El simposio organizado por el museo de su nombre en Ámsterdam fija el punto de inflexión de su vida y obra en 1888 cuando el pintor se cortó la oreja.
La noche del 23 de diciembre de 1888, Vincent van Gogh se cortó la oreja por culpa de un brote psicótico.
Vivía en la ciudad francesa de Arlés y su mundo se vino abajo al abandonarle su colega galo, Paul Gauguin, con el que intentó fundar una comunidad de artistas en la famosa Casa Amarilla, retratada en uno de sus lienzos.
La falta de sueño, pésima alimentación, y abuso del alcohol contribuyeron al colapso.
Aunque superó la herida y el ataque, los episodios se repitieron y llegó a la conclusión de que acabarían dominándole.
En consecuencia, tras haber evaluado el daño que causaría, y la intensidad de un sufrimiento que dificultaba su obra, el 27 de julio de 1890 se pegó un tiro en un prado de Auvers-sur-Oise. Cometió un “suicidio meditado”.
Mencionado con gran cuidado entre muchos “tal vez” y “probablemente”, el término ha satisfecho al equipo de psiquiatras, neurólogos, expertos en ética y filosofía de la medicina, además de historiadores del arte, reunidos en un simposio extraordinario organizado por el museo del pintor en Ámsterdam.
Si bien no han desentrañado el misterio de la supuesta enfermedad que le aquejaba, sí han establecido un antes y un después de la fatídica noche navideña de su automutilación.
“Los doctores que le trataron en Francia diagnosticaron una epilepsia, pero esa definición ha cambiado mucho con el tiempo.Sí podemos afirmar, por el contrario, que todos sus achaques anteriores al 23 de diciembre de 1888 responden a varios factores. Hay consenso en que padecía gonorrea.
Tal vez tuvo sífilis neurológica, la misma que acabó matando a su hermano, Theo, pero no hay pruebas.
El vértigo (del oído interno) de Ménière, y la porfiria (enfermedad metabólica hereditaria) no parecen plausibles
. Lo que nadie puede negar es que tenía una psicosis”, señala Arko Oderwald, filósofo de la medicina del Hospital Universitario de Utrecht.
Con un matiz esencial: en los periodos de relativa calma emocional trabajaba a destajo y era sociable.
Cuando entiende que no puede controlar los episodios psicóticos, que debieron sumirle en una depresión, la ansiedad generada por el qué dirán en una sociedad decimonónica donde la locura, sin matices, estaba mal vista, y la pérdida de control de la pintura, su razón de ser, le aboca a querer controlar lo restante: la muerte.
El psiquiatra holandés Erwin van Meekeren, califica su trágica decisión del “suicidio meditado” antes mencionado.
Algo así como la búsqueda imposible del equilibrio entre los que sufrirán su pérdida, y su arte, entorpecido por la turbulencia emocional.
Entre las hipótesis analizadas en el simposio figura una novedosa: la posible intoxicación crónica por culpa del monóxido de carbono producido por las lámparas de gas que iluminaban las casas. Aunque la treintena de expertos convocados se han reunido en grupos de cinco, rotando luego para intercambiar notas, sólo un ingeniero químico está seguro de que repercutió en la supuesta pérdida de perspectiva de sus pinturas tardías.
Eso, y la caída de piezas dentales, lamentada por el propio artista. El resto coincide en que antes de rebanarse la oreja “tenía una personalidad disfuncional debida a múltiples factores; después del brote psicótico, los psiquiatras actuales le habrían tratado con neurolépticos”, añade Oderwald.
La influencia del entorno familiar en la psicología de su famoso paciente virtual tampoco ha sido desdeñada.
Van Gogh nació un año después, y el mismo día, que un hermano muerto del mismo nombre, “un trauma familiar que pudo repercutir en su carácter”.
Sus constantes dolores de estómago “pudieron deberse a una dieta desastrosa, con déficit de nutrientes y vitaminas”.
En cuanto la absenta (ajenjo), tan popular en la Belle Époque, tenía hasta un 70% de alcohol.
“Puro elixir tóxico”, según Oderwald, que ha sintetizado el trabajo de sus colegas.
Nada nuevo, en apariencia, en el capítulo de suposiciones, pero en el caso del pintor llevan directos al luminoso prado francés del disparo final.