Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

17 ene 2016

Que no sigan hablándonos.....................................................Javier Marias

Si uno no ocupa páginas de prensa ni se habla de él en las redes sociales, es casi como si no hubiera hecho nada.

 

La cosa no es nueva en absoluto, pero nunca había adquirido las proporciones actuales en España, quizá el país que tiene más a gala la indiferencia por sus mejores hombres y mujeres, cuando no el desdén y la ingratitud hacia ellos.
 Pero el fenómeno va a más, y alcanza también a los regulares y malos: en realidad alcanza a cuantos no están vivos, y éstos son legión y siempre más numerosos que los que aún pisan la tierra.
 Los que nos dedicamos a actividades públicas deberíamos notarlo, y, lejos de sentirnos halagados por vernos solicitados o porque se nos otorguen ocasionales premios, nos tocaría preocuparnos por el hecho de que nuestra presencia –física las más de las veces, en todo caso incesante– se haya convertido en requisito indispensable para la visibilidad de nuestras obras
. Como si éstas no se bastaran, ni tuvieran carta de existencia, a menos que las arrope con su rostro, sus declaraciones triviales, sus sesiones de firmas y sus apariciones en insoportables “festivales” literarios el desgraciado autor convertido en vendedor puerta a puerta, o por lo menos en viajante de comercio.
Si uno no da entrevistas acerca de lo que ha escrito (o de lo que ha rodado: los cineastas emplean un año entero en promocionar su nueva película hasta en el último rincón en que se estrene), si no se desplaza a cada país al que se le traduce, no ocupa páginas de prensa ni se habla de él en las redes sociales, es casi como si no hubiera hecho nada.
 Hay excepciones meritorias, como Elena Ferrante, pseudónimo de alguien italiano cuyos rostro e identidad se desconocen, pero que no por ello renuncia a expresarse por email en público.
 Aún tiene la suerte de estar viva o vivo.
Todo plan de estudios procura borrar el pasado de nuestros escritores.
 ¿Cree hoy algún español que debería leer a Baroja?
Los muertos no pueden resumir y banalizar sus escritos, no están en disposición de defenderlos ni de “venderlos”, y a fe mía que lo pagan caro en esta España a la que sólo interesa el presente.
 Dejemos la calidad de lado; centrémonos en la fama tan sólo.
 Pocos autores han vivido más dedicados a su autobombo y a la preparación de su posteridad que Cela; este año se volverá a hablar de él por cumplirse el centenario de su nacimiento, pero desde que murió, ¿cuán vigente está en la sociedad española, y cuánto es leído? Uno tiene la impresión de que poco, al no poder seguir dando espectáculo
. Lo mismo sucede con Umbral, que cultivó su figura con enorme denuedo, o con Vázquez Montalbán, mucho más tímido y menos presumido, pero cuya presencia en los medios era continua, o con Terenci Moix, que además poseía el talento de un showman y caía en gracia.
 No soy quién para decir si las novelas de estos autores (popularísimos hace escasos años) merecen perdurar, pero lo que asombra es que los españoles parecen haber decidido:
 “El que no está vivo no nos concierne”.
 Estremece esta despiadada capacidad para sentirse ajenos a cuanto es pasado.
 Para mí es propia de desalmados, de gente que va tachando con despreocupación (con breves lágrimas de cocodrilo al principio, después probablemente con alivio, si es que no con alegría) a quienes dejan de “ocupar un sitio”, a quienes ya no pueden conseguir ni otorgar nada, a quienes ya carecen de poder e influencia.
 No en balde uno de nuestros dichos más característicos es “El muerto al hoyo …”
Lo grave y lo embrutecedor no es, sin embargo, lo que sucede con los muertos recientes, de los que se decía que atravesaban un purgatorio de olvido de unos diez años, y que hoy, me temo, se alarga indefinidamente
. Si miramos a los muertos antiguos (y por seguir con los escritores, que son los más frecuentables), no creo que más de tres permanezcan “presentes” en nuestra imaginación colectiva: Lorca, pero tal vez en gran medida por su trágico asesinato y por la tabarra que sus devotos dan con el paradero de sus huesos
; Cervantes, que quizá lo estaría menos de no haberse cumplido en estos años varios centenarios a él relativos y no haberse inventado una búsqueda de sus restos desmenuzados en la Iglesia de las Trinitarias; y Machado, que asoma a veces, me temo que en parte por su triste fin y el lugar extranjero en que reposa.
 Estudiosos aparte, ¿cree hoy algún español que debería leer a Lope de Vega, al magnífico Bernal Díaz del Castillo, a Quevedo más allá de un par de célebres sonetos, a Manrique, a Ausiàs March, a Garcilaso, a Aldana? ¿O a Baroja y Valle-Inclán y Clarín, a Aleixandre y Cernuda, a Blanco White y Jovellanos, ni siquiera a Galdós y Zorrilla, tan populares?
Para qué, si hace mucho que no andan por aquí haciendo ni diciendo gracias.
 A mí me cuesta imaginar un Reino Unido que no mantuviera vivísimos a Shakespeare y Dickens, Austen y Stevenson y Lewis Carroll, Conan Doyle y Conrad
. Una Francia que no conviviera permanentemente –y dialogara– con Montaigne y Flaubert y Baudelaire y Proust, con Balzac y Chateaubriand
. Una Alemania en la que Hölderlin y Goethe, Rilke y Thomas Mann, fueran meros nombres
. Una Austria que hubiera olvidado a Bernhard, y eso que éste se despidió de ella echando pestes. Unos Estados Unidos que no juzgaran contemporáneos a Melville y Dickinson y Twain, a James y Whitman y Faulkner
. Aquí, en cambio, no hay plan de estudios que no procure borrar, suprimir, aniquilar el pasado, cercenarnos
. En las elecciones recién celebradas, ¿algún político ha lamentado esta amputación, este empobrecimiento, esta ignorancia deliberada, este desprecio, la espalda vuelta hacia lo que, pese a morir, nunca muere y sigue hablándonos?
elpaissemanal@elpais.es

Gracias..............................................................Rosa Montero

'Sufragistas' no sólo es una de las mejores películas que he visto en muchos años: además es sorprendente.

 

Cuando se encendieron las luces en el abarrotado cine en el que vi Sufragistas hace un par de días, durante unos segundos nadie se meneó de sus asientos
. Estábamos sumidos en esa especie de trance que atrapa a las audiencias que se han sentido sobrecogidas.
 No sólo es una de las mejores películas que he visto en muchos años: además es sorprendente, porque parece increíble que nadie haya hablado antes de todo eso.
 Ya ven, hemos tenido que adentrarnos en el siglo XXI y esperar hasta la llegada de una directora mujer, la formidable Sarah Gavron, una británica de 45 años, y de sus dos productoras, también mujeres
. Ha habido algunos (muy pocos) largometrajes en donde han aparecido sufragistas, como en Las bostonianas (1984), pero, si no recuerdo mal, creo que el tema no ha sido tocado nunca antes de manera central.
Y resulta que es un tema tremendo, esencial en el devenir del mundo, en nuestra realidad, en lo que todos somos.
 Incluso yo, que me considero feminista y que conocía bien la historia de las Pankhurst, de las primeras sufragistas, de las alimentaciones forzadas con sonda gástrica a las presas en huelga de hambre y de la inmolación de Emily Davison, he quedado anonadada por la dimensión épica de la lucha de las mujeres que evidencia esta película.
 Estamos tan acostumbrados al machismo, una ideología en la que se nos educa a hombres y mujeres, que normalmente no somos capaces de apreciar en toda su enormidad el colosal abuso, la indecente e inhumana injusticia del sexismo
. Hasta hace un siglo, la mitad de la humanidad vivía sometida a la esclavitud más total y aberrante; las mujeres carecían por completo de derechos, no eran dueñas de sí mismas, de sus posesiones, de sus destinos
. De los esclavos negros se han hecho, afortunadamente, bastantes películas, series televisivas y novelas.
 De la inmensa esclavitud femenina apenas se ha hecho nada.
 Con el agravante de que sigue existiendo en gran parte del mundo.
La película ‘Sufragistas’ muestra la heroicidad callada de muchas luchadoras que lo dieron todo por la libertad de la mujer
En los antípodas del panfleto y de la estridencia, esta contenida pero emocionantísima película nos muestra los abismos de donde venimos las mujeres.
 Es cierto que, contemplada nuestra historia reciente con ojos de águila y desde lo más alto, la evolución ha sido tremenda.
En apenas cien años, cinco o seis generaciones de mujeres y de hombres hemos cambiado el mundo.
 Pero no es suficiente.
 Sí, lo sé, ahora impera la acomodaticia y banal idea de que ya no existe ninguna discriminación, que las mujeres y los hombres están por completo equiparados y que hablar de estos temas es absurdo y antiguo.
 Nada más falso; las estructuras del sexismo perviven incluso en Occidente y, por cierto, el hombre también paga por ello un precio, aunque a menudo no sea capaz de comprenderlo
. Pero es que además la mitad del mundo sigue siendo un infierno para la mujer.
 No es sólo que no puedan votar en Arabia Saudí, por ejemplo, como apuntan irónicamente en un cartel al final de Sufragistas; es que las mujeres y las niñas siguen siendo secuestradas, violadas, prostituidas, mutiladas sexualmente, encerradas en casa, lapidadas, vendidas como mercancía, forzadas al matrimonio, apaleadas hasta la muerte, quemadas con ácido; es que hay 60 millones de niñas sin escolarizar en el mundo y los fanáticos islámicos queman las escuelas femeninas y matan a las crías que quieren estudiar
. Es que cientos de millones de mujeres viven una vida de constante abuso y tormento, y las Naciones Unidas no parecen tomarse esta atrocidad muy en serio.
 Que el indecible dolor de la mujer nunca sea una prioridad política internacional es una muestra del nivel de sexismo de Occidente.
Sufragistas, en fin, me ha hecho no ya saber, porque lo sabía, sino sentir en lo más profundo de mi cerebro y de mi corazón lo terrible de esta lucha.
 Y también me ha permitido recordar la heroicidad callada de tantísimas mujeres que, a lo largo de los dos últimos siglos (y apoyadas por unos cuantos hombres), lo han dado todo, incluyendo la vida, por la libertad.
 Por nuestra libertad, lectora, la tuya y la mía.
 Y por la libertad subsidiaria de los varones, porque los verdugos también están condenados a un destino miserable.
 A todas esas mujeres anónimas que han sido insultadas y despreciadas; a las que arrebataron a sus hijos, a las que pegaron y echaron de casa; a todas las que encerraron en las cárceles o en los manicomios o que incluso fueron ejecutadas, como Olimpia de Gouges en la guillotina; a las indómitas luchadoras de la dignidad que, en suma, habéis conquistado para mí el derecho a votar, a estudiar, a decidir y a vivir, gracias, hermanas, pioneras, guerreras admirables
. Muchas, muchas gracias.
@BrunaHusky
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Josefa de Óbidos, ‘superwoman’ en el siglo XVII............................................................... Javier Martín

Acaudalada, famosa y terrateniente, dotó al incipiente Barroco de un estilo único

Importó de España el gusto por el bodegón y rompió estereotipos

Logró cobrar por sus obras y una independencia económica que le crear a su antojo.

Cuadro pintado por Josefa de Óbidos en el que representa a san Juan Bautista.
Cuadro pintado por Josefa de Óbidos en el que representa a san Juan Bautista.

Reina, santa o date por jodida
. En 1661, las profesiones femeninas no daban para mucho más, pero aquel año Baltazar Gomes firmaba un papel a la mayor de sus hijas reconociéndole como mujer emancipada. Josefa de Óbidos ya podía cobrar por sus pinturas y, también, comprar los materiales sin aval paterno.
Tenía 31 años. El Museo de Arte Antiguo de Lisboa acaba de exponer un centenar de obras de la genial pintora con las que trataba de desmontar tópicos sobre su personalidad y su calidad artística.
Ni mojigata, ni infantiloide ni mujer casadera
. Junto a su padre, Josefa importó de España el gusto por el bodegón, y ella sola, sin influencia familiar alguna, le dio al incipiente Barroco un estilo único y característico de Portugal, el más original de todos, alegre, colorista y rico en ornamentos.
 Realmente, Josefa de Óbidos es de Sevilla.
 Hasta la ciudad andaluza se desplazó el portugués Baltazar Gomes Figueira para esposar con la rica Catarina de Ayala Camacho
. Allí tuvieron varios hijos hasta que su querencia por la dinastía de los Braganza –reinaba Felipe IV en España y Portugal– y, sobre todo, sus líos judiciales precipitaron que la familia de Baltazar Gomes se trasladara a Óbidos, su tierra portuguesa natal
. Josefa, la hija mayor de siete hermanos, llegó con seis años y allí permaneció hasta el día de su muerte, en 1684, así que identifiquemos su patria chica con la firma de sus cuadros: Josefa Ayala de  Óbidos.
Josefa de Óbidos murió rica a los 54 años. 
Dejó establecido que su herencia nunca fuera a parar a manos de un hombre
A mediados del siglo XVII, Óbidos apenas tenía unos cientos de personas, muchos menos de los que recibe hoy en un sábado estival.
 Iglesias, conventos y callejuelas de su casco antiguo conservan huellas de una época medieval y árabe de cierta nobleza regia.
 El pueblo resultó ser un refugio perfecto para que una mujer pudiera abandonar fogones o conventos sin levantar ampollas masculinas.
 La ausencia de un gremio de pintores facilitó el trabajo de Josefa de Ayala
. Tampoco la Inquisición criticó sus jesusitos con transparencias ni la sensualidad de sus retratos. “Nunca tuvo problemas”, asegura Joaquim Caetano, comisario de la exposición y estudioso de la vida de la pintora.
“Sin duda ayudó que dos de sus hermanos fueran religiosos”. Antes de emanciparse, también ella pasó años en un convento, que abandonó a los 23 sin ordenarse, pero arrebatada por los textos de santa Teresa de Jesús. “Teresa de Ávila era una superstar”, explica Caetano
. “Hacía casi un siglo que la religiosa había muerto y, aunque nunca salió de España, su fama se había extendido a través de los conventos”.
Bodegón pintado en 1676: dulces, flores, quesos y habas.
Bodegón pintado en 1676: dulces, flores, quesos y habas.
Josefa de Óbidos pintó varios retratos suyos, siempre en una actitud sensual o mística
. Fuera cual fuese el perfil elegido, no se olvida del detalle de dos pecas junto a sus labios. Josefa coincide con Teresa en la reivindicación de la mujer.
 En sus visitas a conventos por motivos profesionales, la pintora anima a las monjas a que, sin olvidar el rezo, también trabajen; fomenta las manualidades y la pastelería para que las religiosas consigan autonomía económica, al margen de las dádivas de los feligreses o de la superioridad eclesiástica. Josefa predicaba con el ejemplo; al emanciparse abandonó las miniaturas – gastaba material del padre– y se atrevió con los retablos religiosos, pues ella se pagaba los óleos y cobraba las piezas. Hasta la muerte del progenitor, padre e hija firmaban en común los bodegones, un tipo de pintura inédito en Portugal, que ellos introdujeron con gran éxito artístico y, sobre todo, económico. En su testamento, el padre detalla cada objeto que lega: un frutero, una jarra, una cesta…
Objetos que se repiten en cada naturaleza muerta.
Coincidió con Santa Teresa en la reivindicación de la mujer.
 Pintó retratos de ella siempre en actitud sensual o mística
“Se aprecia a través de los bodegones expuestos cómo la sensibilidad de Josefa va ganando protagonismo”, explica António Filipe Pimentel, director del Museo de Arte Antiguo.
 “Hay guirnaldas de flores, manteles bordados, dulces; y la técnica de la pintura se complica con más planos de profundidad”. El bodegón es un éxito comercial y cómodo de facturar, pues ni siquiera tienen que salir del taller.
 Además, por muy religioso que se fuera, siempre es más agradable colocar en casa un cuadro de dulces y perdices que un cristo sanguinolento.
 En el taller familiar, el bodegón funcionaba casi como una producción semiindustrial. Los precios variaban en función del tamaño del cuadro y del número de objetos pintados; según los limones o peces que quería el cliente, la factura subía.
Firmaban los dos y también gastos y gananciasiban a medias
. La emancipación de Josefa significó su rápido ascenso económico, y no solo por el trabajo manual. Invirtió su dinero en comprar fincas de la región; también le gustaban los buenos tejidos y las joyas; en su casa tenía criados y a dos hijas de su hermana, que mantuvo.
 El dinero no era un problema. A la muerte de su padre, en 1674, 10 años antes que la suya, Josefa de Óbidos renunció a la herencia y al mismo taller familiar
. Independizada económicamente, el reto era alcanzar la cúspide artística, y eso solo era posible con el arte religioso, en el que se introdujo gracias a sus contactos con los conventos.
Santa Teresa de Ávila, pintada por Josefa de Óbidos en 1672.
Santa Teresa de Ávila, pintada por Josefa de Óbidos en 1672. / ADF
Sus retablos sorprenden por los adornos florales, pero sobre todo por una representación de vírgenes, santos y jesucristos absolutamente alejada de lo que había por entonces.
 En sus caras no hay rasgos de sentimientos.
 Son regordetas, sonrosadas, de ojos enormes y bocas pequeñas, en un estado de felicidad infantil que nos recuerda a las postales navideñas de Juan Ferrándiz.
 Un estilo que durante siglos la crítica menospreció y que identificó con el sexo de la artista. “La dulzura de sus figuras religiosas fue malinterpretada”, explica Pimentel. “Josefa de Óbidos no tiene nada de mojigata ni de infantil y, técnicamente, tampoco era una artista menor”.
Sus vírgenes, sus santos chocan abruptamente con la estética imperante en España, donde la representación casi siempre era dramática.
 Tras el reinado de Felipe IV, Portugal había restaurado su independencia.
 El país vivía un periodo convulso, de guerras y hambrunas, de sufrimiento. Josefa de Óbidos decide pintar, libre y deliberadamente, lo contrario de lo que se ve. “Su visión es opuesta al resto, ese es su valor. El drama está en la tierra y ella quiere reflejar el gozo en el mundo celestial”, explica el director del museo.
 “Las penas ya las vemos aquí, ¿para qué reflejarlas? Ella representa la felicidad que nos espera”.
Y la retrata como nadie.
 Los meninos, los niños de Jesús, son únicos; unos cuerpos regordetes con tules transparentes, rodeados de flores.
 “En todos los meninos refleja el sufrimiento que le aguarda, lo que desmonta la teoría de su ingenuidad”, puntualiza Pimentel.
 En cada menino hay una discreta señal de su futuro: la cinta de su sombrero no es tal, sino una corona de espinas, a sus pies yace un cordero pascual o en su pecho luce un escapulario con la palabra inri. No se trata de una estética femenina, sino de una visión diferente del arte y de la vida que entronca con el misticismo de Teresa de Ávila.
La pintora murió rica a los 54 años. Yace bella, lujosamente vestida y enjoyada.
Ropas, piedras preciosas y tierras serán heredadas por sus sobrinas y por las hijas de las sobrinas si las hubiere.
En cualquier caso, Josefa de Óbidos deja establecido que su herencia nunca fuera a parar a un hombre.
elpaissemanal@elpais.com

 

16 ene 2016

Transexuales a escena................................................... Ignacio Gomar

‘La chica danesa’ es un nuevo ejemplo del protagonismo que han alcanzado los personajes transgénero, que han pasado de luchar por ser visibles a convertirse en un fenómeno.

Fotograma de la película 'La chica danesa'.
Fotograma de la película 'La chica danesa'.

Eddie Redmayne apunta a ganar un nuevo Oscar al mejor actor (tras el obtenido por La teoría del todo) por interpretar una historia real, la del pintor Einar Wegener, que en los años veinte del siglo pasado terminó su vida como mujer
. Lo logró con la complicidad de su esposa, la también pintora Gerda Wegener, que le convirtió en su musa y solía pintarle como ideal de la belleza femenina.
 Einar se transformó en Lili Elbe y, finalmente, se sometió a una operación de cambio de sexo.
 En una época donde la intersexualidad se consideraba una anomalía prácticamente desconocida para la ciencia, Einar pasó a ser uno de los grandes pioneros de la visibilidad transgénero, y lo hizo junto a su pareja, que fue su confidente y defensora y con la que terminó conviviendo como dos mujeres.
 Si Redmayne consigue levantar la estatuilla el mes que viene recogería el testigo de Jared Leto, que en 2014 ganó el Oscar al mejor actor secundario por Dallas Buyers Club.
 A diferencia de Leto, esta vez el premio en juego es el de actor principal, pero la clave no está tanto en el peso del papel en la trama como en las vicisitudes del personaje.
 Si Rayon, la transexual interpretada por Leto, estaba enferma de sida y era drogadicta, Einar se enfrentó a su decisión desde la realidad de un heterosexual integrado en la sociedad y apoyado por su mujer
. Un cambio en el cine y la TV estos últimos años, desde Bruce (Caitlyn) Jenner en el reality de las Kardashian a Maura Pfefferman, el profesor que tras jubilarse decide contar a sus hijos que siempre se sintió una mujer en la premiada tragicomedia televisiva Transparent, que ha llevado a los transexuales a dejar de ser representantes de un mundo minoritario y casi siempre marginal, para formar parte del universo de personajes con el que el gran público puede identificarse
. Hasta el punto de, como pasó en su día con los gais, convertirse en una apuesta clara de las productoras y estudios y por ende en tendencia.
El ator Eddie Redmayne.
El ator Eddie Redmayne. / Reuters
En el documental El celuloide oculto (1997), que recoge la evolución en la historia del cine a la hora de abordar la homosexualidad y transexualidad, se observa claramente cómo la realidad transgénero ha sido plasmada mediante dos arquetipos
. Por un lado, personajes propios de un espectáculo de cabaret (Las aventuras de Priscilla), incluso confundiendo transexualidad con travestismo, con hombres heterosexuales que se visten de mujer para conquistar a su amada en papeles cómicos (Con faldas y a lo loco, Tootsie, Señora Doubtfire). Y, en otra vertiente más mayoritaria, como seres atormentados, infelices e irremisiblemente destinados a un final trágico.
Norman Bates en Psicosis o el asesino Buffalo Bill de El silencio de los corderos serían los casos más extremos, pero el resto ha sufrido el mismo desenlace aun sin ser los malos de la película. Brandon, el joven transexual protagonista de Boys Don’t Cry que le valió el Oscar a Hillary Swank, fue violado y asesinado por sus amigos cuando descubrieron que tenía vagina.
También en el cine español, con los transexuales de los filmes de Almodóvar La mala educación o Todo sobre mi madre, interpretados por Javier Cámara, Toni Cantó y Antonia San Juan, donde se mostraban cercanos e incluso entrañables pero siempre en entornos marginales como la droga o la prostitución.