Dance Me to the End of Love.
Una canción que había sido interpretado en campos de cncentración cuando mataban a judios y esos músicos la interpetaban, Leonard la trajo y su susurro era de tristeza y de amor. Balila conmigo hasta el final del amor.
Adios Leonard Adios.Sigue donde siempre queremos que estén, los que amamos, en algún lugar y en este caso Sususrra con esa voz que acaricia nuestros sueños. Hoy estoy muy triste.
Una vez te vi, ibas con otros que se fueron antes que tú, pero que tampoco olvidamos así pasen los años.
Se apagó su apaciguador susurro, esa voz de cálido invierno, como una
hoguera en lo profundo del bosque, iluminando el tránsito emocional de
los desorientados. Leonard Cohen ha muerto a los 82 años.
Figura capital de la música contemporánea, Cohen demostró durante toda su carrera que no había mentira en su obra. Cohen cantaba verdad.
Y, de la manera más asombrosa y doliente posible, lo hizo por última vez en You Want It Darker, su último disco, publicado hace apenas un mes.
Un álbum que sonaba a despedida, que, en su crudeza instrumental y su voz íntima y sombría, quedó esculpido como un barquero de Hades, haciendo de tránsito hacia el otro lado de la orilla infinita. Como cantaba en la oscura composición que da título al disco, el músico confesaba con su tono grave que estaba “fuera de juego”, “roto” y “cojo”.
“Estoy preparado, mi señor”, decía en un estribillo que ahora ya se sabe que era premonitorio.
“Imagino que soy alguien que simplemente ha renunciado a mí y a ti”, señalaba en Traveling Light.
Era una obra en la que planeaba la muerte de principio a fin.
Y esta ya ha llegado.
Nacido en Montreal, Canadá, en 1934, Cohen, que creció en el seno de una familia judía, fue poeta antes que músico.
Entre 1959 y 1966 publicó cinco libros de poesía por los que recibió grandes elogios de la crítica y las comparaciones con James Joyce.
Sin embargo, en 1967, se trasladó a Nueva York y frecuentó la Factory de Andy Warhol y el hotel Chelsea, nutriéndose del bullicio artístico de una metrópoli imparable.
Allí conoció a Judy Collins, a la que cedió su canción Suzanne, pero también a John Hammond, el cazatalentos que descubrió a Billie Holiday y Bob Dylan, entre otros, y que le permitió grabar en Columbia su primer álbum.
Publicado en 1967, Songs of Leonard Cohen era una fabulosa rara avis en plena efervescencia de la psicodelia en el rock.
El cantautor desplegaba una sensibilidad extraordinaria para tratar asuntos sentimentales a los que elevaba a otra dimensión gracias a sus poderosas imágenes y connotaciones religiosas.
Suzanne, Sisters of Mercy o So Long, Marianne sonaban a clásicos del folk, con esos arpegios delicados, esas guitarras acústicas y ese timbre espiritual en su voz.
Songs from a Room, que vio la luz apenas dos años después, rastreó con la misma lucidez y estética febril esas emociones vagabundas. Story of Isaac, Bird on the Wire o The Partisan, revisión de la canción francesa compuesta durante la II Guerra Mundial La complainte du partisan, consolidaban al músico canadiense como un autor de primera categoría.
En 1974, salió New Skin for the Old Ceremony, producido y arreglado por su amigo el pianista John Lissauer.
A través de canciones como There is a War o Field Commander Cohen, el músico desarrolló un amplio abanico de metáforas sobre la guerra para referirse a la batalla de la existencia, algo que marcaría su lírica hasta el final de sus días cuando todavía en su último álbum incluía Treaty, donde sugería el final de una guerra con una solución pactada.
En 1977, se alió con el prestigioso productor Phil Spector para sacar Death of a Ladies Man, pero los resultados no fueron muy satisfactorios y ambos acabaron como el rosario de la aurora.
No sucedió lo mismo con dos de sus obras siguientes: Recent Songs y Various Positions, publicadas en 1979 y 1985 respectivamente. En ellas, el compositor mantenía su perfil de vigilante sentimental, con canciones que terminaron por convertirse en clásicos de su cancionero como The Gypsy’s Wife, Dance Me to the End of Love y Hallejujah, una de sus más versionadas.
Pero el éxito comercial le llegaría en 1988 con I’m Your Man, donde se intentó acercar a los tiempos incluyendo sintetizadores. Este disco puso al músico en una órbita mayor, trascendiendo los ámbitos del folk donde figuraba.
Figura capital de la música contemporánea, Cohen demostró durante toda su carrera que no había mentira en su obra. Cohen cantaba verdad.
Y, de la manera más asombrosa y doliente posible, lo hizo por última vez en You Want It Darker, su último disco, publicado hace apenas un mes.
Un álbum que sonaba a despedida, que, en su crudeza instrumental y su voz íntima y sombría, quedó esculpido como un barquero de Hades, haciendo de tránsito hacia el otro lado de la orilla infinita. Como cantaba en la oscura composición que da título al disco, el músico confesaba con su tono grave que estaba “fuera de juego”, “roto” y “cojo”.
“Estoy preparado, mi señor”, decía en un estribillo que ahora ya se sabe que era premonitorio.
“Imagino que soy alguien que simplemente ha renunciado a mí y a ti”, señalaba en Traveling Light.
Era una obra en la que planeaba la muerte de principio a fin.
Y esta ya ha llegado.
Nacido en Montreal, Canadá, en 1934, Cohen, que creció en el seno de una familia judía, fue poeta antes que músico.
Entre 1959 y 1966 publicó cinco libros de poesía por los que recibió grandes elogios de la crítica y las comparaciones con James Joyce.
Sin embargo, en 1967, se trasladó a Nueva York y frecuentó la Factory de Andy Warhol y el hotel Chelsea, nutriéndose del bullicio artístico de una metrópoli imparable.
Allí conoció a Judy Collins, a la que cedió su canción Suzanne, pero también a John Hammond, el cazatalentos que descubrió a Billie Holiday y Bob Dylan, entre otros, y que le permitió grabar en Columbia su primer álbum.
Publicado en 1967, Songs of Leonard Cohen era una fabulosa rara avis en plena efervescencia de la psicodelia en el rock.
El cantautor desplegaba una sensibilidad extraordinaria para tratar asuntos sentimentales a los que elevaba a otra dimensión gracias a sus poderosas imágenes y connotaciones religiosas.
Suzanne, Sisters of Mercy o So Long, Marianne sonaban a clásicos del folk, con esos arpegios delicados, esas guitarras acústicas y ese timbre espiritual en su voz.
Songs from a Room, que vio la luz apenas dos años después, rastreó con la misma lucidez y estética febril esas emociones vagabundas. Story of Isaac, Bird on the Wire o The Partisan, revisión de la canción francesa compuesta durante la II Guerra Mundial La complainte du partisan, consolidaban al músico canadiense como un autor de primera categoría.
En 1974, salió New Skin for the Old Ceremony, producido y arreglado por su amigo el pianista John Lissauer.
A través de canciones como There is a War o Field Commander Cohen, el músico desarrolló un amplio abanico de metáforas sobre la guerra para referirse a la batalla de la existencia, algo que marcaría su lírica hasta el final de sus días cuando todavía en su último álbum incluía Treaty, donde sugería el final de una guerra con una solución pactada.
En 1977, se alió con el prestigioso productor Phil Spector para sacar Death of a Ladies Man, pero los resultados no fueron muy satisfactorios y ambos acabaron como el rosario de la aurora.
No sucedió lo mismo con dos de sus obras siguientes: Recent Songs y Various Positions, publicadas en 1979 y 1985 respectivamente. En ellas, el compositor mantenía su perfil de vigilante sentimental, con canciones que terminaron por convertirse en clásicos de su cancionero como The Gypsy’s Wife, Dance Me to the End of Love y Hallejujah, una de sus más versionadas.
Pero el éxito comercial le llegaría en 1988 con I’m Your Man, donde se intentó acercar a los tiempos incluyendo sintetizadores. Este disco puso al músico en una órbita mayor, trascendiendo los ámbitos del folk donde figuraba.
Su interpretación vocal, muchas veces criticada y entendida como una especie de ser un anticantante, guardaba una sensibilidad maravillosa.
Con esos tonos sosegados y esas evocaciones poéticas, el músico se mostraba extraordinariamente íntimo y humano, capaz de cincelar con sus canciones los sinuosos trazos del alma.
Un perfil que no perdió en trabajos como The New Songs, editado en 2001.
Los reconocimientos, a través de discos tributo, palabras entregadas de otros artistas o galardones, se sucedieron a partir de los noventa mientras se sumaban algunos fracasos comerciales.
Peor fue la vida que arrastraba con fuertes episodios de pánico y problemas con el alcohol y dependencia a los antidepresivos.
Sin embargo, encontró el sosiego necesario en el monasterio budista de Mount Baldy hasta que en 2005 anunció que había sido traicionado y estafado por su representante Kelly Lynch, que había estado desviando millones de dólares a otra cuenta.
Se quedó en la ruina.
Tuvo que vender hasta su casa para salir adelante. Pero fue el detonante para que regresara a la carretera con más fuerza que nunca, protagonizando algunos conciertos magníficos de casi tres horas.
Ya septuagenario, Cohen demostró que, además de conseguir sanear las cuentas con los directos, estaba en un estado de forma envidiable.
Los discos Old Ideas (2012) y Popular Problems (2014) estaban repletos de baladas y medios tiempos de una sugerencia fascinante, en donde reivindicaba la madurez y la reconciliación del pasado con el presente.
No hay mal que por bien no venga.
Fascinado por la figura de Federico García Lorca, desde que se hizo con un libro suyo en una librería con 15 años, el músico recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011.
En la rueda de prensa para recoger el galardón, dijo que Lorca fue el poeta que “más influyó" en su juventud.
"Fue el primer poeta que me invitó a vivir en su mundo”, afirmó. Tanto, que a su primera hija le puso por nombre Lorca.
Ya, en 1986, había participado en el disco Poetas en Nueva York, en el que artistas como Lluís Llach, Paco y Pepe de Lucía, George Moustaki o Angelo Branduardi musicalizaban, a modo de homenaje, poemas de Lorca.
Como el genio que era, su muerte, al igual que hizo David Bowie con Blackstar, fue anunciada con elegancia en You Want It Darker, un testamento bello que ahora cobra ya toda su fuerza esplendorosa.
Se ha apagado definitivamente el susurro del guardián sentimental del folk, que se mantuvo siempre fiel a su figura de seductor inteligente, que, como rezaba en su himno Dance Me to the End of Love, bailó con nosotros hasta el final del amor, a través del pánico y la belleza, como un violín en llamas, hasta mostrarnos suavemente nuestros propios límites.