Trinitario
Casanova, el empresario que ha adquirido el Edificio España de Madrid,
tiene pendiente una cita con la alcaldesa Carmena, que no lo tiene
contemplado en su agenda.
En Ninette y un señor de Murcia, Miguel Mihura presenta a un
sencillo ciudadano de esta ciudad que se va a París en busca de
experiencias y se enamora de una parisina, hija de emigrantes españoles
dueños de la pensión en la que se hospeda, con la que se acaba casando y
viviendo en la ciudad española. No parece ser ese el caso de Trinitario Casanova,
otro señor de Murcia que de ingenuo parece tener poco . Casanova acaba
de irrumpir en todos los huecos informativos nacionales por la compra
del edificio España en la capital a la firma china llamada Wanda, que
había llegado con el mismo jaleo mediático y con muchas promesas y
esperanzas (añadidas en este caso por su entrada en el capital del
Atlético de Madrid). No es la primera vez que esta persona de nombre pegadizo penetra en
Madrid, pero ahora se lanza a por un edificio emblemático, cuyo futuro
está muy controlado por el Ayuntamiento. Casanova lleva tiempo
analizando su compra y negociando con el magnate chino Wang Jian Lin, propietario de Wanda; pero no se ha visto con la alcaldesa, Manuela Carmena,
en cuya agenda tampoco contempla ninguna reunión en las próximas
fechas. Ahora, tras el acuerdo, tiene pendiente solicitar una
entrevista, según fuentes de su entorno.
De momento, el empresario, casi desconocido en la capital más allá de
los círculos empresariales en los que siempre se ha movido, ha limitado
las relaciones al concejal de Urbanismo, José Manuel Calvo,
que ya le ha transmitido a Casanova cuáles son las líneas rojas que
debe respetar en los sondeos que se supone ha realizado. Es decir,
principalmente, respetar la fachada que perfila la plaza de España de la
capital y que se ha convertido en un tema tabú. Su proyecto, según las fuentes, contempla la posibilidad de
subarrendar los negocios hotelero y residencial a expertos en la
materia . Esa es la parte clave para los intereses de este empresario,
que de momento ha depositado un millón de euros de los 272 millones
comprometidos, siete más de lo que pagó Wanda en 2014 al Banco
Santander.
Una operación tan importante para la fisonomía de Madrid no puede
limitarse a un acuerdo privado. Por eso, los responsables municipales
están al acecho. Este hombre que se mueve en avión privado se ha
presentado en la capital con un rostro de hombre constructivo y
emprendedor; pero en el seno del Consistorio no dejan de preocuparse por
su pasado, relacionado con la cultura del pelotazo, que tanto
se ha asimilado al sector inmobiliario, y que ha sobrevivido a la crisis
con holgura. Pero no es santo de devoción dentro del sector, donde
recuerdan que siempre ha estado rodeado de polémica, y eso trasciende en
el Ayuntamiento.
Hace un mes fue condenado a un año de cárcel por haber difundido falsos rumores de una opa en el Banco Popular en 2008
Su entramado de empresas tenía como cabeza al Grupo Hispania, que
vendió al empresario José Ramón Carabantes en 2008 por 650 millones.
Precisamente, aquella operación incluía la participación del 3,5% del
Banco Popular y, precisamente, hace un mes fue condenado a un año de
cárcel por haber difundido falsos rumores de una opa en el Banco Popular para aumentar el precio de las acciones en 2008. El rumor
provocó una fuerte volatilidad en los títulos del Popular y minusvalías
para varios accionistas, que llevaron el tema a los tribunales.
La
condena del mes pasado le inhabilita, además, para intervenir en el
mercado financiero "como actor, mediador o informador" durante un año.
También pasó por los juzgados por el caso Zarrichera de
presunta corrupción en la urbanización de unos terrenos protegidos en el
municipio de Águilas (Murcia), en la que se proyectaron viviendas,
hoteles de lujo y un campo de golf, que paró un juez. Casanova pagó en
2004 a través del Grupo Hispania 10 millones de euros, un dinero que en
12 meses multiplicó por 15 al vender el terreno en 150 millones.
Un hombre hecho a sí mismo con buenas relaciones
M. Á. N.
Trinitario Casanova es uno de esos hombres
hechos a sí mismos sin ningún tipo de preparación académica y de los que
cada vez quedan menos en el universo empresarial.
Casanova nació en la
tierra de Miguel Hernández, Orihuela, donde nació en 1964, pero se
instaló en la vecina Murcia donde se licenció en el ladrillo y donde
conectó pronto con los poderes regionales (en la foto con el entonces
consejero de Obras Públicas de la Comunidad de Murcia, Joaquín
Bascuñana, durante una corrida de toros en 2005).
Después dio el salto a
la esfera nacional a través de varias empresas (de hecho, aparece
ligado a 55 sociedades en el registro mercantil) en las que diversificó
en diferentes negocios: prensa, aviación, promoción de centro
comerciales y de conciertos, explotaciones agrícolas…
En ellos se
desenvolvió con mayor o menor éxito hasta aterrizar en Madrid, donde
adquirió terrenos en Valdebebas y en la Gran Vía madrileña con la compra
de una sucursal a Bankia por 20 millones que luego vendió por 2,5
millones más.
Siempre más de lo mismo, un señor sin preparación académica a ser posible de origen humilde hacen un Imperio ecónómico salido de la nada y barajan cifras que no se ganan con un sueldazo, ni trabajando, algo así como otro "mauro" millonario a tope Amancio Prada. Si empiezan con una tiendita ¿Cómo acaban llenos de edificios emblemáticos?
Hay
millones de individuos que no profesan la menor simpatía a la simpatía,
ni a los buenos sentimientos, ni a la tolerancia ni a la comprensión.
De vez en cuando ocurre. La mayoría de las personas con una dimensión
pública, sobre todo políticos en campaña (pero no sólo), tratan de ser
simpáticos y agradables por encima de todo . Sonríen forzadamente,
procuran tener buenas palabras para todo el mundo, incluidos sus
contrincantes y aquellos a quienes detestan; estrechan manos, acarician a
los desheredados y a los niños, se prestan a hacer el imbécil en
televisión y no osan rechazar un solo gorro o sombrero ridículos que les
tienda alguien para vejarlos; intentan parecer “normales” y “buena
gente”, uno como los demás, y su idea de eso es jugar al futbolín,
berrear en público con una guitarra, tomarse unas cervezas o bailotear. Supongo que están en lo cierto, y que a las masas les caen bien esos
gestos, o si no no serían una constante desde hace décadas, en casi
todos los países conocidos. Y no veríamos a la pobre Michelle Obama cada
dos por tres, canturreando un rap, haciendo flexiones o
participando en una carrera de dueños de perros por los jardines de la
Casa Blanca. Pero hay algo que no se compadece con estas manifestaciones
de campechanía y “naturalidad”, que las más de las veces resultan todo
menos naturales. (De hecho la simpatía verdadera no se suele percibir
más que en alguna ocasión extraordinaria; en casi todos los personajes
públicos se ve impostada, mero fingimiento, artificial.) Y la
contradicción es esta: un número gigantesco de los tuits y mensajes que
se lanzan a diario en las redes son todo lo contrario de esto. Comentarios bordes o insolentes, críticas despiadadas a lo que se
tercie, denuestos e insultos sin cuento, maldiciones, deseos de que se
muera este o aquel, linchamientos verbales de cualquiera –famoso o no–
que haya dicho o hecho algo susceptible de irritar a los vigilantes del
ciberespacio o como se llame el peligroso limbo.
Pero hay algo que no se compadece con estas manifestaciones
de campechanía y “naturalidad”, que las más de las veces resultan todo
menos naturales. (De hecho la simpatía verdadera no se suele percibir
más que en alguna ocasión extraordinaria; en casi todos los personajes
públicos se ve impostada, mero fingimiento, artificial.) Y la
contradicción es esta: un número gigantesco de los tuits y mensajes que
se lanzan a diario en las redes son todo lo contrario de esto.
Comentarios bordes o insolentes, críticas despiadadas a lo que se
tercie, denuestos e insultos sin cuento, maldiciones, deseos de que se
muera este o aquel, linchamientos verbales de cualquiera –famoso o no–
que haya dicho o hecho algo susceptible de irritar a los vigilantes del
ciberespacio o como se llame el peligroso limbo.
Millones de individuos no profesan la menor simpatía a la tolerancia y la comprensión
Eso indica que hay millones de individuos que no profesan la menor
simpatía a la simpatía, ni a los buenos sentimientos, ni a la tolerancia
ni a la comprensión. Millones con mala uva, iracundos, frustrados,
resentidos, en perpetua guerra con el universo. Millones de indignados
con causa o sin ella, de sujetos belicosos a los que todo parece
abominable y fatal por sistema: lo mismo execrarán a una cantante que a
un torero (a éstos sin cesar), a un futbolista que a un escritor, a una
estudiante desconocida objeto de su furia que al Presidente de la
nación, tanto da. Cierto que la inmensa mayoría de estos airados
vocacionales sueltan sus venenos o burradas sin dar la cara, anónima o
pseudónimanente, lo cual es de una gran comodidad. Su indudable
existencia explica tal vez, sin embargo, el “incomprensible” éxito que
de vez en cuando tiene la antipatía, cuando alguien se decide a
encarnarla. Puede que al final el fenómeno quede en anécdota, pero ya han
transcurrido muchos meses desde que el multimillonario Donald Trump
inició su carrera para ser elegido candidato republicano a la
Presidencia de los Estados Unidos, precisamente el país más devoto de la
simpatía pública, posiblemente el que la inventó y exigió. Si se mira a
Trump con un mínimo de desapasionamiento, no hay por dónde cogerlo. Su
aspecto es grotesco, con su pelo inverosímil y unos ojos que denotan
todo menos inteligencia, ni siquiera capacidad de entender. Su sonrisa
es inexistente, y si la ensaya le sale una mueca de mala leche caballar
(ay, esos incisivos inferiores). . Sus maneras son displicentes sin más motivo que el de su dinero, pues
no resulta ni distinguido ni culto ni “aristocrático”, sino hortera y
tosco hasta asustar . En el pasado hizo el oso en un programa televisivo
en el que su papel principal consistía en escupirles a los concursantes,
con desprecio y malos modos: “¡Estás despedido!”, para regocijo de la
canalla que lo contemplaba. El resto ya lo saben: como precandidato, ha
denigrado a los hispanos sin distinción; a los musulmanes les quiere
prohibir la entrada en su país, hasta como turistas; se ha mofado de un
veterano de Vietnam por haber caído prisionero del enemigo; ha llamado
fea a una rival, ha ofendido a la policía británica y ha lanzado
groserías a una entrevistadora en televisión, y no cabe duda de que
seguirá. Lejos de desinflarse y perder popularidad, ésta le va en
aumento. Las nominaciones no están tan lejos, y hoy nadie puede jurar
que el candidato republicano no será Trump. Si así ocurriera, y aunque
después fuera barrido por Hillary Clinton o quien sea, la advertencia y
el síntoma son para tomárselos en serio. Hay épocas en las que se venera
lo desagradable, lo antipático, lo faltón y lo farruco, la zafiedad y
la brutalidad, el desdén, el desabrimiento, el trazo grueso y la
arbitrariedad. En las que el razonamiento está mal visto, no digamos la
complejidad, la sutileza y el matiz. Hemos tenido ya prueba de ello en
los duraderos éxitos de Berlusconi y Chávez, y aun del imitamonas Maduro
en menor grado. También en el de Putin, aunque éste sea más disimulado La penúltima vez que alguien no disimuló en el mundo occidental, que se
permitió no ser hipócrita y esparcir ponzoña y anatemas contra quienes
quería exterminar, bueno, casi los exterminó. El exceso de empalago trae
a veces estas reacciones ásperas, y entonces los furibundos –son
millones y ahí están, no haciéndose ver pero sí oír, y a diario–
aplauden con fervor y votan al que se atreve a prestarles su rostro y a
representarlos.
Al energúmeno que por fin da la estulta cara por ellos.
El abrazo
que protagonizaron esta semana Mariano Rajoy y Ana Pastor es una oda a
la amistad, al amor como Dios manda y a sus hijos: el poder y el éxito.
Mariano Rajoy felicita a Ana Pastor en el Congreso. Uly Martin
Puede que Mariano Rajoy se vuelva invisible en medio de la contienda
política y que consiga alianzas sorprendentes con demostrada habilidad.
Pero, en lo que más me parezco a Mariano Rajoy es en que yo también soy
de tener buenas amigas.
El abrazo que protagonizaron esta semana es una
oda a la amistad, al amor como Dios manda y a sus hijos: el poder y el
éxito.
Se le ve casi más emocionado en ese abrazo que durante el beso a
Viri, su esposa, en el balcón durante la noche electoral.
Todo indica
que Mariano ve House of Cards y que de ahí rescata ideas, como la de reunirse en secreto con los nacionalistas catalanes y dar así el sorpasso.
Rajoy y los nacionalistas son una pareja fuera de lo común, pero más cohesionada que la de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, que han veraneado en la misma isla, Ibiza,
pero con yates muy distintos, tanto en diseño como en actitud y
protocolos . El yate de Messi es más familiar, un campamento con hijos,
sobrinos, cuñadas y tías, barrigas cerveceras, ropa y toallas dejadas a
secar en la popa o colgando en cualquier parte con un cierto aire de
parrilla en permanente elaboración. En cambio, en el yate de Cristiano
todo es cool, millennial y entre amigotes. Son hombres en diferentes
estados de depilación y tonificación. Reaparece su amigo el boxeador
marroquí y ese otro, menos conocido, pero al que le gusta presumir de
panza y calva ofreciendo una especie de cable a tierra a la
estratosférica atmósfera en la que gusta disfrutar el astro del balón. En ese ambiente diferente, Cristiano ha recurrido a la alta tecnología usando un bañador confeccionado con un tejido que deja pasar los rayos solares
permitiendo el bronceado integral. ¿Pueden imaginarlo? Debido a ese
capricho se ha abierto el debate de si es erótico el bronceado total o
es más sexy la marca blanca protectora. Mi amigo Miguel, que no toma el
sol, se ha manifestado radicalmente promarca blanca de bañador, “nada
como el bronceado de albañil”. Mientras que en centros de estética
femeninos, alguna valiente ha manifestado que prefiere el bronceado
integral. Pero todos estamos de acuerdo en que el futbolista está
llevando el homoerotismo a otro nivel, a la cultura de masas.
Precisamente, en América y en la conquista por la Casa Blanca se ha producido una situación extrema: la esposa de Donald Trump, Melania, plagió parte del discurso de Michelle Obama
en la convención demócrata de 2008 en su intervención en la reciente
convención republicana. Melania debe de estar pasándolo mal, pero en la
serie House of Cards siempre nos muestran cómo quedar en
ridículo puede convertirse en un éxito si sabes levantarte, reírte un
poquito del traspié y que un mal inicio no siempre significa que no vaya
a haber mejor final. Donald Trump y Melania en la convención republicana en Cleveland. J. Scott ApplewhiteAP
Antes de ese final, podríamos repasar las esposas de Trump. Empezando
por Ivana, la primera, exesquiadora olímpica de la desaparecida
Checoslovaquia. En los ochenta, Ivana y Donald eran la imagen del
despiporre, el gasto exuberante, los trajes largos de lamé dorado y
hojarasca de tela y alambres en un solo hombro. Los reyes de Mar-a-Lago,
una suntuosa villa mezcla del Hotel de París de Montecarlo y una nave
espacial complicada. Harto de sol y dólares, Donald se enamoró de su
segunda esposa, Marla, también buena esquiadora, durante un viaje de
esquí en Aspen. Ivana pidió el divorcio y mantuvo en vilo a millones de
trabajadores que deseaban saber cuántos millones le arrebataría al
millonario. El divorcio catapultó a Ivana a la portada de ¡Hello! y a un puesto entre los 10 divorcios más caros de la historia.
Ella regresó a Europa, se enamoró de un italiano más joven,
ofreciendo quizás una imagen pelín caricaturizada de sí misma. Marla
Maples también tuvo portadas y un delicioso reportaje en ¡Hola!
con su hija Tiffany junto al magnate e inmensos platos de cereales
transgénicos y cartones de leche sobre una mesa de mármol anaranjado. Un
poquito después, también se divorció aportando sobre Donald la leyenda
de mal carácter y de que quería más a sus edificios que a su familia. Trump estuvo sin novia, pero se hizo propietario del concurso de belleza
Miss Universo, hasta que sus inclinaciones centroeuropeas le llevaron
hacia Eslovenia y hasta Melania.
Repasando la historia sentimental de Trump nos damos cuenta de que en
una carrera presidencial también existen pequeños divorcios . Como los
de Mariano con Ana Mato y, más recientemente, con María Dolores de
Cospedal. Melania y Donald dieron así el sorpasso y Ana y Mariano,
unidos, pudieron ganar su convención.