Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

7 feb 2016

"¡Que llega la Preysler!"

La pareja de Vargas Llosa y los líderes de PSOE, Podemos, Ciudadanos e IU acaparan la atención en la entrada a la ceremonia en su 30 cumpleaños.

 

"¡Que llega la Preysler!"
JAVIER BARBANCHO
Mario Vargas Llosa y Isabel Presler

"PABLO VIENE CON ESMOQUIN"

Y llegó el otro momento morboso de la velada: ver aparecer juntos a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Alberto Garzón por la alfombra de los Goya. El encuentro daba para hacer chistes, y los propios no los evitaron. "Debo daros una exclusiva: Pablo viene con esmoquin", anunciaba Sánchez entre risas y sin corbata, mientras lanzaba un guante al líder de Podemos. "A la película de los pactos le pondría de título: 'Ahora o nunca'".
Iglesias confesó que la idea del esmoquin había sido de Antonio Resines, presidente de la Academia, y aunque insistió en que anoche no tocaba hablar de pactos, aprovechó para lanzar: "Ahora que algunos de la vieja política se quitan la corbata, yo me he puesto pajarita en honor al cine español". Minutos antes había pasado por allí el embajador de China, otro inédito en los Goya. Hace 30 años, estas cosas no pasaban.
Como en las salas de espejos de los parques de atracciones, la gala de los premios Goya lleva 30 años ofreciendo una imagen deformante del país y sus cuitas
En este tiempo hubo ocasión para lucir pegatinas contra guerras tramposas, mostrar manos blancas contra barbaries terroristas y discutir de porcentajes de IVA
. Bien mirada, la historia reciente de España podría explicarse repasando los personajes que desfilaron por la alfombra de la entrada y escuchando de nuevo sus declaraciones.
La ceremonia de este año respetó ese guion.
 Prueba de que el país ha cambiado mucho en estos años es que anoche la atención en el paseíllo de los flases la acaparó la pareja del cuché más buscada del momento y el grupo de políticos que estos días negocian quién será el nuevo presidente de Gobierno. Por cierto, tras las excursiones por el círculo cromático de ediciones pasadas, la alfombra volvió a ser de nuevo de color rojo. ¿Otro signo de los nuevos tiempos que vive el país?

Un repaso por los Goya en El País Semanal

Actores, directores, premiados y eternos nominados. Así hemos contado en los últimos años los premios grandes del cine español.

 


‘¿Peccata minuta?’............................................................................... Javier Marías

Los años de afrenta y dolor no desaparecen porque así lo decreten o les convenga a los que los causaron.

Justo antes de Navidad, una editorial extranjera que próximamente me publicará una novela me envió 1.055 portadillas del libro para que las firmara, con vistas a satisfacer a los clientes de su país que gustan de ejemplares autografiados por los autores

. Y ante la inminencia de las vacaciones, además me metieron prisa.

 Lo interrumpí todo y dediqué un montón de horas a la tarea (una, dos, tres, y así hasta 1.055, aquello no se acababa nunca). Las tuve listas a tiempo y fueron enviadas, pero la persona que me había hecho la petición ni se dignó poner una línea diciendo “Recibidas, gracias”, con eso habría bastado.

 Ante la grosería, me dieron ganas de cancelar el viaje promocional previsto para dentro de poco.

 Pero claro, me abstuve de tomar tal medida, porque se habría considerado “desproporcionada”, o tal vez “divismo” o algo por el estilo. 

Hoy mismo veo que una actriz americana se permitió sugerirle a un periodista, en medio de la rueda de prensa que ella estaba ofreciendo, que dejara de teclear en su móvil y tuviera la delicadeza de atender a sus respuestas. 

El comentario de esa actriz ha sido calificado en seguida de “salida de tono” y de otras cosas peores. Bien, todo leve.

Hay políticos catalanes que claman contra la "opresión borbónica" pero se enfadan si un Borbón rehúsa estrecharles la mano
En otro sitio, y hace más de veinte años, escribí una columna defendiendo al futbolista Cantona, que había sido suspendido por su club, por la federación inglesa y no sé si por el Papa de Roma (amén de anatematizado por la prensa internacional en pleno), tras propinarle un puntapié a un hincha del equipo que se había pasado el partido soltándole barbaridades sin cuento
. Sin duda la reacción de Cantona fue excesiva, pero moralmente –que era como más se le condenaba– yo argüía que la razón estaba de su parte.
 En contra de lo que se piensa, un jugador no tiene por qué soportar estoica o cristianamente los brutales insultos de la masa, o lo hace tan sólo porque los insultadores son eso, masa: es difícil individualizarlos e imposible enfrentarse a todos ellos.
 Ahora bien, si uno descuella, si uno se singulariza, ¿qué ley le impide a cualquiera plantarle cara y defenderse?
Esta pretensión de impunidad se ha implantado en todos los órdenes de la vida.
 Parece normal y aceptable –la “libertad de expresión”, señor mío– que la gente injurie, provoque, zahiera y suelte atrocidades sin que pase nada.
Y en cambio, si el injuriado, provocado o zaherido responde, o retira el saludo, o se niega a recibir a quien lo ha puesto o pone verde, caen sobre él todos los reproches.
“Tampoco es para reaccionar así, hay que ver”, se dice. “Qué borde y qué resentido”, se añade. “Qué intolerancia la suya”, se continúa; “al fin y al cabo los otros ejercían su derecho a opinar y ahora le estaban tendiendo la mano”.
Se ha extendido la extrañísima idea no ya de que se puede decir –e incluso hacer– lo que se quiera, sino de que eso no debe tener consecuencias.
Y si el ofendido obra en consecuencia, entonces es un intransigente y un exagerado.
Si hay políticos catalanes que llevan años clamando contra la “opresión borbónica” o la “ladrona España”, y asegurando que nada tienen ni quieren tener que ver con este país (al que nunca llamarán por su nombre), esos mismos políticos se sorprenden y enfadan si un Borbón, o un español corriente, rehúsan estrecharles la mano. Fernando Savater y otros perseguidos de ETA lo han experimentado largos años. Savater ha vivido lustros amenazado y ultrajado, sin poder dar un paso sin escolta, insultado y vejado por los aliados políticos y simpatizantes de los terroristas.
Y si ahora no le sale “perdonar” a sus aspirantes a verdugos y jaleadores, hay que ver, es él el rencoroso, el vengativo, el crispador y el desalmado.
 Se puede ser violento, se puede agraviar y ser grosero, se puede impedir hablar a alguien en una Universidad, se puede poner a caldo a cualquiera. Bueno
. Lo que ya es inexplicable es que además se pretenda que todo eso se olvide cuando el ofensor cesa, o cuando a éste le interesa, y que carezca de toda repercusión y consecuencia. En una palabra, se exige impunidad para los propios dichos y hechos. Peccata minuta.
Esta pretensión de impunidad se ha implantado en todos los órdenes de la vida
Yo he hablado aquí acerbamente de figuras como Aznar, Rajoy o Esperanza Aguirre. Bien, estoy en mi derecho
. Pero lo que nunca se me ocurriría sería pedirles audiencia; si, llegado el caso (improbable), ellos me negaran el saludo o me respondieran con un bufido o desaire, me parecería lógico: desde su punto de vista, me los tendría bien ganados.
Y si un día me arrepintiera de cuanto he vertido sobre ellos (aún más improbable), y quisiera “hacer las paces”, no me sorprendería que me contestaran de malos modos o con una impertinencia.
 Lo manifestado y lo sucedido no dejan de existir porque cesen a partir de un momento determinado; lo que ya no se prolonga no queda borrado por su mera interrupción
. El sufrimiento padecido no se olvida porque “ahora esté en el pasado”.
 Los años de pena, de dolor, de miedo, de afrenta y hostilidad no desaparecen porque así lo decreten o les convenga a los que los causaron.
 Sin embargo, nuestras absurdas sociedades pretenden no sólo eso, sino que además el aguante sea ilimitado y el “perdón” simultáneo al agravio.
 A Cantona o a cualquiera se les puede provocar y maldecir sin medida; se puede ser grosero o agresivo, o humillar hasta el infinito
. Pero ay del que se lo tenga en cuenta a los agresores y a los humilladores. Será un intransigente, y su conducta la más censurable de todas .


 

Contra la intolerancia.................................................................................... Rosa Montero

Si la izquierda europea no asume la lucha contra el integrismo islámico, terminarán ganando los fascismos.

En 1999, la artillería rusa demolió salvajemente la ciudad de Grozni y 50.000 civiles chechenos fueron abandonados a su suerte sin que nadie hiciera nada por ellos, ni la ONU ni ningún organismo internacional y ni siquiera los intelectuales, tan activos en otros conflictos: pero en este caso, claro, los malos eran los rusos, y la intelectualidad seguía y quizá sigue sufriendo cierta inercia procomunista
. Momentáneamente conmovida por la soledad de esas víctimas (luego, claro, la tragedia chechena pasó a segundo plano en mi cabeza, como nos ocurre a todos: la memoria es débil, la conciencia fluctuante), escribí un par de artículos sobre el tema, moví un manifiesto, acudí a manifestaciones ante la embajada rusa.
 En la primera se me acercó un chico rubio con barba para darme las gracias “por denunciar la masacre de nuestra gente, la muerte de nuestros niños”.
Tenía los ojos llenos de lágrimas y me conmovió. Intenté darle un par de besos en las mejillas y el hombre pegó un respingo y saltó hacia atrás: su religión le prohibía tocar a una mujer
. Yo me reí de su santurronería, le dije alguna broma y dejé la cosa ahí.


En 1999, la artillería rusa demolió salvajemente la ciudad de Grozni y 50.000 civiles chechenos fueron abandonados a su suerte sin que nadie hiciera nada por ellos, ni la ONU ni ningún organismo internacional y ni siquiera los intelectuales, tan activos en otros conflictos: pero en este caso, claro, los malos eran los rusos, y la intelectualidad seguía y quizá sigue sufriendo cierta inercia procomunista.
 Momentáneamente conmovida por la soledad de esas víctimas (luego, claro, la tragedia chechena pasó a segundo plano en mi cabeza, como nos ocurre a todos: la memoria es débil, la conciencia fluctuante), escribí un par de artículos sobre el tema, moví un manifiesto, acudí a manifestaciones ante la embajada rusa. En la primera se me acercó un chico rubio con barba para darme las gracias “por denunciar la masacre de nuestra gente, la muerte de nuestros niños”. Tenía los ojos llenos de lágrimas y me conmovió. Intenté darle un par de besos en las mejillas y el hombre pegó un respingo y saltó hacia atrás: su religión le prohibía tocar a una mujer. Yo me reí de su santurronería, le dije alguna broma y dejé la cosa ahí.
Volví a encontrármelo un par de veces. Siempre se retorcía para no rozarme y a mí me parecían ridículos sus tontos aspavientos.
 Me enteré de que era español, hijo, si no recuerdo mal, de un militar, y que se había convertido al islamismo unos años antes.
 Luego lo más álgido de la crisis chechena pasó y ya no coincidimos.
 La siguiente vez que vi su cara fue en una foto en los periódicos en 2004: era uno de los islamistas detenidos en la segunda o tercera ola de redadas tras la masacre del 11-M.
No estuvo incluido en el macrojuicio y no sé bien qué fue de él, pero desde luego era un fundamentalista y al parecer había estado en los campos yihadistas de Afganistán.
 Me quedé helada, y no sólo por él, sino por mí, por mi comportamiento tan permisivo ante su negativa a tocarme.
 Por tomarme a broma esa estruendosa señal de intolerancia.
 Si, en vez de hacer sus pamemas misóginas, hubiera levantado el brazo en el saludo nazi, yo lo habría condenado inmediatamente y lo hubiera considerado un enemigo de la democracia.
 Su radicalidad machista, en cambio, se la perdoné con una risa, sin darme cuenta de que era una señal igual o más peligrosa que la cruz gamada.
¡Qué vergüenza esa alcaldesa de Colonia que dice a las mujeres que no provoquen!
Todo esto viene a cuentos de los turbios, inquietantes, aterradores actos de violencia sexista cometidos en fin de año en la estación de Colonia y en varias ciudades europeas más.
 Desde el principio ha sido una noticia muy confusa.
 . De entrada, tardó un par de días en aparecer en la prensa.
 Después, no hay fotos de los asaltos, o al menos no se ha visto ninguna. Cosa rara en estos tiempos de teléfonos móviles e imágenes ubicuas.
Toda esa oscuridad suscita dudas; de hecho, al principio pensé que podría ser una campaña de intoxicación para justificar la represión.
 Que quizá las agresiones estuvieran magnificadas.
 Pero no, con el tiempo más bien se diría que lo que ha sucedido es lo contrario: que las agresiones se han querido tapar o minimizar (¿y las fotos se han ocultado?) para no agitar la bicha racista.
Sólo en Alemania hay más de mil denuncias; y las agresiones sucedieron sincronizadamente en varias ciudades alemanas y en Austria, Suiza, Suecia y Finlandia. Sin duda hubo detrás una consigna, un acuerdo, un plan
. Puede que ese plan esté pagado o infiltrado por la extrema derecha y que usen el sexismo criminal de los integristas para potenciar la xenofobia.
Pero de lo que no cabe duda es de que el integrismo islámico está ahí y es un peligro no sólo para las mujeres, sino para toda la sociedad, al igual que los remilgos de aquel rubio converso hubieran debido ser un aviso para mí de su potencial dañino.
La socióloga argelina Marieme Hélie-Lucas ha escrito un formidable artículo sobre el tema en la revista Sinpermiso.
Explica que este comportamiento tiene antecedentes: durante la primavera árabe, tanto en Túnez como en la plaza de Tahrir de El Cairo, las mujeres manifestantes fueron atacadas por integristas, desnudadas, manoseadas, golpeadas y alguna incluso violada ante la pasividad de la policía
. Sostiene Hélie-Lucas que esto es un desafío, una escalada de los fundamentalistas en Europa; que la izquierda no responde, sacrificando una vez más los derechos de la mujer ante supuestos valores superiores, como la protección de las minorías oprimidas.
Pero al hacer dejación de la defensa de los valores democráticos esenciales, dice con toda razón Hélie-Lucas, lo que hace la izquierda es potenciar a la extrema derecha xenófoba.
 En efecto: ¡qué vergüenza esa alcaldesa de Colonia que dice a las mujeres que no provoquen! Si la izquierda no asume con todas sus consecuencias la lucha contra el integrismo islámico, en Europa terminarán ganando los fascismos.