Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 dic 2015

La madurez del cine................................................................ Patricia Tubella

Un repaso a 50 años de celuloide: encuentro con dos veteranos del séptimo arte que saben envejecer en un mundo obsesionado con la juventud.

Foto: Golem / Vídeo: 'Trailer' de la película '45 años'.

Tom Courtenay comparece con muchos minutos de adelanto y provisto de un café y un bollo comprados en un take away cercano al hotel de Londres designado para la cita.
 Una vez en la salita de espera habilitada por la productora, instala sus bien llevados 78 años en un rincón, casi se desdibuja, para no interferir en el ajetreo de los relaciones públicas.
 Y lo hace con una discreción que es la antítesis de la pose de estrella.
 Aunque hablemos de uno de los iconos de la new wave que revolucionó el cine británico hace medio siglo, de una respetada figura de las tablas que además tiene el título de sir y del coprotagonista de uno de los mejores filmes de la presente temporada, 45 años, dirigida por su compatriota Andrew Haigh.
La entrada en escena de la actriz que le ha acompañado en esa aventura cinematográfica disipa cualquier espejismo de normalidad en la salita.
 Por algo se le conoce en su Francia de adopción como La Légende (la leyenda). Todos los ojos están puestos en Charlotte Rampling, todavía propietaria de esa mirada verde y felina que a lo largo del último medio siglo ha fascinado a un abanico de realizadores de primera línea, desde Luchino Visconti hasta Woody Allen.
 Es muy consciente de la atención que concita, aunque la reciba desde un distanciamiento muy británico.
Ataviada con un traje pantalón tan funcional como elegante, saluda a quienes conoce, hace caso omiso del resto y entabla una conversación con Courtenay que acaba derivando en las ventajas de viajar con una maleta de dimensiones aptas para entrar en cabina.
El mensaje está claro: cumplidos los 69 años, sigue siendo una actriz muy demandada a ambos lados del Atlántico, ya sea para participar en proyectos de cine, televisión e incluso del ámbito teatral al que antaño había sido tan reacia.
“Si las películas son fieles a la vida, pueden atraer a un público de cualquier edad”, asegura la actriz Charlotte Rampling
Rampling y Courtenay, dos leyendas vivas del cine europeo, exudan al natural la misma química que en la gran pantalla los ha trasmutado en un matrimonio de largo recorrido, enfrentado a una inesperada crisis cuando el cuerpo congelado de la novia de juventud del marido es localizado en un glaciar suizo.
 Nunca habían trabajado juntos y solo se conocieron recientemente al coincidir en un festival. Pero el éxito de 45 años, que se estrena en España el 18 de diciembre, jaleada por la crítica, y con la que acapararon los premios de interpretación en la última Berlinale, les ha convertido en la pareja cinematográfica más reclamada del momento.
 Dos personajes maduros, a cargo de unos intérpretes que juntos suman casi un siglo y medio, se imponen a contracorriente en una cartelera habitualmente reflejo de la obsesión de nuestra era con la eterna juventud.
 Aunque Rampling no está de acuerdo: “Si las películas son fieles a la vida, pueden atraer a un público de cualquier edad. Y esta película lo es”, subrayará más tarde en el cara a cara.
A Tom Courtenay sigue sorprendiéndole volver a ser el centro de la atención mediática gracias a un filme que considera un regalo en edad tardía.
 “Es maravilloso conseguir un papel romántico cuando está claro que ya no voy a interpretar a Romeo
. Tengo 78 años y todavía espero que la gente me diga: ‘¡Ni hablar!”, resume sobre su rol en la película, que implicó rodar una escena de sexo sobre la que cierta prensa británica ha buscado el lado más morboso, con dos protagonistas entrados en años que en su día ejercieron de iconos de los sesenta.
 El actor minimiza el revuelo (“En Inglaterra hay mucha estupidez”) y asegura que la escena de cama no le preocupó “lo más mínimo”.
 Y añade: “Pero me tenía obsesionado la del baile con Char­lotte, porque no domino la técnica…”.
Courtenay es un hombre sencillo y afable. Emocionado, durante la entrevista recalca cómo el Oso de Plata recibido en el Festival Internacional de Cine de Berlín le llega medio siglo después de haber obtenido la Copa Volpi de Venecia por la cinta King and Country, de Joseph Losey (1964).
 La suya no fue una estrella fugaz apagada tempranamente por otros caprichos de la industria, sino que él mismo decidió autoimponerse un largo paréntesis en el cine, y en pleno auge de la fama, al sentirse desbordado por lo que califica de ascensión “meteórica”.
Nacido en una familia de clase trabajadora del norte de Inglaterra (Hull, 1937), su talento becado en la prestigiosa escuela de teatro RADA le procuró el salto directo desde la graduación al estrellato. Para una generación de cinéfilos de los swinging sixties, el anguloso rostro de Courtenay, la expresividad de sus ojos y un acento regional que otros actores británicos solían reprimir encarnaron la resistencia al statu quo como abanderado del nuevo cine de realismo social.
 Su protagonismo en los títulos emblemáticos La soledad del corredor de fondo y Billy, el embustero le abrieron la puerta de Hollywood para encarnar en 1965, y bajo la batuta de David Lean, al idealista Pável Antípov en Doctor Zhivago.
“Empecé demasiado pronto, cuando todavía no sentía confianza como actor, y por eso lo dejé”, relata sobre aquellos tiempos de inseguridad en los que le hundió la muerte temprana de su madre.
Se refugió en el teatro durante las dos siguientes décadas, simultaneando los escenarios de Reino Unido con los de Broadway (Nueva York), pero acabó regresando al cine con incursiones puntuales. En 1983 su nombre apareció entre los nominados al Oscar por su papel en El vestidor.
 Asegura no haberse arrepentido nunca de aquel plantón de juventud (en otro caso, “no habría podido protagonizar solos en el teatro como el de El rey Lear”), pero ahora, muy cerca de convertirse en octogenario, da por finiquitada su etapa sobre las tablas:
 “A mi edad, prefiero levantarme pronto y no tener que aguantar nervioso todo el día la presión de la función de noche.
 Lo que quiero es hacer películas, y no me importa que me pidan encarnar al abuelo, ya sé que no será fácil recibir propuestas como la de 45 años…”.
Courtenay (izquierda) en 'Doctor Zhivago' (1965).
Courtenay (izquierda) en 'Doctor Zhivago' (1965). / Ken Danvers (The Kobal Collection)
La magnética presencia de Charlotte Rampling (Essex, 1946) ha sido, por el contrario, muy prolífica en las últimas cinco décadas de cinematografía, aunque incluyeran un periodo de semirretiro derivado de la vida personal (“dejé de trabajar porque era más difícil hacerlo todo a un tiempo”, explica sobre sus dos matrimonios; el último, ya disuelto, con el músico francés Jean-Michel Jarre).
La hija de un militar británico destacado en Francia, criada a caballo de las dos orillas del canal, debutó como protagonista en el filme Georgy Girl (1966) y pronto encarriló la transición desde belleza seductora hasta musa del cine europeo de autor.
 Nunca se dejó tentar por “papeles fáciles”, lo suyo siempre ha sido el desafío en proyectos arriesgados.
 Es difícil olvidar aquel cartel de cine con el que escandalizó a mediados de los setenta: el torso desnudo, los brazos enfundados en guantes negros y tocada con el gorro de oficial nazi, presentación de la película de Liliana Cavani El portero de noche, sobre las prisioneras judías convertidas en esclavas sexuales de los campos de concentración.
 La hemos visto enamorada de un simio en Max, mi amor, ejerciendo de femme fatale frente a Paul Newman en una de sus incursiones en ese Hollywood donde nunca se quiso instalar (Veredicto final) o de madura turista sexual en Haití (Hacia el sur).
“Creo que siempre he hecho lo que quería hacer, aunque quizá no sabes bien lo que quieres cuando eres joven”, reflexiona sobre una carrera que volvía a repuntar en la entrada del nuevo milenio a partir de dos aclamados filmes del francés François Ozon (Bajo la arena y La piscina).
 De nuevo inmersa en una frenética actividad laboral, decidió embarcar sus maletas hacia el gris paisaje de Norfolk, en el norte de Inglaterra, para interpretar en 45 años a una mujer forzada a cuestionar los cimientos de su longevo matrimonio, “el tipo de trabajo que me gusta, una suerte de investigación arqueológica de los seres humanos”.
 La crítica británica ha sentenciado que su personaje, construido a base de silencios y de su intensa mirada, es el papel de su vida.
El pasado febrero, la actriz exhibía exultante el Oso de Plata ganado en Berlín, recordando que apenas ha sido receptora de premios. ¿Una vindicación? “Si, no… [duda].
Significa mucho para mí, es especial en tanto que responde a la decisión de un jurado mixto integrado por ocho personas, y no el de los Oscar, donde el voto representa a una sección de la industria”. Imposible arrancarle una palabra más sobre esa velada crítica a la industria.
Pide pasar a otra pregunta. Char­lotte Rampling es una entrevistada con fama de difícil o cuando menos de voluble, que lo mismo despacha a los periodistas con la mayor frialdad que decide regalar su cara más dulce
. Resulta distante y en ocasiones cortante; sus respuestas suenan directas e incisivas.
Rampling en 1967. Había debutado en la gran pantalla un año antes con 'Georgy Girl'.
Rampling en 1967. Había debutado en la gran pantalla un año antes con 'Georgy Girl'. / Album
Sobre la queja recurrente de las actrices maduras ante la sequía de papeles replica: “A mí no me ha pasado, quizá porque he tomado un camino diferente que no es el comercial, sino el del cine independiente y de autor.
 Sigo consiguiendo grandes trabajos y no tengo queja. Pero no hay demasiados papeles buenos para los actores de cualquier edad, eso no es lo que hoy busca el cine”.
 Musa también del mundo de la moda y de destacados fotógrafos, que a los 63 años posó desnuda para la cámara de Juergen Teller en el Museo del Louvre, no le gusta la pregunta sobre el peso que haya podido ejercer el físico en su carrera:
“Me he convertido en lo que me he convertido por lo que he hecho.
Y no puedo decirle lo que ha contado y lo que no”. Ha asumido el proceso de envejecer ante los focos sin retoques del cirujano, y asegura: “Si puedes aprender a vivir con tu cara, entonces te proponen los papeles que estoy haciendo ahora
. Quizá, si la cambiara, no estaría trabajando tanto… Es representativo de quien soy intentar vivir con mi cara tal como es”.
La prensa de su tierra la ha descrito como “tremendamente británica en la superficie, con un marcado sello europeo en el sustrato”.
 La actriz se relaja y esboza una cálida sonrisa al escuchar la definición. “Es muy bonita. Siempre quise ser europea y me alegra que se me reconozca como tal.
 Mi identidad es británica, eso nunca cambiará, pero he adoptado cierto sentimiento europeo después de haber vivido tantos años en Francia…”. En el pasado ha hablado de periodos ensombrecidos por crisis depresivas, pero hoy se declara una persona feliz que disfruta más que nunca de su oficio y se siente “libre para viajar, más disponible”.
El mismo estado de ánimo que poco antes decía compartir Tom Courtenay, dispuesto a saborear ese resurgir en su carrera. El terreno ganado con la veteranía no le exime de sentirse “todavía nervioso antes de actuar”.
 “De otro modo sería un insulto para el público, pero ahora domino mucho mejor los resortes del oficio para afrontarlo”.
 Su decisión de despedirse de las tablas coincide con el reciente interés de Charlotte Rampling por explorar proyectos teatrales en forma de “recitales y música, monólogos e instalaciones de artistas contemporáneos”
. ¿Se plantea encarar alguna vez los clásicos?
“Estoy segura de que llegará el momento, pero voy decidiendo sobre la marcha y según el momento de mi vida, que sigue evolucionando.
 Nunca planeo las cosas, sencillamente las siento…”.
elpaissemanal@elpais.es

 

¿Qué libros han leído los candidatos?

Pedro Sánchez, Albert Rivera, Pablo Iglesias y Alberto Garzón responden a Babelia sobre las lecturas que les han influido. Mariano Rajoy declinó contestar.

Librería Alberti, en Madrid. / álvaro garcía

Los principales candidatos a la presidencia del Gobierno en las elecciones generales del próximo domingo fueron entrevistados por Babelia en torno a las lecturas que más han influido en su carrera. Los cabeza de lista de PSOE, IU, Podemos y Ciudadanos se sometieron a las preguntas, lo que declinó el actual presidente del Gobierno. Estas son sus respuestas:
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Pedro Sánchez: “Soy un lector clásico, de Shakespeare y Lope”

El candidato socialista cita a Azaña, Cervantes y Hesse entre sus influencias literarias. Por ANABEL DÍEZ
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Albert Rivera: “Me dicen que lea más novela y menos sobre política”

El líder de Ciudadanos admite que evita la fantasía. "Quizás sea excesivamente realista". Por JUAN JOSÉ MATEO
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Iglesias: “Temo que Don Winslow me distraiga en campaña”

El candidato a La Moncloa de Podemos (Madrid, 1978) ha crecido rodeado de libros. Por FRANCESCO MANETTO
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Alberto Garzón: “Leo para deconstruir mis ideas”

A sus 30 años aspira a ser presidente. A pesar de su juventud parece más un intelectual que un político. Por ELSA GARCÍA DE BLAS

 

La maldición de ser Darth Vader De la saga más famosa del cine, a secundario de telefilmes. De vivir en una mansión, a trabajar en una granja. De ser Darth Vader, al anonimato. ¿Dónde está Hayden Christensen?

La maldición de ser Darth Vader
Hayden Christensen.
Foto: Corbis
 
“¿Dónde está Luke Skywalker?” Puede que esta sea la pregunta más repetida por los fans de la saga Star Wars ante la llegada de El despertar de la fuerza; para muchos, la película más esperada de la década.
 Es lógico echar de menos al inolvidable protagonista de la segunda trilogía durante el continuo bombardeo de avances, spots y toda clase de merchandising.
 Pero no es esa la única incógnita. Ni quizá la más intrigante. ¿Dónde está Anakin? ¿Qué fue de Hayden Christensen? ¿Dónde se ha metido esa mirada turbia que logró arrebatarle el papel de Darth Vader al mismísimo DiCaprio?
El que fuera una de las mayores estrellas emergentes de la pasada década ha visto cómo su carrera se veía frenada debido a un papel que parece maldecir a todo el que lo interpreta. David Prowse, el Darth Vader de la primera trilogía, tiene vetada su aparición en los eventos oficiales de Star Wars debido a una supuesta filtración de información.
 Jake Lloyd, quien lo encarnó cuando era niño en La amenaza fantasma, protagonizó una persecución policial que acabó con su coche estrellado contra un árbol este pasado verano. Y Christensen, ese actor canadiense de rostro aniñado, no ha corrido mucha mejor suerte que la de sus compañeros.
Hayden haciendo de Darth Vader.
Hayden haciendo de Darth Vader.
Su salto al estrellato resultó más meteórico que duradero. Empezó haciendo anuncios y series de televisión cuando todavía era un niño y pocos años después ya figuraba en la lista de nominados a los Globos de Oro por su papel de joven conflictivo en La casa de mi vida. Fueron estos trabajos los que lo lograron posicionar como uno de los actores más prometedores y lo ubicaron en la órbita de George Lucas. Tras competir por meterse en la piel de Anakin con más de 400 aspirantes –Leonardo DiCaprio, Christian Bale o Joshua Jackson, entre ellos–, Christensen logró hacerse con uno de los papeles más ansiados de la historia del cine.
 Al parecer fueron sus ojos azules los que terminaron de convencer a Lucas y a la directora de casting Robin Gurland: “Hay algo muy interesante detrás de esa mirada; siempre quieres saber más, tiene esa vulnerabilidad…
Es un actor increíblemente seductor e intrigante.” declaró Gurland.
Sin embargo, la crítica especializada no se dejó embelesar por su mirada en 2002. Cuando se estrenó El ataque de los clones, atacaron sin piedad a la pareja formada por Christensen y Natalie Portman (Padmé Amidala).
 “Formidable falta de química”, apuntaron desde Los Angeles Times. En The New York Times tampoco se cortaron: “tímidos, rígidos e inseguros de su dicción, alternando entre el tono de un Shakespeare de instituto y el naturalismo suburbano de culebrón a lo Dawson Crece”. Además de un aluvión de críticas también le cayeron dos Razzies (el anti Oscar por excelencia) al peor actor secundario. Haber entonado uno de los guiones más flojos de la saga galáctica, digno de las novelas de Nicholas Sparks o Federico Moccia, le pasó factura.
 “Soy prisionero del beso que nunca debiste darme”, confiesa el joven Anakin pareciéndose más a un miembro de una boy band que al icónico villano que hacía explotar planetas para intimidar (lo entendemos Hayden, no fue culpa tuya, tú no querías protagonizar Perdona si te llamo Vader).
Así, tras finiquitar el papel de su vida con 24 años, su carrera fue cayendo en picado.
 Encadenó tres películas de acción (Jumper, Despierto y Ladrones) que no tuvieron la acogida esperada y, después, fue diluyéndose en papeles secundarios de filmes llamados a la sobremesa junto a otras estrellas de capa caída como Nicolas Cage y Adrien Brody.
Hayden Christensen y Rachel Bilson.
Hayden Christensen y Rachel Bilson.
Pero contra todo pronóstico, Christensen no parece acomplejado por su fiasco profesional y ha sabido reinventarse fuera de la pantalla. Después de que sus relaciones esporádicas con compañeras de reparto como Natalie Portman (Star Wars) y Sienna Miller (Factory Girl) también fracasaran, el actor ha encontrado el amor duradero junto a la actriz Rachel Bilson. Se conocieron durante el rodaje de la película Jumper y, pese a que atravesaron una crisis en 2010, han conseguido consolidarse como pareja
. El actor y la intérprete de The O.C. –con una carrera de fortuna similar a la de su marido– han construido una vida fuera del foco mediático (el propio Christensen se ha definido en más de una ocasión como “ermitaño”). Tienen un niña en común y hace un par de años decidieron vender su mansión de Los Ángeles por algo más de dos millones y medio de dólares para trasladar la residencia familiar a una granja en Toronto. “Tu estilo de vida tiene mucho que ver con la frecuencia en la que sales en los periódicos. Daniel Day-Lewis se fue a Italia y se convirtió en zapatero.
Yo también me fui y compré equipamiento de construcción”, reconocía el actor tras hacerse pública su intención de poner la granja a pleno funcionamiento.
Esa nueva etapa personal junto a Bilson ha sido tan importante en la vida de Christensen que hasta le inspiró a dar sus primeros pasos en el mundo de la moda. A finales de 2013 lanzó su propia colección de ropa con la firma canadiense RW&CO, una línea masculina de aires rurales sin grandes pretensiones que presentó con una campaña rodada en su propia granja en la que no dudó en hacer las veces de modelo.
Pero él no es la única estrella de la archiconocida saga que tuvo que reinventarse tras brillar en el imaginario de Hollywood. Actores de la trilogía original como Mark Hamill (Luke Skywalker) o Carrie Fisher (Princesa Leia) jamás pudieron desligarse de sus papeles y tuvieron que dedicarse a otras disciplinas del séptimo arte (doblaje y análisis de guión, respectivamente) y hasta la propia Portman señaló lo difícil que resultó para ella volver a rodar:
“Estaba en la película más taquillera de la década y ningún director quería trabajar conmigo. Todo el mundo pensaba que era una actriz horrible”.
Puede que la maldición de ser Darth Vader (o la maldición de encarnar cualquier personaje de la saga) pese sobre las espaldas de Christensen.
 Aunque también podría resurgir de las cenizas del lado oscuro, callar las críticas y volver a la gran pantalla en la siguiente entrega, el Episodio VIII (varias webs internacionales han difundido el rumor de que se le había visto en el set de rodaje).
Si Mark Hamill pudo, tú puedes, Hayden.
 

17 dic 2015

Los ‘hombres de negro’ de la Lotería de Navidad........................................................... Aitor Bengoa

Armados de maletines, recorren las localidades en las que caen premios significativos con el fin de comprar los décimos a los afortunados para blanquear dinero.

Lotería de Navidad
Tres mujeres celebran el premio Gordo del Sorteo de Navidad en 2013 en Leganés. / Álvaro García

Casi resuena el eco de los niños de San Ildefonso tras cantar El Gordo de la Lotería de Navidad cuando por las localidades agraciadas comienzan a circular forasteros trajeados y armados con maletines.
 Son intermediarios o asesores de gente acaudalada que recorren a contrarreloj bares, administraciones y sedes bancarias indagando para localizar a los propietarios de los décimos premiados.
Su objetivo es llegar hasta ellos antes de que depositen los boletos en un banco para comprárselos. A cambio, ofrecen una suma en dinero negro que incluye el importe del premio más una comisión.
 Y así, logran lavar el dinero negro de sus patronos.

"Blanquear dinero con la Lotería de Navidad es habitual y lo sabe todo el mundo", explica el veterano inspector de Hacienda José María Peláez Marcos, que subraya las complicaciones a la hora de detectar este tipo de fraudes.
 "La lotería son billetes al portador, así que o estás en el momento en el que se hace la operación de compra de ese décimo que es para blanquear, o de cara al organismo de Loterías el que presenta el boleto es el ganador a todos los efectos legales, y es realmente muy difícil demostrar que al que le ha tocado es a otro", comenta.
 "Haría falta una legión de técnicos e inspectores en el lugar, viendo quién habla con quién, y ni así tendrían muchas posibilidades de actuación".
Según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), es habitual que se ofrezca a los que posean un décimo premiado comprarlo por un sobreprecio del importe premiado "de entre un 10% y un 20%"
. Con el décimo, el defraudador puede justificar el origen de ese dinero negro, cuya procedencia no habría podido explicar ante Hacienda de otro modo sin incurrir en un ilícito.
 Sin embargo, la OCU considera que es perjudicial y un "engaño" para el que vende el boleto, que ya no podrá explicar al fisco de dónde proceden los fondos y puede acabar teniendo que pagar mucho más de lo que cree.
Carlos Fabra, expresidente de Castellón por el PP y actualmente entre rejas por corrupción, ganó varias veces la Lotería. / ÁNGEL SÁNCHEZ
Peláez indica que los defraudadores tratan de hacerse con los décimos premiados antes de que los dueños los depositen en el banco para evitar que se puedan "cruzar los datos" de la entidad financiera con los de Hacienda y "salten las alarmas".
La estadística dicta que hay una probabilidad entre 100.000 (el número de bolas en el bombo de la lotería) de obtener El Gordo.
 La de conseguir otros premios significativos es igualmente remota.
 Por eso mucha gente se extraña cuando ve las imágenes de conspicuos personajes como el expresidente de Castellón, Carlos Fabra, sonriendo tras sus opacas gafas de sol mientras anuncian que han ganado por enésima vez un premio de la lotería.
 A este exdirigente del PP condenado por corrupción le tocó la navideña unas nueve veces en diez años. "Si no les toca la lotería, que es muy probable que no tengan la suerte que tengo yo, al menos que les toque la lotería de la salud", dijo una vez Fabra a un grupo de periodistas.
No es el único.
El 22 de diciembre de 2011, las cámaras de televisión grabaron al entonces alcalde del PP de Manises (Valencia), Enrique Crespo, eufórico mientras brindaba con sus compañeros, feliz por ser poseedor, según afirmaba, de varios décimos del segundo premio de la Lotería de Navidad, aunque no concretaba cuántos billetes premiados le habían tocado. Precisamente, la agrupación del PP de este municipio había comprado hasta 850 décimos del número agraciado.

Auténtico "engaño" para los agraciados

La OCU señala en su página web, en la que cita datos de los Técnicos del Ministerio de Hacienda, que vender el décimo premiado a alguien que quiere blanquear dinero es un auténtico engaño para los agraciados.
 Si bien es cierto que obtendrían un mayor beneficio en dinero negro, la transacción podría volverse en su contra porque difícilmente podrán acreditar el origen de esos fondos ante una inspección tributaria, por lo que "pueden terminar con un acta de inspección que supere, entre la deuda y la sanción, más de la mitad del importe ganado".
De esta forma, la OCU se pone un ejemplo: un contribuyente con unos ingresos brutos anuales de 30.000 euros que resulte agraciado con un premio de 400.000 euros, si opta por vender su billete a un defraudador a cambio de, por ejemplo, 450.000 euros, podría verse obligado a pagar más de 200.000 euros si se descubre la ganancia patrimonial no justificada.
Crespo, que estaba siendo investigado por un caso de corrupción relacionado con la quiebra de la empresa pública Emarsa, fue llamado ese mismo día por el magistrado Vicente Ríos, quien le dio 24 horas para concretar al juzgado cuántos décimos agraciados tenía.
 El regidor respondió que uno. "El juez estuvo raudo y veloz", comenta Peláez, que considera este caso una excepción.
Posteriormente, la fiscalía pidió tres años de cárcel para Crespo por haber ocultado, presuntamente, otros 99 décimos, que equivalían a 12,3 millones.
Pero blanquear el dinero oculto a través de la compra de décimos no es siempre un buen método para el defraudador.
"Hay que tener en cuenta el importe", señala Peláez. El premio máximo por décimo son 400.000 euros en el caso de que toque El Gordo.
 "Hay que ver si al que tiene una actividad delictiva esto le soluciona la papeleta de blanquear o no". Señala que es un sistema más atractivo para quien tiene oculto un importe por el valor de "tres o cuatro décimos" de El Gordo, es decir, menos de 2 millones de euros.
"Si quieres comprar 20 décimos, tienes que comprar a otras tantas personas, y eso incrementa el riego de que haya una fuga de información".
Por ello, cuando los importes son mayores, los defraudadores recurren a otras vías, como los paraísos fiscales. Pero para quien guarda "en una bolsa de plástico en su casa" o "entre ladrillos" el fruto de sobornos o comisiones ilegales, "la Lotería de Navidad es y seguirá siendo", afirma Peláez, "una forma de blanquear dinero".