Un ensayo en el que la autora da voz a 25 madres que confiesan detestar la maternidad a pesar de amar a sus hijos.
“Me voy a poner delante del primer camión que pase”, “ya me echaréis de menos cuando falte”, “vosotros no sois normales”, “te voy a devolver a los gitanos que te dejaron en la puerta”, “y si tus amigas se tiran por un puente ¿tú también te tiras?”, “un día yo me largo y no me volvéis a ver el pelo”, “un día me subo a una peña y me tiro”, “te voy a acogotar”, “os voy a meter a todos en un internado”, “eres más tonto y no naces”, “me vais a quitar del mundo”, “me vais a enterrar”.
Usted también puede añadir la frase, seguro que fresca aún en la memoria, que pronunciaba su madre en esos momentos desesperados que culminaban en una declaración brutal de hartazgo, aburridas como estaban de una condición de la que no podían escapar.
Me puse a la tarea de recopilarlas esta semana, animada por un libro que comencé a leer con cierta aprensión: #Madres arrepentidas. Una mirada radical a la maternidad y sus falacias (Reservoir Books), de la israelí Orna Donath.
Confieso que me chirría el hecho de que la propia autora califique su estudio de radical.
Pues bien, mientras leía este ensayo en el que la autora da voz a 25 madres, de distinta edad y condición, que confiesan detestar la maternidad a pesar de amar a sus hijos, yo iba preguntando a los amigos si alguna vez sintieron que sus madres renegaban de ellos. Y sí, con frecuencia.
Las frases más tremendas provenían de las mujeres de la generación de la mía, que desahogaban su ira sin importarles si eso hacía mella en nuestra sensibilidad.
Visto el resultado no parece que aquellos momentos Magnani nos hayan dejado el corazón averiado, porque observo que acaban siendo frases fetiche que los hermanos compartimos con más risas que rencor.
Va a resultar que la ultra expresividad mediterránea les servía a ellas de desahogo y nosotros, niños de una generación más curtida que la actual, lo hemos incorporado al álbum de recuerdos.
Hijos porque les tocaba
El estudio de Orna Donath es más penetrante de lo que imaginaba, aunque podría tener 50 páginas menos.Nos habla la autora de madres que no sintieron llamada alguna del instinto maternal y que tuvieron hijos porque era lo que tocaba.
En mi opinión, hubiera sido aconsejable que abundara en el hecho de la presión social que en Israel existe para que las mujeres tengan al menos tres hijos y contribuyan a que el pueblo judío no pierda la batalla por la apabullante natalidad del enemigo; también haber recordado los tiempos posteriores al holocausto, cuando los supervivientes tuvieron la lógica reacción de procrear para compensar las pérdidas.
Eso explicaría esa presión sociopolítica que ha caído sobre los hombros de las israelíes.
Tengo la sensación de que en nuestro país, tendente a la tragicomedia, las madres han tenido la posibilidad de expresar una ambivalencia emocional que va en el cargo: te quiero más que a nadie en el mundo, pero qué feliz sería a veces sin ti.
La literatura ha frecuentado esto que cuenta la profesora Donath de aquella madame Bovary que antepone sus delirios románticos a la crianza de su hija, a todos esos cuentos en los que Alice Munro nos descubre las obsesiones de madres negligentes, que pierden la cabeza y corren de pronto tras los pasos de un hombre olvidándose por unas horas de los hijos, esas madres que están a otra cosa, que tratan de refugiarse, aunque sea en el cuarto de la lavadora, para preservar algo de lo que fueron cuando no estaban al servicio de unos hijos que provocan tanto amor como angustia.
O Las horas, de Michael Cunningham, novela en la que percibimos a través de los ojos del niño el desgarro de una madre que no puede hacer frente a su maternidad.
Este último ejemplo nos inquieta porque en algún momento de nuestra niñez muchos sentimos esa complejidad de los sentimientos maternos.
Ella nos amaba pero a veces quería huir; ella soñaba en ocasiones con otra vida de la que nosotros no formábamos parte.
Algunas reseñas señalan enfáticamente que este libro de madres arrepentidas rompe “el último tabú”.
Yo opino que cualquier persona perspicaz detectará en algunas mujeres la incomodidad que les provoca su papel.
Los primeros que olfatean esa rareza son los hijos que aun así las aman, como también las madres carentes de vocación los aman a ellos.
Vivimos en una época en la que ha surgido un talibanismo maternal que tiende a calificar de malas madres a las que no desean asumir la maternidad como una religión.
Pobres de aquellas que se vean enredadas en este fanatismo; sospecho que los hijos acabarán sintiéndose más libres creciendo en manos de una madre algo negligente que de una asfixiante.
En cualquier caso, la sociedad va entendiendo que hay mujeres que no necesitan procrear para sentirse plenamente realizadas, aunque sospecho que el mayor problema en España es el de las jóvenes que quisieran ser madres pero no encuentran el momento.