Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 ago 2016

El agosto de los escritores................................................................... Juan Tallón

Quizá todos los veranos se parezcan, con su mezcla de guerra, paz, silencio, playa, viajes, felicidad, hastío.


Franz Kafka, a la derecha, con su amigo y editor Max Brod, en el balneario de Marielyst (Dinamarca).

¿Cómo era la vida en agosto hace cincuenta años, y hace cien, y en el siglo de León Tolstoi?
 Quizá todos los agostos se parezcan, con su mezcla de guerra, paz, silencio, playa, viajes, felicidad, hastío. 
Tolstoi anota en sus diarios, el 12 de agosto de 1854, que ese día empezó la mañana bien, trabajó un poco, pero por la tarde… "Dios, ¿no voy a reformarme nunca? Perdí en el juego lo que me quedaba de dinero y 3.000 rublos que no pude pagar
. Mañana venderé mi caballo". En otro universo, y en otro siglo, Virginia Woolf hablaba de agosto de 1927 como el año de los días felices en los que aprendió a conducir y "el coche está resultando la alegría de nuestras vidas, una vida adicional, libre, móvil y airada".
Hay años, o vidas, en las que ante agosto nada posee gravedad bastante.
 "Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde, Escuela de Natación", escribe Franz Kafka en una de las entradas más citadas de sus diarios, en agosto de 1914.

 Por contra, hay existencias que en ese mes se vuelven gravísimas. Insensible al consuelo, Alejandra Pizarnik registró en una nota del 25 de agosto de 1962, durante su estancia en Saint-Tropez que "sé perfectamente que si no me suicido pronto, me daré a la bebida".
En 1959, Gil de Biedma pasó el 10 de agosto con Ángel González en Miraflores, donde visitaron a Vicente Aleixandre.
 "Día agradable, pero de mucho alcohol", escribe, resumiendo una estampa típica del verano.
 En otro gesto propiamente estival, Josep Pla paseaba en 1918 por Canadell cuando observó a cuatro muchachos agujereando las paredes de las casetas de la playa para ver cómo las señoritas se desnudaban a la hora del baño.
 "Siempre hace gracia contrastar, sobre la piedra de toque de la realidad, los tópicos escolares".
Siguiendo la costa, hacia el sur, se llega a Palamós.
 Allí pasó varios meses de 1962 Truman Capote, trabajando en A sangre fría.
 En una de sus postales a Marie Deway, con fecha de 8 de agosto, daba cuenta de la "gran aventura" que había vivido el día anterior, cuando "un incendio forestal quemó la finca de al lado y casi nos engulló".
Los viajes para trabajar son consustanciales al verano. 
En una conferencia de 1932, Federico García Lorca contaba cómo tres años antes llegó el mes de agosto "y con el calor estilo ecijano" que asolaba Nueva York decidió marcharse al campo, a Edem Mills, donde dos niños "con paciencia me enseñaron la lista de los presidentes de Norteamérica".
 Tras su periplo por Cuba, llegaron también a Nueva York Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí.
 Esta glosa en sus diarios, el 10 de agosto de 1939, que pasaron la mañana en el Museo de Arte Moderno.
 "El cuadro de Picasso, El perro y el hombre, de su período azul, me embelesó. […] El Gala de Dalí, espléndido".
En Descubrimientos, al llegar agosto Clarice Lispector improvisa preguntas para un cuaderno escolar. ¿Cuál es la cosa más antiguo del mundo? "Podría decirse que Dios". ¿Y la más bella? "El instante de inspiración". ¿La más grande? "El amor". ¿La más constante? "El miedo". "¿Y lo más fácil de hacer? Existir, después de que se pasa el miedo".

A veces agosto es un mes de espera.
 En sus notas de 1965, Ricardo Piglia relata cómo pasó un domingo preso en una comisaría.
 Había ido a un concierto de Mercedes Sosa, "estábamos un poco borrachos y de pronto, al salir, empezamos a pelear con un grupo de provincianos". 
Fue en Buenos Aires.
 En la misma ciudad, en 1951, Julio Cortázar se sentó a escribir una carta a Edith Aron para anunciarle que regresaba a Francia y que le gustaría verla.
 "No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear algunas veces por París para ir a escuchar a Bach". 
Lo espera una ciudad eterna, floreciente, distinta a la que paseaba Gaziel en 1914, en plena Gran Guerra, con los museos, las salas de conferencias y los teatros cerrados.
 "Los editores y libreros también han clausurado oficinas y tiendas, con unos rótulos que dicen: À cause de la mobilisation", escribe en Diario de un estudiante.
Hay tantas imágenes de París en agosto como escritores.
 En 1967, Paul Auster acababa de llegar a la ciudad, donde descubre el placer de fumar Parisiennes y salir temprano a la calle para tomar café con los trabajadores, el vendedor de hielo, el basurero…
 "Lo único curioso es que esos hombres –destaca en Informe de interior– en lugar de tomar café trasiegan toda clase de exóticas bebidas alcohólicas".


 

Un monstruo en medio de Venecia...........................................................Juan José Millás

FUI UNA VEZ a Venecia porque parece que si no has estado allí no eres nadie y yo estoy empeñado desde pequeño en ser alguien, no sé quién quiero ser, esa es otra historia, pero alguien, al modo en que el lunes es lunes o el martes es martes y la gente lo sabe. 
Preguntas a cualquiera qué día es hoy en la parte del mundo más ignorante que quepa imaginar, y te lo dice: jueves o viernes, o domingo, según.
 Y eso se debe a que cada día tiene un carácter, que es lo que me falta a mí, carácter.
 Fui a Venecia, aunque me mata la humedad, porque cuando salía el tema en la conversación y confesaba que no había estado allí, me miraban como si fuera un tipo raro y yo siempre he querido ser normal, que no es incompatible, creo, con ser alguien. 
Me dije voy a ir, sin darme cuenta de que al ceder al deseo de los otros mi personalidad, en vez de crecer, disminuíaAlquilé una habitación con terraza que daba al Gran Canal dispuesto a tirar la casa por la ventana si a cambio de ello entraba la personalidad por la puerta.
 Al día siguiente de llegar me levanté pronto y salí a la terraza para sentir las cosas que se deben sentir al contemplar el panorama, cuando me di cuenta de que durante la noche había brotado frente a mi hotel un edificio gigantesco como el que se aprecia al fondo de la foto. Luego resultó que no era un edificio, sino un crucero desde cuyos balcones cientos o miles de personas me sacaban fotos como si fuera alguien.
 Como fotografiaríamos un miércoles si los miércoles se pudieran fotografiar. 
La pena es que salí en pijama y en pijama, seas quien seas, no eres nadie.

UNESCO threatens Venice to be placed on list of endangered heritage sites
COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS

Mentiras perdurables..................................................................Rosa Montero

Los ciudadanos rusos llevan décadas inmersos en una falsa realidad orquestada por su Gobierno y muchos se niegan a abrir los ojos.
HACE UN PAR de semanas estuve en Leópolis, Ucrania, en un festival de literatura europea.
 Me gustó mucho la ciudad, monumental e histórica, y me encantaron los ucranianos, gente dulce, cariñosa, casi diría inocente. T. R., una brillante hispanista de Kiev, me conmovió; sus padres son rusos y siempre sintió una profunda devoción por la gran patria rusa.
 Pero ahora lleva dos años herida y desolada.
 Cuando comenzó el conflicto entre rusos y ucranianos, T. R. no tuvo más remedio que reconocer que su imagen pura y perfecta de Rusia era un mito.
 Durante cuarenta años había creído a pies juntillas en la veracidad de unas historias que, ahora se daba cuenta, eran todas mentira: “Y a mi edad tengo que volver a repensarme el mundo por completo”. 
Hay muchas otras personas como ella, gente que vivió una realidad fingida y que ahora se balancea sobre el vacío.
 Es lo que sucede con las dictaduras, las tiranías y con los Gobiernos que, como el ruso, aunque se denominen democracias, distan mucho de ser transparentes y veraces. 
De hecho, todos los sistemas políticos, incluso los más avanzados, tienen trastiendas ocultas, secretos de Estado, cosas que no se dicen, mentiras tenaces; pero la diferencia de tergiversación de la realidad entre las democracias y los sistemas tiránicos y paratiránicos siguen siendo abismales. Ya conocen la famosa frase de Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
 Suena bien y resulta consolador pensar así, pero, a medida que he ido envejeciendo, he visto que la historia se obstina en demostrar lo contrario. 
Es decir, hay sociedades capaces de engañar a la inmensa mayoría de sus ciudadanos durante todo el tiempo de sus vidas, durante una generación o quizá dos.
 Sí, seguro que cien años después habrá investigadores que demuestren la perversidad de sus mentiras, pero ¿de qué sirve eso para la generación que vivió y murió creyendo sin fisuras en el embuste? Y, sobre todo, ¿de qué le sirve eso a las víctimas?
 Además, y esto es lo peor: hay muchos que no quieren abrir los ojos. 
La realidad es ventosa, desagradable, contradictoria, muy poco heroica.
 Hay gente incapaz de vivir sin la edulcoración de las mentiras fanáticas.

El 12 de julio de 2014, en lo más álgido del conflicto ruso-ucraniano, el primer canal de la televisión rusa sacó a una mujer refugiada en Sloviansk, una tal Galina,  diciendo que, cuando entraron en la ciudad, los militares ucranianos habían crucificado a un niño ruso de tres años. 
Aseguraba que ella lo había visto y que había sucedido delante de toda la población.
 Nadie pudo encontrar jamás a otro testigo de semejante hecho, y los padres de Galina declararon que probablemente le pagaron para decirlo. 
Resulta inquietante que el infundio reproduzca a la perfección los antiguos libelos de sangre, esas calumnias antisemitas que recorrieron Europa en la Baja Edad Media y que sostenían que, para mofarse de Jesucristo, los judíos crucificaban niños cristianos. 
Lo que demuestra la perdurabilidad de los bulos malignos en nuestro imaginario. 
Y lo peor es que los ciudadanos creen esas mentiras.
 Creen que les están crucificando en Ucrania, y cuando personas como T. R. hablan por teléfono con sus parientes y les explican que no es así, responden que el Gobierno les oculta la realidad y que los que de verdad saben lo que está pasando en Ucrania son ellos.
 Qué curioso que jamás se planteen la posibilidad de que les engañe su propio Gobierno.
 Y así se va creando el miedo, se va atizando el odio, se infunde en la sociedad una avidez de sangre que puede justificar cualquier barbarie. 
Nuestro equivalente fueron las armas químicas de Sadam Husein, pero la diferencia es que fueron contestadas desde el primer momento.
El problema es que la manipulación informativa en Rusia alcanza niveles alarmantes (y quienes luchan contra ella suelen acabar en la cárcel o muertos, como la periodista Anna Politkóvskaya). 
¿Que algún día los rusos sabrán todo esto? Seguro, pero ¿cuándo? ¿Después de que una generación haya vivido (y haya matado) en el engaño?COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO

Nosotros o nuestros hijos......................................................... Fernando Trias de Bes

Los padres intentan dejar la vida resuelta a sus descendientes, pero eso puede propiciar que nunca aprendan que las cosas hay que ganárselas con esfuerzo.
CONOCÍ HARÁ UNOS 10 años a una persona obsesionada por dejar atado y maniatado el futuro de su único hijo. 
Era un empresario que había trabajado muy duro, continuando el negocio familiar y haciéndolo crecer.
 Ganó mucho dinero y lo fue invirtiendo en pisos hasta consolidar un patrimonio inmobiliario francamente impresionante. 
A su hijo lo educó protegiéndolo, con un exceso de celo que solo provocaba inseguridad en él. 
No entró a trabajar en el negocio familiar porque eso era exigirle.
 A medida que envejecía, la obsesión del empresario era cómo asegurar que a su hijo nunca le faltase nada y que nadie lo engañase.
 Para ello, procedió a vender todos los inmuebles mediante hipotecas privadas, de modo que su hijo recibiese su formidable herencia de forma fragmentada, mensualmente, sin opción a arruinarse o a disponer de todo el capital de un plumazo. 

Aunque sea a otra escala patrimonial, esta es una preocupación habitual en muchos padres: dejarles algo a los hijos, un ahorro, un patrimonio, activos.
 Parte de la cultura de la propiedad que llevó a millones de españoles a adquirir su vivienda habitual se asentaba en tal intención: ser propietario de algo que algún día nuestros hijos pudieran disfrutar o convertir en dinero. 
Para muchos españoles, su piso es su ahorro.

Este es un juego de suma cero.
 Lo que gastemos nosotros no lo ahorrarán nuestros hijos.
 Los padres queremos lo mejor para ellos. Un padre o una madre sería capaz de cualquier cosa por un hijo, por no verlo sufrir, por que esté feliz, por que no le falte nada.
LOS HIJOS QUE SOLO TIENDEN LA MANO PARA RECIBIR UNA ASIGNACIÓN SEMANAL seguirán EXTEndiéndola mientras caiga algo y no SE BUSCARÁN LA VIDA

Explicaré otro caso sorprendente.
 Tengo una buena amiga que trabaja en el sector textil. Uno de sus grandes clientes es uno de los principales empresarios de Bélgica, propietario de varios castillos en el centro de Europa.
 En cierta ocasión, volaban juntos a visitar a un proveedor. En pleno vuelo, pasaron el carrito de las bebidas, que eran de pago.
 El empresario preguntó cuánto costaba un refresco de cola. “Cinco euros”, le respondió la azafata. 
“Es muy caro, olvídelo”, dijo él. Mi amiga, que es muy dicharachera y espontánea, exclamó:“¡Pero si para ti cinco euros no son nada! Pídete el refresco”.
 Él respondió: “Claro que no son nada, pero esa no es la cuestión. El precio es desorbitado e, independientemente de que disponga de ese dinero, no estoy dispuesto a pagar ese precio porque no lo vale”.
¿Qué tiene que ver con ahorrar para nuestros hijos o gastar en nosotros mismos? Mucho. 
Porque lo que este empresario aprendió de sus padres era que el dinero cuesta un esfuerzo ganarlo.
 Había aprendido a reconocer el valor de las cosas. La cuestión no era si podía desembolsar cinco euros, sino si el refresco los valía. Mantener esta postura a lo largo de la vida es solo posible si uno ha aprendido a vivir así desde la infancia. 
Y es indispensable experimentar que el dinero ha de ganárselo uno.
Los padres afrontamos un problema.
 Incluso teniendo ahorro para dar en herencia a los hijos, estos creerán que no hemos sido del todo justos.
 Si una herencia reparte por igual, aquel a quien van peor las cosas considerará que sus padres fueron ajenos a su difícil situación.
 Si, en cambio, tratando de compensar la fortuna y avatares de la vida, se deja más herencia a quien le va peor, el que recibe menos sentirá que él merecía lo mismo y leerá en tal intento de compensación una falta de aprecio o justicia.

Conozco a dos hermanos que fueron tratados distintamente por sus padres
. Uno recibía puntuales ayudas económicas y el otro nada. El primero se ha pasado la vida esperando más y el otro ha espabilado porque no esperaba nada.
 Se ha buscado la vida porque no contaba con nada más que los resultados de su esfuerzo
. Al empresario belga lo educaron así. 
Sus padres no le dieron ni un duro. Es un hombre hecho a sí mismo que desde muy joven trabajó, incluso mientras estudiaba.
 Los jóvenes que en el verano imparten clases particulares o hacen de monitores en colonias para ganar unos dinerillos son los emprendedores de mañana.
 Los que tienden la mano y reciben una asignación semanal para sus gastos seguirán extendiéndola mientras caiga algo.
Mi opinión es que si a los hijos les queda herencia, perfecto. Pero no debe ser un objetivo.
 El mejor legado se compone de cuatro elementos: valores, conocimientos, educación y experiencias. 
Valores que pensemos que son los adecuados, los duraderos y sostenibles. Conocimientos y educación van de la mano y los hay de dos tipos: los académicos (estudios, idiomas…) y los de la vida (el mundo, las relaciones, uno mismo).
Finalmente, experiencias. Educar consiste en provocar detonaciones controladas
. Ahora que los padres estamos ahí para ayudarlos a levantarse, nuestra misión es que prueben y experimenten a una edad en que sus errores, problemas y preocupaciones son aún reconducibles, manejables, gestionables. La madre oso, cuando decide que su cachorro está ya listo para sobrevivir, lo deja en el bosque y, cuando está distraído, se da la vuelta y, sin dolor, lo abandona.
 Cuando el pequeño descubre que está solo, llora. Se cree perdido. Cuando se da cuenta de que su madre no regresará, se busca la vida.
 Eso no funciona en los humanos. Nuestra misión es la de irlos enseñando a volar poco a poco, a probar, de modo que adquieran autonomía de modo paulatino.
 Ese sí que no es un juego de suma cero.
De nada sirve dejar en herencia dinero o patrimonio si los hijos no han aprendido a gestionar y valorar que cinco euros son cinco euros, y no los vale un refresco.
 El hijo del empresario que recibió una renta vitalicia de todos los inmuebles, cuando su padre falleció, se buscó un abogado y resolvió todos los contratos hipotecarios.
 Quería todo el dinero. Lo quería ya.
 Eso sí supo hacerlo porque estaba bien adiestrado en recibir dinero.
Sigue sin saber ganarlo.
 
 2082PsicoV