Mañana se
producirá la mayor y más brillante Luna desde 1948 y hasta 2034, aunque
será muy difícil apreciar la diferencia de tamaño.
Tamaños aparentes de SuperLunas (10 agosto 2014) y Luna llena (18 octubre 2013).J.C Casado / VÍDEO: QUALITYNingún planeta del Sistema Solar mantiene una relación relativa tan
importante con un satélite como lo hace la Tierra con la Luna. Tal vez
los humanos tratamos de devolverle el corazón que perdió cuando se
separó violentamente de nuestro mundo. El poder de atracción es enorme,
fascinante. Ella, junto con el Sol, ejerce el suyo sobre la Tierra: las
mareas. El próximo 14 de noviembre, pondremos de nuevo nuestros ojos en
la Luna que, por lo brillante y cercana que estará, llamamos
“Superluna”. Un término, por cierto, que se suma, desde hace tan solo
unos cinco años, a los cientos de nombres que venimos dando a nuestro
exclusivo satélite desde que fuimos capaces de observarlo. La Luna,
después de todo, es de la familia.Durante las Superlunas, el diámetro de la Luna llena puede aumentar hasta en un 14%,
y su brillo, alrededor de un 30%, respecto a una Luna llena en el
apogeo (máxima distancia a la Tierra). La pregunta es ¿podemos percibir
el cambio de tamaño a simple vista? La respuesta es que será muy difícil
apreciarlo, aunque la Luna será más brillante. Para responder, debemos calcular el cambio angular aparente (tamaño
aparente que tiene la Luna en el cielo si la observamos a simple vista)
en la Luna llena. En el mejor de los casos, la diferencia de tamaño en
el cielo de la Luna llena en el apogeo y en el perigeo (Superluna) es de
cuatro minutos de arco. Como referencia, podemos tomar el tamaño que ocupa (en el cielo)
nuestro dedo meñique cuando lo observamos con el brazo extendido (ver
figura 1), que es de sesenta minutos de arco (un grado). En promedio, la
Luna llena tiene un tamaño angular (tamaño en el cielo) de 30 minutos
de arco (¡la mitad del dedo meñique!). La Luna gira alrededor de la Tierra con un periodo de
aproximadamente 28 días, aunque su órbita no es circular -se trata de
una elipse-, de ahí que la distancia Luna-Tierra no sea siempre la
misma. Además, los parámetros orbitales de la Luna varían con el tiempo,
debido principalmente a las influencias gravitatorias del Sol y los
planetas. Por esta última razón, siempre que se hable de alguna
característica de la órbita lunar deberá referirse a un determinado
periodo de tiempo. Si tomamos el periodo de 5.000 años, desde -1999 hasta 3000,
la distancia del perigeo lunar (mínima distancia Tierra-Luna) ha
variado entre 356.355 y 370.399 km, mientras que el apogeo lunar (máxima
distancia Tierra-Luna), entre 404.042 y 406.725 km (Five Millennium Catalog of Solar Eclipses, Espenak and Meeus, 2009).
Si bien es cierto que durante las Superlunas la atracción
gravitatoria lunar es mayor, el único efecto sobre nuestro planeta lo
observaremos en mareas más vivas. El incremento gravitatorio sigue
siendo demasiado débil para causar perturbaciones geológicas
(terremotos, tsunamis...).
Personas en la calle,
tras ser evacuados en la localidad de Wellington, por el terremoto de
7,4 grados registrado en Nueva Zelanda. ROSS SETFORDEFE
Mapa de la zona afectada por el terremoto distribuido por el Servicio geológico de los Estados Unidos. USGS /HANDOUTEFE
Un terremoto con una magnitud de 7,4 grados ha afectado a Nueva Zelanda
este domingo. El epicentro del seísmo se situó a 91 kilómetros al
noreste de la ciudad de Christchurch, minutos después de la medianoche
(mediodía, hora española), según informó el Servicio Geológico de
Estados Unidos. Las autoridades han confirmado que se ha registrado un tsunami de dos metros tras el temblor, al que siguieron varias réplicas. La posibilidad de que se provocara un tsunami fue advertido por el
organismo de gestión de emergencias de Nueva Zelanda, en una nota
informativa. Según sus datos, la primera oleada del maremoto, que
continuaría durante varias horas, podría no ser la más significativa. El Gobierno de Nueva Zelanda ha informado en la web GeoNet que el seísmo se
"sintió ampliamente" en todo el país y advirtió a los ciudadanos que
debían estar vigilantes ante las réplicas . Las autoridades han
recomendado a los habitantes de la costa este del país que se desplacen
"hacia zonas elevadas o lo más posible tierra adentro", tras producirse
el tsunami.
A Juan Carlos Rodríguez, recientemente fallecido, le debemos una lectura materialista del 'Quijote'.
El historiador de la literatura Juan Carlos Rodríguez, fotografiado en 2003. María de la Cruz
“¿De qué trata este libro?” “De vender. La mayoría de los libros
tratan de vender”. Con esa broma suele responder el editor Constantino
Bértolo a la pregunta por el argumento de algunas novelas. En sus años
al frente de Debate, Bértolo sacó adelante un premio de ensayo literario
–el Josep Janés- que en su primera edición recayó en un trabajo sobre
el Quijote de título llamativo: El escritor que compró su propio libro. Su autor era Juan Carlos Rodríguez,
uno de los pocos teóricos de la literatura españoles digno de ser
tenido por tal, un materialista empeñado en mirar debajo de la alfombra;
aunque menos dado al humor, una especie de Terry Eagleton de la
universidad de Granada. Desde esa cátedra se convirtió en el aglutinador de “la otra sentimentalidad”,
aquel grupo que en los ochenta usó la poesía para reflexionar sobre la
disolución de la izquierda en la rampante posmodernidad. Los polvos de
estos lodos. La obra de poetas como Luis García Montero, Javier Egea,
Inmaculada Mengíbar, Ángeles Mora o Álvaro Salvador encontró, directa o
indirectamente, su caldo de cultivo en el magisterio de un profesor que
había sido adoptado en París por Louis Althusser. Como su maestro, Rodríguez sabía que la ideología es la representación
de la relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales
de vida, asunto con el que la literatura tiene mucho que ver: por
representación y por imaginaria. Libros suyos como Teoría e historia de la producción ideológica, La literatura del pobre o La norma literaria
demostraron que el pensamiento y la filología hispánica no eran
incompatibles por más que cualquier español inclinado a razonar fuera
durante siglos identificado como francés. Juan Carlos Rodríguez murió hace dos semanas y un buen homenaje a ese lector que enseñaba a leer sería acercarse a El escritor que compró su propio libro,
que analiza la obra maestra de Cervantes con admiración pero sin
idealismos, demostrando que su autor escribía con conciencia de público y
de mercado. En este año cervantino, tan dado a la exaltación
lingüístico-patriótica, no está de más recordar que el narrador del Quijote
dice haber comprado el manuscrito en Toledo. Ni recordar que el dinero
salpica todo el relato: ya sea cuando el hidalgo paga a Sancho para que
se azote -y así desencantar a Dulcinea- o cuando la propia dama,
ensoñada en la Cueva de Montesinos, pide dinero al de la Triste Figura. A
falta de que los euros generen un adjetivo, cabría decir que el Quijote es la novela genial de un pesetero. También en eso fue el primer moderno.
Glenda Jackson en el evento contra el cáncer de ovario 'Make Time For Tea', en Londres, en 2015. Cordon pressGlenda Jackson
encarna la atipicidad de haber sido hasta la fecha el único miembro en
toda la historia del Parlamento británico que luce en su vitrina el
premio Oscar. Y no solo una estatuilla dorada, sino dos . Recién jubilada de la política,
tras casi un cuarto de siglo como diputada del ala izquierda laborista,
la que fuera una de las actrices más destacadas de su generación acaba
de retornar a las tablas de Londres a los 80 años, interpretando además
el papel masculino del rey Lear. Lo suyo siempre fue desafiar las
convenciones, y con éxito. Su nombre vuelve a acaparar estos días las cabeceras de la prensa
nacional gracias al elogioso veredicto con el que ha sido recibida su
interpretación del complejo monarca shakesperiano,
y, sobre todo, por lo que un crítico calificaba como "la madre de todos
los regresos". El de una actriz que en el pico de su reconocimiento
plantó todo para consagrarse a la vida parlamentaria sin mirar atrás. “Ni una sola vez a lo largo de mis 23 años en el escaño eché de menos
aquel pasado”, ha rememorado sobre la decisión de abandonar una
industria que en 1992 asistía incrédula a la transmutación de la Jackson
actriz en una política profesional.
Glenda Jackson en 'La inglesa romántica'. 1975. cordon press
Hija de un albañil, Jackson (Birkenhead, 1936) nunca hizo lo que se
esperaba de ella. Abandonó el colegio a los 16 años para trabajar en una
cadena de farmacias, pero pronto decidió enrolarse en la academia de
arte dramático Rada. No le motivó tanto la ambición de convertirse en
actriz como la noción de que “¡tenía que haber algo mejor para mí que la
maldita farmacia!”. Forjada en la escena teatral y en la Royal Shakespeare Company, sus inicios en el cine obtuvieron unos réditos casi inmediatos. Tras protagonizar Mujeres enamoradas, del controvertido Ken Russell,
ganó su primer Oscar. Jackson ha pasado a los anales de ese galardón
como la primera receptora que protagonizaba un desnudo integral. Y solo
cuatro años más tarde, en 1973, repetía premio con Un toque de distinción,
en la que de nuevo derribaba cánones sociales encarnando a una
divorciada inglesa que se lía con un empresario estadounidense casado. Glenda Jackson fue esa anti-estrella que no quiso dar ningún discurso al
recoger sus dos premios (“me dicen que es como recibir una medalla de
oro olímpica, pero en este caso no creo que a todos los corredores se
nos permita cubrir la misma distancia”, dijo entonces). Acabó guardando
una de las estatuillas en el desván. La otra se la dio a un sobrino
“para un proyecto del colegio o algo así…”, ha contado. Desde ese desapego quizá se entienda mejor la entrega que Jackson acabó
consagrando a la política cuando ya llevaba tres lustros divorciada del
exactor Roy Hodges, padre de su único hijo. Su nueva carrera no
consiguió llegar más allá del puesto de subsecretaria del Ministerio de
Trabajo, probablemente porque el izquierdismo de la diputada siempre
renegó del Nuevo Laborismo de Tony Blair y porque se erigió como una de las voces contra la guerra de Irak. El agotamiento de la propuesta laborista le pasó factura en las
elecciones de 2010: la diputada logró retener su escaño por solo 42
papeletas de margen. Fue cuando decidió retirarse de la política, tras
agotar su último mandato parlamentario y bajo el argumento de que le
tocaba entrar a una nueva generación. En aquellos tiempos le preguntaron
si consideraría regresar al teatro, a lo que contestó que no se sentía
capaz de participar en ocho funciones a la semana; “pero sí podría
hacerlo si me dieran un mes para ponerme en forma físicamente”. También
resultó premonitoria su sentencia sobre la falta de papeles para las
actrices, especialmente aquellas que han rebasado su etapa de juventud: "Si miramos la obra de Shakespeare, cualquier actor puede transitar
desde Hamlet a El rey Lear, encarnando sobre el
escenario el desarrollo del carácter humano. Pero es muy difícil
encontrar en los clásicos un equivalente femenino de esos personajes…". Pues bien, Glenda Jackson ha decidido coger el toro por los cuernos y
regresar al ruedo apropiándose de un reinado en masculino, el de ese
Lear con el que ha vuelto a conquistar a la exigente crítica británica.