A LOS 11 AÑOS quiso ser otra persona.
No estaba claro quién ni qué
diferencias tendría respecto a la anterior, pero empezó por cambiar de
nombre.
Lo encontró en las páginas de El gran Gatsby, la novela
de Francis Scott Fitzgerald.
No era nadie especial, solo un personaje
secundario con un nombre largo, bonito y serpenteante.
Además, empezaba
por s, como Susan, con el que hasta entonces se había presentado al
mundo. Todos sus profesores se negaron, pero no había vuelta atrás. “En
parte decidí que fuera Sigourney para que dejasen de llamarme Suzy. Pero
ahora todos me llaman Siggy. Supongo que quería ser otra persona,
sentirme diferente. Pero, sabes, al final no puedes escapar a tu
destino”
Estamos en Barcelona. Sigourney Weaver prueba una sopa de verduras,
todavía demasiado caliente, mientras recuerda la historia de su nombre y
reflexiona sobre las consecuencias de la recesión económica.
Se acerca a
la ventana y confiesa que le gusta esta ciudad y estaría encantada de
mudarse una temporada.
Si vivieran aquí, fantasea, quizá su marido
podría ir a hacer surf a su adorado San Sebastián.
Entonces coge de
nuevo la cuchara y sopla con cuidado, como si pidiera un deseo
. Un monstruo viene a verme,
la película de Juan Antonio Bayona, participará en el Festival de Cine
de San Sebastián el próximo mes de septiembre y el certamen la
reconocerá con el Premio Donostia a toda su trayectoria.
Si hay olas, su marido quizá pueda hacer surf en un par de semanas.
Cuando pise la alfombra roja del Kursaal, Weaver estará a punto de
cumplir 67 años.
Se presentará con un papel en el que interpreta a la
abuela de un chico en plena aceptación del cáncer que padece su madre
mientras él trata de exorcizar cada noche sus miedos con la visita de un
monstruo en forma de árbol (Liam Neeson).
Una historia basada en el
espléndido y homónimo libro de Patrick Ness, donde Bayona, después de El orfanato y Lo imposible,
vuelve a desmenuzar las complejas relaciones entre madres e hijos. Pero
sucede también que es el primer papel de Sigourney Weaver como abuela.
De este modo, el cine se adelanta a su propia vida personal (su hija, de
25 años, todavía no ha sido madre) y ofrece una espontánea metáfora de
una carrera cinematográfica que alcanza ahora la madurez, en una
industria que no suele aceptarla bien en las mujeres, y que comenzó en
la treintena a bordo de la nave espacial Nostromo, en la piel de la legendaria teniente Ellen Ripley en Alien, el octavo pasajero (1979).
Aquella película configuró realmente el destino de una mujer que tenía
planeado pasar su vida sobre las tablas y que no acababa de asimilar los
resortes ni las virtudes del cine.
“Yo era una actriz de teatro. Me
dijeron que era una película de ciencia-ficción y no me
sedujo demasiado.
Me di cuenta de que aquello podía ser algo cuando vi
todo el trabajo artístico y estético que habían hecho”.
El mundo que la
convenció fue la icónica obra del artista suizo H. R. Giger, encargado
del diseño del primer monstruo al que se enfrentaría en su carrera y de
los escenarios en los que viviría durante semanas en Inglaterra.
Fue una
prueba de fuego, recuerda mientras estira su largo brazo para recuperar
la sopa ya tibia.
Era su primera película –en realidad había tenido
unos segundos en Annie Hall (1977) dos años antes– y ni siquiera podía
dejar de mirar el objetivo cuando la enfocaban.
“La primera semana no
paraban de decirme: ‘¡No mires a cámara!’. Y yo les contestaba: ‘Es que
me la ponéis delante todo el tiempo”.
El reto consistió en darle la
vuelta y afrontar la película como si fuera su propia versión de Enrique
V.
“Tiene que ver con eso de Shakespeare de que una mujer se ponga en
la piel de un hombre.
Pero me temo que en el guion no lo hicieron por
razones feministas, sino porque pensaron que nadie creería que la mujer
iba a ser la superviviente”.
La cinta de ciencia-ficción de Ridley Scott dio a luz a la primera
heroína moderna del cine de acción.
Una personalidad inédita hasta
entonces en Hollywood, y que fue evolucionando con los años sobre
papeles de mujeres duras, inteligentes y capaces de cuidar de sí mismas.
La zoóloga Dian Fossey en Gorilas en la niebla (1988), la ejecutiva de Armas de mujer, la diplomática de El año que vivimos peligrosamente
(1982) o, incluso, la joven violonchelista Dana Barrett, que era capaz
de levitar dos metros por encima de su cama mientras era abducida por el
mundo paranormal de Cazafantasmas (1984).
La mayoría de ellas,
en el fondo, sufrían también por sus roces con un mundo rígido e
impermeable a las diferencias que exhibían. Aunque siempre lo hicieran a
escondidas.
fotograma de su película 'Un diablo viene a verme'.
Después de Alien ella también quedó sumida en una crisis artística y personal de dos años. “La fama es algo extraño.
Me producía rechazo
estar en las portadas de revistas, no quería renunciar a mi privacidad.
Así que intenté evitar un poco toda aquella historia durante años, hasta
que entendí que era parte del trato.
Yo era muy tímida, y eso fue un shock
para mí.
Me metí debajo de la tierra durante dos años. Rechacé un
montón de papeles, hice teatro y poco más.
No sé por qué, pero pensaba
que Alien no era un trabajo de verdad. No quería abandonar mi
vida humilde en Nueva York, deseaba ser una persona normal que pudiera
viajar en autobús.
Pero si pudiera darle un consejo a aquella joven, le
diría que no se lo tomase tan en serio, no importa, hay que hacer de
todo, estar en distintos tipos de papeles”.
Es inteligente, culta, irónica y posee una capacidad de afrontar los
argumentos de forma completamente abierta ante el discurso de su
interlocutor.
Es difícil encontrar algún rastro del superego de estrella
y, sin pretenderlo, logra que te marches a casa pensando que se ha
quedado preocupada por alguna cuestión intrínseca de tu vida.
No rehúye
la conversación política y, como muchas de sus compañeras de profesión,
deja al descubierto sus inclinaciones y su cercanía con las ideas
progresistas.
Ella asegura que apoyará a Hillary Clinton (a quien conoce
personalmente y en la que muchos vieron una inspiración para su papel
en la serie Political Animals).
De Donald Trump asegura: “No me lo puedo imaginar como presidente, ni
siquiera queriendo serlo realmente. Le está dando una gran ventaja a
Hillary Clinton porque está difuminando el panorama republicano, no
parece que haya un candidato fuerte excepto él
. Yo no creo que tenga
ninguna posibilidad de salir elegido, la verdad. O créame, me mudaré a
Barcelona”.