9 nov 2016
Hillary Clinton: “Siento que no hayamos ganado”........................................................Yolanda Monge
La perdedora pide a Trump que sea el presidente de todos los americanos.
En los pasados días, viajando con la candidata demócrata a bordo de
su avión de campaña, escribiendo su historia ante la recta final de las
elecciones, escribí algo sobre Hillary Clinton que ahora me recuerda una
colega de EL PAIS en Madrid y que ha resultado una premonición no
deseada.
“Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho propio, la realidad trastorna los planes de Clinton”.
“Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho propio, la realidad trastorna los planes de Clinton”.
Había incerditumbre.
Cierto nerviosismo. Ansiedad, Turbulencias que esperaban fueran pasajeras.
Pero en el fondo, tras más de 20 meses de entregada campaña, ni su
campaña, ni la mismísima candidata, podrían haber imaginado este brutal
final: amanecer el miércoles con un presidente Donald J. Trump.
Ni en sus peores pesadillas hubieran contemplado ese “trastorno de
planes” que ha sido un devastador choque de trenes entre la realidad y
el deseo.
La exsecretaria de Estado decidió no comparecer en la noche
del martes en el lugar que había elegido en Manhattan para celebrar el
hito de la primera mujer que lograba romper el tristemente famoso techo
de cristal al lograr la presidencia del país más poderoso del mundo.
Nadie se lo reprochó.
Al menos no en el lugar en el que ya le esperaban en vano sus entregados seguidores.
No hubo malas palabras, nadie puso en duda que la candidata no pudiera
venir.
Si a los asistentes les temblaban las piernas y no salían de su
asombro, especulaban con que muy probablemente Hillary Clinton tuvo que
ser asistida médicamente para controlar el shock inicial.
Clinton no ha dejado pasar mucho tiempo para pedir
disculpas a sus seguidores.
Ya había escrito el que sería su discurso
más difícil.
Pero cuando faltaban minutos para que la antigua senadora
entrara a la sala en un hotel de Nueva York, el ambiente parecía el
propio de la espera ante un funeral.
Caras largas, tristes. Abrazos de
confort entre lágrimas.
Miradas que se evitaban para frenar a las
lágrimas.
Clinton subió al escenario después de que le diera paso el
que hubiera sido su vicepresidente en una Administración Clinton.
Tim
Kaine estaba visiblemente emocionado.
Contenida, en ese papel de estadista que tan bien ha lucido
a lo largo y ancho del mundo durante sus cientos de viajes como
secretaria de Estado, Clinton expuso con claridad lo que desea para
Estados Unidos en los próximos cuatro años.
La exsecretaria dio las gracias primero a sus seguidores y
luego les pidió perdón: “Siento que no hayamos ganado las elecciones”.
A
partir de ahí, su siguiente mensaje fue relatar que en la noche
anterior había felicitado al presidente electo, Donald Trump.
“Me ofrecí
para trabajar con él por nuestro país”, dijo.
“Espero que pueda ser un
presidente exitoso para todos los americanos”.
A sus emocionados seguidores, Clinton les dijo: “Donald
Trump es nuestro presidente y le debemos una mente abierta y la
oportunidad de liderar”.
Tranquila, con el guion que llevaba preparado bajo control,
Clinton dijo saber cuán decepcionados se sentían los que la escuchaban.
“Así me siento yo también”, indicó.
Y añadió la candidata demócrata:
“Pero nuestra responsabilidad como ciudadanos es seguir haciendo nuestra
parte para construir una América mejor, más fuerte, más justa.
Sé que
lo haréis”.
Clinton tuvo palabras cálidas para Trump, a quien pidió que
fuera un presidente inclusivo, porque en el sueño americano, dijo,
caben todos: las mujeres, los inmigrantes, el colectivo LGTBI, quienes
tienen minusvalías, todos.
“El sueño americano es suficientemente grande
para todos, para personas de todas las razas y todas las religiones",
defendió Clinton.
En el tono optimista con el que quiso enterrar su campaña,
la exsenadora dijo que “nuestros mejores días todavía están por llegar”.
“Nunca dudéis de que sois valiosos, poderosos y merecéis todas las
oportunidades para perseguir vuestros sueños”.
Hillary, de 69 años, con ya muy pocas posibilidades de
volver a hacer una nueva apuesta por la Casa Blanca, dijo que nada la
hacía sentir más orgullosa que ser la líder de sus seguidores.
“Sé que
todavía no hemos roto ese techo de cristal, pero un día se acabará
cayendo y espero que antes de lo que creemos”.
Clinton finalizó aceptando la decepción que sentía.
“Sé lo
decepcionados que estáis porque yo también lo siento.
Esto es doloroso y
lo será durante mucho tiempo, pero nuestra campaña nunca fue sobre una
única persona ni unas únicas elecciones, sino por una América
esperanzada y unificada. Todavía creo en América y siempre lo haré”,
concluyó.
Ni una lágrima.
Con el total control de sus emociones y sus
gestos, Hillary Clinton abandonó el lugar.
No fuera a ser que hubiera
alguien que atribuyera sus lágrimas al hecho de ser mujer.
La noche cae sobre Washington
El resultado electoral de EE UU sume al mundo en una profunda incertidumbre.
La victoria del candidato republicano Donald Trump en las elecciones
presidenciales de Estados Unidos representa una pésima noticia para
todos los demócratas del mundo.
Y se convierte, al mismo tiempo, en una fuente de satisfacción y oportunidades para los enemigos de la democracia.
El demoledor resultado de un demagogo, impredecible y, por lo tanto, peligroso líder en su carrera a la Casa Blanca sume al mundo en la más completa incertidumbre, con repercusiones económicas y geopolíticas inmediatas.
La conmoción sufrida por los votantes demócratas en Estados Unidos es paralela a la que viven en las capitales europeas, que corren el riesgo de verse abandonadas por Washington en un momento histórico particularmente complicado por la conjunción de amenazas externas y una importante crisis de identidad interna. Tras el Brexit, el resultado de Trump podría representar la puntilla al proyecto europeo, que EE UU siempre ha inspirado y protegido.
El electorado estadounidense ha demostrado que ninguna sociedad, por próspera que sea y por más tradición democrática que tenga a sus espaldas, es inmune a la demagogia, que promete soluciones rápidas y sencillas a problemas complicados —como los efectos de la crisis económica o la gestión de la inmigración— a la vez que apunta su discurso de odio hacia cualquier minoría o colectivo que pueda servir de chivo expiatorio.
Da igual que sean los mexicanos, rebajados a la categoría de violadores y traficantes de droga, las mujeres, tachadas de intelectualmente inferiores, o los musulmanes, catalogados sin excepción como terroristas.
Esperemos que, como ha ocurrido en el Reino Unido, las minorías no sean las primeras víctimas de esta ola de fanatismo racista.
El voto emitido augura un negro futuro de inestabilidad económica e incertidumbre política, máxime si Trump pone en marcha de forma inmediata la agenda proteccionista con la que ha seducido a sus votantes.
Con su voto de ayer, los estadounidenses han decidido qué papel desempeñará su país en el mundo, y este no tiene nada que ver con lo que Estados Unidos ha logrado y representado durante los últimos 100 años.
Millones de ciudadanos del país que ganó dos guerras mundiales en defensa de la libertad y contra el totalitarismo y que durante medio siglo empleó una ingente cantidad de recursos para proteger a las democracias aliadas han dado su confianza a un hombre que considera que la seguridad de EE UU depende de desentenderse de lo que sucede en el mundo y de sus aliados históricos.
Un auténtico y peligroso infantilismo aplicado a las relaciones internacionales con el que Rusia y China se estarán frotando las manos.
Pero no se puede decir que no haya habido señales claras.
Por primera vez en mucho tiempo ha habido sobre la mesa dos opciones no solo diferenciadas, sino claramente antagónicas; la internacionalista y multilateral defendida por Hillary Clinton frente a la aislacionista de Donald Trump.
Y ambas han sido claramente explicadas durante la campaña.
Ayer se consumó una brutal sacudida a los pilares sobre los que
descansa el orden internacional, ya sea el comercio o la seguridad
plasmada en la alianza entre las democracias.
Y Europa es la gran perjudicada de este terremoto político en al menos tres asuntos de vital importancia: el primero es la consecución del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), que formaba parte fundamental de la estrategia europea para reforzar el vínculo político con Estados Unidos. El segundo es la amenaza yihadista, frente a la cual Washington ha colaborado hasta ahora con sus servicios de inteligencia y con un despliegue militar en el sur de Europa.
El tercero es la urgente necesidad europea de un respaldo inequívoco estadounidense en la crisis político-militar con Rusia. El presidente Vladímir Putin ha realizado movimientos impensables durante la Guerra Fría convencido de que Europa es débil para responder.
Y ahora puede contar además con la reticencia de EE UU a intervenir.
La UE tiene pues sobrados motivos para estar más que preocupada por la deriva que pueda adoptar quien ha sido su aliado más fiable.
El sistema democrático estadounidense ha demostrado funcionar con total limpieza y transparencia y ser accesible a candidatos, como Trump, que niegan ambas características al sistema y que anunciaban de antemano que no reconocerían su derrota.
Gracias a las previsiones de los padres fundadores, que siempre tuvieron en mente la idea de que alguien como Trump pudiera llegar a la Casa Blanca, la Constitución dispone de un elaborado sistema de contrapesos destinado a evitar un Gobierno despótico basado en la tiranía de la mayoría.
Seguramente dichos mecanismos tendrán que emplearse a fondo con Trump, que como cualquier populista debe aprender que los votos no lo justifican todo y que, en democracia siempre prevalece la ley, la libertad y los derechos individuales.
Y se convierte, al mismo tiempo, en una fuente de satisfacción y oportunidades para los enemigos de la democracia.
El demoledor resultado de un demagogo, impredecible y, por lo tanto, peligroso líder en su carrera a la Casa Blanca sume al mundo en la más completa incertidumbre, con repercusiones económicas y geopolíticas inmediatas.
La conmoción sufrida por los votantes demócratas en Estados Unidos es paralela a la que viven en las capitales europeas, que corren el riesgo de verse abandonadas por Washington en un momento histórico particularmente complicado por la conjunción de amenazas externas y una importante crisis de identidad interna. Tras el Brexit, el resultado de Trump podría representar la puntilla al proyecto europeo, que EE UU siempre ha inspirado y protegido.
El electorado estadounidense ha demostrado que ninguna sociedad, por próspera que sea y por más tradición democrática que tenga a sus espaldas, es inmune a la demagogia, que promete soluciones rápidas y sencillas a problemas complicados —como los efectos de la crisis económica o la gestión de la inmigración— a la vez que apunta su discurso de odio hacia cualquier minoría o colectivo que pueda servir de chivo expiatorio.
Da igual que sean los mexicanos, rebajados a la categoría de violadores y traficantes de droga, las mujeres, tachadas de intelectualmente inferiores, o los musulmanes, catalogados sin excepción como terroristas.
Esperemos que, como ha ocurrido en el Reino Unido, las minorías no sean las primeras víctimas de esta ola de fanatismo racista.
El voto emitido augura un negro futuro de inestabilidad económica e incertidumbre política, máxime si Trump pone en marcha de forma inmediata la agenda proteccionista con la que ha seducido a sus votantes.
Con su voto de ayer, los estadounidenses han decidido qué papel desempeñará su país en el mundo, y este no tiene nada que ver con lo que Estados Unidos ha logrado y representado durante los últimos 100 años.
Millones de ciudadanos del país que ganó dos guerras mundiales en defensa de la libertad y contra el totalitarismo y que durante medio siglo empleó una ingente cantidad de recursos para proteger a las democracias aliadas han dado su confianza a un hombre que considera que la seguridad de EE UU depende de desentenderse de lo que sucede en el mundo y de sus aliados históricos.
Un auténtico y peligroso infantilismo aplicado a las relaciones internacionales con el que Rusia y China se estarán frotando las manos.
Pero no se puede decir que no haya habido señales claras.
Por primera vez en mucho tiempo ha habido sobre la mesa dos opciones no solo diferenciadas, sino claramente antagónicas; la internacionalista y multilateral defendida por Hillary Clinton frente a la aislacionista de Donald Trump.
Y ambas han sido claramente explicadas durante la campaña.
La lucha contra el narcotráfico debe ir mucho más allá de la persecución penal
Y Europa es la gran perjudicada de este terremoto político en al menos tres asuntos de vital importancia: el primero es la consecución del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP), que formaba parte fundamental de la estrategia europea para reforzar el vínculo político con Estados Unidos. El segundo es la amenaza yihadista, frente a la cual Washington ha colaborado hasta ahora con sus servicios de inteligencia y con un despliegue militar en el sur de Europa.
El tercero es la urgente necesidad europea de un respaldo inequívoco estadounidense en la crisis político-militar con Rusia. El presidente Vladímir Putin ha realizado movimientos impensables durante la Guerra Fría convencido de que Europa es débil para responder.
Y ahora puede contar además con la reticencia de EE UU a intervenir.
La UE tiene pues sobrados motivos para estar más que preocupada por la deriva que pueda adoptar quien ha sido su aliado más fiable.
El sistema democrático estadounidense ha demostrado funcionar con total limpieza y transparencia y ser accesible a candidatos, como Trump, que niegan ambas características al sistema y que anunciaban de antemano que no reconocerían su derrota.
Gracias a las previsiones de los padres fundadores, que siempre tuvieron en mente la idea de que alguien como Trump pudiera llegar a la Casa Blanca, la Constitución dispone de un elaborado sistema de contrapesos destinado a evitar un Gobierno despótico basado en la tiranía de la mayoría.
Seguramente dichos mecanismos tendrán que emplearse a fondo con Trump, que como cualquier populista debe aprender que los votos no lo justifican todo y que, en democracia siempre prevalece la ley, la libertad y los derechos individuales.
Pero las mujeres exigen.......
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