Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

2 jun 2016

Solterona por convicción.............................................. María Robert

La escritora Kate Bolick decidió vivir sola, y narra su experiencia en un libro que acaba de llegar al mercado español, tras arrasar en EE UU.

Se sigue utilizando la palabra "solterona" con tintes peyorativos, una mujer que no consigue tener pareja, es decir, que si no tiene una pareja no es soltera cuando tienes , supongo, más de 40 años. Una Mujer en este caso, que es independiente social y economicamente tiene ese lastre, es una solterona.

Parece que las mujeres no podemos optar a estar solas y decidir que vivamos solas, otra cosa es que puedes tener pareja y decidir cada uno vivir solos y estar juntos cuando quieran. 

La escritora Kate Bolick, en Madrid.

Para demostrar que la sociedad no se ha desprendido del todo de ese mal conocido como machismo, basta con realizar un sencillo experimento: googlear la palabra solterona.

 Cuando el poderoso buscador bucea por el término, se topa con una inagotable selección de entradas de dudoso gusto, tales como Dejar de ser una solterona, La terrible carga de ser una mujer solterona o La delgada línea entre soltera o solterona.

  Kate Bolick no tiene reparos en autodenominarse de esa forma.

 Sabe que es de las pocas mujeres que asumen que el peyorativo término no debe minar su confianza en sí misma.

 Solterona, a mucha honra. 

La periodista y escritora Bolick decidió al cumplir la treintena que quería vivir su vida en solitario.

 Sin tabúes y desmitificando el término, ha plasmado sus inquietudes existenciales en Solterona, la construcción de una vida propia (Malpaso), un ensayo en el que mezcla experiencia propia con datos y estadísticas sobre el tema.

El libro se ha convertido en un fenómeno editorial en EE UU y recientemente acaba de aterrizar en España.
 Igual que su escritora, que explica el punto de inflexión que le hizo tomar un rumbo con el que no fantaseaba en sus sueños juveniles.
 Había asumido siendo una niña que su vida adulta se cimentaría sobre el matrimonio y los hijos.
 Algo que nunca ocurrió.
 "Me iba haciendo mayor y no sucedía, no encontraba a nadie.
 Incluso llegué a pensar que el problema era yo", rememora la escritora.
 Circunstancias vitales que acabó aceptando, hasta logró disfrutar de ellas.
 "A los 35 asumí que, a lo mejor, es que no me casaba nunca.
 Al final me dio igual, porque me di cuenta de que me gustaba.
 Me gusta la vida que tengo", subraya.
Muchas mujeres se ven en esa misma tesitura vital, opina Bolick, y les cuesta asumir la soledad.
 Sobre todo cuando viene impuesta por el destino y no por propia voluntad. 
Precisamente, esa es una de las principales motivaciones que la impulsaron a dar testimonio escrito de su experiencia, la de liberar a sus congéneres de la pesada carga psicológica que sostienen por no llegar a ser lo que la sociedad espera 
. Cada vez más, señala con un dato. "En EE UU, entre las que no están casadas ni tienen pareja, y las que son viudas y divorciadas, la cifra de mujeres a las que ella llama solteras sobrepasa el 53%".

La escritora Kate Bolick, en Madrid.
Para demostrar que la sociedad no se ha desprendido del todo de ese mal conocido como machismo, basta con realizar un sencillo experimento: googlear la palabra solterona. Cuando el poderoso buscador bucea por el término, se topa con una inagotable selección de entradas de dudoso gusto, tales como Dejar de ser una solterona, La terrible carga de ser una mujer solterona o La delgada línea entre soltera o solterona. Kate Bolick no tiene reparos en autodenominarse de esa forma. Sabe que es de las pocas mujeres que asumen que el peyorativo término no debe minar su confianza en sí misma. Solterona, a mucha honra. La periodista y escritora Bolick decidió al cumplir la treintena que quería vivir su vida en solitario. Sin tabúes y desmitificando el término, ha plasmado sus inquietudes existenciales en Solterona, la construcción de una vida propia (Malpaso), un ensayo en el que mezcla experiencia propia con datos y estadísticas sobre el tema.
El libro se ha convertido en un fenómeno editorial en EE UU y recientemente acaba de aterrizar en España. Igual que su escritora, que explica el punto de inflexión que le hizo tomar un rumbo con el que no fantaseaba en sus sueños juveniles. Había asumido siendo una niña que su vida adulta se cimentaría sobre el matrimonio y los hijos. Algo que nunca ocurrió. "Me iba haciendo mayor y no sucedía, no encontraba a nadie. Incluso llegué a pensar que el problema era yo", rememora la escritora. Circunstancias vitales que acabó aceptando, hasta logró disfrutar de ellas. "A los 35 asumí que, a lo mejor, es que no me casaba nunca. Al final me dio igual, porque me di cuenta de que me gustaba. Me gusta la vida que tengo", subraya.
Muchas mujeres se ven en esa misma tesitura vital, opina Bolick, y les cuesta asumir la soledad. Sobre todo cuando viene impuesta por el destino y no por propia voluntad.
 Precisamente, esa es una de las principales motivaciones que la impulsaron a dar testimonio escrito de su experiencia, la de liberar a sus congéneres de la pesada carga psicológica que sostienen por no llegar a ser lo que la sociedad espera
. Cada vez más, señala con un dato. "En EE UU, entre las que no están casadas ni tienen pareja, y las que son viudas y divorciadas, la cifra de mujeres a las que ella llama solteras sobrepasa el 53%".
A pesar de que ella eligió la independencia por decisión personal, confiesa que ha experimentado momentos de zozobra en algunos momentos.
"Cuando tenía 30 y pocos, sentía que tenía que vivir sola para aprender a estar bien conmigo misma, pero no sabía como hacerlo".
 En esa época encadenaba etapas de salir mucho con otras de permanecer sola en casa en las que acababa deprimida.
"Estuve varios años aprendiendo la manera de encontrarme bien conmigo misma. Una de las lecciones más importantes que he aprendido es que, para vivir bien sola, necesitas tener la voluntad de querer estarlo.
 Como cualquier tipo de vida plena necesita la intención de querer tenerla".
En su texto, la escritora no plantea una doctrina inalterable.
 Ella misma, tras una década de soltería, tiene actualmente una relación y comparte piso con su pareja.
 Algo que, cree, no es en absoluto contradictorio con lo que predica. "Nos hemos tenido que ajustar el uno al otro.
 Después de 10 años viviendo sola, estoy acostumbrada a tener todo el tiempo del mundo para mí.
 Lo que permite que estemos bien juntos, es que mi novio también necesita mucho tiempo para él. Nos las hemos apañado para negociar las diferentes necesidades que tenemos cada uno", relata.
 Apela a la diversidad y a la libertad individual de cada uno.
 Sería la consecuencia lógica, y de hecho lo es, según su criterio, de la evolución de la historia y la transformación de la sociedad. "Es el resultado de los logros de la segunda ola del feminismo de los años 70.
 Es una circunstancia que nunca se ha dado antes: el número de mujeres que están trabajando y estudiando es mayor que nunca"
. Y añade. "Cuando las mujeres han tenido menos acceso a la educación, han tendido a casarse más.
 Si toman la decisión de vivir en solitario creo que es, fundamentalmente, porque ahora se les permite tener experiencia, una visión del mundo mucho más amplia que el matrimonio
No es egoísmo, como muchos argumentan".

Cada vez más madres solteras

Separa, no obstante, la soltería de la maternidad.
 Una cosa no está reñida con la otra, pero ambas se nutren de los cambios sociales. "Es deliciosamente irónico que, en el pasado, las solteronas fueran consideradas asexuales y se pensara que no debían tener hijos, y, ahora, las solteras están optando cada vez más por tener hijos solas", afirma.
 Vuelve, una vez más, a sacar a colación las estadísticas.
 Recita los datos de memoria, tal y como los plasma en su libro, y de ellos saca varias conclusiones. "Es muy curioso que el porcentaje de mujeres que realmente quieren tener hijos es muy pequeño. Y lo mismo con las mujeres que no quieren tenerlos.
 La mayoría estamos en el medio
. No sabemos realmente si queremos o no, depende de como funcione nuestra vida, en el momento en el que estamos".
 En resumen, que muchas mujeres tienen hijos coaccionadas, una vez más, por los roles y estereotipos que impone la sociedad.
"Es una presión real, que existe y provoca mucho estrés. También la padecen los hombres, porque el mundo está organizado en torno a la familia y a la pareja".
 Con una diferencia abismal. "Es más fuerte para las mujeres. Ahí está el caso, por ejemplo, de George Clooney.
 Los hombres pueden esperar todo lo que quieran a la hora de vivir en pareja y tener descendencia". Sucede al contrario en el género femenino.
 Si una mujer no tiene pareja, en algún momento de su existencia habrá tenido que aguantar el tipo y sonreír ante el gracioso de turno que bromea con su condición de solterona
A Kate Bolick, le ha sucedido, y por eso anima a desembarazarse de las peores connotaciones de la palabra. "Todo el mundo sabe que es un término muy negativo, y aunque la gente no lo suele usar en serio, es una manera de mantener el miedo.
 Es una forma de decir: mira en lo que te vas a convertir si no te casas”.

 

España no va a misa pero reza al santo......................................... Jorge Marirrodriga.

El número de practicantes desciende, pero los españoles se siguen considerando mayoritariamente católicos.

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1975
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’90
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’00
’05
2010
Católico practicante
Católico no practicante
No creyente y Ateo
Radiografía de España. ELPAÍS
 
¿Ha dejado entonces España de ser católica, como proclamara Manuel Azaña en el Congreso el 13 de octubre de 1931?
 Como todo lo que sucede en nuestro país, depende de cómo se analice
. La estadística puede ayudar, pero mezclar cifras y religión suele generar más interrogantes de los que resuelve.
En cualquier caso, la opinión confesa de los españoles sobre sus creencias y prácticas religiosas durante los últimos años muestra dos tendencias claras:
 La primera es que cada vez un mayor número declara no profesar ninguna religión; la segunda es que, entre aquellos que se identifican como católicos, desciende sin pausa el número de quienes se reconocen practicantes.
De hecho, en 2012 se produjo un momento significativo cuando el porcentaje descendente de estos últimos bajó al 23% igualándose ya entonces a la cifra ascendente de compatriotas que aseguran no creer en religión alguna
. Y para 2014, el porcentaje de practicantes había descendido al 15,18%. Aun así, la mayor parte de la población española –en torno al 70% en febrero de 2016- sigue considerándose católica.
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1980
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’90
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’05
’10
2015
Católico
No creyente y Ateo
Creyente de otra religión
Radiografía de España. ELPAÍS
Entonces ¿qué ha dejado de ser España? Pues un país que va a misa ¿Supone eso una merma en la influencia social del catolicismo? 
Resulta aventurado decirlo en un territorio donde, por ejemplo, casi 6.300.000 españolas llevan María en su partida de nacimiento y en donde en 2014 los nombres más puestos a los recién nacidos fueron el de una mártir cristiana (Lucía) y el de un profeta del Antiguo Testamento (Daniel).
Siendo realistas, la gran mayoría de los españoles van, como mínimo, a la iglesia tres veces en su vida.
 En realidad en dos casos -bautizo y entierro- les llevan.
 El otro caso –la primera comunión-- daría para un interesante debate sobre el grado de voluntariedad. 
Y es cierto que muchos españoles no vuelven a un templo católico más que para celebraciones del mismo tipo entre amigos y familiares.
 Hasta hace unos años, había un cuarto momento –esperemos que voluntario- que era el matrimonio. 
Aquí las estadísticas muestran que la celebración religiosa se ha desplomado.
 Si en 2000 se casaron por la iglesia 152.000 parejas en 2014 menos de 50.000 pasaron por la vicaría. ¿Se deben considerar católicos practicantes a esos 100.000 novios?
 De ninguna manera. Basta con escuchar algunas quejas de los párrocos encargados de presidir la celebración. ¿Pero podemos decir que las más de 200.000 personas que se casaron solo por lo civil el mismo año se declararían fuera de la Iglesia en una encuesta? Obviamente tampoco. 
Si en algo cada caso es una excepción es en las relaciones de pareja y las circunstancias que las rodean. 
Hay muchos ejemplos que indican que España sigue siendo un país socialmente católico, aunque otra cosa sea cumplir con los preceptos de la Iglesia Católica.
 Para los cientos de miles de españoles que cada año asisten a las procesiones de Semana Santa estas no tienen que ser por fuerza un acto religioso, y sin embargo, sería absurdo sostener que las procesiones no son católicas. A menor escala, no sabemos cuántos de los mozos que se encomiendan a San Fermín antes del encierro son de verdad creyentes, pero todos cantan a una figura en su hornacina.
 Pongan en duda la existencia de San Mamés -en Bilbao, naturalmente- o que en cualquier centro de trabajo alguien proponga que los no creyentes trabajen la noche del 24 de diciembre y el 25 todo el día -y que los cambien por otros dos días a su elección-; veremos qué sucede.
¿Justifica esto que los funerales de Estado sean de acuerdo a la religión católica? ¿Que haya capellanes católicos en el Ejército? ¿Qué haya bienes del patrimonio incardinados a la Iglesia católica? Seguramente las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado deban evolucionar al igual que lo hace la sociedad.
 Las estadísticas pueden ayudar, pero la realidad es mucho más compleja.
 
 
 

 

1 jun 2016

Las amistades desaparecidas.......................Javier Marias

En algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino.

LA ZONA FANTASMA

Javier Marías

Las amistades desaparecidas

En algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino.
ActualizadoDomingo 29 de mayo de 201601:25
COLUMNISTAREDONDA_JAVIERMARIAS
LA OTRA noche me forcé a llamar a una vieja amiga (lo es desde hace cuarenta y tantos años), para por lo menos hablar con ella, ya que en los últimos tiempos nos vemos poco
. Poco, pero todavía nos vamos viendo, lo cual ya es mucho, pensé, en comparación con lo que me sucede con decenas de amistades, o les sucede a ellas conmigo
. Me temo que nos ocurre a todos, y en algunos momentos produce vértigo acordarse de las personas dejadas por el camino, o –insisto– que nos han dejado a nosotros orillados, colgados o en la cuneta
. A veces uno sabe por qué.
 Las peleas, las decepciones, las ingratitudes, son algo de lo que nadie se libra a lo largo de una vida de cierta duración, pongamos de cuatro décadas o más. 
Casi nada hiere tanto como sentirse traicionado por un amigo, y entonces la amistad suele verse sustituida por abierta enemistad.
 Uno puede no ir contra él, no atacarlo, no buscar perjudicarlo en atención al antiguo afecto, por una especie de lealtad hacia el pasado común, hacia lo que hubo y ya no hay. Lo que es casi imposible es que no lo borre de su existencia
. Uno cancela todo contacto, pasa a hacer caso omiso de él, lo evita, y cabe que, si se lo cruza por la calle, mire hacia otro lado, finja no verlo y ni siquiera lo salude con el saludo más perezoso, un gesto de la cabeza.
 Uno sabe a veces por qué.
 Curiosamente, las cuestiones políticas son, en España, frecuente motivo de ruptura o alejamiento. Si dos amigos divergen en exceso en sus posturas, es fácil que acaben reñidos sin que se haya dado entre ellos nada personal.
 Cabe la posibilidad de no sacar esos temas, pero es una alternativa siempre forzada: en el intercambio de impresiones se crea un hueco incómodo y que tiende a ocupar cada vez más espacio, hasta que lo ocupa todo y no hay forma de rodearlo, ni de disimular.
 Se charla un poco de fútbol, de la familia, del trabajo, pero la conversación se hace embarazosa, ortopédica, sobre ella planea el independentismo vehemente que uno de los dos ha abrazado, o su entrega a la secta llamada Podemos, o su conversión al PP, por ejemplo. Cosas que el otro no puede entender ni soportar.
 Hay ocasiones más sorprendentes en las que uno también sabe por qué: porque presenció una mala época del amigo, que éste ya dejó atrás; porque le prestó o dio dinero, o lo vio en momentos de extrema debilidad.
 Hay quienes, lejos de tenerle agradecimiento, no perdonan a otro el haberse portado bien, o el haberles sacado las castañas del fuego.
 Cuando echamos una mano, del tipo que sea, en realidad nunca sabemos si estamos creándonos un amigo o un enemigo para el resto de la vida, y eso es particularmente arriesgado hoy en día,
cuando hay tanta gente necesitada de manos para sobrevivir. Por propia experiencia, cada vez que echo una, me pregunto si recibiré gratitud por ella o una inquina invencible e irracional, un desmedido rencor. Supongo que el mero hecho de pedir ayuda –más aún de recibirla– representa para algunos individuos una humillación intolerable que harán pagar precisamente al que se la presta. Al que estuvo en condición de ofrecérsela y por lo tanto en una posición de superioridad. Aunque éste no la subraye en modo alguno, aunque dé todas las facilidades y reste importancia a su generosidad, hay personas que nunca perdonarán al testigo de su penuria, de su desmoronamiento o de su decadencia temporal. De su fragilidad.

Otras veces alguien se aparta porque al otro le va demasiado bien y es un recordatorio de lo que no tenemos
. O porque le va demasiado mal y es un recordatorio de lo que a cualquiera nos puede aguardar. En España hay que andarse con pies de plomo a la hora de mostrar los logros y los fracasos, la alegría y la desdicha.
 Un exceso de lo uno o lo otro es siempre un peligro, se corre el riesgo de quedarse solo y abandonado.
 Creo que era Mihura quien decía que un escritor afortunado debía hacer correr el bulo de que estaba gravemente enfermo, para permitir que se lo mirase con piedad y rebajar el resentimiento por sus éxitos: “Ya, pero se va a morir”, es un consuelo que atempera la envidia.
Pero demasiadas veces no sabemos por qué se desvanece una amistad. Por qué las cenas semanales, o incluso la llamada diaria, se han quedado en nada, quiero decir en ninguna cena ni una sola llamada.
 Sí, aparecen nuevos amigos que desplazan a los antiguos; sí, nos cansamos o nos desinteresamos por alguien o ese alguien por nosotros; sí, un ser querido se torna iracundo, o lánguido y perpetuamente quejoso, o exige invariablemente sin aportar nunca nada, o sólo habla de sus obsesiones sin el menor interés por el otro. 
De pronto nos da pereza verlo, nada más.
 No ha habido riña ni roce, ofensa ni decepción. 
Poco a poco desaparece de nuestra cotidianidad, o él nos hace desaparecer de la suya.
 Y falta de tiempo, claro está, el aplazamiento infinito
. Esos son los casos más misteriosos de todos.
 Quizá los que menos duelen, pero también los que de repente, una noche nostálgica, nos causan mayor incomprensión y mayor perplejidad.



Las joyas inteligentes que ayudan a gestionar tu vida conectada Por Marién Kadner


Kate Unsworth

Kate Unsworth

Diseñadora y CEO de Vinaya
Kate Unsworth acostumbra a hacerle preguntas incómodas a la gente.
 Cosas como “¿Por qué estás aquí? ¿Cuál es el mayor regalo que vas a hacer al mundo? ¿Cómo diseñas tu vida para asegurarte de que eres capaz de ofrecer ese regalo todos y cada uno de los días?”. Dice que ella no sabe cuál es el sentido de la vida, pero supone que las personas que saben responder a esas preguntas están más cerca de encontrarlo.
 Y en eso anda ella también. Diseñadora, licenciada en Matemáticas y máster en Económicas, Unsworth ha conseguido hacer de Vinaya, la empresa que ella misma puso en marcha, un referente por su forma de entender la comunicación a través de las nuevas tecnologías.
 En un mundo en el que todos parecemos esclavos de las pantallas, la revista Forbes la describió -con una mezcla de admiración y sorna- como “la millenial que no está pegada a su teléfono”.
 ue ella misma puso en marcha, un referente por su forma de entender la comunicación a través de las nuevas tecnologías.
 En un mundo en el que todos parecemos esclavos de las pantallas, la revista Forbes la describió -con una mezcla de admiración y sorna- como “la millenial que no está pegada a su teléfono”.
Se trata, sin duda, de un caso extraño.
 Un estudio realizado por la analista Mary Meeker en 2015 reveló que en España pasamos más de seis horas de media mirando nuestros smartphones, ordenadores, televisores u otros dispositivos electrónicos
. Demasiado tiempo para nuestra salud física y mental.
 Eso es lo que Vinaya, a través de su línea de joyas inteligentes Altrius quiere evitar: “Permanece conectado, no distraído” es su lema.
Las comidas con amigos, las reuniones de trabajo e incluso el tiempo que pasamos con nuestras parejas se han convertido en una colección de monosílabos emitidos sin demasiada atención mientras se consulta el correo electrónico o las últimas naderías que alguien ha publicado en Facebook. Eso, asegura Unsworth, nos deshumaniza.
 Y su propuesta es recuperar la sensación de mirar a los ojos a la otra persona mientras se conversa o atender a lo que nos rodea mientras caminamos.
Sus joyas tecnológicas se pueden conectar al smartphone a través de bluetooth para asignar perfiles personales a cada uno de los contactos del usuario.
 Mediante pequeñas vibraciones los anillos, collares o brazaletes Altrius le alertan de que ha recibido algo importante.
 De esta forma, es posible olvidarse del teléfono a no ser que sea realmente necesario consultarlo. Unsworth está convencida de que la tecnología puede cambiar nuestras vidas en sentido positivo, pero para ello “debería ser como el oxígeno, que está a nuestro alrededor, hace que la vida sea posible, pero no pensamos en ello ni lo vemos”.
Texto: José L. Álvarez Cedena



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