Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

20 feb 2016

Las Palmas, la cantera de los versos libres......................................... Jordi Quixano

El conjunto isleño, con 16 jugadores de casa, potencia en el fútbol base la creatividad y la técnica, cualidades inherentes al fútbol canario.

El juvenil del Las Palmas enfrenta al Tenerife en un partido de este curso.
Para Luis Molowny, exjugador del Madrid y entonces técnico de Las Palmas, no era un asunto menor. Su plantilla se mofaba de la superstición de llevar la misma corbata en los partidos. Pero la manía le funcionaba.
 Y el equipo logró el subcampeonato de la Liga en 1969, por detrás del Madrid. “Es difícil repetir esos éxitos”, entiende Gerardo Miranda, que también hizo carrera en el Barça, “porque si hay uno muy bueno se lo llevan rápido”.
 Lo mismo cree Germán Dévora, presidente de honor del club, que integró ese equipo dorado con Guedes y Tonono, fallecidos prematuramente:
“Ya no es como antes, cuando te obligaban a quedarte con contratos leoninos”. Y se posiciona Víctor Alfonso, que dirigió siete años el filial y ahora lleva al del Atlético:
 “En la isla hay muchos ojeadores de los mejores equipos de España y los que despuntan…”.
El actual director deportivo, Manuel Rodríguez —también llamado Tonono— se resiste.
“Si no perdemos el norte y somos consecuentes con nuestra política”, avisa, “este club jugará en Europa”.
 Hoy reciben al Barça (16.00, Canal + Liga), pero su política pasa por la cantera.
No podemos cortar la creatividad que va implícita en el jugador canario”, dice Manuel Rodríguez
Influenciado por Laureano Ruiz, entonces encargado del fútbol base del Barcelona, Tonono reversionó su libro De la base a la cúspide y a cada técnico que llega a Las Palmas le entrega su manual.
“Deben amar su trabajo, tener conocimientos, gestionar bien el grupo, ser motivadores, comunicadores y formadores”, enumera.
 Así, está prohibida la carrera continua —carreras tontas, que dice él—, o las tandas de chutes en fila india. “No podemos cortar la creatividad que va implícita en el jugador canario”, apunta. Al futbolista de la isla lo define Dévora:
“Desde que tengo uso de razón los chicos de aquí siempre han jugado de forma cadenciosa y con talento”. Interviene Víctor Alfonso: “El fútbol de calle se ha perdido en muchos sitios, pero no en la isla. Por la forma de vivir y por el clima que invita a salir de casa”. Miranda le secunda:
“Somos un poco de la escuela sudamericana, con regate y calidad”.
 Unos versos libres, remarca Tonono:
 “En muchas escuelas condicionan el juego de los chavales y no fomentan la toma de decisiones. No podemos decirles que no regateen… ¡si es una especie en extinción!”.
Con un presupuesto de 1,2 millones para el fútbol base, Las Palmas tiene claro que no quiere enredarse con el mercado y que de hacerlo algún día se centraría en África. “La única vez que el club fue comprador en vez de vendedor casi desaparece”, recuerda Víctor Alfonso. “No queremos fichar a no ser que sea realmente necesario. Más vale invertir en infraestructura y en el modelo”, asume Tonono. Aunque no escapan a las redes de los grandes clubes. “Madrid, Barça, Espanyol… todos nos cogen jugadores”, se lamenta el ex jugador; “
¡Si se llevan hasta a alevines! Lo único que nos queda es demostrarles que este colegio de fútbol es mejor para llegar a ser profesionales”.

Las Palmas I+I, Inclusión e Integración

En Las Palmas UD hay 14 equipos y 300 licencias que se rigen bajo la norma de Tonono de que “hay que dormir con el balón y despertarse con los libros”.
 Pero además hay otro equipo que se ha ganado el cariño de todos, desde Valerón a Roque o Viera, desde el técnico Setién al aficionado. Es Las Palmas I+I [Inclusión e Integración]. Un conjunto formado por chicos con discapacidad intelectual; un proyecto que impulsó Tonono junto al presidente porque ya lo hizo y con grandes resultados cuando se encargaba de la federación de Andorra. “Entiendo la diversidad como algo indispensable para la formación y el progreso. Por eso formar este equipo nos ha hecho ver el concepto de diversidad, además de que también nos hace sentir más humanos y sensibles”, cuenta Tonono. La idea de Las Palmas es impulsar la creación de una liga nacional de clubes. Mientras tanto, hacen partidos y, de paso, los jugadores reciben cada semana instrucciones de los distintos entrenadores de la casa.
Campeón los dos últimos años en todas las categorías salvo en Primera, a Las Palmas no le sobran rivales.
 Por eso ha creado lo que llaman La Liga Paralela: una serie de amistosos para cada semana donde los equipos del club juegan contra otros de mayor edad para acentuar la competitividad. “Es una fórmula que nos sirve de mucho”, admite Tonono, que también muestra su orgullo por contar con 16 canteranos en el primer equipo.
 “A cualquier club y ciudad del mundo les gustaría que los jugadores de casa defendieran su camiseta. Hace tiempo que aquí se hacen bien estas cosas”, se suma el referente Juan Carlos Valerón

 

Comienza la operación ‘hombre árbol’

Un hospital de Bangladesh pone en marcha el complejo proceso quirúrgico para devolverle la movilidad a Abul Bajadam, que sufre epidermodisplasia verruciforme.

Abul Bajadam muestra sus manos afectadas. Mañana se someterá a una primera intervención en Dacca para eliminar sus verrugas. "Yo lo que quiero es poder abrazar a mi hija".

Abul Bajandar quiere abrazar a su hija. No lo ha hecho nunca desde que la pequeña nació hace tres años, y si no fuese por el complejo proceso quirúrgico que le costea el gobierno de Bangladesh, no lo podría hacer jamás. La razón está en la epidermodisplasia verruciforme que Bajandar comenzó a sufrir hace una década, cuando tenía 15 años.
 Se convirtió entonces en el tercer caso conocido en el mundo, y pronto descubrió que su vida iba a convertirse en un drama. “Las verrugas me empezaron a salir en el pie derecho. Al principio no le di mucha importancia, pero comenzaron a ganar tamaño y se reprodujeron en una rodilla. Entonces me preocupé”, recuerda en la habitación que ocupa en el Hospital Universitario de la capital bangladesí, Dacca.
Halima remanga la camisa a su marido que no puede hacer prácticamente nada sin ayuda. Él desea sentir el tacto de su hija de tres años.
Poco a poco esa piel endurecida y ocre se fue comiendo pies y manos. Finalmente, Bajandar perdió la movilidad en los dedos y se ganó el apodo de hombre árbol en el pequeño poblado de Pai Gasa, ubicado en el distrito sureño de Khulna.
 El por qué de ese mote que no le entusiasma salta a la vista: las extrañas verrugas han cubierto sus manos casi por completo y se han extendido hasta parecer las raíces de un árbol.
Pesan seis kilos y dificultan su vida sobremanera. Solo levantarlas ya es un suplicio
Sus pies han corrido mejor suerte y Bajandar puede caminar, pero no sin dificultad. Para todo lo demás necesita ayuda.
“Al principio fui a un curandero que me recetó remedios homeopáticos, pero no dieron ningún resultado. Así que, como no podía trabajar y en mi familia sólo mi padre está empleado —es conductor de los triciclos motorizados que hacen las veces de taxi—, tuve que ponerme a mendigar para buscar tratamiento”
. Procedente de una familia humilde en la que sólo entran 3.000 takas (35 euros) al mes, Bajandar supo que su dolencia requería de una asistencia médica más avanzada.
Así que decidió sacar provecho de la curiosidad que provocaban sus raíces y viajar a India con las ganancias.
 “Allí estuve tomando medicamentos prescritos por un médico durante tres años”. Un tiempo en el que las verrugas no cesaron de crecer.
 
Abul Bajadam muestra sus manos afectadas. Mañana se someterá a una primera intervención en Dacca para eliminar sus verrugas. "Yo lo que quiero es poder abrazar a mi hija".
Abul Bajandar quiere abrazar a su hija. No lo ha hecho nunca desde que la pequeña nació hace tres años, y si no fuese por el complejo proceso quirúrgico que le costea el gobierno de Bangladesh, no lo podría hacer jamás. La razón está en la epidermodisplasia verruciforme que Bajandar comenzó a sufrir hace una década, cuando tenía 15 años. Se convirtió entonces en el tercer caso conocido en el mundo, y pronto descubrió que su vida iba a convertirse en un drama. “Las verrugas me empezaron a salir en el pie derecho. Al principio no le di mucha importancia, pero comenzaron a ganar tamaño y se reprodujeron en una rodilla. Entonces me preocupé”, recuerda en la habitación que ocupa en el Hospital Universitario de la capital bangladesí, Dacca.
Halima remanga la camisa a su marido que no puede hacer prácticamente nada sin ayuda. Él desea sentir el tacto de su hija de tres años.
Poco a poco esa piel endurecida y ocre se fue comiendo pies y manos. Finalmente, Bajandar perdió la movilidad en los dedos y se ganó el apodo de hombre árbol en el pequeño poblado de Pai Gasa, ubicado en el distrito sureño de Khulna. El por qué de ese mote que no le entusiasma salta a la vista: las extrañas verrugas han cubierto sus manos casi por completo y se han extendido hasta parecer las raíces de un árbol. Pesan seis kilos y dificultan su vida sobremanera. Solo levantarlas ya es un suplicio. Sus pies han corrido mejor suerte y Bajandar puede caminar, pero no sin dificultad. Para todo lo demás necesita ayuda.
“Al principio fui a un curandero que me recetó remedios homeopáticos, pero no dieron ningún resultado. Así que, como no podía trabajar y en mi familia sólo mi padre está empleado —es conductor de los triciclos motorizados que hacen las veces de taxi—, tuve que ponerme a mendigar para buscar tratamiento”. Procedente de una familia humilde en la que sólo entran 3.000 takas (35 euros) al mes, Bajandar supo que su dolencia requería de una asistencia médica más avanzada. Así que decidió sacar provecho de la curiosidad que provocaban sus raíces y viajar a India con las ganancias. “Allí estuve tomando medicamentos prescritos por un médico durante tres años”. Un tiempo en el que las verrugas no cesaron de crecer.
Abul Bajandar es el tercer caso conocido el mundo de epidermodisplasia verruciforme que comenzó a sufrir hace una década, cuando tenía 15 años.
Así, no es de extrañar que Bajandar, en un ataque de desesperación, tratase de cortárselas por su cuenta. “Me frustré mucho un día que no conseguí vestirme la camisa.
Y como no tengo sensibilidad en las verrugas, creí que sería capaz de cortarlas por mi cuenta”. Pero entonces descubrió que el dolor lo sentía “más adentro”, y fue incapaz de continuar con su propia amputación
. “Al final el médico me dijo que la única salida era la cirugía, un proceso que no podría pagar ni ahorrando varias vidas. Solo me consolaba el hecho de que las verrugas no se extendieron por otras partes del cuerpo, pero cada día me miraba en el espejo con miedo de ver una en la cara”.

 Afortunadamente, no todo ha sido negativo en la vida de Bajandar. Incluso después de sufrir su extraña dolencia.
 De hecho, cuando las verrugas ya lo convertían en el hazmerreír del pueblo, y en el objeto de las pesadillas de los niños, Bajandar conoció a Halima. “Al principio reconozco que sentí pena por él. Quizá eso me llevó a trabar cierta amistad, pero lo cierto es que al final nos enamoramos”, cuenta ella, sentada a su lado y atenta siempre a lo que necesitan tanto él como su hija.
 En un país en el que la mayoría de los matrimonios son concertados, el de Abul y Halima fue por amor y ha resistido “lo que muchos nunca serían capaces de aguantar”.
Y cariño también le dispensan los bangladesíes.
De hecho, cientos de ellos lo visitan cada día en el hospital, donde su habitación está custodiada por dos policías que se limitan a regular el tráfico.
 Aunque algunos solo quieren hacerse un morboso selfie con él, y sorprende que Bajandar hace gala de una paciencia infinita para esbozar una sonrisa y poner las manos en alto, la mayoría se desplaza hasta el hospital para desearle suerte y asegurarle que rezarán a Alá por su pronta recuperación.
 Porque ahora, después de que el Gobierno decidiese hacerse cargo de su caso, comienza una nueva etapa cuyo resultado es incierto. “Estoy un poco nervioso por lo que pueda pasar, porque mañana [por el sábado] me operan por primera vez”, afirma Bajandar.

Y cariño también le dispensan los bangladesíes. De hecho, cientos de ellos lo visitan cada día en el hospital, donde su habitación está custodiada por dos policías que se limitan a regular el tráfico. Aunque algunos solo quieren hacerse un morboso selfie con él, y sorprende que Bajandar hace gala de una paciencia infinita para esbozar una sonrisa y poner las manos en alto, la mayoría se desplaza hasta el hospital para desearle suerte y asegurarle que rezarán a Alá por su pronta recuperación. Porque ahora, después de que el Gobierno decidiese hacerse cargo de su caso, comienza una nueva etapa cuyo resultado es incierto. “Estoy un poco nervioso por lo que pueda pasar, porque mañana [por el sábado] me operan por primera vez”, afirma Bajandar.
El doctor Samanto Lal Sen señala en una radiografía de las manos de Bajandar: “No es fácil dar con los dedos, y tenemos que tener cuidado para no dañarlos”.
El consejo de nueve médicos especialistas que ha creado el hospital para determinar qué hacer en su caso tampoco rebosa confianza.
“El primer paso consiste en tratar de liberar los dedos pulgar e índice de una mano, que son responsables del 60% de todos los movimientos que hacemos. También son los menos afectados y nos ayudarán a ver mejor cuál es la situación y decidir qué pasos debemos dar”, explica el jefe del consejo, el doctor Samanto Lal Sen, mientras señala en una radiografía de las manos de Bajandar. “No es tan fácil dar con los dedos, y tenemos que tener mucho cuidado para no dañarlos”
. Así, las operaciones se alargarán unos seis meses, a los que habrá que añadir varios meses más de fisioterapia. “Apenas ha utilizado las manos en diez años, así que sus dedos están completamente atrofiados”.
Al final el médico me dijo que la única salida era la cirugía, un proceso que no podría pagar ni ahorrando varias vidas
En cualquier caso, los médicos señalan que su intención es ir un paso más allá.
“No basta con retirar las verrugas y conseguir que recupere la movilidad, porque en el resto de los casos estudiados han vuelto a salir.
Tenemos que tratar de averiguar qué es lo que causa la enfermedad, que será el paso inicial en el diseño de una cura permanente”, apunta Sen. Y a nadie se le escapa que, si lo consiguen, será un importante éxito para el sector sanitario de Bangladesh, un país en vías de desarrollo en el que solo hace falta darse una vuelta por el Hospital Universitario en el que Bajandar lleva un mes para darse cuenta de las graves carencias médicas: las camas de los pacientes llenan habitaciones y pasillos, los familiares se hacinan en el suelo, las medicinas escasean, y los médicos no dan abasto.
Tenemos que tratar de averiguar qué es lo que causa la enfermedad, que será el paso inicial en el diseño de una cura permanente
Doctor Samanto Lal Sen
A este respecto, Bajandar es afortunado. Él disfruta de una habitación para él y para su familia, ya que la prensa local está cubriendo extensamente su caso, y recibe gran atención médica. “De momento contamos con tres hipótesis sobre la razón de lo que le sucede, pero ninguna es concluyente: podría ser genético, pero nadie en su familia lo tiene; podría ser una extraña enfermedad cutánea, pero su rareza es asombrosa; y podría ser un virus”, enumera Sen. Hace especial hincapié en la última posibilidad, ya que hace unos días el doctor hizo una curiosa revelación: “Hemos encontrado una vaca que tiene el mismo problema”. ¿Podría ser un virus animal que muta raramente para afectar al ser humano?
Sea como fuere, lo cierto es que Bajandar ya ha comenzado la cuenta atrás para volver a verse las manos. En su risa nerviosa se evidencia cierto miedo, compartido también por Halima, pero la esperanza es mucho más poderosa.
 Y él está más cerca de hacer realidad un sueño que repite una y otra vez, siempre que una cámara le apunta. “Yo lo que quiero es poder abrazar a mi hija, sentirla con las manos”.
El doctor Samanto Lal Sen señala en una radiografía de las manos de Bajandar: “No es fácil dar con los dedos, y tenemos que tener cuidado para no dañarlos”.
El consejo de nueve médicos especialistas que ha creado el hospital para determinar qué hacer en su caso tampoco rebosa confianza. “El primer paso consiste en tratar de liberar los dedos pulgar e índice de una mano, que son responsables del 60% de todos los movimientos que hacemos. También son los menos afectados y nos ayudarán a ver mejor cuál es la situación y decidir qué pasos debemos dar”, explica el jefe del consejo, el doctor Samanto Lal Sen, mientras señala en una radiografía de las manos de Bajandar. “No es tan fácil dar con los dedos, y tenemos que tener mucho cuidado para no dañarlos”. Así, las operaciones se alargarán unos seis meses, a los que habrá que añadir varios meses más de fisioterapia. “Apenas ha utilizado las manos en diez años, así que sus dedos están completamente atrofiados”.
Al final el médico me dijo que la única salida era la cirugía, un proceso que no podría pagar ni ahorrando varias vidas
En cualquier caso, los médicos señalan que su intención es ir un paso más allá. “No basta con retirar las verrugas y conseguir que recupere la movilidad, porque en el resto de los casos estudiados han vuelto a salir. Tenemos que tratar de averiguar qué es lo que causa la enfermedad, que será el paso inicial en el diseño de una cura permanente”, apunta Sen. Y a nadie se le escapa que, si lo consiguen, será un importante éxito para el sector sanitario de Bangladesh, un país en vías de desarrollo en el que solo hace falta darse una vuelta por el Hospital Universitario en el que Bajandar lleva un mes para darse cuenta de las graves carencias médicas: las camas de los pacientes llenan habitaciones y pasillos, los familiares se hacinan en el suelo, las medicinas escasean, y los médicos no dan abasto.
Tenemos que tratar de averiguar qué es lo que causa la enfermedad, que será el paso inicial en el diseño de una cura permanente
Doctor Samanto Lal Sen
A este respecto, Bajandar es afortunado. Él disfruta de una habitación para él y para su familia, ya que la prensa local está cubriendo extensamente su caso, y recibe gran atención médica. “De momento contamos con tres hipótesis sobre la razón de lo que le sucede, pero ninguna es concluyente: podría ser genético, pero nadie en su familia lo tiene; podría ser una extraña enfermedad cutánea, pero su rareza es asombrosa; y podría ser un virus”, enumera Sen. Hace especial hincapié en la última posibilidad, ya que hace unos días el doctor hizo una curiosa revelación: “Hemos encontrado una vaca que tiene el mismo problema”. ¿Podría ser un virus animal que muta raramente para afectar al ser humano?
Sea como fuere, lo cierto es que Bajandar ya ha comenzado la cuenta atrás para volver a verse las manos. En su risa nerviosa se evidencia cierto miedo, compartido también por Halima, pero la esperanza es mucho más poderosa. Y él está más cerca de hacer realidad un sueño que repite una y otra vez, siempre que una cámara le apunta. “Yo lo que quiero es poder abrazar a mi hija, sentirla con las manos”.

Umberto Eco: lucidez, sudor, ideas y whisky................................................................ Juan Cruz

El discurso de este escritor era a la vez apocalíptico, risueño e integrado.

Umberto Eco, en una imagen de archivo.
Umberto Eco era una inteligencia imparable, un hombre imponente.
Su memoria parecía una máquina nueva siempre, su discurso era a la vez apocalíptico, risueño e integrado; no dejaba que la melancolía que persigue a todo semiótico le rompiera la velocidad del pensamiento, y se reía del mundo a la vez que explicaba su podredumbre.
Pasó así con su último libro, Número cero, una sátira redonda y picuda a la vez sobre el oficio del periodismo en tiempos de Internet.
 Él no escribía para entretener, sino para entretenerse, y no dejó nunca de inventar fórmulas para desmentir la solemnidad de los poderosos, en su país y en cualquier sitio, y de los lugares comunes, que fueron su bestia negra.
En ese libro, Número cero, integró algunas de sus columnas, que llamaba bustinas, para construir un fresco insolente pero real de los peligros a los que se asoma este oficio de explicar la realidad.
 El periodista puede ser corrupto sin saberlo y sabiéndolo, y puede ser sumamente farsante e ignorante, puede el poder utilizarlo y él puede utilizar al poder, y no necesariamente las nuevas tecnologías de que dispone van a mejorar su relación con las bases viejas en las que se sustenta el oficio.
 El resultado de esa mescolanza de imaginación y columnas incluyó a Mussolini y a Berlusconi en una especie de fresco divertido e inquietante que nosotros, los periodistas, no leímos con vergüenza ajena sino con la propia vergüenza de estar ante un análisis y un aviso del abismo que nos conmueve.
La salida de ese libro fue la última vez que vi a Umberto Eco, en su casa de Milán, el año pasado; otros años nos habíamos visto allí, una vez probándose, para Jordi Socias, el fotógrafo, un borsalino, y riendo y bebiendo whisky y tomando espagueti en su restaurante favorito, I Cuatro Mori, al lado de su casa espaciosa, llena de libros bien ordenados, sentados ante una mesa para seis en la que estábamos tres; pero las manos de Eco, lo que desplegaba, era tan poderoso, su presencia, aparentemente asmática entonces, sus ojos atentos y vitales, que taladraban lo que tú le ibas diciendo, lo dominaba todo; necesitaba, como los grandes hombres imperiales, media mesa para él solo; a veces anotaba lo que le respondías a sus preguntas, sacaba las manos hacia delante como si se apoderara de ella, y cuando no anotaba sacaba su pañuelo grande y blanco para limpiarse el sudor abundante que marcaba su frente espaciosa.
 En ese momento, hace algunos años, hablábamos de Europa, de su porvenir, de los Erasmus, de la cultura sobresaltada de un continente que se estaba aislando a sí mismo

 
Umberto Eco, en una imagen de archivo.
Umberto Eco era una inteligencia imparable, un hombre imponente. Su memoria parecía una máquina nueva siempre, su discurso era a la vez apocalíptico, risueño e integrado; no dejaba que la melancolía que persigue a todo semiótico le rompiera la velocidad del pensamiento, y se reía del mundo a la vez que explicaba su podredumbre. Pasó así con su último libro, Número cero, una sátira redonda y picuda a la vez sobre el oficio del periodismo en tiempos de Internet. Él no escribía para entretener, sino para entretenerse, y no dejó nunca de inventar fórmulas para desmentir la solemnidad de los poderosos, en su país y en cualquier sitio, y de los lugares comunes, que fueron su bestia negra.
En ese libro, Número cero, integró algunas de sus columnas, que llamaba bustinas, para construir un fresco insolente pero real de los peligros a los que se asoma este oficio de explicar la realidad. El periodista puede ser corrupto sin saberlo y sabiéndolo, y puede ser sumamente farsante e ignorante, puede el poder utilizarlo y él puede utilizar al poder, y no necesariamente las nuevas tecnologías de que dispone van a mejorar su relación con las bases viejas en las que se sustenta el oficio. El resultado de esa mescolanza de imaginación y columnas incluyó a Mussolini y a Berlusconi en una especie de fresco divertido e inquietante que nosotros, los periodistas, no leímos con vergüenza ajena sino con la propia vergüenza de estar ante un análisis y un aviso del abismo que nos conmueve.
La salida de ese libro fue la última vez que vi a Umberto Eco, en su casa de Milán, el año pasado; otros años nos habíamos visto allí, una vez probándose, para Jordi Socias, el fotógrafo, un borsalino, y riendo y bebiendo whisky y tomando espagueti en su restaurante favorito, I Cuatro Mori, al lado de su casa espaciosa, llena de libros bien ordenados, sentados ante una mesa para seis en la que estábamos tres; pero las manos de Eco, lo que desplegaba, era tan poderoso, su presencia, aparentemente asmática entonces, sus ojos atentos y vitales, que taladraban lo que tú le ibas diciendo, lo dominaba todo; necesitaba, como los grandes hombres imperiales, media mesa para él solo; a veces anotaba lo que le respondías a sus preguntas, sacaba las manos hacia delante como si se apoderara de ella, y cuando no anotaba sacaba su pañuelo grande y blanco para limpiarse el sudor abundante que marcaba su frente espaciosa
. En ese momento, hace algunos años, hablábamos de Europa, de su porvenir, de los Erasmus, de la cultura sobresaltada de un continente que se estaba aislando a sí mismo creyendo que se iba a abrir, y había inventado una fórmula para seguir bebiendo whisky: probablemente el médico le había aconsejado que tomara menos whisky, o que solo tomara whisky si quería tomar alcohol.
 Y esa receta fue suficiente para que siguiera bebiendo whisky, en vaso corto, sin hielo, como si estuviera acompañando los espaguetis con una medicina.
Eso fue hace unos años
. Esta vez, el último invierno de 2015, ya Umberto Eco bebía menos, reía menos, estaba sumido en el ensimismamiento de los que quizá piensan en una obra nueva, o en alguna melancolía no resuelta. Esta vez también fuimos a I Cuatro Mori; y vinieron con nosotros su traductora española, su alumna Helena Lozano, que trabajó con él y compartió su risa y su enseñanza hasta el agotamiento, su ayudante Manuela Melato, y el esposo de esta, el pintor mexicano Fernando Leal.
 No era raro que en las comidas, desde siempre, Umberto Eco se ausentara de vez en cuando, sentado en la propia mesa, como si las luces de la semiótica y otras luces con las que miraba la vida le llevaran por caminos interiores, por vericuetos que consideraba complejos o intrincados
. Entonces se callaba y nosotros seguíamos hablando, de gatos, sobre todo, pues Leal había descubierto asociaciones insólitas entre los mininos y su arte.
 Eco de vez en cuando regresaba al estrado de la mesa y apuntaba, corregía, señalaba elementos con los que completaba las metáforas del artista
. Y luego callaba otra vez, pendiente de todo, pero lejos de todo en esos instantes.
En julio de ese año pasado un bromista agorero de no sé dónde anunció en la red de Internet, como si perpetrara una venganza, que había muerto Umberto Eco.
 Me alertó de la noticia, que luego fue rematadamente falsa, Milena Busquets, que desde niña se crio cerca de la presencia de Eco; su madre, Esther Tusquets, fue  la editora española, la gran amiga del semiótico italiano; así que compartimos los primeros minutos de esa incertidumbre como si se tratara de la noticia imposible de la muerte de un familiar muy próximo; de hecho, Umberto Eco es, desde Apocalípticos e integrados, cuando nuestra generación estaba en la universidad, hasta este Número Cero, un filósofo de nuestra propia edad o naturaleza, un hombre de este tiempo que siempre fue lúcidamente contemporáneo, rabiosamente útil para poner a punto la mirada distraída que aconseja uno de sus más conspicuos amigos españoles, Juan Cueto, o para destruir los lugares comunes de la mala inteligencia.
Era una luz que llevaba nuestra mirada adonde quisiera.
 Otro de sus seguidores más fieles, el español Jorge Lozano, lo atrajo muchas veces a la vida y a la realidad española, así que era Eco tan europeo, tan mundial y tan español que cuando lo veías o lo buscabas siempre tenía algo que decir de lo que pasaba aquí porque siempre tuvo algo que decir de lo que pasaba en cualquier sitio.
 Era una mente poderosa; cuando publicó El péndulo de Foucault, que no tuvo la trascendencia popular insólita que alcanzó su genial divertimento mayor, El nombre de la rosa, decidió irse a descansar al lado de Cuomo, rodeado de silencio y gimnastas ricos; pero él seguía su rutina, su whisky, su sudor pausado, su vida intelectual sanísima dedicada a la destrucción sistemática (y semiótica) de los lugares comunes.
 Para hacerlo, como nuestro Fernando Savater, como el ya citado Cueto, como Jorge Luis Borges, utilizaba apólogos o preguntas, y reía luego porque tú te quedabas sin palabras tratando de buscar por dentro el significado de las palabras que él ponía para que tú cayeras en los pozos abiertos por su inteligencia.
 Después reposaba, te miraba como si él se estuviera yendo, y seguía ahí, con su mano detrás del asiento, echado en los butacones como si estuviera respirando los pensamientos de un ensimismado risueño.
En aquel momento en que nos dieron la noticia falsa de su muerte creí que esa falsedad conjuraba cualquier susto así en el futuro
. Pero ha muerto ahora, ha muerto Umberto Eco y he sentido que lo escuchaba reír solo cuando se quedaba ensimismado en I Cuatri Mori.
 Un sabio que sabía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir estudiando.

 

 

Muere Umberto Eco, el humanista total......................................................... Pablo Ordaz

Fallece a los 84 años el escritor, filósofo y semiólogo italiano, autor de ‘El nombre de la rosa’. Su figura y su obra ejercieron una enorme influencia desde la curiosidad crítica.

 

Umberto Eco, en la Universidad de Burgos, en 2013. Cristóbal Manuel / REUTERS-QUALITY
A los 84 años, y sin perder en ningún momento la curiosidad crítica, murió anoche en Milán el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco
. La noticia fue comunicada al diario italiano La Repubblica por la familia.
Falleció a las 22.30 en su casa.
 El autor de obras imprescindibles como El nombre de la rosa, en 1980, o El péndulo de Foucault, en 1988, había nacido en Alessandria el 5 de enero de 1932.
La última de las obras de su fecunda carrera como autor de novelas de éxito y ensayos de semiótica, estética medieval o filosofía, fue Número cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre una crisis del periodismo que, advertía, empezó “en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión”.

“Hasta entonces”, contaba en una entrevista de Juan Cruz publicada por EL PAÍS en marzo de 2015, “el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías.
Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?”. Esa era la duda —la curiosidad vestida de pesimismo— que lo llevó a publicar su último libro y a mantener su mirada despierta hacia todo lo que ocurría a su alrededor.
La trama de Número cero está ambientada en 1992, un año clave de la historia italiana por el caso Tangentópolis, y se desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin de una era y la aparición de otra —con Silvio Berlusconi a punto de saltar al escenario— que desvaneció muchas esperanzas hasta convertirse en la Italia desorientada de hoy.
 Todo ello lo miró, lo analizó y lo escribió Eco.
Tras difundir la noticia de su fallecimiento —pocas veces la expresión Italia está de luto ha tenido tanto sentido—, el diario La Repubblica escribió en su web un titular que resume muy bien la personalidad de Eco y el respeto, casi unánime, que despertaba en Italia
: “Muere Umberto Eco, el hombre que lo sabía todo”. Como destacaba Il Corriere della Sera, Eco ha sido una presencia constante e imprescindible de la vida cultural italiana del último medio siglo, pero su fama, a nivel mundial, se debe al extraordinario éxito de El nombre de la rosa, del que se vendieron millones de copias en todo el mundo.
“Recorrer la vida y la carrera de Umberto Eco”, explica el diario de Milán, “significa también reconstruir un pedazo importante de nuestra historia cultural”.


La vida académica de Eco se inició en 1954 en Turín.
Aquel año se doctoró en Filosofía, pero también participó en un concurso de la RAI —la televisión pública italiana— en el que venció y que lo convirtió en compañero del periodista Furio Colombo y del filósofo Gianni Vattimo en una aventura de complicidades siempre ligada al mundo de la cultura. En los sesenta trabajó como profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el Grupo 63 publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación.
 Entre estos ensayos los más conocidos son Apocalípticos e integrados y Opera aperta. El semiólogo milanés también fue catedrático de Filosofía en la Universidad de Bolonia, donde puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetivo es difundir la cultura internacional entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fundó la Asociación Nacional de Semiótica.
Entre sus innumerables premios está el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades del 2000.
 Inquieto hasta el fin, acababa de lanzar una nueva editorial, La Nave de Teseo.
En un discurso en la Universidad de Turín, Eco aplicó su mirada crítica –no todo es positivo ni negativo en su totalidad—a las redes sociales:
“El fenómeno de Twitter es por una parte positivo, pensemos en China o en Erdogan. Hay quien llega a sostener que Auschwitz no habría sido posible con Internet, porque la noticia se habría difundido viralmente.
 Pero por otra parte da derecho de palabra a legiones de imbéciles”.