Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

19 oct 2016

Las rimas absurdas que marcaron a Lewis Carroll y John Lennon...................................... Raúl Limón

Llega a las librerías españolas la edición bilingüe de las canciones del autor e ilustrador británico Edward Lear.

 
Ilustración de la canción 'El cortejo de Yonghy-Bonghy-Bo', de Edward Lear.

George Orwell escribió de Edward Lear (Londres, 1812-San Remo, 1888) que fue “uno de los primeros autores en explorar la pura fantasía”. 
Sus versos, conocidos como limericks, sedujeron también a Leopoldo María Panero, que los "perversionó" a finales del siglo pasado.
 Sus canciones y dibujos siguen vigentes en los países de habla inglesa, donde sus ilustraciones son un exclusivo regalo, y sus rimas seducen a compositores.
 La clave de su literatura, calificada como "nonsense (sinsentido)", es la "perversión de la lógica" y "una especie de chifladura afable", como describió Orwell.
 La estela de este autor sigue viva tras haberse extendido a lo largo de casi dos siglos, desde la Alicia en el país de las Maravillas, de Lewis Carroll, a John Lennon o Syd Barrett, cantante, guitarrista y compositor de Pink Floyd. 
Una edición bilingüe de Los jumblies y otras canciones del sinsentido (de la editorial andaluza El Paseo) reúne ahora las composiciones y dibujos de este influyente autor que abonó el prerrafaelismo, movimiento del que se reconoció “sobrino”, y fue clave en el posterior surrealismo.
Su transgresión del sentido convencional y de la sintaxis, su inagotable invención de palabras y la primacía de la musicalidad sobre la lógica obligan a aproximarse a su lectura con una predisposición infantil o con conocimiento de causa. 
Esta circunstancia ha hecho más compleja la labor de traducción de las canciones a la que se ha enfrentado Óscar Mariscal en el libro que llega esta semana a las librerías. "Tenía que elegir entre el respeto a la métrica y la rima o a la literalidad. 
Opté por las primeras porque eran claves en la obra", comenta Mariscal.
El traductor destaca que los limericks de Lear se han reeditado constantemente, pero que sus canciones, acompañadas en esta ocasión de las ilustraciones del propio autor y las de Leonard Leslie Brooke, nunca habían visto la luz juntas en español, salvo algunas concretas como El búho y la gatita o Los jumblies.
En esta edición se incluyen 16 canciones, todas con su versión original en inglés, así como dos prólogos; uno de Edward Strachey, que compartió con el autor una estancia en San Remo seis años antes de su muerte, y del propio Lear, que relató su vida a partir de dos cartas autobiográficas.

Influencias

La influencia de este autor del absurdo fue clave para Lewis Carroll, autor de las dos inmortales obras del mundo de Alicia (En el país de las maravillas y A través del espejo) así como de poemas del sinsentido que han marcado a generaciones posteriores.
 Es esta influencia la que algunos autores vislumbran en el Submarino amarillo de los Beatles, en los dibujos de John Lennon y en otras obras de este grupo como Lucy in the sky with diamonds. También atribuye el traductor de la obra de Lear canciones como The gnome (El gnomo), de Pink Floyd.

Las relaciones con el movimiento prerrafaelista, coetáneo a Lear, son evidentes, ya que el autor se consideró sobrino de esta tendencia artística y literaria británica que abogó por el rechazo a los cánones de belleza posteriores al pintor y arquitecto renacentista Rafael Sanzio.
 Los “tíos” del autor del sinsentido reclamaban la vuelta a la tradición más ingenua y simple.
Gilbert K. Chesterton vinculó las rimas de Lear con “aquello que evoca más a fondo la infancia permanente del mundo”.
 Es con esta clave con la que hay que entender la obra del autor y de Carroll, donde la infancia es protagonista, señala el traductor.

Lear dibujante

Edward Lear destacó tanto por su faceta como escritor de poemas y canciones como por su labor como dibujante, a la que trasladó su concepto del nonsense
El propio autor describe en una carta autobiográfica cómo empieza a crear ilustraciones “por el pan y el queso” en 1827, con solo 15 años.
 Cobraba entre cuatro chelines y nueve peniques por estampas, biombos y abanicos.
 Cinco años después, ya empleado por la Sociedad Zoológica, publica The family of the Psittacidae, el primer volumen de dibujos de aves a color, y comienza Indian Pheasant.
Entre 1832 y 1836, con la salud muy debilitada, trabaja para el conde de Derby y otros nobles naturalistas.
 A mediados de su vida se adentra en el óleo y en paisajes (Rome and its environs), hasta que se convierte temporalmente en profesor de la reina Victoria de Inglaterra.
Buscando siempre entornos que no le agravaran su salud, viaja por Italia, Malta, Grecia, Egipto y otros países del Mediterráneo.
 En 1846 se publica el primer Book of nonsense del que llega a exagerar afirmando que se hicieron 16.000 ediciones. 
“¡Oh, sacrificio!”, ironiza.



 

Si Bob Dylan fuera sueco ya habría respondido..................................................... Juan Cruz

Al cantante le dieron el Príncipe de Asturias y ahí se quedó la estatua de Joan Miró: esperando.


Bob Dylan, durante un concierto en Munich, en 1984.
Se tiene una idea tan desconsiderada de los suecos que conceden el Nobel, y de los suecos en general, que siguen en la historia como un grupo de borrachuzos (eso le leí a un conspicuo escritor que fue joven) que se reúnen por las tardes para beber y para hacer ruindades. 
Y los suecos, los del Nobel y los de Volvo, y los que hacen cine y teatro, los suecos como Ingmar Bergman o como Olof Palme, no son esos despistados que asociamos a esa frase tan tonta que nos permite hacernos los suecos sobre los suecos. 
Los suecos no se hacen los suecos nunca; cumplen con sus obligaciones, son respetuosos con sus compromisos, son rectos en su comportamiento y se manifiestan siempre por las buenas causas.
Ese tópico, hacerse el sueco, ha venido ahora a todas las mentes para justificar la dejadez aparente con la que Bob Dylan ha atendido a la noticia de que la Academia sueca le ha concedido el Nobel.
 Bob Dylan se hace el sueco. 
Pues si Dylan fuera sueco, o quisiera hacerse el sueco, ya hubiera respondido a la demanda del Nobel.
 Y no porque sea un homenaje a su música y a su poesía, sino porque el hombre que dedicó una canción a las respuestas (que están en el viento) tiene que atender a sus propias plegarias.
Y en segundo lugar, porque el esfuerzo que hace la Academia cada año para dilucidar quién se lleva ese galardón merece el respeto de una respuesta. 
Cuando lo ganó Samuel Beckett y este no respondió fue porque estaba en una playa, paseando su silencio, que fue la materia de su escritura, mientras que la palabra que hizo famoso a Dylan fue precisamente la palabra respuesta y su arte está basado en lo que suena.
 Y cuando Jean Paul Sartre se negó a recibirlo era porque, además, quería ser famoso por eso; y para que la santidad no le fuera completa, más tarde pidió que le enviaran el dinero.
Bob Dylan ya es famoso entre nosotros por las espantadas; una vez, porque le pagaban poco por un concierto que se quedó en el viento, como su respuesta; y la segunda vez fue para estupor de la Fundación Príncipe de Asturias, cuyo director de entonces, Graciano García, tanto hizo por darle al galardón la capacidad de anticipación al galardón sueco (Günter Grass tuvo el Príncipe de Asturias y luego tuvo el Nobel, con Doris Lessing pasó lo mismo...). Y a Dylan le dieron ese galardón, en el apartado Artes, y ahí se quedó la estatua de Joan Miró, esperando por el cantante que ahora no responde a los suecos.
La Academia es una institución muy seria, como los suecos.
 Basta leer el interesantísimo libro de uno de sus miembros, el poeta Kjell Epspmark, El premio Nobel de Literatura (Nórdica, 2008, Traducción de Marina Torres), para saber hasta qué punto no son solo minuciosos en sus deliberaciones sino autocríticos respecto a sus meteduras de pata.
 No quiero sugerir ahora que los suecos de la Academia estén pensando en desposeer a Dylan de la dignidad que le han dado. 
Son demasiado serios los suecos como para hacerse los suecos, o los Dylan, en que toca a sus compromisos.

Bob Dylan ya es famoso entre nosotros por las espantadas; una vez, porque le pagaban poco por un concierto que se quedó en el viento, como su respuesta; y la segunda vez fue para estupor de la Fundación Príncipe de Asturias, cuyo director de entonces, Graciano García, tanto hizo por darle al galardón la capacidad de anticipación al galardón sueco (Günter Grass tuvo el Príncipe de Asturias y luego tuvo el Nobel, con Doris Lessing pasó lo mismo...). Y a Dylan le dieron ese galardón, en el apartado Artes, y ahí se quedó la estatua de Joan Miró, esperando por el cantante que ahora no responde a los suecos.

 

Del lenguaje sexista a una agria polémica entre académicos

Francisco Rico y Arturo Pérez-Reverte cruzan artículos y dirimen sus diferencias.

Arturo Pérez-Reverte junto a Francisco Rico, en 2005.

Los académicos Arturo Pérez-Reverte y Francisco Rico han protagonizado estos días una controversia que se ha desarrollado en parte en este periódico. 
El fondo de la discusión es la actitud que han de tomar los miembros de la Academia ante el llamado lenguaje inclusivo, el que se dobla en ambos sexos, esto es, profesores y profesoras, alumnos y alumnas.
La diatriba comenzó el 2 de octubre en la revista XL Semanal, donde escribe Pérez-Reverte.
 El 14 de octubre prosiguió Francisco Rico en EL PAÍS, donde colabora

Ayer, el novelista replicó a su colega y en el recuadro bajo estas líneas tienen hoy los lectores lo que Rico señala como “punto final” por su parte.

En el XL Semanal escribió Pérez-Reverte:
 “En la Academia, los acuerdos se toman por unanimidad o mayoría; pero allí, como en otros lugares, hay de todo. 
Eso incluye a acomplejados y timoratos. 
Es mucha la presión exterior, y eso lo comprendes. 
No todo el mundo es capaz de afrontar consecuencias en forma de etiqueta machista o verse acosado por el matonismo ultrafeminista radical, que exige sumisión a sus delirios lingüísticos bajo pena de duras campañas por parte de palmeros y sicarios analfabetos en las redes sociales”.

Rico explicó en su réplica cómo había “embestido” Pérez-Reverte “contra los miembros de la Academia que se negaron a hacer suya la petición que unos supuestos profesores” le habían enviado. Denunciaban “la sugerencia surgida en la Junta de Andalucía de imponer en las aulas los ‘todos y todas’, ‘los madrileños y las madrileñas’ y demás prevaricaciones por el estilo”.
 “Podía haber hablado de académicos tontos y talibanes, pero le parece preferible discriminar soezmente ‘tonto del ciruelo’ y ‘talibancita tonta de la pepitilla”, que Rico recoge del texto de su colega.
Pérez-Reverte replicaba ayer al texto “irrespetuoso y agresivo, venenoso incluso”, de su colega, que lo llamó alatristemente célebre productor de best sellers”, hallazgo, el alatristemente, que Reverte subrayó como “feliz”. 
El novelista sugería que Rico tiene la intención de acaparar los derechos de edición del Quijote que elaboró para la Academia. Pérez-Reverte quería basarse en esa versión para un Quijotillo infantil, pero observó que Rico quería derechos por ella.
 Le acusa de “manosear” Quijotes.

SOEZ INSULTO

FRANCISCO RICO
Cuanto escribe Pérez-Reverte en EL PAÍS de ayer es un mero intento de ocultar con cortinas de humo lo que era la clave del artículo mío [del viernes, 14] al que finge contestar: salir al paso del soez insulto de “talibancita tonta de la pepitilla” que en una entrega de XL Semanal Pérez Reverte había dirigido a “alguna” académica no nombrada, y por ende a todas las académicas de la Española. Punto final.
Total que todo queda como estaba.

 

18 oct 2016

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