El nuevo presidente elige el himno crepuscular de los Rolling, 'You can't always get what you want', y Jagger le responde.
Mick Jagger y Donald Trump, enfrentados por una canciónNada más terminar Donald Trump su primer discurso como presidente de Estados Unidos,
el adorable coro de 60 voces de niños de la London Bach Choir mecía a
los asistentes del hotel Hilton de Nueva York (y a todo el mundo) en una
bruma de ensoñación trufada en algunos casos de pesadilla: "No puedes
conseguir lo que quieras, pero si lo intentas algunas veces, podrías
obtener lo que necesitas". Se trata de la grabación original de You can't always get what you want,
canción de 1969, compuesta por Mick Jagger y Keith Richards, y que
arranca con esas voces infantiles para luego evolucionan a un medio
tiempo rockero marca Stones.
Instantes después de esta primera locución, uno de los autores de
este clásico, Mick Jagger, lanzaba en su Twitter un mensaje sutil y
burlón: "Estoy ahora viendo las noticias. A lo mejor me piden que cante You can't always get what you want. Ja...". La pelea viene de lejos. Donald Trump ha utilizado esta pieza (y otras de los Stones, como Start me up)
recurrentemente durante su campaña electoral. Y los Rolling Stones le
han llamado la atención para que no las utilice. "Los Rolling Stones no
han dado permiso a Trump para utilizar sus canciones. De hecho, le hemos
pedido que no las utilice más". ¿Qué respondió el político a esto? Nada: han seguido sonando.You can't always get what you want lleva en el repertorio de
los conciertos del grupo desde su composición, en 1969. De hecho, la
siguen interpretando en las últimas giras. La letra está muy en sintonía
con los tiempos de su composición. Finales de los años sesenta, el
desencanto de la generación hippy, las manifestaciones contra la guerra
de Vietnam, el efecto de las drogas después de años consumiéndolas...
Los Stones vivieron un 1969 turbulento, con la muerte de uno de sus
fundadores, Brian Jones (aunque ya no militaba en el grupo: le echó Mick
Jagger) y con el trágico concierto de Altamont. Allí murió un
espectador negro a manos de los Ángeles del Infierno, la banda de
moteros, que en su delirio del momento los Stones eligió como cuerpo de
seguridad de aquel concierto.Fui a la manifestación para recibir mi justa parte de maltratos/
Cantando: 'Ventilaréis nuestra frustración'./ Si no, explotaremos",
canta Jagger. El tema guarda una de las grandes anécdotas de la historia
del grupo. El genial batería de la banda, Charlie Watts, no supo tocar
ese ritmo in crescendo y tuvo que ser sustituido por Jimmy
Miller, el productor. "Antes de unirme a la banda no podía creer que
Charlie no hubiese tocado en You can´t always...", ha declarado el guitarrista de los Stones, Ron Wood.
El propio Watts lo reconoció en el libro According to The Rolling Stones: "Jimmy Miller tocó la batería en You can't always..., y la verdad es que copié parte de su estilo". Estamos hablando de una pieza larga (7,30 minutos) que cierra el soberbio disco Let it bleed. Y ni siquiera se confiaba mucho en ella, ya que fue la cara B de un single, donde la canción estrella fue Honky tonk women. Otra anécdota: la conservadora London Bach Choir exigió que se retirase
su nombre de los créditos al comprobar el título del disco (Déjalo sangrar) y que una de las canciones, Midnight Rambler, trataba sobre un asesino en serie.
Hoy, ese tema bello y hippioso es el estandarte de una nueva era. Aunque a Mick Jagger no le haga mucha gracia.
La perdedora pide a Trump que sea el presidente de todos los americanos.
En los pasados días, viajando con la candidata demócrata a bordo de
su avión de campaña, escribiendo su historia ante la recta final de las
elecciones, escribí algo sobre Hillary Clinton que ahora me recuerda una
colega de EL PAIS en Madrid y que ha resultado una premonición no
deseada. “Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho
propio, la realidad trastorna los planes de Clinton”.
Hillary Clinton se dirige a sus seguidores tras perder la carrera a la Casa Blanca CARLOS BARRIAREUTERS
Pero en el fondo, tras más de 20 meses de entregada campaña, ni su
campaña, ni la mismísima candidata, podrían haber imaginado este brutal
final: amanecer el miércoles con un presidente Donald J. Trump.
Ni en sus peores pesadillas hubieran contemplado ese “trastorno de
planes” que ha sido un devastador choque de trenes entre la realidad y
el deseo.
La exsecretaria de Estado decidió no comparecer en la noche
del martes en el lugar que había elegido en Manhattan para celebrar el
hito de la primera mujer que lograba romper el tristemente famoso techo
de cristal al lograr la presidencia del país más poderoso del mundo.
Si a los asistentes les temblaban las piernas y no salían de su
asombro, especulaban con que muy probablemente Hillary Clinton tuvo que
ser asistida médicamente para controlar el shock inicial.
Clinton no ha dejado pasar mucho tiempo para pedir
disculpas a sus seguidores.
Ya había escrito el que sería su discurso
más difícil.
Pero cuando faltaban minutos para que la antigua senadora
entrara a la sala en un hotel de Nueva York, el ambiente parecía el
propio de la espera ante un funeral.
Caras largas, tristes. Abrazos de
confort entre lágrimas.
Miradas que se evitaban para frenar a las
lágrimas.
Clinton subió al escenario después de que le diera paso el
que hubiera sido su vicepresidente en una Administración Clinton.
Tim
Kaine estaba visiblemente emocionado.
Contenida, en ese papel de estadista que tan bien ha lucido
a lo largo y ancho del mundo durante sus cientos de viajes como
secretaria de Estado, Clinton expuso con claridad lo que desea para
Estados Unidos en los próximos cuatro años.
La exsecretaria dio las gracias primero a sus seguidores y
luego les pidió perdón: “Siento que no hayamos ganado las elecciones”.
A
partir de ahí, su siguiente mensaje fue relatar que en la noche
anterior había felicitado al presidente electo, Donald Trump.
“Me ofrecí
para trabajar con él por nuestro país”, dijo.
“Espero que pueda ser un
presidente exitoso para todos los americanos”.
A sus emocionados seguidores, Clinton les dijo: “Donald
Trump es nuestro presidente y le debemos una mente abierta y la
oportunidad de liderar”.
Tranquila, con el guion que llevaba preparado bajo control,
Clinton dijo saber cuán decepcionados se sentían los que la escuchaban.
“Así me siento yo también”, indicó.
Y añadió la candidata demócrata:
“Pero nuestra responsabilidad como ciudadanos es seguir haciendo nuestra
parte para construir una América mejor, más fuerte, más justa.
Sé que
lo haréis”.
Clinton tuvo palabras cálidas para Trump, a quien pidió que
fuera un presidente inclusivo, porque en el sueño americano, dijo,
caben todos: las mujeres, los inmigrantes, el colectivo LGTBI, quienes
tienen minusvalías, todos.
“El sueño americano es suficientemente grande
para todos, para personas de todas las razas y todas las religiones",
defendió Clinton.
En el tono optimista con el que quiso enterrar su campaña,
la exsenadora dijo que “nuestros mejores días todavía están por llegar”.
“Nunca dudéis de que sois valiosos, poderosos y merecéis todas las
oportunidades para perseguir vuestros sueños”.
Hillary, de 69 años, con ya muy pocas posibilidades de
volver a hacer una nueva apuesta por la Casa Blanca, dijo que nada la
hacía sentir más orgullosa que ser la líder de sus seguidores.
“Sé que
todavía no hemos roto ese techo de cristal, pero un día se acabará
cayendo y espero que antes de lo que creemos”.
Clinton finalizó aceptando la decepción que sentía.
“Sé lo
decepcionados que estáis porque yo también lo siento.
Esto es doloroso y
lo será durante mucho tiempo, pero nuestra campaña nunca fue sobre una
única persona ni unas únicas elecciones, sino por una América
esperanzada y unificada. Todavía creo en América y siempre lo haré”,
concluyó.
Ni una lágrima.
Con el total control de sus emociones y sus
gestos, Hillary Clinton abandonó el lugar.
No fuera a ser que hubiera
alguien que atribuyera sus lágrimas al hecho de ser mujer.
El resultado electoral de EE UU sume al mundo en una profunda incertidumbre.
Seguidores demócratas siguen en Nueva York el recuento de votos. ELSAAFP
La victoria del candidato republicano Donald Trump en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos representa una pésima noticia para
todos los demócratas del mundo. Y se convierte, al mismo tiempo, en una
fuente de satisfacción y oportunidades para los enemigos de la
democracia. El demoledor resultado de un demagogo, impredecible y, por lo tanto,
peligroso líder en su carrera a la Casa Blanca sume al mundo en la más
completa incertidumbre, con repercusiones económicas y geopolíticas
inmediatas. La conmoción sufrida por los votantes demócratas en Estados
Unidos es paralela a la que viven en las capitales europeas, que corren
el riesgo de verse abandonadas por Washington en un momento histórico
particularmente complicado por la conjunción de amenazas externas y una
importante crisis de identidad interna. Tras el Brexit, el resultado de Trump podría representar la puntilla al proyecto europeo, que EE UU siempre ha inspirado y protegido. El electorado estadounidense ha demostrado que ninguna sociedad, por
próspera que sea y por más tradición democrática que tenga a sus
espaldas, es inmune a la demagogia, que promete soluciones rápidas y
sencillas a problemas complicados —como los efectos de la crisis
económica o la gestión de la inmigración— a la vez que apunta su
discurso de odio hacia cualquier minoría o colectivo que pueda servir de
chivo expiatorio. Da igual que sean los mexicanos, rebajados a la
categoría de violadores y traficantes de droga, las mujeres, tachadas de
intelectualmente inferiores, o los musulmanes, catalogados sin
excepción como terroristas. Esperemos que, como ha ocurrido en el Reino
Unido, las minorías no sean las primeras víctimas de esta ola de
fanatismo racista.
El voto emitido augura un negro futuro de inestabilidad económica e
incertidumbre política, máxime si Trump pone en marcha de forma
inmediata la agenda proteccionista con la que ha seducido a sus
votantes. Con su voto de ayer, los estadounidenses han decidido qué
papel desempeñará su país en el mundo, y este no tiene nada que ver con
lo que Estados Unidos ha logrado y representado durante los últimos 100
años. Millones de ciudadanos del país que ganó dos guerras mundiales en
defensa de la libertad y contra el totalitarismo y que durante medio
siglo empleó una ingente cantidad de recursos para proteger a las
democracias aliadas han dado su confianza a un hombre que considera que
la seguridad de EE UU depende de desentenderse de lo que sucede en el
mundo y de sus aliados históricos. Un auténtico y peligroso infantilismo aplicado a las relaciones
internacionales con el que Rusia y China se estarán frotando las manos. Pero no se puede decir que no haya habido señales claras. Por primera
vez en mucho tiempo ha habido sobre la mesa dos opciones no solo
diferenciadas, sino claramente antagónicas; la internacionalista y
multilateral defendida por Hillary Clinton frente a la aislacionista de
Donald Trump. Y ambas han sido claramente explicadas durante la campaña.
La lucha contra el narcotráfico debe ir mucho más allá de la persecución penal
Ayer se consumó una brutal sacudida a los pilares sobre los que
descansa el orden internacional, ya sea el comercio o la seguridad
plasmada en la alianza entre las democracias. Y Europa es la gran
perjudicada de este terremoto político en al menos tres asuntos de vital
importancia: el primero es la consecución del Tratado Transatlántico de
Comercio e Inversiones (TTIP), que formaba parte fundamental de la
estrategia europea para reforzar el vínculo político con Estados Unidos.
El segundo es la amenaza yihadista, frente a la cual Washington ha
colaborado hasta ahora con sus servicios de inteligencia y con un
despliegue militar en el sur de Europa. El tercero es la urgente
necesidad europea de un respaldo inequívoco estadounidense en la crisis
político-militar con Rusia. El presidente Vladímir Putin ha realizado
movimientos impensables durante la Guerra Fría convencido de que Europa
es débil para responder. Y ahora puede contar además con la reticencia
de EE UU a intervenir. La UE tiene pues sobrados motivos para estar más
que preocupada por la deriva que pueda adoptar quien ha sido su aliado
más fiable. El sistema democrático estadounidense ha demostrado funcionar con total
limpieza y transparencia y ser accesible a candidatos, como Trump, que
niegan ambas características al sistema y que anunciaban de antemano que
no reconocerían su derrota. Gracias a las previsiones de los padres
fundadores, que siempre tuvieron en mente la idea de que alguien como
Trump pudiera llegar a la Casa Blanca, la Constitución dispone de un
elaborado sistema de contrapesos destinado a evitar un Gobierno
despótico basado en la tiranía de la mayoría. Seguramente dichos
mecanismos tendrán que emplearse a fondo con Trump, que como cualquier
populista debe aprender que los votos no lo justifican todo y que, en
democracia siempre prevalece la ley, la libertad y los derechos
individuales.