Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 nov 2016

Una cuesta abajo interminable........................................................ Carlos Boyero

Clint Eastwood es incapaz de contagiarme ni un gramo de pasión, tensión o entretenimiento con la reconstrucción de la hazaña que consiguió un aviador eminente.

No hay fecha de caducidad artística, ni la habrá, para un puñado de obras maestras y otras películas no tan perfectas pero si atractivas y desasosegantes que se inventó Clint Eastwood, ese actor que inicialmente popularizó Leone en sus lamentables spaghetti westerns creando una esfinge tan viril.
 Pero Eastwood tenía claro que, además de perpetuarse en el estrellato, le apasionaba narrar historias con la cámara.
 Y lo hace de forma admirable en el periodo que inicia Bird, la mejor película que he visto sobre el jazz y la autodestrucción, hasta Gran Torino, que hubiera podido ser un testamento a la altura de esa obra habitada frecuentemente por las sombras, retratos penetrantes del reverso más amargo de su país, vidas rotas o a punto de quebrarse, violencia interna y externa, ultima oportunidad, imposibles redenciones.
 El interés que me despertaba a partir de su biografía de Charlie Parker cualquier película que llevara su firma se ha evaporado hasta límites alarmantes en su ultima época. 
Entiendes que mantener a raya los efectos devastadores de la ancianidad, pasa por no dejar de trabajar, por mantener tu cerebro ocupado con el oficio o el arte al que has dedicado casi toda tu vida, con la acción y la creatividad que mantiene alejado al aburrimiento, la depresión o la muerte.
 Woody Allen tal vez no atraviese sus antiguos y largos estados de gracia, pero su inteligencia, su gracia y su imaginación siguen siendo reconocibles. 
Todo lo contrario me ocurre con las últimas películas de Eastwood. Invictus, mediocre y convencional adaptación del excelente libro de John Carlin El factor humano, era de una blandenguería insufrible. El problema de J. Edgar no consistía en que todo fuera sórdido en la personalidad y en la metodología del siniestro Hoover, sino que estaba mal contado, con sensación de desgana, ambigua en el peor sentido
. Y su coqueteo con el cine musical en Jersey Boys (puede tocar con cierto estilo el piano, amar a Thelonious Monk, incluso firmar alguna y discreta banda sonora de sus películas, y no disponer de mínima gracia al adaptar al cine un triunfante musical de Broadway) me provocó infinito tedio.
 Su retrato del matador cuyo rifle se cargó a más gente en la historia del ejército de Estados Unidos en El francotirador no era complejo sino lineal, monótono, olvidable, con indisimulada tendencia a la hagiografía.
 Esta última fue el mayor éxito comercial que ha tenido el cine de Eastwood en Estados Unidos.
 Tal vez eso le haya animado a proseguir en Sully con la descripción de héroes reales de su país que antes permanecían en el anonimato.
 Me da igual que hable de perdedores o de ganadores, a condición de que lo haga con arte y matices.
 Pero Eastwood es incapaz de contagiarme ni un gramo de pasión, tensión o entretenimiento con la reconstrucción de la hazaña que consiguió un aviador eminente, un profesional en posesión de lo que hay que tener, al lograr un aterrizaje que parecía imposible y sin provocar ninguna victima en el río Hudson.
 Todo es plano y romo en esta tediosa película. 
Ni el guion se ha estrujado el cerebro ni tampoco la burocrática dirección.
 A Tom Hanks te lo crees porque es imposible que no aporte naturalidad y humanidad a alguien que no se tira el rollo, a un tipo muy normal que resuelve admirablemente su arriesgado trabajo sin buscar el aplauso.
 Es muy bueno Hanks.
 Siempre lo ha sido. Es el nuevo James Stewart.
 Pero el talento de aquel se topó frecuentemente con directores excelsos.
 Y a Hanks le toca protagonizar películas tan insoportables como Inferno y Sully.

 

El ‘fake’ como una Bella Arte....................................................... Jordi Costa

El juego de vestir la mentira de realidad cobra otra dimensión en la cultura digital globalizada.

 Un ensayo del filósofo Byung-Chul y una exposición en el IVAM así lo demuestran.

Ilustración: Cristina Daura
Orson Welles apenas había dormido tres horas, tras una larga noche de ensayos de La muerte de Danton, de Georg Büchner, con su compañía teatral, cuando la CBS le reclamó para comparecer ante los medios de comunicación y dar explicaciones sobre la oleada de pánico que, la noche anterior, había provocado su peculiar adaptación radiofónica de La guerra de los mundos, de H. G. Wells.
 Pese al destemple, el creador estuvo lo suficientemente lúcido como para afirmar que no había calculado las consecuencias, porque, de hecho, lo que acababa de hacer no era nada nuevo y esa estrategia de vestir la ficción como realidad retransmitida en tiempo real ya tenía sus precedentes.
Sin abandonar el mismo medio, podría traerse a colación la inquietud que el 16 de enero de 1926 provocó, entre los oyentes de la BBC, el sacerdote Ronald Knox al informar, con intención satírica, de una revuelta popular en Londres que, entre otras cosas, había llevado al linchamiento de un ministro.
Se ha recorrido, sin duda, un largo camino entre esos hitos del simulacro protagonizados por Orson Welles y Ronald Knox y el comunicado oficial con que el Partido Popular desmintió que fuese real ese vídeo en el que Mariano Rajoy decía ante los micrófonos “señoras y señores, muchas tardes y buenas gracias por su asistencia a esta convocatoria”; en realidad, una manipulación audiovisual de Alberto González que emitió El intermedio y viralizaron las redes sociales.
 Entre el anuncio de una invasión extraterrestre sobre el telón de fondo de las tensiones que precedieron al estallido de la Segunda Guerra Mundial y el artificio de un lapsus presidencial que resulta verosímil ante tantos lapsus presidenciales verificados, han cambiado muchas cosas: entre ellas, el poder de influencia y la autoridad de los medios de comunicación, pero también la percepción de un ciudadano de a pie que ha sido exhaustivamente educado en la sospecha.


Falsificación de un cuadro de Frans Hals vendido por 10 millones de dólares.
Con el tiempo, Orson Welles acabó convirtiendo el sonado incidente en rasgo de identidad. 
Su recuerdo nutría los fotogramas de Fraude (1973), su radical película-ensayo en la que se definía como prestidigitador y maestro de la ilusión, colaba una mentira a la vista de todos —referida a una presunta relación entre su compañera, Oja Kodar, y Pablo Picasso— y reivindicaba la figura del falsificador de arte Elmyr de Hory, cuya labor subversiva apuntaba a un cuestionamiento de la mirada de los expertos y de los protocolos de sacralización de la obra única del entorno museístico.
 El juego de simulacros de la película se revelaba laberíntico y acababa transformando su propio relato: Clifford Irving, biógrafo de Elmyr de Hory cuyo libro —Fake!— inspiraba el título del documental, se transformaba a su vez en falsificador al publicar unas falsas memorias de Howard Hughes.
El libro de Irving y la película de Welles encuentran su eco en Fake.
 No es verdad, no es mentira, la exposición comisariada por Jorge Luis Marzo que permanecerá en el IVAM hasta el 29 de enero de 2017 y en la que se exploran un buen número de variables de este nuevo estado de la sospecha donde lo falso puede dar forma a un activismo ético y estético para hurgar en las fragilidades de lo que el poder designa como verdadero.
 Elmyr d’Hory, por su parte, cuenta con una presencia destacada en el recién traducido Shanzhai. El arte de la falsificación y la deconstrucción en China (Caja Negra), de Byung-Chul Han, donde el filósofo escribe, a propósito de una falsificación de Matisse, “Elmyr pinta mal a propósito, para que su falsificación se parezca más al original.
 De este modo, invierte el comportamiento convencional entre el maestro y el falsificador: el falsificador pinta mejor que el maestro”. 
Y, más adelante, “si Elmyr y (Han van) Meegeren (otro reputado falsificador) hubieran nacido durante el Renacimiento, no cabe duda de que habrían gozado de más reconocimiento.
 Al menos no los habrían perseguido legalmente.
 Todavía era embrionaria la idea de una subjetividad artística genial. 
La obra aún se imponía sobre el artista”. 



 
Portada del Daily News tras la retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos.
Byung-Chul Han parte del concepto del vacío budista para indagar en las radicales diferencias en torno a la relación entre el original y la copia que separan a la tradición occidental del pensamiento oriental. 
El hilo de razonamiento pasa por el mundo del arte para acabar identificando como parte de una esencia milenaria tanto la cultura de los productos de imitación en el mercado como la mayor receptividad de esa cultura a desafíos éticos de la ciencia como la clonación, pasando por la propia mutabilidad de un régimen político que fluye del maoísmo al capitalismo y que, según su pronóstico, podría mudar en una democracia shanzhai, siendo shanzhai el término chino para fake 
. Quizá el punto más interesante de su ensayo, por su posible extrapolación a las nuevas posibilidades de la cultura digital globalizada, sea su análisis de la función del espacio en blanco en la pintura y la ilustración chinas como potencial territorio de intervención y diálogo, donde diversas manos podían dejar su huella en forma de sellos o poemas: “En las pinturas chinas, las estampas de los sellos no sellan nada. 
Más bien abren un espacio comunicativo. 
No dotan a la imagen de una presencia autoral, autoritaria. (…) 
Al contrario de las estampas de los sellos chinos, que son inclusivas y comunicativas (las firmas en los cuadros europeos), operan de manera exclusiva y ejecutiva”.



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Pieza de Carlos Pazos en la muestra Fake, en el IVAM.
Resulta tentador trasladar esa disyuntiva a esa revolución digital que ha popularizado formas de apropiación tan surtidas como el mash-up, la fanfiction, la docu-ficción o el fake, formas bastardas de las conquistas conceptuales del pop —con su impulso irónico en torno a iconos del discurso dominante— y la posmodernidad —y su dinámica de remezclas orientada a pulverizar viejas jerarquías culturales—. 
Las palabras del Conde de Lautréamont cuando escribió que “el plagio es necesario; el progreso lo implica” encuentran su manifestación más directa y transparente en una cultura con autoconsciencia de su naturaleza referencial, bajo la creciente hostilidad, no sólo corporativa, en el manejo de las leyes de la propiedad intelectual —recuérdese el caso Fernández Mallo/Borges—.



 

El armario de Letizia, cuestión de Estado.................................................... Estel Vilaseca

El estilo de la Reina, alabado en el extranjero y criticado por expertos nacionales.

Doña Letizia vestida con pantalones de estética deportiva de Hugo Boss, luego con un abrigo del diseñador ovetense Marcos Luengo, y un traje Felipe Varela. GTRES

 Algo no funciona cuando cada vez que la reina Letizia hace acto de presencia su vestuario se convierte en el centro de todas las miradas y opiniones. 

Uno de los últimos titulares al respecto, “Letizia se suma a la tendencia del track pant”, hacía referencia a su adhesión a la moda de los pantalones de inspiración chandalera. 

 Dejando de lado el sesgo sexista que desprende el alud de valoraciones sobre su vestuario en comparación con la laxitud con la que se repasan los atuendos de su marido, los expertos no se ponen de acuerdo. 

Mientras las cabeceras internacionales como Vanity Fair o Harper’s Bazaar loan su estilo, otros señalan los errores de protocolo y la falta de coherencia en la elección y combinación de marcas y prendas.

 Si hacemos un repaso rápido a su biografía estilística se aprecian tomas de decisiones y virajes.
 Y es que el estilo no se construye en un día.
 Se prometió en 2003 con un Armani, en mayo de 2004 deslumbraba con un vestido rojo de Lorenzo Caprile en la boda del príncipe heredero Federico de Dinamarca con Mary Donaldson y en junio de ese año se casaba con un Pertegaz.
 Fue en la boda real donde se inicia la relación con Felipe Varela, hasta la fecha su modisto oficial y que en esa ocasión vistió a la familia Ortiz.
Junto a los trajes que Varela le ha hecho para los momentos más especiales, doña Letizia ha ido incorporando otras marcas. 
Algunas de las más recurrentes son la alemana Hugo Boss, y las marcas españolas Tous, para las joyas, y Magrit, de calzado. También ha lucido en muchas apariciones prendas de firmas de bajo coste nacionales como Mango y Zara.
 Esta tendencia a la moda barata es algo con lo que la estilista Anna Vallés no está de acuerdo: “Una reina no puede vestir de Mango. Tiene que marcar una diferencia si quiere mantener la autoridad”. 

La Reina, en una audiencia del viernes. Getty Images

 Después de confiar durante años en Felipe Varela, actualmente se encuentra en un periodo de transición en busca de su sello.

 Y es que el diseñador ha sido una elección cómoda pero no exenta de críticas, tanto por su estilo clásico como por las repetidas acusaciones de plagio.

 Sin ir más lejos, la chaqueta que lució en la última Fiesta Nacional era muy parecida a un diseño de Óscar de la Renta. “Varela es correcto pero no es actual.

 Con ello no arriesga pero tampoco aporta. Yo me habría puesto en manos de Miguel Palacio, mucho más moderno y elegante.

 O por ejemplo, Teresa Helbig la vestiría de maravilla. No estoy orgullosa de cómo viste, aunque, sinceramente, no me gustaría estar en su piel”, explica Vallés.

 Se suma a la conversación Víctor Blanco, estilista de Nieves Álvarez y Silvia Abascal, que añade: “Si lleva moda española, yo apostaría por trajes chaqueta de Schlesser, los vestidos impresionantes de Jorge Vázquez o los trajes de cóctel de Juan Vidal.

 Debería atreverse más y hacer un poco más internacional su imagen”.

 En esta nueva etapa de diversificación, Nina Ricci primero y Carolina Herrera ahora, ambas marcas del grupo español Puig, son firmas que repite con asiduidad.

 Estos cambios podrían estar propiciados por la entrada como parte del equipo de La Zarzuela de la exestilista de Cosmopolitan Eva Fernández en mayo de 2015.

 

La Reina, en un acto en Madrid el pasado 26 de octubre. WireImage
Aunque el gran caballo de batalla ha sido la poca presencia que hasta la fecha han tenido los creadores españoles en sus elecciones, algo que parece estar enmendando poco a poco en esta etapa de cambio hacia nuevos registros.
 En mayo de este año, en la celebración del 40º aniversario de EL PAÍS, se enfundaba por primera vez un vestido de Cortana: “Para nosotros fue toda una sorpresa, no teníamos ni idea. Se nos colapsó el servidor y nos llamó muchísima prensa”, explican desde la firma. “Realmente nos sorprendió lo fuerte que es el efecto Letizia”.
 Algo similar vivió solo unos meses después Juan Vidal gracias a su vestido floreado que vistió la Reina en Mallorca: “Ha sido todo un empujón: lo hemos notado en ventas, en el tráfico de la web y en una repercusión que ha traspasado fronteras”, cuentan desde la marca.
Modesto Lomba, diseñador y presidente de Asociación Creadores de Moda de España, concluye: “Como ya hemos dicho en numerosas ocasiones, sería un honor para cualquier firma vestir a nuestra Reina, ya que es una gran embajadora de España en el exterior.
 Por eso, desde la ACME siempre nos hemos puesto a su disposición”.

Mi pareja es mi ex................................................................ Boris Izaguirre

La política, como el amor, reparte cobras y cobra sueldos.

Jennifer Lopez y Hillary Clinton, durante un concierto en apoyo a Clinton en Miami. WireImage

Operación Triunfo fue todo un fenómeno en la segunda legislatura de José María Aznar, una presidencia en la que Rodrigo Rato era como otro de esos triunfitos
. El concierto, que reunió a los integrantes del talent show, congregó a más de cuatro millones de españoles la noche de Halloween, muchos de ellos ahora divididos en si hubo o no desprecio por parte de David Bisbal a su excompañera Chenoa durante el dueto más esperado de los últimos 15 años.
 Una cobra, imaginamos similar a la que recibiría Bárcenas si regresara a la sede del PP o si Pedro Sánchez se acercara por Andalucía para hablar con Susana.
 O si el propio José María Aznar se encontrase con Mariano.
En estos 15 años, desde que Chenoa y David cantaran ese primer Escondidos refugiando miradas enamoradas y la cobra del lunes pasado, los adolescentes que les vieron la primera vez no solo crecieron, sino que el país vio cómo el sueño de ser ricos se transformó en la pesadilla de los recortes, las tarjetas black, el Instituto Nóos, Podemos y la abdicación del antiguo Monarca.
 ¡La Reina era compañera de cadena de los triunfitos!
 Y por eso, OT Reencuentro es más que un programa de televisión o el retrato de una generación: son tres lustros de un nuevo siglo. 
Y el encuentro de David y Chenoa fue un holograma de lo que dejamos de ser. 
Cantaban su Escondidos, pero no enamorados. 
“Sí, pero en este momento son la pareja más querida de España”, exclamó una amiga espectadora. 
Y tenía razón, menos en lo de pareja.
 Chenoa y Bisbal son expareja, lo que también sirve para explicar el tono cobrizo de Bisbal, que tiene una nueva novia venezolana que no podría entender el impacto de ese beso, deseado por Chenoa y por la audiencia, que al final fue despreciado. 


Chenoa y David Bisbal, durante en concierto de OT: El reencuentro.
Hubo dolor, en casa de mi amiga productora ahogaron un grito. Bisbal no maniobró con donaire, demostrando que la mayoría de los hombres no sabemos improvisar. 
¡Ave María, cuando serás mía! 
Y quizás ella tenía en la cabeza decirle: Cuando tú vas, yo vengo de allí.
  En el fondo, lo sucedido demuestra que los dos siguen madurando.
 Él, no está preparado para una situación así. Ella, desea controlarla pero no lo consigue.
 Y nosotros, lo sufrimos porque deseábamos que repitieran ese momento en que nos enamoramos de ellos mientras ellos también se enamoraban. 
Y, además, nos devolvían 15 años atrás.
Días antes del Escondidos, asistí en Miami a otro concierto en apoyo a Hillary Clinton, producido y liderado por Jennifer Lopez y su ex, Marc Anthony.
  Él salió primero diciendo que iba a presentar a las dos mujeres más importantes de su vida.
 Una, la madre de sus hijos, y la otra, la primera mujer que puede ser presidente de Estados Unidos.
 Ninguna mención a su actual esposa, la venezolanísima Shannon de Lima.
 Otro que tampoco estuvo muy fino.
 El concierto era para asegurar el voto latino, pero todo el mundo estaba pendiente de JLo y Marc reunidos y cuando Hillary Clinton apareció probablemente consiguió más votos, pero ratificó a los cantantes como una nueva pareja de poderosos.
 Los nuevos Emilio y Gloria Estefan, igual de influyentes pero separados.
La política, como el amor, reparte cobras y cobra sueldos.
 Hillary, ya en la recta final, continua enviando correos explicándome que la batalla por el triunfo es dura, que el FBI no está actuando de buena fe y que quiere que esté con ella en Nueva York la noche de las elecciones. 
Siempre me pide dinero.
 Ha subido la donación a 37 dólares (33,3 euros) porque el tiempo apremia y hace falta más pasta.
 He hecho la cuenta y creo que le he dado más de 200 dólares (180 euros) a Hillary.
 Cero a Trump. Alicia Machado, la ex miss Universo, acompaña a Clinton en su campaña en Florida.
 Y coincidimos en el cumpleaños de un productor televisivo. “Hillary me habla todos los días: ‘Tienes que ser fuerte, Alicia’. Lo dice con una convicción que me traspasa
. Gane o no, me ha enseñado a respetarme más como mujer”, me dijo. “Por eso entiendo un poco la cobra de Bisbal”, continuó. ¿Cómo?
 “Un ex ya no es tu novio, por más que creas que tienes un tipo de poder sobre él. 
Es tu ex y tú deberías estar en el next”, sintetizó.
 Una vez más, la vida es una cobra que avanza lentamente entre la nostalgia y el presente.