Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 oct 2016

Paco Rico, autor del ‘Quijote’........................................................ Arturo Pérez-Reverte.

Arturo Pérez-Reverte, en esta réplica al artículo de Francisco Rico publicado en estas páginas la semana pasada, fija la clave del enfrentamiento en la versión que el escritor hizo de la obra maestra de Cervantes para uso escolar.


Fachada del edificio de la Real Academia Española.

El profesor Paco Rico, conspicuo cervantista y académico de la RAE (personaje que aparece, por cierto, con expreso agrado por su parte, en mi novela Hombres buenos), publicó hace poco un artículo en EL PAÍS, que a algunos lectores y amigos, e incluso a mí, sorprendió sobremanera.
 No por la confusa sintaxis y ortografía del texto ni por citar mal en latín pudienda muliebris en vez de pudendum muliebre o pudenda muliebria (extremos ambos inexplicables en alguien de la enorme, casi desaforada, talla intelectual del profesor), sino por la biliosa virulencia con la que se pronunciaba sobre mi persona.
Y más sorprendente aún, habiendo tenido como tuvimos Paco Rico y yo, en otro tiempo, una razonable amistad y un mutuo y público respeto, con flores mutuas y comentarios elogiosos hacia el trabajo de cada cual, salvando las naturales distancias, incluido algún artículo firmado y publicado por Rico, también en EL PAÍS, donde elogiaba con entusiasmo (espero que sincero en ese momento, pues nadie se lo pidió por mi parte) las novelas del capitán Alatriste; para alguna de las cuales, por cierto, escribió incluso un magnífico soneto, publicado en El puente de los asesinos, séptimo volumen de la serie
. Ése que empieza: "No picaré en el cebo de la vida / turbio nombre que Dios puso a la muerte..."
De ahí la sorpresa de propios y extraños, como digo, ante el texto irrespetuoso y agresivo, venenoso incluso (acabo de confirmar la acepción exacta de venenoso en nuestro diccionario de la RAE), con que en la sección de Cultura de este diario se descolgó el otro día nuestro más destacado cervantista contra el arriba firmante; quien, de pronto, en insólita pirueta de gustos y afectos, se le antojaba alatristemente célebre (feliz hallazgo, debo reconocerlo) escritor de bestsellers.
 El pretexto aparente, que lo confuso del texto, insisto, no permitía deslindar con nitidez, era un artículo mío titulado No siempre limpia y da esplendor, publicado en otro lugar, sobre ciertas actitudes pasivas de la RAE que personalmente desapruebo, y que también Paco Rico, al menos hasta ahora y delante de mí, ha desaprobado toda su vida.
 En ese artículo, por supuesto, yo no mencionaba ningún nombre, y mucho menos el del profesor; que, sin embargo, se creyó en el deber de afear públicamente forma y contenido de mi texto.
 O, para ser más exacto, de apoyarse en mi texto para ajustar cuentas. 
Para subirse, como apunta el viejo dicho, en los trenes baratos. 

Y es aquí donde parece oportuno que mencione, para dar claridad al asunto, un suceso todavía reciente que tal vez ilumine el misterio
. Hace dos años, de forma desinteresada y cediendo todos los derechos editoriales a la RAE, hice, con la muy valiosa colaboración del excelente filólogo Carlos Domínguez Cintas (que participó, también, en la conocida y soberbia edición de El Quijote anotada por los colaboradores de Paco Rico), una versión del texto cervantino adaptada para uso escolar, aligerada de ciertos pasajes, relatos y digresiones.
 Mi intención natural era utilizar para ese Quijotillo académico el texto tan magníficamente fijado por el profesor y su equipo, y así se lo dije.
 Sin embargo, y para mi estupefacción, Paco Rico me preguntó qué pasaba con sus derechos de autor.
 Le dije que no había derechos a cobrar por parte de nadie, que se trataba de aportar ingresos a la Academia, y él se negó. 
"Ya hablaremos", dijo. Hasta hoy.
 Decidí, por tanto, mandarlo a paseo y utilizar el texto de nuestra edición cervantina de 1780, con su agradable aroma dieciochesco, enriqueciéndolo con los bocetos originales de las ilustraciones que acompañaron aquella edición.
 El éxito fue enorme, nuestro Quijotillo ha vendido hasta la fecha unos 80.000 ejemplares, y los derechos de traducción han sido adquiridos por varios editores extranjeros, produciendo unos modestos ingresos que a la RAE le vienen muy bien, habida cuenta del vergonzoso abandono económico en que la tienen las altas instituciones del Estado.
En lo que acabo de contar radican, lamentablemente, las principales claves del asunto. 
Desde que el Quijotillo académico vio la luz, Paco Rico se embarcó ante terceros, cada vez que tuvo ocasión, en una ácida campaña de desprestigio de la obrita y de quienes la alumbraron.
 Cualquier pretexto lo caza al vuelo. 
Cosa comprensible, por otra parte, habida cuenta de que el profesor, que asiste a muy pocos plenos de la Academia y sólo atiende en ella a lo que le conviene al bolsillo, ha hecho de su famoso texto cervantino, reeditado una docena de veces en distintos lugares con distintos patrocinadores y nunca gratis et amore, que yo sepa, un rentable medio de vida.
 Nada tengo que objetar a eso, pues cada cual se busca las lentejas como puede. Unos publicamos novelas con más o menos fortuna y otros manosean Quijotes sin rubor y a destajo.
 Pero en el caso de Paco Rico, en mi opinión, eso ha terminado por hacerle creer que posee una especie de derecho exclusivo, o de propiedad intelectual, sobre las palabras Cervantes y Quijote.
 Y lleva fatal el intrusismo de quienes, aunque sea sin cobrar y para beneficio de la Academia, dentro o fuera de ella, interfieren en su negocio.
 Aunque, en este caso, la palabra exacta debe ir en plural: negocios. Quizá en otro artículo, más adelante, si es que el profesor Rico me anima a ello, pueda extenderme con espantables y jamás imaginados detalles sobre el asunto.

 

Deudas, venganza y muerte en el encinar mallorquín------------------------------------------ Juan Carlos Galindo

Carlos Soto publica 'El carbonero', realismo rural y negro al servicio de una historia de pasiones.

Soto junto a la recreación de un 'rotllo'.
Una mujer con un hachazo en la cabeza; un niño, su hijo de 13 años, con la vida rota para siempre; una venganza, algo de justicia y un montón de deudas; el encinar mallorquín, los oficios muertos, el paraíso perdido.
 Con estos ingredientes, Carlos Soto Femenía (Palma de Mallorca, 1966) ha construido El carbonero (Destino) la novela con la que ha irrumpido en el panorama literario español.
 “Jamás pensé en escribir algo rural. No había pasado ni de cerca por esa tradición. Delibes y poco más. 
Tampoco fui consciente de que estaba escribiendo algo negro”, se sincera el autor, que pasa unas horas con EL PAÍS recorriendo los escenarios reales de su novela antes de recalar en Getafe Negro como uno de los nuevos valores del género.
El carbonero es una historia rural de posguerra, la de un joven, Marc, cuya madre murió asesinada siete años antes y saca adelante a su padre, catatónico tras el crimen, y mantiene el oficio de sus ancestros, tala y despedaza encinas, monta sitjas -esas pirámides artesanales, imposibles, en las que ardía la madera- pero, sobre todo, prepara su venganza, busca justicia, su justicia, trata de dar un sentido a su vida, quiere amar pero no puede. 
“La justicia es complicada. La ley es objetiva pero la justicia es la de cada uno. 
Tenemos deudas materiales, pero sobre todo morales, cargas que nos imponemos y que nos atan al pasado. 
Esas deudas estructuran la novela”, cuenta Soto al borde de un rotllo, ese círculo perfecto bordeado de piedra que servía a los carboneros para aislar la sitja y que el aire no arruinara la pira que les salvaba de la inanición.
 Al lado, la cabaña minúscula en la que vivían seis meses al año, en la que reposaban tras vigilar el fuego, alucinados, hambrientos, a medio camino de la locura.
 Todo está descrito en la novela de forma casi cruel, seca, sin artificios.
 “Imagina qué vida. Qué tiempo, sin prisas”, asevera Soto en susurros.

Estamos a 20 minutos en coche de Palma, no mucho más lejos de Magaluf, del turismo masivo.

 Sin embargo, en medio del encinar de la sierra de la Tramontana, al que se llega por una serpenteante carretera invadida de cicloturistas, solo nos espera el silencio y la mirada torva de las cabras asilvestradas.

 “La vida de esta gente era miseria sobre miseria. El Estado se quedaba con la mejor parte del carbón, con la cáscara de la almendra con la que se calentaban y de la que se incautaba para fabricar gasógeno para los coches.

 Al final la gente buscaba otras vías”, cuenta para ilustrar la presencia en la novela de el Buhonero, un hombre sin escrúpulos, traficante, ladrón, estafador, contrabandista, pero aceptado por todos

. “Hay dos tipos de criminales”, continúa, “los profesionales, que lo hacen por dinero, como un trabajo cualquiera, como si haces churros, y los no profesionales.

 Moralmente son lo mismo. No hay hombres buenos y malos.

 El peligro del hombre es que es un animal que encuentra razones para justificar cualquier cosa”, resume para poner luz sobre la violencia que se desata cuando Marc busca a los asesinos de su madre. 

La novela es una historia de mundos perdidos.
 Hace más de 30 años que no hay carboneros; tampoco señores, los terratenientes, los dueños del lugar tan presentes en la vida de la gente de la época y en este libro.
 Para llegar a la sierra hay que dejar a un lado Santa Margarita, el lugar de donde surgieron Juan March y su fortuna. “En esta isla la riqueza viene del contrabando.
 Todo el mundo lo sabe y a todo el mundo le parece bien”, cuenta Soto como si nada.
No es un, sin embargo, escritor político.
 Llegado a la literatura por la amistad que le une desde los 14 con Lorenzo Silva, Soto ha trabajado muchos años como informático, rama a la que llegó desde la filosofía apasionado por la lógica y la inteligencia artificial.
 Un periplo nada habitual para este escritor casi secreto, poco disciplinado al escribir, lector enfermizo y anárquico, amante de la literatura de género, del cine de género. 
El tiempo pasa y la lluvia nos sorprende ya camino del aeropuerto, el encinar lejano, el cruel y bello paraíso convertido en el recuerdo de una historia de violencia y muerte.

La Academia desiste de contactar con Dylan por el Nobel tras varios intentos

La institución lleva cuatro días llamando al cantante sin éxito.

El cantante y poeta Bob Dylan, durante una presentación en Barcelona. I. Itarte | REUTERS-QUALITY
La Academia Sueca ha renunciado a comunicarle directamente al estadounidense Bob Dylan que ha sido distinguido con el Nobel de Literatura de este año, después de cuatro días intentando ponerse en contacto con él sin éxito.
Así lo confesó este lunes a la emisora pública Radio de Suecia Sara Danius, la secretaria permanente de esta institución que elige cada año al ganador del Nobel en esa categoría.

Los representantes de la Academia Sueca han hablado con el agente del músico y con otras personas de su entorno, pero no han podido hablar con Dylan, que tampoco ha hecho ninguna declaración pública ni ha hecho comentarios al respecto en los conciertos que ha dado en los últimos días.
Los representantes de la Academia Sueca han hablado con el agente del músico y con otras personas de su entorno, pero no han podido hablar con Dylan, que tampoco ha hecho ninguna declaración pública ni ha hecho comentarios al respecto en los conciertos que ha dado en los últimos días.
 De hecho, Bob Dylan actuó en Las Vegas horas después de anunciarse el premio y durante el concierto no hizo ninguna mención a la distinción más apreciada del mundo de las letras. 
Danius aseguró no estar preocupada a pesar de que todavía no se sabe si el músico aceptará el premio o acudirá a Estocolmo a recogerlo el próximo 10 de diciembre.
"Tengo un presentimiento de que Bob Dylan puede venir.
 Puedo equivocarme, y claro que sería una pena que no viniese, pero en cualquier caso la distinción es suya y no podemos responsabilizarnos de lo que pase ahora. 
Si no quiere venir, no vendrá, será una gran fiesta igual", afirmó Danius.
Solo dos personas han rechazado el Nobel de Literatura en más de un siglo de historia: el escritor ruso Boris Pasternak, en 1958, forzado por las autoridades soviéticas, aunque lo aceptó más tarde; y el francés Jean Paul Sartre, en 1964, por su política de rehusar cualquier tipo de distinción.
La Academia Sueca premió a Dylan por haber creado 'nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense', según el fallo difundido el pasado jueves.
La sorprendente elección supuso la primera vez que se distingue con el Nobel de Literatura a un cantautor.


 

Piqué y la cabra de la Legión.......................................................................... Óscar Sanz

Este señor que corta mangas donde no está la bandera española no guardó luto por la muerte de un símbolo patrio.

FOTO: Piqué, en el partido contra Albania. / VÍDEO: El jugador anunica que deja la Roja. AP / ATLAS
Hace dos semanas ocurrió un hecho del que apenas se hicieron eco los medios de comunicación.
 Murió Pepe, el macho que desde 2005 venía ejerciendo de cabra de la Legión. 
Por aquellos días, la selección española disputaba un partido vital ante la peligrosísima Albania. 
Sorprendentemente, ninguno de nuestros jugadores mostró signo alguno de pesar ante tan luctuoso episodio.
 El de Pepe, entiéndase. Ni siquiera Sergio Ramos, hombre devoto de los emblemas patrios, al que nada le gustaría más que saltar al césped vestido de purísima y oro.
 No hubo brazaletes negros, ni minuto de silencio, ni gesto alguno de condolencia, lo que no hace sino certificar que esta selección anda escasa de patriotismo.
 Por eso quizá la llaman La Roja.
 Pero sucedió que a uno de sus miembros, Piqué, no se le ocurrió otra cosa que recortar las mangas de su camiseta, porque le apretaba, aseguró después, vana excusa cuando sus verdaderas intenciones eran otras, aviesas sin duda

Ajeno a lo acaecido con el cornúpeta animal, decidió el defensa hurgar en la herida y levantar en armas a los más acérrimos defensores de las esencias del imperio. Así que, en pleno delirio, imaginó que en su indumentaria había un ribete con los colores de la bandera nacional y, tijera en mano, a por él se fue. Nadie se lo afeó en el vestuario. Ni siquiera Ramos, que utilizó la misma camiseta que su colega, una prenda en la que no había ribete ni rojo ni amarillo.

Entonces sucedió que alguien, perspicaz sin duda, cayó en la cuenta de tan trascendente suceso, que en el fondo no era sino una castración de la enseña que a todos nos guía.
 Dio pues la voz de alarma y de inmediato la jauría que vomita en las redes sociales, y que tanto bien hace al periodismo rojigualdo, acudió solícita a la batalla y comenzó a despellejar a Piqué, acusado de ultraje a tan sagrado símbolo.
 Algunos medios de comunicación se hicieron eco del asunto y, como ese perro que se moja y se sacude, esparcieron sin recato el estiércol, que cayó encima de lectores, oyentes y televidentes varios.
 Es lo que ocurre cuando en esa profesión que algún día fue seria, llamada periodismo, la agenda la marcan las redes sociales y los éxitos están al albur de cuantos pinchazos en la Red acumule una noticia.
El asunto del corte de mangas de Piqué a una camiseta con la bandera española que no tenía la bandera española acabó con el jugador anunciando su retirada de la selección para 2018, mientras sujetaba la elástica virgen, y sin seccionar, de Ramos.
 Preguntado sobre lo ocurrido, el gran Luis Suárez, el gallego, respondió: “Si buscas pelea la encuentras”.
 No le falta razón al único jugador nacido en España que ha ganado un Balón de Oro, ese premio que no consiguieron Raúl y Xavi, lo que a ojos de este articulista le confiere el mismo pedigrí que el que pueda tener la muñeca Chochona.
 La condición de pendenciero de Piqué está fuera de toda duda, sobre todo cuando de la rivalidad Barça-Madrid se trata. 
Pero este señor nunca, jamás, ha faltado al respeto a la selección española, por la que se ha partido el pecho y el alma desde que tenía 15 años. Y tiene 29.
Nunca oiremos a Piqué, porque dejaría de ser Piqué, una frase como la que acaba de pronunciar Mariano Rajoy: “Lo mejor que puedo hacer es estar callado”.
 Quienes seguimos con devoción las siempre atinadas locuciones del presidente mostramos públicamente nuestro pesar, no sin antes recordar a los futbolistas que cortan mangas sin pedir permiso a los fanáticos del gen patrio aquella otra sentencia de Rajoy.
“Los españoles son muy españoles y mucho españoles”. Sobre todo Pepe, que en paz descanse.