Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 jul 2016

Voy a intentarlo..............................................................Rosa Montero

Me asombra y desconsuela que el nivel emocional del ser humano siga siendo tan voluble e insensato como el de los primeros pobladores de las cavernas. 


Exactamente cinco días después del deprimente Brexit recibí un e-mail de la empresa encargada de la promoción de la alcaldía londinense, London & Partners, preguntándome si me interesaría publicar en España un artículo escrito por su director general, Gordon Innes.
 El texto, traducido ya a nuestra lengua, explicaba con apasionado énfasis por qué Londres sigue siendo un destino global para los negocios, a pesar del desenlace del referéndum.
 El mensaje me dejó turulata, porque no tengo ninguna relación con London & Partners, ni con el alcalde de Londres, ni con Gordon Innes.
 Lo cual, unido al hecho de que tampoco dispongo de ningún medio en el que publicar el artículo, me hace pensar que han debido de mandar el texto a voleo a decenas de personas (a miles en todo el mundo en diversos idiomas), urgidos por un ataque de aguda desesperación que comprendo muy bien.
 Londres, mi amada Londres, cercada por las hordas retrógradas de su propio país y lanzada sobre una cáscara de nuez al furioso mar de la incertidumbre.
Ya se sabe que, tras el inesperado resultado, diversos medios publicaron que muchos ciudadanos pro-Brexit se habían arrepentido de su voto.
 La revista norteamericana Slate recogía tuits y entrevistas de tipos perplejos que decían que creían que no iban a ganar y que lamentaban haber votado de ese modo, y al parecer el día siguiente al referéndum cuestiones como “¿Qué va a pasar tras la salida de la UE?” y una desconcertante 
“¿Qué es la UE?” estuvieron entre las preguntas más googleadas  en Reino Unido. 
Supongo que los partidarios de la permanencia están intentando ridiculizar a los ganadores y exageran el número de ignorantes y de arrepentidos.
 Pero lo innegable es que el Brexit  ha vencido gracias a los votos de la gente mayor y proveniente de los pueblos más deprimidos. 
Me temo que la mayoría, en efecto, no debe de tener ni idea de lo que es la UE y que votaron por rabia ante su propia situación y sus carencias, por la sensación de que nadie les hace caso (de todo esto tiene en parte responsabilidad Europa) y por el peligroso populismo de unos políticos que les hicieron creer que la culpa de todo la tienen esos extranjeros de la UE y los emigrantes. 
Tras el Brexit  se han multiplicado los ataques racistas y xenófobos en Reino Unido. 
Estamos mal, muy mal.
 Recordemos que el nazismo triunfó en Alemania porque la sociedad se encontraba económicamente exhausta tras el Tratado de Versalles y el crash mundial de 1929.
 Y también entonces buscaron chivos expiatorios. Pero lo peor de todo esto es que esa ignorancia y esa irracionalidad política no son algo privativo de los británicos.
 Me asombra y desconsuela que el ser humano haya sido capaz de llegar a logros intelectuales y científicos tan tremendos como deducir un probable comienzo del universo hace 13.800 millones de años, o predecir las ondas gravitacionales y cien años después desarrollar una tecnología capaz de detectarlas, y que al mismo tiempo su nivel emocional siga siendo tan voluble, insensato y atrabiliario como el de los primeros pobladores de las cavernas.
 En nuestra vida ciudadana nos movemos por impulsos tribales, elementales. 
Por furibundias varias y sectarismos tenaces
. ¿Nos parecen irresponsables los que han votado el Brexit?  Yo misma caigo en esa irresponsabilidad, en esa frivolidad, diez veces al día; basta con que se me caliente un poco la boca al discutir, basta con que la pasión anegue y asfixie mi cerebro. 
Los humanos tenemos el corazón de yesca y ardemos enseguida.
Me gustaría que fuéramos capaces de aprender del Brexit. Y no hablo sólo de las enseñanzas políticas que deben extraerse, como la de construir una Europa más cercana al ciudadano y menos al servicio de los poderosos.
 No, la enseñanza que busco es más importante.
Sueño con una sociedad en la que todos nos esforcemos en reflexionar cada una de nuestras decisiones sociales.
 En la que procuremos estar por encima de la banalidad y los prejuicios. 
Einstein decía que para ser un buen científico hay que pensar durante una hora al día lo contrario que uno piensa. Creo que para ser un buen ciudadano también habría que hacer lo mismo. Yo voy a intentarlo.COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO

Ataques de frivolidad.................................................Javier Marías

Quizá este malhadado ‘Brexit’ sirva para que el resto nos demos cuenta de cuán fácilmente puede uno arruinarse la vida por prolongado embrutecimiento.

Los españoles nacidos en el franquismo, los que pertenecíamos a familias perdedoras de la Guerra Civil, tuvimos siempre presente que podíamos vernos obligados a abandonar nuestro país. 
Mi padre solía recomendar tener el pasaporte en regla y algo de dinero fuera, si era posible, para aguantar los primeros días de un posible exilio.
 (Tras cuarenta años de democracia, me temo que ese peligro sigue existiendo: de España nunca se sabe quién te va a echar, suele haber demasiados candidatos a “hacer limpieza” y a perseguir.)
 Por razones personales, no me imaginaba huyendo a Latinoamérica, ni a la vecina Francia, ni a los Estados Unidos en los que había pasado algún año muy temprano de mi vida, sino al Reino Unido, al que entonces se llamaba Inglaterra sin más. 
De niño poseía ya rudimentos de inglés, pero leía en traducción.
 En gran medida me formé con las andanzas de Guillermo Brown, de Richmal Crompton, y las series “Aventura” y “Misterio” de Enid Blyton, anteriores y mejores que las que le dieron mayor fama; con Stevenson y Conan Doyle y Defoe, con Dickens y Agatha Christie, con Walter Scott, John Meade Falkner y Anthony Hope, con Kipling y Chesterton y Wilde algo después
.El cine británico llegaba con regularidad, y muchos de mis héroes de infancia tenían el rostro de John Mills, Trevor Howard, Jack Hawkins, Stewart Granger o David Niven, más tarde de Sean Connery.
 Mi primer amor platónico fue Hayley Mills, la protagonista niña de Tú a Boston y yo a California y Cuando el viento silba.  
Tampoco me fueron indiferentes las ya crecidas Kay Kendall, Jean Simmons y Vivien Leigh, más adelante la incomparable Julie Christie. Inglaterra era para mí un lugar tan europeo y casi tan familiar como mi natal Madrid.
 Allí tendría cabida y se me acogería, como fueron acogidos los escritores Blanco White (en el siglo XVIII), Cernuda, Barea y Chaves Nogales, o mi amigo Cabrera Infante, expulsado de la Cuba castrista en la que tantas esperanzas había puesto, y al que visité infinidad de veces en su casa de Gloucester Road.
 Inglaterra ofrecía, además, innegables ventajas respecto a España. 
 Sus gentes parecían educadas y razonables, con un patriotismo algo irónico y no histérico y chillón como el de aquí; era un país indudablemente democrático, garante de las libertades individuales, entre ellas la menos conocida aquí, la de expresión. 
Su famosa o tópica flema evitaba la exageración, el desgarro, el dramatismo demagógico y la propensión a la tragedia.
 Había resistido al nazismo a solas durante años, con entereza y templanza, sin perder los papeles que tantos motivos había para perder.
 Así pues, el reciente referéndum para el Brexit me supone un cataclismo.
 Por razones biográficas, desde luego, pero éstas son lo de menos. 
Lo alarmante y sintomático es ver a esa nación, básicamente pragmática y más decente que muchas, envilecida e idiotizada, subyugada y arrastrada por personajes grotescos como Boris Johnson y Nigel Farage y por sibilinos como Michael Gove, quizá el más dañino de todos.
 Dejándose engañar como bananeros por las mentiras flagrantes en las que los defensores de la salida de la UE en seguida reconocieron haber incurrido (nada más conseguir su criminal propósito).
 Un país tradicionalmente escéptico y sereno se ha comportado con un patriotismo histérico digno de españoles (o de alemanes de antaño).
 En un referéndum ridículo, para el que no había necesidad ni urgencia, un gran número de votantes se ha permitido una rabieta contra “Bruselas” y el Continente, sin apenas pararse a pensar y confiando en que “otros” serían más sensatos que ellos y les impedirían consumar lo que en el fondo no deseaban. 
Es lo mismo que uno oye en todas partes, aquí por ejemplo: “Voy a votar a Podemos o a Falange para darles en las narices a los demás, y a sabiendas de que no van a gobernar. Si tuvieran alguna posibilidad, ni loco los votaría”. 
Lo malo de estas “travesuras” es que a veces no quedan suficientes “otros” para sacarnos del atolladero en que nos metemos con absoluta irresponsabilidad, como ha sucedido en Inglaterra para alegría de Trump, Putin, Marine Le Pen y Alberto Garzón.
 Semanas después del Brexit no se ven sus beneficios, o han resultado falaces, y sí se ven sus perjuicios: para Europa sin duda, pero aún más para el Reino Unido. Muchos jóvenes partidarios de quedarse no se molestaron en ir a votar, confiando asimismo en la “sensatez” de los que fueran.
 Nunca se puede confiar más que en uno mismo, ni se debe delegar, ni se puede votar “en caliente” o en broma por aquello que nos horrorizaría ver cumplido.
 Quizá sirva para algo este malhadado Brexit: para que el resto nos demos cuenta de cuán fácilmente puede uno arruinarse la vida, no por delicadeza como en el verso de Rimbaud, sino por prolongado embrutecimiento y un ataque de frivolidad.
 
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS

Las falsificaciones infectan la economía..................................................Xavier Fontdeglòria

El mercado de los productos de imitación escala posiciones frente a las marcas.


En el octavo y último golpe al mercado municipal de A Pedra, en Vigo, en la bautizada como Operación Cuarzo, la policía encontró 24.000 objetos falsificados entre ropa, calzado, joyas y tabaco. La actuación puso el punto final a varias décadas de impunidad de una actividad que llegó a ser un reclamo turístico para la ciudad costera gallega.
 En realidad, era algo más que eso.
 La juez embargó 1.100 cuentas a 65 vendedores, 38 coches, 140 viviendas y un barco. “Era una de las grandes vergüenzas nacionales”, recuerda en su despacho la comisaria Mónica Dopico, inspectora jefe de la sección de delitos contra la propiedad industrial de la Policía Nacional.
 Hasta 2015, el centro comercial figuraba, por su titularidad pública, en la Notorius Market List, una lista mundial de puntos negros en piratería que elabora el Gobierno de EE UU, pero ninguna de las siete operaciones policiales anteriores había tenido éxito en los juzgados.
 A la espera de juicio, esta vez la victoria tampoco está garantizada.

Un vendedor ambulante con una muestra de bolsos falsos.
El ejemplo puede servir como metáfora de lo que ocurre en España con las falsificaciones: abundan y se toleran, aunque la lucha contra ellas sea una batalla cada vez más desigual.
  El negocio tiene el mismo efecto económico que otros tráficos ilegales: genera enormes bolsas de dinero negro, roba recursos a la economía regulada, necesita de trabajo ilegal, alimenta organizaciones criminales y, en suma, perpetúa la desigualdad.
 Pese a todo es imparable: ha crecido sin control en todo el mundo ante la pasividad de los gobiernos, como alertan los últimos informes.

 Su impacto se estima en 338.000 millones, el 2,5% del comercio mundial, según los cálculos de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (Euipo) y la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE).
Ya en 2008, la OCDE valoraba el comercio de copias en 175.967 millones de euros al cambio actual, es decir que se ha duplicado en los últimos ocho años.
Hoy, alrededor de un 5% de todas las importaciones que se realizan en Europa son fraudulentas, según el documento
. Aunque otros análisis elevan esa cifra por encima del 7%. El fenómeno desborda los recursos policiales y los abogados de las marcas apuntan directamente a un cuello de botella en los juzgados. “Es un drama, llevo 16 años defendiendo a marcas muy reconocidas, tengo cada año entre 100 y 150 procedimientos y en la vida he visto entrar a nadie en prisión, pese a que a veces nos enfrentamos a auténticas mafias”, lamenta David Gómez, letrado del despacho Baylos.
 Porque tras la idea extendida de que se trata de una actividad de subsistencia para personas sin recursos, hay, según los expertos, un gran número de falacias.
 “Nos hemos instalado en la estupidez del gratis total. La gente piensa: ‘Le estoy robando a los grandes’.
En cambio no ve que detrás puede haber un chico o una chica que trabaja en una tienda y que puede perder su empleo”, analiza Dopico.
 José Antonio Moreno, presidente de la Asociación para la Defensa de la Marca (Andema), señala que hay una cultura arraigada, lo que él llama “falta de sensibilización revestida de la intención de ayudar a un mantero”.
 Pero para hacerlo, cree, “hay otras muchas formas, no sacando el dinero de la economía lícita y bombearlo fuera”.
 En el reverso, del lado de las marcas, apunta a que “el 75% de la publicidad que se hace en España procede de ellas, que cotizan a la Seguridad Social con 70.500 millones de euros y que pagan otros 73.500 en impuestos”
. El comercio de falsificaciones en el mundo ha, literalmente, explotado en la última década. El coste económico de las vulneraciones de los derechos de propiedad intelectual alcanza en la UE los 36.278 millones de euros en los artículos más comunes.
 Son 5.655 millones sólo en España (datos de 2015). Desglosados, son 4.127 millones los que se pierden en el país por compras de ropa, calzado y complementos, otros 949 millones en cosméticos y productos de higiene, y más de 300 en relojes, joyas y marroquinería.
 “Es un negocio más lucrativo y menos sancionable que el tráfico de drogas, armas o personas”, reflexiona Luis Berenguer, de la Euipo.
“La gente puede llegar a pensar que sólo afecta a marcas multinacionales, pero cualquier empresa con un producto reconocido puede sufrir esos daños

La firma gallega de moda Bimba y Lola ha sido una de esas víctimas. 

Pese a no ser un sello famoso internacionalmente, sufre las copias hace años y ha perdido muchas batallas en los juzgados. La última, una sentencia del pasado enero que absolvió a una mujer que fue detenida en el aeropuerto de Barajas procedente de China con 18 kilos de herrajes metálicos que simulaban su logo. 

Con ese material se iban a confeccionar decenas de prendas. La condena inicial, una multa de 180 euros, fue anulada porque no quedó demostrado que la acusada fuese a beneficiarse de las ventas.

 La enseña de bicicletas vasca Orbea ha tenido el mismo problema “tanto en bicicletas como en ropa”, señala un portavoz. “Nuestras bicicletas pasan todo un proceso de diseño, prototipaje, testado… Es decir, estamos pendientes de que la calidad de la fabricación no baje ni un ápice.

 Comprar falsificaciones es una irresponsabilidad por el riesgo de accidentes que puede conllevar”, recuerdan. 

En los años ochenta las copias tenían “un objetivo aspiracional”, analiza José Antonio Moreno desde Andema. “Pensemos en los trolex, las falsificaciones de bolsos de Louis Vuitton… daban tanto dinero que los delincuentes no se quedaron ahí.

 Empezaron a expandirse a productos textiles, deporte y calzado deportivo.

 En los últimos años ha habido una eclosión: se falsifica absolutamente todo. Hay un afán de lucro instantáneo, con mucha rotación de productos.

 Se han falsificado hasta jamones, que vienen del este de Europa y se les da un último tratamiento en secaderos españoles para que simulen la curación. Al delincuente le da igual que te envenenes con ellos, lo que quiere es colocarlos”, insiste Moreno.

Turquía ya no es país para golpes...........................................Andrés Mourenza

El rechazo de la calle, la condena de la oposición y el papel de las redes sociales hicieron fracasar la intentona militar.

El viernes 12 de septiembre de 1980, multitud de niños turcos se alegraron porque algo que sucedía en televisión había cancelado el inicio del curso escolar. 

No podían entender el gesto preocupado de sus mayores, que corrían por la casa en busca de libros que quemar en la cocina para evitar ser inculpados, mientras los teléfonos hervían en llamadas para saber si el resto de sus familiares y amigos se encontraban a salvo.

 Ese día, de madrugada, los tanques habían tomado las calles y se impuso la ley marcial. La Junta Militar se prolongaría durante tres años, tras los cuales —miles de torturados, muertos y encarcelados mediante— Turquía ya jamás volvería a ser la misma.

El viernes 12 de septiembre de 1980, multitud de niños turcos se alegraron porque algo que sucedía en televisión había cancelado el inicio del curso escolar. No podían entender el gesto preocupado de sus mayores, que corrían por la casa en busca de libros que quemar en la cocina para evitar ser inculpados, mientras los teléfonos hervían en llamadas para saber si el resto de sus familiares y amigos se encontraban a salvo. Ese día, de madrugada, los tanques habían tomado las calles y se impuso la ley marcial. La Junta Militar se prolongaría durante tres años, tras los cuales —miles de torturados, muertos y encarcelados mediante— Turquía ya jamás volvería a ser la misma.
Ciudadanos con la gandera canta durante una marnifestación en apoy al Gobierno en Ankara, este sábado. CHRIS MCGRATH (GETTY) / QUALITY

Esconderse y tratar de pasar desapercibido fue la respuesta de la mayoría de los turcos a los sucesivos golpes de Estado (1960, 1971, 1980 y 1997) vividos por su país desde el inicio de la democracia
. Era eso o echarse al monte intentando resistir hasta la captura o la muerte.
Esta vez ha sido diferente.
  Por primera vez, los militares golpistas se han encontrado con que las masas les hacían frente en defensa del Gobierno democráticamente elegido y, aunque algunos dispararon contra los manifestantes, la mayoría de los soldados terminaron por deponer las armas. “Tomamos una decisión.

Nos dijimos: o salimos a la calle, aunque sea arriesgando nuestra vida, o este país perderá otra vez otros 10 o 15 años, que es el retraso que ha supuesto para Turquía cada uno de los golpes de Estado”, explica Ahmet Turan Han, miembro de la asociación antimilitarista Jóvenes Civiles. 

 Este joven informático decidió, ante el llamamiento del presidente Recep Tayyip Erdogan y de varios miembros del Gobierno, caminar hasta el puente del Bósforo en Estambul, donde cientos de personas intentaron frenar a los golpistas: “Había unos 35 soldados, un tanque y varios blindados, primero dispararon al aire para dispersarnos, luego hacia nosotros.

 Varios cayeron heridos, hubo también algún muerto.

 Pero los conductores de los autobuses municipales y los de los camiones de basura cruzaron sus vehículos para impedir que llegasen más militares.

 Y viéndonos allí, todos juntos, hermanados, siendo más que los militares, nos sentimos fuertes y resistimos hasta que llegó la policía y los detuvo”. 

El júbilo mostrado por miles de personas que han salido a la calle —el Gobierno ha llamado a “no abandonar las plazas”— contrastaba con la quietud en otros barrios de tendencia contraria al Ejecutivo
. Esta mañana del sábado, en un mercado del centro de Estambul abrieron menos puestos de los acostumbrados. Según una testigo, la gente se mostraba “temerosa”.
Sin embargo, pronto cambió el ambiente: “El propietario del café invitó a té a la gente y todos empezamos a hablar y a compartir nuestros miedos y a relajarnos”.
 En medio de la incertidumbre que generan episodios como estos y tras una noche en que el centro de la metrópolis turca estuvo sumido en explosiones, tiroteos y el vuelo rasante de los cazas, el calor humano y la solidaridad son la mejor medicina.
“No ha sido sólo la gente.
 También el hecho de que los líderes de los principales partidos políticos coincidiesen en denunciar el golpe ha sido muy importante”, puntualiza Mensur Akgün, director del centro de estudios GPoT. Efectivamente, socialdemócratas, pro-kurdos y ultranacionalistas turcos mostraron su apoyo al Gobierno islamista electo y su oposición a la asonada militar.
 Los cuatro grupos parlamentarios se reunieron este sábado en una sesión extraordinaria de un Parlamento gravemente dañado por los bombardeos de la noche
. Por primera vez en mucho tiempo, en el hemiciclo turco se escucharon aplausos de los grupos políticos a los líderes rivales. “Turquía es un país que vive sumido en una gran polarización, y los militares intentaron aprovechar estas divisiones para hacer triunfar el golpe. 
El que no lo hayan conseguido, da muestra de que la sociedad turca ha madurado y es un hito en la historia de la democracia”, sostiene este experto.
 Tampoco contaban los sublevados con que el mundo ha evolucionado.
 La tradición golpista indica que lo primero que deben hacer los rebeldes es tomar la radiotelevisión pública y desde ahí radiar las órdenes a la nación.
 Y así lo hicieron, pero no contaron con que en Turquía los restantes canales privados continuarían emitiendo. “Incluso televisiones contrarias al Gobierno como CNN-Türk tomaron una postura de defensa de la democracia y contraria al golpe de Estado”, explica el director de GPoT.
 No en vano, un grupo de soldados invadió a punta de pistola los estudios de dicha cadena, donde sus periodistas siguieron con la emisión incluso entonces, permitiendo a los espectadores escuchar los disparos y los gritos con los que los golpistas trataban de desalojar el edificio. Si hace unos meses, los medios progubernamentales y los seguidores del AKP habían lanzado campañas de difamación contra los periodistas y medios del emporio Dogan, al que pertenece CNN-Türk, cuyos edificios llegaron a apedrear, hoy muchos simpatizantes del partido islamista agradecen la solidaridad y el empeño mostrado por estos mismos periodistas en defensa de la democracia.