Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

16 sept 2016

Van Gogh se suicidó ante la virulencia de sus brotes psicóticos..........................................Isabel Ferrer

El simposio organizado por el museo de su nombre en Ámsterdam fija el punto de inflexión de su vida y obra en 1888 cuando el pintor se cortó la oreja.

'Autorretrato' de Van Gogh, en una muestra en Pekín. MARK SCHIEFELBEIN (AP) / VÍDEO: EL PAÍS
 

 La noche del 23 de diciembre de 1888, Vincent van Gogh se cortó la oreja por culpa de un brote psicótico.

 Vivía en la ciudad francesa de Arlés y su mundo se vino abajo al abandonarle su colega galo, Paul Gauguin, con el que intentó fundar una comunidad de artistas en la famosa Casa Amarilla, retratada en uno de sus lienzos.

 La falta de sueño, pésima alimentación, y abuso del alcohol contribuyeron al colapso.

 Aunque superó la herida y el ataque, los episodios se repitieron y llegó a la conclusión de que acabarían dominándole.

 En consecuencia, tras haber evaluado el daño que causaría, y la intensidad de un sufrimiento que dificultaba su obra, el 27 de julio de 1890 se pegó un tiro en un prado de Auvers-sur-Oise. Cometió un “suicidio meditado”. 

 Mencionado con gran cuidado entre muchos “tal vez” y “probablemente”, el término ha satisfecho al equipo de psiquiatras, neurólogos, expertos en ética y filosofía de la medicina, además de historiadores del arte, reunidos en un simposio extraordinario organizado por el museo del pintor en Ámsterdam. 

Si bien no han desentrañado el misterio de la supuesta enfermedad que le aquejaba, sí han establecido un antes y un después de la fatídica noche navideña de su automutilación.

“Los doctores que le trataron en Francia diagnosticaron una epilepsia, pero esa definición ha cambiado mucho con el tiempo.
 Sí podemos afirmar, por el contrario, que todos sus achaques anteriores al 23 de diciembre de 1888 responden a varios factores. Hay consenso en que padecía gonorrea. 
Tal vez tuvo sífilis neurológica, la misma que acabó matando a su hermano, Theo, pero no hay pruebas. 
El vértigo (del oído interno) de Ménière, y la porfiria (enfermedad metabólica hereditaria) no parecen plausibles
. Lo que nadie puede negar es que tenía una psicosis”, señala Arko Oderwald, filósofo de la medicina del Hospital Universitario de Utrecht.
 Con un matiz esencial: en los periodos de relativa calma emocional trabajaba a destajo y era sociable.
 Cuando entiende que no puede controlar los episodios psicóticos, que debieron sumirle en una depresión, la ansiedad generada por el qué dirán en una sociedad decimonónica donde la locura, sin matices, estaba mal vista, y la pérdida de control de la pintura, su razón de ser, le aboca a querer controlar lo restante: la muerte. 
El psiquiatra holandés Erwin van Meekeren, califica su trágica decisión del “suicidio meditado” antes mencionado.
 Algo así como la búsqueda imposible del equilibrio entre los que sufrirán su pérdida, y su arte, entorpecido por la turbulencia emocional.
Entre las hipótesis analizadas en el simposio figura una novedosa: la posible intoxicación crónica por culpa del monóxido de carbono producido por las lámparas de gas que iluminaban las casas. Aunque la treintena de expertos convocados se han reunido en grupos de cinco, rotando luego para intercambiar notas, sólo un ingeniero químico está seguro de que repercutió en la supuesta pérdida de perspectiva de sus pinturas tardías.
 Eso, y la caída de piezas dentales, lamentada por el propio artista. El resto coincide en que antes de rebanarse la oreja “tenía una personalidad disfuncional debida a múltiples factores; después del brote psicótico, los psiquiatras actuales le habrían tratado con neurolépticos”, añade Oderwald.
La influencia del entorno familiar en la psicología de su famoso paciente virtual tampoco ha sido desdeñada. 
Van Gogh nació un año después, y el mismo día, que un hermano muerto del mismo nombre, “un trauma familiar que pudo repercutir en su carácter”. 
Sus constantes dolores de estómago “pudieron deberse a una dieta desastrosa, con déficit de nutrientes y vitaminas”. 
En cuanto la absenta (ajenjo), tan popular en la Belle Époque, tenía hasta un 70% de alcohol.
 “Puro elixir tóxico”, según Oderwald, que ha sintetizado el trabajo de sus colegas. 
Nada nuevo, en apariencia, en el capítulo de suposiciones, pero en el caso del pintor llevan directos al luminoso prado francés del disparo final.

Vida en escena, teatro en la platea.................................................................. Luz Sánchez-Mellado

Los Reyes presiden la apertura con ‘Otello’, de Verdi, de la nueva temporada de ópera del Teatro Real.

El rey Felipe VI y la reina Letizia. BALLESTEROS EFE ATLAS
 

 

El amor es el amor, y quien lo sintió lo sabe. 
Y el éxtasis del sexo. Y el escozor de la duda. Y el sinvivir de los celos.
 Y el martirio de la inseguridad. Y las puñaladas traperas de los amigos. Y la agonía del abandono y la pena. Y las máscaras, todas las máscaras que nos ponemos del alba al ocaso para sobrevivir ahí fuera.
 Por eso, todas y cada una de las almas que abarrotaban el Real, del palco al gallinero, de los Reyes de España al último abonado de trapillo, se sentirían personalmente aludidos en lo más hondo y estarían de acuerdo en que la verdad y la chicha estaban sobre el escenario.
Ahí había alma, corazón y vida. 
Para teatro, ya estaban los actores de la platea, desde los protagonistas a los figurantes, con lo más florido de cierta sociedad madrileña felicísima de lucir su aún brillante moreno de yate y de reencontrarse con sus pares tras este largo y cálido verano, que se extinguía extramuros al tiempo que Otello y Desdémona expiraban en escena.
De los Reyes para abajo —salvo insondables ausencias: Preysler, Vargas Llosa, Cifuentes, Carmena— sentaban sus reales en sus butacas, invitados o apoquinando no menos de 300 euros, la nómina casi completa de la revista Hola y de los suplementos culturales y de negocios de los periódicos.
 Así, Esperanza Aguirre, de profesión Esperanza Aguirre, cotorreaba con Villar Mir, expresidente de OHL, mientras que la ex alcaldesa de Madrid Ana Botella presumía de su apuesto hijo Alonso ante sus amigas de toda la vida y la exmodelo Nuria González y la modelo en activo Eugenia Silva quedaban en llamarse y comer y ponerse al día sin falta antes de que se les eche encima el invierno.
Todos vestidos como para ir a la ópera, obviamente, pero en una variada gama de interpretaciones de tal código, desde los vestidos de media tarde y los trajes sin corbata, hasta el terno de tres piezas y pajarita y el modelazo de pedrería como para ir a recoger el Oscar o el Nobel de algunos a los que todo se les hace poco. 
Daba pena observar cómo, salvo algunos divinos libres de toda sospecha de arribismo, como Eugenia Martínez de Irujo, el tiempo de posado de las celebridades ante el reglamentario pelotón de fusilamiento gráfico de los fotógrafos era inversamente proporcional al prestigio del fusilado.

El abrazo y la muerte

 En fin, lo de siempre. 
Vanidad de vanidades, y lo demás es tontería. 
 La vida, ya se ha dicho, estaba en el estrado. 
“Que venga la muerte y me lleve en el instante de este abrazo”, exhalaba el rubicundo Gregory Kunde, el tenor estadounidense que encarna al inmortal héroe de Shakespeare en la ópera de Verdi.

El Cumpleaños feliz, interpretado primorosamente por la orquesta y coreado con regular fortuna por tan escogido público al principio del segundo acto, certificó otro hecho incontrovertible.
 El 15 de septiembre, noche grande de la apertura de la temporada de ópera del Real de este año, es el cumpleaños de la reina Letizia, la otra gran estrella de la noche, que agradeció el gesto relajando un par de centímetros su espalda derecha como una vela puesta espectacularmente de relieve con un vestidito de cóctel negro.
 Su marido, su majestad Felipe VI, y los ministros Méndez de Vigo, Margallo y Catalá —Cultura, Exteriores y Justicia— no podían estar, o al menos parecer, más encantadísimos de estar a su real vera.
Otello, ese hombre que viene de la guerra, heridos sus ojos y sus vísceras por lo que han visto y sentido en la arena. 
Y había que ser de grafeno, sea lo que sea el grafeno, para no conmoverse hasta el hipotálamo, sea lo que sea el hipotálamo, escuchando a ese hombretón deshacerse en brazos de la lánguida Ermonela Jaho, la soprano albanesa que da cuerpo y voz a su idolatrada Desdémona.
 El amor es el amor es el amor.
 Lo que dicen que movía el mundo antes de que lo movieran el dinero y la política.
Por cierto, que la que llegó por los pelos, en volandas, al principio del segundo acto fue la presidenta del Congreso, Ana Pastor, que corrió al palco a ocupar su preeminente lugar de tercera autoridad del Estado a la vera de Sus Majestades.
 Tendría otras urgencias.
 No consta si hablaron de política. 
No es probable. 
Para eso ya se han visto, y lo que les queda, en las consultas de Zarzuela.

Ana Belén................................................................................................. Luis Alegre

La actriz y cantante Ana Belén. EFE.

Se ha escrito tanto de ella que ya no se sabe qué decir, sin que todo, esto incluido, huela a palabras recalentadas.

En las navidades de 1970, cuando me empezaba a enterar de qué iban las películas y las charlas de mis padres, descubrí a Ana Belén. Fue en La pequeña Dorrit, la serie de Pilar Miró sobre el relato de Dickens.
 Ana se metía en mi vida cada noche, antes del telediario.
 Me quedé con su cara de niña buena. 
En 1974, el cura que nos daba religión nos contó que había visto El amor del capitán Brando,una película prohibida para nosotros porque Ana enseñaba las tetas.
 Hay cosas que escuchas en la niñez y te persiguen siempre.
 Es la artista más completa de la historia de España. 
Su relación de embelesados, en cualquier época, es inagotable. Bobby Deglané, en Radio Madrid, no le hizo una presentación cualquiera, a sus 13 años: “Mírenla, hija de una portera y parece que su madre fuera la Duquesa de Alba”. 
Paco Umbral, al que Ana hipnotizaba, me susurró en una cena, con ella enfrente: “Yo lo hubiera dejado todo por Ana Belén”.
Se ha escrito y hablado tanto de Ana que ya no se sabe qué decir, sin que todo, esto incluido, huela a palabras recalentadas.
 Pero ella no deja de dar motivos para celebrar su caso increíble. En noviembre le concedieron el premio de honor en los Grammy Latinos y, ahora, la Academia del Cine la ha distinguido con el Goya de Honor, mientras arrasa con El gusto es nuestro, 20 años después, ha terminado una gira teatral y va a estrenar La reina de España, de Fernando Trueba, en el papel de una mujer con dos maridos.
Tiene 65 años
. Pero mírenla. Si parece la hermana mayor de la pequeña Dorrit.

 

Insomnio..................................................................................... Juan José Millás

Eso es lo que nos pasa a todos: que estamos en habitaciones distintas y no sabemos morse.


No en todas las habitaciones de hotel, pero sí en muchas, suele haber una lámpara con cuyo interruptor no das a la hora de acostarte.
 Quién la encendió, cuándo y desde dónde constituye un misterio inescrutable. 
 Invadido por el desaliento, después de haber probado a apagarla con todas las llaves de la luz visibles, te sientas en el borde de la cama y dudas si llamar a recepción. 
Pero te lo impiden la vergüenza de parecer idiota y el temor, agotado como estás por el viaje o por la jornada de trabajo, de que el de mantenimiento tarde en subir.
 Después de todo, alumbra poco.
 No te obsesiones, tú, métete ya en la cama e imagina que vuelas.
 Te acuestas, en fin, dándole la espalda y apenas has cerrado los ojos cuando se te ocurren lugares en los que podría ocultarse el interruptor y que no has investigado en el examen anterior.
 Te levantas, pues, y exploras sin efecto alguno todas las superficies de la estancia, incluso las que se encuentran en los lugares más inaccesibles.
 Quizá, piensas entonces sobrecogido, esa lámpara se apaga y se enciende desde otra habitación en la que el cliente se metió hace rato en la cama pensando para qué rayos servía aquel interruptor que no apagaba ni encendía nada.
 De súbito, mientras te sumes en tales reflexiones, la luz se apaga sola.
 Quizá ese viajero se ha levantado, como tú, de la cama y ha accionado una vez más el interruptor para ver si esta vez pasaba algo.
 De hecho, debe de estar dándole desesperadamente a la llave, pues la lámpara ha empezado a encenderse y a apagarse como si emitiera un mensaje de morse.
 Tal vez, piensas, alguien intenta comunicarse contigo. Pero no sabes morse.

 Eso es lo que nos pasa a todos: que estamos en habitaciones distintas y no sabemos morse.