Una muestra sobre la famosa escuela alemana hace que un puñado de creadores revisiten su legado casi un siglo después.
¿Se imaginan a alumnos de escuelas de moda, diseño o pintura sentando
las bases de la vanguardia? Estudiantes que rompían moldes, en lugar de
adaptarse a ellos.
Fue uno de los legados de
la mítica escuela Bauhaus, primero en Weimar y luego en Dessau, hace cerca de cien años.
Los destacados pupilos fueron gente como Marcel Breuer, que
terminaría firmando el Museo Whitney de Nueva York, o Marianne Brandt,
que, siendo mujer, desafió tantas convenciones con sus diseños como con
el papel que ocupó en el mundo de la creación.
¿Los profesores? Todos
indispensables en el arte del siglo XX: Paul Klee, Wassily Kandinsky o
Josef Albers.
El difícil momento en el que surgió la escuela, el periodo de
entreguerras, tiene paralelismos con el tiempo actual.
El antiguo viaje
de la artesanía a la industria ha sido sustituido por una sociedad
analógica que cede terreno a un mundo digital.
Por eso, cuando se acerca
el centenario del gran laboratorio que mezcló artes aplicadas y arte,
industria y artesanía, tradición y vanguardia, y cultura con propaganda
política, aquella iniciativa resucita como modelo para la enseñanza y la
creación.
Tal es el caso de Jason Wu, director creativo de Hugo Boss,
que se ha inspirado en el legado de esta escuela para componer su última
colección.
Además, la firma de origen alemán ha copatrocinado una muestra
organizada por el Vitra Design Museum de Weil am Rhein y el
Bundeskunsthalle de Bonn.
De
Norman Foster a Karim Rashid, un notable elenco de creadores contemporáneos juzgan hoy la Bauhaus.
Los primeros pensamientos para fundar una escuela que rompiera la
torre de marfil de los artistas mezclando creación con oficio se
remontan a 1915, cuando Walter Gropius montó el departamento de
arquitectura, arte y artes aplicadas en la Escuela de Artes y Oficios de
Weimar, que terminaría siendo la Bauhaus.
Aunque no se inauguró hasta
1919 y solo permaneció abierta (en tres ubicaciones distintas) hasta
1933, cuando los nazis la clausuraron, en Alemania no han querido
esperar a 2019 para demostrar la vigencia de una idea transversal de las
artes, que defendió cuestiones tan actuales como la responsabilidad
social del artista o la importancia de la cultura cotidiana.
Y es que más allá de la banalización de la palabra Bauhaus –asociada a
la frialdad estética– o de su vulgarización –aplicada a todo tipo de
productos: desde una cadena de ferreterías hasta una marca de vaqueros–,
en opinión de la comisaria de la muestra, la arquitecta suiza Jolanthe
Kugler, “hace 10 años no hubiera sido posible rescatar a esta escuela
como base del conocimiento.
Pero hoy, con los arquitectos y los artistas
replanteándose su papel en la sociedad, urge hacerlo”.
Más allá de las famosas sillas que idearon alumnos y profesores,
conocer lo que motivó aquella iniciativa es clave para definir hoy el
modelo de formación de los creadores “y, por supuesto, para perfilar el
modelo de consumo de la sociedad”, opina Kugler.
Puede que con los
actuales
coworking, crowdsourcing, la Globalpolitik o el
comercio social, que cuestionan y modifican nuestra manera de producir,
negociar y compartir, los diseñadores y los artistas estén cerca de los
pioneros bauhausianos.
Entre 1919 y 1933, ellos también
tuvieron que tender puentes
entre el arte y la industria y entre las propias disciplinas.
“En esos
momentos, lo que une a creadores singulares no es tanto una línea de
investigación formal como una visión de la vida”, sostiene la comisaria.
Convertida en referente, resulta pertinente rebuscar en el pozo sin fondo del laboratorio de la modernidad que fue la Bauhaus.
Puede que usted tenga una silla Bauhaus en su casa sin saberlo.
Puede
que descanse su taza de café en una de las mesas de apoyo ideadas por
Breuer y plagiadas por docenas de empresas en el mundo.
A la Bauhaus se
debe un buen número de iconos cuyas réplicas y copias han terminado por
convertirse en sinónimo del mobiliario sobrio y hermético de las
oficinas.
Sin embargo, su legado es más una actitud que esos iconos, más
la experimentación que las propias telas que Anni Albers dibujaba en
los años veinte
. Sin embargo, de reexaminar aquellas telas todavía vive
la moda.
“La estética de la Bauhaus no tiene fecha de caducidad. Es eterna”, asegura Jason Wu, director creativo de Hugo Boss
“Lo que ocurre con la estética de la Bauhaus es que no tiene fecha de caducidad. Es eterna”, opina
Jason Wu,
que ha querido retomar por igual la sinergia entre disciplinas y la
cultura de la funcionalidad que caracterizaron la escuela en su última
colección para Hugo Boss.
Que la estética sea eterna es, precisamente, lo que choca en una
firma de moda habituada a asociar caducidad con renovación.
“Por un lado
están los cambios trimestrales; por otro, el espíritu que permanece en
las colecciones”, aclara Hjördis Kettenbach, responsable de asuntos
culturales de la firma.
“La voluntad de sorprender sin chocar, de
convencer desde los detalles, permite que el usuario se vista y no se
disfrace”, continúa.
“La necesidad de experimentar, de probar sin objetivo fijo, debería
volver a las escuelas.
Se obtiene mucho de no buscar algo específico”,
opina Kluger. ¿No ha tenido la arquitectura y también la moda de los
últimos años demasiado componente experimental difícil de asumir por
parte del usuario? ¿Estamos preparados para ver en la experimentación y
en el riesgo una salida al estancamiento cultural, económico y
empresarial?
La comisaria de esta muestra cree que merece la pena
arriesgarse.
La
Bauhaus
también tuvo una herencia negativa, víctima de mezclar ambición y
propaganda. Sucede cuando se anuncian aspiraciones en lugar de
resultados.
Recuerden: los alumnos y profesores de la escuela alemana
querían cambiar la sociedad, producir para todos, pero sus productos
resultaron demasiado caros, no fueron para todos.
“La Bauhaus fue buena en plantearse lo implanteable, y ese es el
inicio de toda creación y descubrimiento”, insiste la comisaria de la
muestra.
Y explica que aquella escuela fue “lo contrario a la
reforma de Bolonia, que está destrozando nuestra educación, porque no hay espacio para pensar ni lugar para lo inesperado”.
Kugler defiende que la moda entre en las colecciones de los grandes
museos porque “es el arte más cercano, nos revela más que ningún otro
como individuos”.
Sostiene que la división entre las artes no tiene
sentido.
“Todo está contaminado, el mundo actual es así. Hay muchos
caminos, pero todos deberían enriquecer la vida y a las personas”.
¿Cómo no relacionar moda con la urgencia por la novedad que tanto ha
marcado la arquitectura de las últimas décadas? “Puede que por eso
debamos reflexionar y buscar otros modelos
. En Art Basel no se habla ya
de arte, sino de dinero y marcas. Por eso los museos deben abrir las
puertas a quien tiene algo que decir”, explica Kluger.
Así, son muchos los creadores que al examinar el legado de la mítica
escuela y cuestionarla, aportan puntos de vista iluminadores.
La
transversalidad, el contagio entre las artes que hoy es norma habitual
se empezó a ensayar entonces.
Por eso Benedetta Tagliabue defiende que
la Bauhaus “no era un estilo, sino una actitud”.
Tal vez porque la muestra busca más reivindicar la mítica escuela
como laboratorio que como estilo, autores de obra en las antípodas
estéticas de esa modernidad, como el egipcio Karim Rashid, aseguran
sentirse cercanos a ella por su defensa de la “democratización del
diseño”.
Sin embargo, esa anunciada voluntad democrática llegó a convertirse en aristocrática.
Lo cuenta el diseñador indio
Satyendra Pakhalé.
Aunque reconoce a la escuela la deuda de la idea, “el diseño no es una
profesión, es una actitud”. Defiende mirar el pasado de forma crítica
para crear e inventar nuevas tradiciones sin nostalgia.
Por eso cuenta
que en 1922 la sociedad de Arte Oriental de Calcuta montó una primera
muestra sobre la Bauhaus que supuso la llegada de la modernidad a India,
“pero por desgracia se trataba de una modernidad visual: no puede haber
modernidad sin modernidad social”.
Esa es la razón por la que su generación asoció la escuela alemana al
conformismo y a una estética dogmática de lo que significaba ser
moderno
. Hoy, cuando rescatamos la dignidad de los objetos cotidianos,
reivindica que lo que se necesita para mejorar el mundo son culturas
socialmente inclusivas.
“El diseño en las herramientas cotidianas puede
ser un elemento para permitir los cambios sociales”.
También la creadora holandesa Hella Jongerius habla de ideales
cercanos y caminos alejados.
No comparte que la Bauhaus hiciera
desaparecer el carácter individual de sus alumnos para alumbrar un
estilo colectivo.
“La subjetividad que ellos penalizaban es lo que más
me interesa”, pero está convencida de que su énfasis en improvisar y
experimentar está en los cimientos de la mejor creación.
Norman Foster la contradice.
El autor del
Reichstag
defiende ese espíritu de equipo, “el colectivo por encima del
individuo”.
Para él la fuerza de la Bauhaus radicó en su capacidad para
buscar brillo en los momentos más difíciles: “Un diseño y una
arquitectura que nacen en crisis económicas y sociales y, en lugar de
reflejar ese panorama, son capaces de alumbrar un futuro más brillante
no es utópico, es aleccionador”.
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