de Trump, en una desesperada bocacalle terrible.
Este presidente electo de los Estados Unidos dio muestras de su desprecio al otro y no se ha desdicho una vez que acabó su guerra de mentiras y otras falacias.
Su antecesor, Barack Obama, ha venido a Europa para calmar las perspectivas de que lo que este Trump Primero representa se expanda a países europeos de gran potencia.
Se fue triste, así se le vio.
Cuando acabó la gira del presidente norteamericano éste fue retratado diciendo adiós.
Con su ropa de siempre, que le va como la seda a su cuerpo bien tratado por el tiempo y por la salud, estuvo con todos los europeos que acudieron a su cumbre triste de despedida, y en todas las ocasiones dio tantos ánimos como los que se dan a familias atribuladas por el temor a que se acrecienten las enfermedades.
De todas esas fotos que lo han seguido hasta que se fue la que se me antojó más simbólica fue la última, que EL PAÍS publicó en su primera página de papel el pasado sábado.
La boca "retrincada", como cuando no acabas de saber si ríes o sonríes, la sonrisa forzada y triste de los que no se atreven a reír por si los deudos lloran.
En Estados Unidos él ha sido el otro, él sabe lo que es ser el otro, ese que representa, con igual ironía atacada, Josep Maria Flotats en Serlo o no.
Y cuando se estaba montando en el Aire Force One Obama sabía que volvía a un país donde ya los otros vuelven a ser los de siempre, empujados al abismo de la incertidumbre por este ciclón que ha borrado de la cara de Obama, y de Europa, lo que aún había de confianza en la cara de los diferentes.
Ahora ya no sólo temerán los diferentes que ya conocen qué pasa cuando pasan ciclones así, sino los nietos de Europa, los que no conocieron ventoleras alentadas por personajes que consideran que defender su tierra es amenazar a otros con desposeerlos hasta de las ganas de vivir.
Ágil, educado, veloz en sus respuestas y en sus ocurrencias, representa al personaje que interpreta con ese aire que tiene Barak Obama, aun presidente de los Estados Unidos, en todas sus comparecencias públicas, oficiales o no.
A Obama la ropa le va al cuerpo como si la hubiera usado siempre, hasta cuando duerme; los tejidos son suaves, se dejan llevar sin que la musculatura tenga que resolver incomodidades.
Y, cuando escucha o cuando habla, no se irrita, se espera cualquier situación, aunque ésta sea difícil o comprometida, y no se resigna, sino que simula que se resigna o que traga.
Y es que los dos, Flotats y Obama, han estado interpretando, uno en el escenario y el otro en la vida real, y tan real, papeles dificilísimos, tan contemporáneos que corresponden a heridas de toda la vida.
La obra de Flotats parece que trata de la cuestión judía, de cómo este asunto removió situaciones hasta hacer saltar lo peor de la naturaleza humana en un momento, el previo a la segunda guerra mundial, hasta ahora mismo, en que todo conspira para que el odio al otro se disimule con la crítica a lo que hace el otro.
Y Obama tiene en casa un inquilino que espera que él abandone su casa blanca para hacer lo que dijo que haría: levantar muros, cerrar compuertas, enseñar los dientes, cavar nuevas vallas.
Europa vivió ese momento cruel en la época de los ultranacionalismos fascistas, y la secuela (el odio al judío, el odio al diferente) ha seguido manchando de sospecha (y no sólo al judío: al diferente en general) las sucesivas sociedades.
En ese crescendo, después de la ducha horrible que fue la guerra, este es el peor momento de la vida de Europa, no por lo que ocurre (que también) sino por lo que podría ocurrir.
Los diferentes, los odiables, no son los mismos, pero siguen siendo los mismos, además.
Los diferentes son también los inmigrantes, los negros, los pobres. Todos son diferentes, todos aquellos que no pueden disimularse ni integrarse en la sociedad de los nacionalistas ultras que ven en el otro una amenaza, todos son culpables antes de serlo, y se les señala genéricamente.
Todos son malos, deben ser expulsados.
No sólo eso: Europa acepta que la situación puede desembocar, después del triunfo de Trump, en una desesperada bocacalle terrible.
Este presidente electo de los Estados Unidos dio muestras de su desprecio al otro y no se ha desdicho una vez que acabó su guerra de mentiras y otras falacias.
Su antecesor, Barack Obama, ha venido a Europa para calmar las perspectivas de que lo que este Trump Primero representa se expanda a países europeos de gran potencia.
Se fue triste, así se le vio.
Cuando acabó la gira del presidente norteamericano éste fue retratado diciendo adiós.
Con su ropa de siempre, que le va como la seda a su cuerpo bien tratado por el tiempo y por la salud, estuvo con todos los europeos que acudieron a su cumbre triste de despedida, y en todas las ocasiones dio tantos ánimos como los que se dan a familias atribuladas por el temor a que se acrecienten las enfermedades.
De todas esas fotos que lo han seguido hasta que se fue la que se me antojó más simbólica fue la última, que EL PAÍS publicó en su primera página de papel el pasado sábado.
La boca "retrincada", como cuando no acabas de saber si ríes o sonríes, la sonrisa forzada y triste de los que no se atreven a reír por si los deudos lloran.
En Estados Unidos él ha sido el otro, él sabe lo que es ser el otro, ese que representa, con igual ironía atacada, Josep Maria Flotats en Serlo o no.
Y cuando se estaba montando en el Aire Force One Obama sabía que volvía a un país donde ya los otros vuelven a ser los de siempre, empujados al abismo de la incertidumbre por este ciclón que ha borrado de la cara de Obama, y de Europa, lo que aún había de confianza en la cara de los diferentes.
Ahora ya no sólo temerán los diferentes que ya conocen qué pasa cuando pasan ciclones así, sino los nietos de Europa, los que no conocieron ventoleras alentadas por personajes que consideran que defender su tierra es amenazar a otros con desposeerlos hasta de las ganas de vivir.