Los diseños de la firma francesa Réalisation Par
no dejan de ganar adeptas.
Desde que la bloguera australiana Alexandra
Spencer y Teal Talbot la crearan en 2015, un buen puñado de celebrities como Alexa Chung han lucido sus sencillas camisas estampadas con lunares o estrellas.
Pero el éxito no ha librado a la firma de protagonizar los últimos días una sonada polémica. La culpa la tiene su vestido ‘The Diane- Red Star’, un modelo rojo con escote pronunciado, estampado de lunares y volante. El diseño, que han lucido recientemente Bella Hadid o Jenna Dewan Tatum,
ha sido duramente criticado y tachado de sexista. No por su diseño,
sino por la descripción que lo acompaña en la tienda online:
“Esto es lo que sabemos. Los hombres adoran los vestidos de verano.
También sabemos que esta afirmación no tiene sentido porque las mujeres
vestimos para nosotras mismas y sólo para nosotras mismas.
Pero a
veces… sólo a veces, se necesita un ‘billete que te garantice salir de
la cárcel’. Quizá olvidaste sacar la basura o bien has arañado
el coche de papá o quizá has llegado muy tarde y olvidaste hacer lo que
te habían pedido. Sea la razón que sea, el vestido The Diane es
la solución. Este es el vestido que les hace olvidar en primer lugar
por qué están enfadados contigo y lo único que importa es: si eres mala a
la hora de ser buena, tienes que ser muy buena saliendo de esta
dinámica. Confía en nosotros. De nada”.
Bella Hadid y Jenna Dewan Tatum luciendo el diseño de la discordia. Foto: Instagram
La periodista Kat George publicó un artículo en Oxygen.com
criticando la historia que acompaña al vestido. “Convierte a quien lo
lleva en objeto de deseo masculino con el fin de apaciguar a los
hombres. Juega con la idea de que las mujeres están indefensas y
que no tienen autonomía sobre sus acciones y que por lo tanto tienen
que lidiar con el típico ‘qué tonta soy’.
Es un estereotipo feo
y reduccionista que se usa para vender vestidos bonitos”
Comprar este
vestido u otros que refuercen esta idea es, según la periodista, una
forma de perpetuarla y de promover estereotipos similares.
Tzvetan
Todorov traza en ‘Insumisos’ ocho perfiles de lucha contra las
dictaduras, desde opositores del nazismo hasta Nelson Mandela.
Tzvetan Todorov
(Sofía, 1939) se instaló en París en 1963 tras dejar su Bulgaria natal.
Aquella era una dictadura menos terrible que la URSS, pero lo que pasó
en la Alemania nazi y en la Rusia de Stalin le provocó reflexiones que
ahora desembocan en Insumisos (Galaxia Gutenberg), un libro en
el que traza los perfiles de ocho personas que se opusieron a ambas
barbaries del siglo XX y a otras dictaduras: Boris Pasternak y Alexander
Solzhenitsyn, que se rebelaron contra el monstruo soviético; o la
francesa Germaine Tillion y la holandesa Etty Hillesum, que trabajaron
contra el odio que les produjo Hitler; o Nelson Mandela.
Ellos son
algunos de esos personajes que transitan bajo el manto de ignominia que
trazan con sangre las dictaduras. Pregunta. Dice que desde el miedo total empieza el valor total. ¿Lo ha sentido usted? Respuesta. No en la misma medida que mis personajes
.
Ellos se han enfrentado con peligros más terribles.
Yo vivía un régimen
estricto y terrible, pero nunca me arrestaron ni me llevaron a prisión.
A mis personajes, en la Segunda Guerra Mundial o en la Rusia soviética,
e incluso más adelante, los sometieron a una increíble represión
. Por
eso quise escribir este libro: para explorar destinos de personas en
cuyas experiencias puedo proyectarme.
Pero no soy un héroe que se haya
opuesto al poder totalitario de grandes enemigos. P. Es un libro sobre el valor, capaz de superar incluso el odio. R. Y sobre las renuncias.
Mandela, por ejemplo, se
sintió frustrado al final de su vida porque la sacrificó en aras de la
nación y al final sintió amargura
. Pasternak no era un luchador; era una
persona privada, pero maduró sus opiniones y decidió dignificar su
persona.
Y escribió su gran libro sin ninguna consideración a los
censores.
No era un libro ni anticomunista ni contrarrevolucionario,
pero no intentaba acomodar sus puntos de vista al dogma oficial.
No
estaba preparado, como lo estaba Solzhenitsyn, para sacrificarlo todo
por la lucha.
Tzvetan Todorov
(Sofía, 1939) se instaló en París en 1963 tras dejar su Bulgaria natal.
Aquella era una dictadura menos terrible que la URSS, pero lo que pasó
en la Alemania nazi y en la Rusia de Stalin le provocó reflexiones que
ahora desembocan en Insumisos (Galaxia Gutenberg), un libro en
el que traza los perfiles de ocho personas que se opusieron a ambas
barbaries del siglo XX y a otras dictaduras: Boris Pasternak y Alexander
Solzhenitsyn, que se rebelaron contra el monstruo soviético; o la
francesa Germaine Tillion y la holandesa Etty Hillesum, que trabajaron
contra el odio que les produjo Hitler; o Nelson Mandela. Ellos son
algunos de esos personajes que transitan bajo el manto de ignominia que
trazan con sangre las dictaduras. Todorov, autor, entre otros ensayos, de La experiencia totalitaria,
fue premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2008. En esta
entrevista, celebrada en su casa de París, reflexiona sobre el miedo y
el odio a propósito de su último libro. Pregunta. Dice que desde el miedo total empieza el valor total. ¿Lo ha sentido usted? Respuesta. No en la misma medida que mis personajes
.
Ellos se han enfrentado con peligros más terribles. Yo vivía un régimen
estricto y terrible, pero nunca me arrestaron ni me llevaron a prisión.
A mis personajes, en la Segunda Guerra Mundial o en la Rusia soviética,
e incluso más adelante, los sometieron a una increíble represión.
Por
eso quise escribir este libro: para explorar destinos de personas en
cuyas experiencias puedo proyectarme. Pero no soy un héroe que se haya
opuesto al poder totalitario de grandes enemigos. P. Es un libro sobre el valor, capaz de superar incluso el odio. R. Y sobre las renuncias.
Mandela, por ejemplo, se
sintió frustrado al final de su vida porque la sacrificó en aras de la
nación y al final sintió amargura.
Pasternak no era un luchador; era una
persona privada, pero maduró sus opiniones y decidió dignificar su
persona
. Y escribió su gran libro sin ninguna consideración a los
censores.
No era un libro ni anticomunista ni contrarrevolucionario,
pero no intentaba acomodar sus puntos de vista al dogma oficial.
No
estaba preparado, como lo estaba Solzhenitsyn, para sacrificarlo todo
por la lucha. P. Pasternak contemporiza con Stalin. No es estrictamente un insumiso… R. No; desde luego no al principio
. La conversión
de Pasternak ocurrió después de un poema que cito y que va destinado a
Stalin. Desde ese momento, 1936, se convierte en un insumiso.
Ya no hizo
lo que se esperaba de él, pero nunca calificó a Stalin de monstruo.
Me
sorprendió que cuando acabó Doctor Zhivago, en 1956,
experimentó más simpatía por Stalin que por Jrushchov.
Tenía una mirada
compleja sobre Stalin, porque Stalin tuvo hacía él una actitud
protectora: le permitió cruzar las tempestades del régimen y sobrevivir
sin que le mandaran a la cárcel, ni al campo de concentración, como a
otros. P. Una referencia constante de su libro es el
testimonio de Germaine Tillion.
Ella decía que había que desarmar al
enemigo censurando el odio y defendiendo la compasión. ¿Contra el odio
lucha el insumiso? R. Contra el odio y a favor de la compasión.
Germaine es la única de mis personajes a la que conocí. Murió en 2007.
Fue antropóloga, resistente antinazi, enviada al campo de mujeres en
Alemania y desde entonces intentó hacer todo lo que estaba en su mano
para superar el odio al enemigo; quería comprender cómo había pasado
todo aquello.
No para excusarlo de ninguna manera. Ella no quería imitar
a los nazis: sabía que el odio era la política de los nazis.
Y cuando
estos fueron sometidos a la justicia no podía parar de sentir una
especie de compasión. Y luego vino la guerra de Argelia; comprendía
desde dentro a los argelinos.
No podía traicionar a su país ni a
Argelia.
Así que decidió salvar a individuos de la muerte y de la
tortura
. No consiguió parar esa guerra, pero salvó a cien o a doscientas
personas.. Y se pasó la vida tratando desesperadamente de evitar la violencia.
P. Pero, ¿se puede conciliar ser amenazado por los nazis o por los dictadores y respetarlos? R. Respetarlos no, pero sí es posible no extraerlos
de la humanidad. Esto no significa que no haya que matar; esto es
inevitable.
Tillion era una luchadora en la guerra contra Hitler, que
era inevitable.
Pero la de Argelia era evitable; podía haberse manejado
de forma pacífica, encontrando un compromiso para evitar cientos de
miles de muertos en ocho años de guerra cruel. P. ¿Cuál es la lección que extrae de la historia de estas vidas? R. Que hay formas de comportarse con dignidad moral
incluso en estas circunstancias extremas. Debo decir que el régimen en
el que yo viví no era tan extremo como el de Rusia.
En ese otro régimen
gente como Pasternak tuvo que defender el respeto a sí mismo, y es lo
que él quería, comportarse con dignidad moral. P. Svetlana Aleksiévich dice que del final del sueño comunista se llegó al desierto capitalista. ¿Estamos en el desierto? R.
Hasta cierto punto, sí. Esto explica muchos aspectos de nuestra vida
contemporánea. Mientras existía la dictadura de uno u otro tipo se podía
soñar con su final, no como si eso fuera el paraíso, pero sí como el
momento en que podían empezar a solucionarse los problemas. Pero los
seres humanos necesitamos algo más que la falta de la opresión directa.
Debemos encontrar un sentido a la vida. Y a los que han venido luego les
ha faltado ese sentido, un proyecto político, una perspectiva. Lo que
está pasando ahora con las religiones y sus extremismos es que excitan a
los jóvenes frente a cualquier otro proyecto.
La identidad de los bárbaros que niegan al otro
En Insumisos, Tzvetan Todorov se plantea
una pregunta nuclear: ¿las barbaries de las historias son idénticas? El
pensador responde: “Todos los bárbaros no son idénticos.
Lo que los
distingue es que niegan la humanidad de los demás, a los que
maltratan,odian y excluyen de la comunidad humana. Los nazis y los
gobernantes de la Rusia comunista no eran lo mismo; tenían muchas
diferencias. Pero los unía el odio al otro, al que no los obedecía. El
sueño de dominar por las armas es un fracaso”.
También reflexiona sobre la excitación y atracción de los jóvenes por
las religiones y los extremismos frente a cualquier otro proyecto, lo
que lleva a hablar de los atentados yihadistas en Francia y en otros
países.
¿Cómo puede luchar la buena voluntad contra esta guerra de hoy? “No
hay respuesta simple a esa interrogante”, responde. “Entran unos
encapuchados, disparan, asesinan en Charlie Hebdo,
en Bataclán…
La buena voluntad no sirve entonces: sirve antes o
después.
Los bombardeos sobre las bases del IS [el Estado Islámico] a lo
mejor sirven a largo plazo, pero lo que se vio fue que esa reacción
provocó más seguidores para el IS. Y los ataques de Bruselas vinieron
después de esa represalia
. Debemos darnos cuenta de que, sin la
colaboración de estos jóvenes, que viven aquí, estas acciones hubieran
sido imposibles”.
“Necesitamos hacerlos reingresar en la comunidad de un modo u otro y
no permitir la extensión de este odio y resentimiento, que ese deseo de
venganza no se apodere de ellos
. El trabajo no es mandarlos a la cárcel,
sino conquistar sus corazones”, añade el intelectual.
Su
estética monjil y sus líneas depuradas actualizan el calzado de la
abuela y ofrecen una alternativa al reinado de las deportivas.
Zapato Martinian
Hay tendencias fugaces, algunas recurrentes y otras que se cocinan a
fuego lento
. El camino del zapato guante (tacón medio y piel suave
abrazando el pie) no ha sido fácil.
Su historia resulta hasta increíble,
teniendo en cuenta que existen seis años de separación entre su Buenos
Aires natal hasta los estantes de las tiendas de moda rápida que seducen
hoy con sus réplicas. Pero finalmente, este Men Repeller de
manual lo ha logrado.
Con su estética monjil y sus líneas depuradas
actualiza el zapato de la abuela y ofrece una alternativa al reinado de
las deportivas.
Levantando a su paso tantas pasiones como odios, se
perfila como uno los grandes éxitos del verano.
Fruto de un año de investigación alrededor del calzado medieval y del siglo XVIII, el zapatero (y perfomer) bonaerense Martiniano López Crozet
diseñó sus tres primeros modelos. “Decidí llamar a mis zapatos guante
por el material del empeine, la cabritilla, que históricamente fue usado
para guantes”, explica por corre electrónico
Con sus energías puestas en lograr una estética ligera y un zapato,
ante todo, cómodo, López Crozet los lanzó por primera vez en 2011
. Un
año después, la tienda Creatures of Comfort los introdujo al mercado
estadounidense gracias a un amigo en común con el diseñador.
Por su parte, la creadora Maryam Nassir Zadeh,
avispada cazadora de tendencias, además de incorporar los Martiniano a
la selecta selección de la tienda que regenta en Nueva York, incluyó en
2014, con el modelo Roberta, su propia versión del zapato guante.
Elaborado de suave ante, tacón cuadrado que entroncaba con el moderado
del famoso zapato Pilgrim de Roger Vivier –ese que Catherine Deneuve lucía en Belle du Jour de Buñuel– y una atractiva gama de colores, pronto colgaron el cartel de agotados.
Todo cuento de hadas necesita su hada madrina, y en este ella se llama Phoebe Philo.
La directora creativa de Céline, experta en dictar tendencia, los subió a la pasarela en su desfile primavera-verano 2015.
En su interpretación, mantenía la ligereza del empeine y la suavidad
de la piel, pero añadía un robusto tacón y una versión en dorado que
hizo salivar a la primera fila.
Esta aparición estelar catapultó la
tendencia que, finalmente, ha cuajado en la calle un año después. Las
blogueras más punteras dieron el parte en el ciberespacio enfundadas en
estas bailarinas de la yaya y hoy no hay firma de moda rápida que no la
haya incluido en su catálogo
. De hecho, la propia firma Céline repite
este verano con nuevas versiones del modelo que causa sensación.
Por supuesto, la varita mágica de Philo ha aupado todavía más la
visibilidad de López Crozet, actualmente intentando superar la difícil
encrucijada que siempre representa un crecimiento rápido para una marca
pequeña.
Mientras sus diseños ya se venden en el templo del lujo online
que es Net-á-Porter, él se encuentra enfrascado en el traslado de la
producción desde Argentina a Italia.
Trabajando sin descanso durante los
últimos cuatro años, Martiniano sueña con unas vacaciones en Deià.
Él
tiene claro el secreto del repentino éxito de sus zapatos guante:
“Mis
zapatos se ubican entre la elegancia y la rusticidad del campo.
Una
cliente japonesa definió mis zapatos como humildes y estoy de acuerdo
con ella”.
Está seguro de que su criatura logrará sobrevivir a la
tendencia.
Aunque vocación de clásico no le falta, solo el tiempo dirá.
El argentino presenta 'La noche de la Usina', la novela con la que ganó el premio Alfaguara de novela.
Los fantasmas no dejan dormir.
Atacan por la noche, justo cuando sus
víctimas ya saborean el descanso.
E infestan sus mentes de temores.
Al
argentino Eduardo Sacheri
(Castelar, 1967) le castigaron durante semanas.
Tenía 25 años y
empezaba a hablar con su mujer de tener un hijo.
“Perdí a mi padre
cuando era pequeño, y todo esto me generaba mucha ansiedad.
Me costaba
enormemente dormir, así que empecé a escribir cuentos, con el único
objetivo de sentirme mejor”, relata.
Desde la oscuridad de demasiadas
veladas, emergió todo un novelista, por mucho que ni él se lo creyera:
“En Argentina, el título universitario te define.
Y me costó años pensar
que me iba a dedicar a algo que no había estudiado”.
Hoy, Sacheri tampoco ha dormido bien
. Mientras rememora su pasado
insomne, sus ojos entrecerrados dan fe de otra noche en blanco. Él mismo
lo confirma.
Pero ya no lucha con los espectros. Su enemigo solo se
llama jet lag.
Así como lejos quedan esos miedos de no tener madera de escritor. Ahora es el autor de La promesa de sus ojos, que Juan José Campanella llevó al cine y al Oscar, y el ganador del premio Alfaguara por La noche de la Usina, sobre el corralito en Argentina.
Es también un narrador con una receta propia tan sencilla como
elaborada, que mezcla humor, protagonistas y detalles cotidianos y un
toque de fútbol.
De hecho, charlar con él de cierta manera es como leer
sus libros.
Lo primero que se percibe son la risa y la cercanía. Pero
debajo se deslizan emociones y conceptos tan fuertes como profundos.
“Mi familia come de esto.
Desde que me da sustento más que las clases
de Historia que imparto he sentido el viraje hacia ser escritor de
verdad”, asevera Sacheri.
De hecho, sus dos obras cumbres comparten otro
paralelismo. “Tras El secreto de sus ojos, me pude comprar casa
. Con el Alfaguara [154.000 euros] he adquirido dos departamentos para mis hijos. Ya estoy”, sonríe.
Una tercera vivienda destaca en esta historia. “Tengo un amigo al que
su abuela le decía que no se fiara de los banqueros
. Así que cada día
convertía un peso en dólar y lo escondía.
Tras el corralito se compró
una casa”, recuerda Sacheri. Porque este tío Gilito de Argentina fue de
los pocos en salvarse.
Cuando el 3 de diciembre de 2001 el presidente De
la Rúa decretó que nadie podía sacar más de 250 pesos al día (hoy
serían 16 euros), el país entero se hundió.
Y, con él, tanto Sacheri como los protagonistas de su novela.
El narrador experimentó una mezcla de desesperación (sus hijos tenían
entonces uno y cuatro años) y de reproche a sí mismo:
“Me sentí
estúpido por no haber saltado antes
. Con los precios estables y el peso
sobrevaluado, muchos se convencieron de que íbamos camino del paraíso.
Pero en 1996 empezó a ser evidente que corríamos a 200 kilómetros por
hora hacia un precipicio”. Aunque, tal vez para exorcizar aquel drama,
en La noche de la Usina ha contado también la alegría de una revancha contra el sistema.
En el pueblo ficticio de O’Connor, que ya aparecía en su novela Aráoz y la verdad,
varios vecinos proyectan una compra que cambie su vida.
La víspera,
ingresan el dinero en un banco.
Sin embargo, entre el corralito y la
magia negra de ciertos banqueros, su guita desaparece. Para recuperarla, solo les queda otro plan disparatado.
“Suelo moverme en lo pequeño, la vuelta de mi esquina, mi casa.
Me
gusta esa escala de gente, es la que me conmueve, de la que formo parte
.
No se me ocurren realidades extrañas, de aliens o espías”, afirma Sacheri.
En efecto, en La noche de la Usina, vuelve a pintar una galería de humanos
tan reales como familiares, con sus virtudes y sus contradicciones
.
Perdedores, los han definido. Pero él matiza: “No somos millonarios o playboys.
Somos así. Quizás en ese sentido seamos todos perdedores. Vivir es perder, en el fondo”.
En ese marco se entiende su pasión por el fútbol y por retratarlo.
Como Hornby, Galeano o Fontanarrosa, por el balompié Sacheri ha hecho de
todo: escrito relatos, llorado y hasta mentido a su hijo, para
convencerle de que Independiente era “el mejor equipo del mundo”.
Y lo
considera un terreno fértil para la literatura: “Es un juego y como tal
nos desnuda. Muestra al hombre sin máscaras”.
Extremas son también las emociones que despierta en Argentina la
política.
“Me interesa muchísimo, pero me desanima el fanatismo cuasi
religioso”
. En su visión, el kirchnerismo repite sin parar que su
Gobierno trajo una “década ganada” y ataca al nuevo presidente, Mauricio Macri, “como si llevara 10 años en el poder”.
Al otro lado, el frente crítico con la exmandataria Cristina Fernández
defiende con idéntica virulencia justo lo contrario.
La guerra se
refuerza en las redes sociales, ya que “la barricada del siglo XXI está
detrás del teclado del ordenador”
. Y añade: “Se dice que muchas veces
los ciclos argentinos terminan en una gran crisis”
. Seguro que en
O'Connor, por si acaso, ya tienen un plan.