Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

12 dic 2015

La reinvención del ‘made in Spain’........................................................ Carlos Primo

La última revolución de la moda española viene marcada por la especialización, la artesanía y un uso de las redes sociales que ha permitido a algunos creadores llegar a ‘celebrities’ antes inalcanzables.

De izquierda a derecha: la reina Letizia con un bolso de Inés Figaredo, Lady Gaga, vestida por Leandro Cano y Katy Perry con un diseño de María Escoté.
De izquierda a derecha: la reina Letizia con un bolso de Inés Figaredo, Lady Gaga, vestida por Leandro Cano y Katy Perry con un diseño de María Escoté. / GETTY IMAGES / CORDON PRESS

En ocasiones, el éxito llega de la forma más inesperada. A M&H, una tienda de ropa infantil de Valladolid, le vino sin proponérselo, a través de una sesión fotográfica publicada en varias revistas. En ella, Carlota, la hija de los duques de Cambridge, vestía uno de sus diseños, un vestido floreado. Lo que otras firmas persiguen con costosos programas de marketing, esta empresa vallisoletana lo ha logrado de casualidad, posiblemente a través de la niñera española de la princesa, que habría adquirido el regalo durante una de sus estancias en España.
La reinvención del ‘made in Spain’
ILUSTRACIÓN: CARMEN GARCÍA-HUERTA
Que la notoriedad internacional no siempre procede de los flases de las pasarelas es algo que conocen de sobra en otra firma española que, esta vez con una clara estrategia de expansión, ha logrado posicionarse en un segmento tan inexplorado como el de la moda infantil. La firma gallega Pili Carrera, fundada en 1963, se ha vuelto justamente célebre tras vestir a otras niñas vinculadas a la realeza: la princesa Leonor y la infanta Sofía; y también a las tres hijas de los reyes de Holanda.
La princesa Carlota, con uno de los vestidos de la tienda vallisoletana M&H.
La princesa Carlota, con uno de los vestidos de la tienda vallisoletana M&H. / AFP
En una época en la que es frecuente hablar del resurgir del diseño español en el ámbito internacional, sorprende que los casos más llamativos sucedan precisamente al margen de las grandes firmas de pasarela.
 Si los diseñadores españoles de los años ochenta y noventa se miraban en el espejo de los grandes modistos franceses e italianos, la nueva generación está formada por empresas de dimensiones más moderadas y objetivos más precisos.
Cuando en 2013 las diseñadoras María Ke Fisherman y María Escoté saltaron a la primera plana de los medios especializados, lo hicieron por la creatividad de sus colecciones y por sus puntos de venta internacionales, pero también por haber vestido a las estrellas globales Miley Cyrus y Katy Perry, respectivamente.
 Fue impactante, precisamente, por lo desproporcionado del paso que dieron: de desfilar en la sección novel de la Mercedes Benz Fashion Week Madrid a vestir a influyentes artistas.
 Mientras muchos se preguntaban por los motivos, la respuesta siempre había estado ahí: el uso de la tecnología y las redes sociales, capaces de salvar distancias geográficas y grandes presupuestos.
Uno de los collares de Andrés Gallardo.
Uno de los collares de Andrés Gallardo.
“Instagram ha sido fundamental para mi carrera, porque pude compartir mi trabajo y llegar a mucha gente sin necesidad de gastar dinero”, explica el diseñador riojano Rubén Galarreta, quien conoce perfectamente el alcance de las redes sociales: cuando estaba a punto de concluir sus estudios de Diseño de Moda en Madrid, recibió un mensaje del creador indio Manish Arora invitándole a trabajar para él.
 Unas semanas después, Galarreta estaba en Nueva Delhi, participando en la creación de las colecciones de la firma y colaborando en encargos especiales como un diseño que Lady Gaga vistió en Londres
. Esta experiencia le abrió las puertas a un nuevo proyecto: crear su propia firma.
 Y ya ha presentado varias colecciones basadas en un innovador empleo del estampado digital. “Sigo utilizando las redes sociales, porque es el medio que estilistas internacionales emplean para contactar conmigo”, afirma a propósito de otra de las estrellas que ha vestido, la solista estadounidense Ashanti. También tiene una importante base digital Andrés Gallardo, la firma de joyería que los diseñadores Andrés Gallardo y Marina Casal fundaron en 2010 para producir colecciones de complementos basados en un empleo novedoso de la porcelana
. Cuando acudieron a presentar su producto a Première Classe, la feria profesional más importante del calendario parisino, comprobaron que el diseño español tenía una reputación nada desdeñable.
 “El diseño y el producto español están asociados a la calidad”, explica Casal. “Somos competitivos, porque en España existe un sector artesanal importante que nos permite trabajar y asumir grandes pedidos.
 Hay muchos talleres que emplean técnicas tradicionales, y eso genera un valor añadido”
. Desde esta firma madrileña aseguran que el mercado internacional supone el 75% de sus ventas en puntos físicos, y el 60% de las que realizan a través de su página web.
 Venden principalmente a Japón, Taiwán, Hong Kong, China y Rusia y están ampliando su mercado en Estados Unidos.
Algo similar le sucede a Mikel Cans, un diseñador barcelonés que en 2012 decidió fundar una marca de accesorios de piel llamada Henten. Cans afirma que el 80% de sus ventas se produce en el extranjero, principalmente a través de su tienda online.
 “Desde el principio nos hemos centrado en el mercado internacional, porque es mas fácil que el cliente consuma un producto de calidad hecho a mano a un precio razonable en otros países”. A su favor juega también una de las mayores bazas del diseño español: la marroquinería.
 “En el sector de los complementos de piel, nuestro país goza de una muy buena reputación, por tradición, calidad y atención a los acabados”, explica.
Uno de los bolsos creados por la diseñadora Inés Figaredo.
Uno de los bolsos creados por la diseñadora Inés Figaredo.
Capitalizar la tradición marroquinera es algo que conocen muy bien marcas como Loewe, que produce todos sus complementos de piel en España, pero también firmas independientes como Inés Figaredo, posicionada en un mercado más cercano al lujo que ha conquistado con sus bolsos desde la clásica reina Letizia hasta la extravagante Lady Gaga.
 “Nuestra marca tiene un plus, que es el de la realización artesanal de cada pieza”, afirma Cans, que cuando abrió su tienda online decidió hacerlo exclusivamente en inglés y con gastos de envío gratuitos en todo el mundo.
Si pensar a lo grande es la clave del éxito, hablar de tú al mercado internacional parece un buen comienzo.

 

Lewis Carrol, un «pedófilo reprimido» para la BBC

El descubrimiento de una fotografía de Lorina Liddel -hermana mayor de Alicia, quien inspiró la gran obra del autor- desnuda hace que un documental de la cadena británica le dé una vuelta de tuerca a la obsesión que siempre sintió Carroll por las niñas.


Lewis Carrol, un «pedófilo reprimido» para la BBC

El descubrimiento de una fotografía de Lorina Liddel -hermana mayor de Alicia, quien inspiró la gran obra del autor- desnuda hace que un documental de la cadena británica le dé una vuelta de tuerca a la obsesión que siempre sintió Carroll por las niñas
Lewis Carrol, autor de «Alicia en el país de las maravillas» 
La BBC está a punto de estrenar un documental en el que se investiga si Lewis Carrol era un «pedófilo reprimido». El trabajo, que coincide con el 150 aniversario de su famoso «Alicia en el país de las maravillas», se adentra en las relaciones del escritor con los niñas, especialmente con Alicia, que inspiró la obra más famosa del autor.
Como prueba, el programa, titulado «El mundo secreto de Lewis Carroll», esgrime una fotografía de una chica desnuda recién descubierta de uno de los archivos, así como testimonios de miembros de la familia de Alicia, de acuerdo con el periódico The Telegraph.
Ya se conocía que Carroll solía inspirarse en niñas reales para sus obras y que existían una multitud de fotografías de ellas tomadas por el escritor. Sin embargo, el documental plantea el debate de si el autor de Alicia tenía un interés sexual en las niñas y adolescentes, a través del material de archivo que permanecía olvidado.
En él, el equipo de investigación que realizaba el programa, descubrió una fotografía que muestra a la hermana mayor de Alicia, Lorina, completamente desnuda y en una postura indecorosa.
 La imagen fue descubierta en un museo francés y en ella aparece una inscripción en la que se atribuye su autoría a Lewis Carrol.
Los expertos apuntan en «El mundo secreto de Lewis Carroll» que la fotografía fue tomada en el mismo periodo en el que el escritor se veía con las hermanas Liddell, usando el mismo proceso que el autor solía usar en sus imágenes.
También se compara con otras fotografías de Lorina tomadas por Carroll y se llega a la conclusión de que aparecen «ciertas similitudes».
 A pesar de ello, no se le atribuye la autoría al cien por cien debido a que ha pasado un siglo después de la muerte del autor.

Un hombre «extraño»

El profesor Hugh Haughton, que aparece en el documental, ha afirmado que, de haber sido tomada por el escritor, la fotografía «haría más difícil de mantener la teoría de aquellos que piensan que el interés de Carroll por las niñas era totalmente inocente».
Will Self también ha declarado: «Creo que era un pedófilo reprimido sin duda.
Es un problema cuando alguien escribe un gran libro, pero no es una buena persona»
Vanessa Tait, la biznieta de Alice Liddell y portavoz de la familia, ha manifestado que ella había crecido sabiendo de la «extraña» relación de Carroll con sus antepasadas, pero que ella desconocía hasta ahora la existencia de la citada fotografía.
 «Creo que él estaba enamorado de Alicia, pero que se reprimió tanto que nunca llegó a traspasar ninguna frontera.
 Pienso que era un hombre extraño y la gente que afirma lo contrario está totalmente equivocada», ha destacado Tait.
La biznieta de Alice ha añadido que si la fotografía es realmente de Carroll ayudará a explicar una desavenencia familiar entre los que vieron el contacto de Carroll con los niñas demasiado precoz y entre los que afirmaban que en la era victoriana, cuya edad de consentimiento estaba establecida a los 12 años, las cosas se veían de manera diferente.
«Era un hombre extraño, pero admirable y no quiero lanzar acusaciones de pedofilia, con la que estamos ahora tan obsesionados, contra él
. Es triste que sea lo que más trascienda en el año del aniversario del libro», ha indicado Tait, que ha escrito una novela acerca de Alicia titulado «El la casa del espejo».
 

El legado de la Bauhaus..................................................................... Anatxu Zabalbeascoa

Una muestra sobre la famosa escuela alemana hace que un puñado de creadores revisiten su legado casi un siglo después.

 

'Mechanical Ballet' (1923), de Kurt Schmidt, F. W. Bogler y G. Teltscher, una de las obras que se exponen en la muestra sobre la Bauhaus en el Vitra Museum.
'Mechanical Ballet' (1923), de Kurt Schmidt, F. W. Bogler y G. Teltscher, una de las obras que se exponen en la muestra sobre la Bauhaus en el Vitra Museum. / O. Eltinger

¿Se imaginan a alumnos de escuelas de moda, diseño o pintura sentando las bases de la vanguardia? Estudiantes que rompían moldes, en lugar de adaptarse a ellos.
 Fue uno de los legados de la mítica escuela Bauhaus, primero en Weimar y luego en Dessau, hace cerca de cien años.
Los destacados pupilos fueron gente como Marcel Breuer, que terminaría firmando el Museo Whitney de Nueva York, o Marianne Brandt, que, siendo mujer, desafió tantas convenciones con sus diseños como con el papel que ocupó en el mundo de la creación.
 ¿Los profesores? Todos indispensables en el arte del siglo XX: Paul Klee, Wassily Kandinsky o Josef Albers.
El difícil momento en el que surgió la escuela, el periodo de entreguerras, tiene paralelismos con el tiempo actual.
 El antiguo viaje de la artesanía a la industria ha sido sustituido por una sociedad analógica que cede terreno a un mundo digital.
 Por eso, cuando se acerca el centenario del gran laboratorio que mezcló artes aplicadas y arte, industria y artesanía, tradición y vanguardia, y cultura con propaganda política, aquella iniciativa resucita como modelo para la enseñanza y la creación.
Tal es el caso de Jason Wu, director creativo de Hugo Boss, que se ha inspirado en el legado de esta escuela para componer su última colección.
Además, la firma de origen alemán ha copatrocinado una muestra organizada por el Vitra Design Museum de Weil am Rhein y el Bundeskunsthalle de Bonn.
 De Norman Foster a Karim Rashid, un notable elenco de creadores contemporáneos juzgan hoy la Bauhaus.
Los primeros pensamientos para fundar una escuela que rompiera la torre de marfil de los artistas mezclando creación con oficio se remontan a 1915, cuando Walter Gropius montó el departamento de arquitectura, arte y artes aplicadas en la Escuela de Artes y Oficios de Weimar, que terminaría siendo la Bauhaus.
 Aunque no se inauguró hasta 1919 y solo permaneció abierta (en tres ubicaciones distintas) hasta 1933, cuando los nazis la clausuraron, en Alemania no han querido esperar a 2019 para demostrar la vigencia de una idea transversal de las artes, que defendió cuestiones tan actuales como la responsabilidad social del artista o la importancia de la cultura cotidiana.
Diseños de Jason Wu para Hugo Boss inspirados en la Bauhaus.
Diseños de Jason Wu para Hugo Boss inspirados en la Bauhaus. / O. Eltinger
Y es que más allá de la banalización de la palabra Bauhaus –asociada a la frialdad estética– o de su vulgarización –aplicada a todo tipo de productos: desde una cadena de ferreterías hasta una marca de vaqueros–, en opinión de la comisaria de la muestra, la arquitecta suiza Jolanthe Kugler, “hace 10 años no hubiera sido posible rescatar a esta escuela como base del conocimiento.
 Pero hoy, con los arquitectos y los artistas replanteándose su papel en la sociedad, urge hacerlo”.
Más allá de las famosas sillas que idearon alumnos y profesores, conocer lo que motivó aquella iniciativa es clave para definir hoy el modelo de formación de los creadores “y, por supuesto, para perfilar el modelo de consumo de la sociedad”, opina Kugler.
 Puede que con los actuales coworking, crowdsourcing, la Globalpolitik o el comercio social, que cuestionan y modifican nuestra manera de producir, negociar y compartir, los diseñadores y los artistas estén cerca de los pioneros bauhausianos.
Entre 1919 y 1933, ellos también tuvieron que tender puentes entre el arte y la industria y entre las propias disciplinas.
“En esos momentos, lo que une a creadores singulares no es tanto una línea de investigación formal como una visión de la vida”, sostiene la comisaria.
Convertida en referente, resulta pertinente rebuscar en el pozo sin fondo del laboratorio de la modernidad que fue la Bauhaus.
Puede que usted tenga una silla Bauhaus en su casa sin saberlo.
 Puede que descanse su taza de café en una de las mesas de apoyo ideadas por Breuer y plagiadas por docenas de empresas en el mundo.
 A la Bauhaus se debe un buen número de iconos cuyas réplicas y copias han terminado por convertirse en sinónimo del mobiliario sobrio y hermético de las oficinas.
Sin embargo, su legado es más una actitud que esos iconos, más la experimentación que las propias telas que Anni Albers dibujaba en los años veinte
. Sin embargo, de reexaminar aquellas telas todavía vive la moda.
“La estética de la Bauhaus no tiene fecha de caducidad. Es eterna”, asegura Jason Wu, director creativo de Hugo Boss
“Lo que ocurre con la estética de la Bauhaus es que no tiene fecha de caducidad. Es eterna”, opina Jason Wu, que ha querido retomar por igual la sinergia entre disciplinas y la cultura de la funcionalidad que caracterizaron la escuela en su última colección para Hugo Boss.
Que la estética sea eterna es, precisamente, lo que choca en una firma de moda habituada a asociar caducidad con renovación.
“Por un lado están los cambios trimestrales; por otro, el espíritu que permanece en las colecciones”, aclara Hjördis Kettenbach, responsable de asuntos culturales de la firma.
 “La voluntad de sorprender sin chocar, de convencer desde los detalles, permite que el usuario se vista y no se disfrace”, continúa.
“La necesidad de experimentar, de probar sin objetivo fijo, debería volver a las escuelas.
 Se obtiene mucho de no buscar algo específico”, opina Kluger. ¿No ha tenido la arquitectura y también la moda de los últimos años demasiado componente experimental difícil de asumir por parte del usuario? ¿Estamos preparados para ver en la experimentación y en el riesgo una salida al estancamiento cultural, económico y empresarial?
 La comisaria de esta muestra cree que merece la pena arriesgarse.
La Bauhaus también tuvo una herencia negativa, víctima de mezclar ambición y propaganda. Sucede cuando se anuncian aspiraciones en lugar de resultados.
 Recuerden: los alumnos y profesores de la escuela alemana querían cambiar la sociedad, producir para todos, pero sus productos resultaron demasiado caros, no fueron para todos.
“La Bauhaus fue buena en plantearse lo implanteable, y ese es el inicio de toda creación y descubrimiento”, insiste la comisaria de la muestra.
Y explica que aquella escuela fue “lo contrario a la reforma de Bolonia, que está destrozando nuestra educación, porque no hay espacio para pensar ni lugar para lo inesperado”.
Kugler defiende que la moda entre en las colecciones de los grandes museos porque “es el arte más cercano, nos revela más que ningún otro como individuos”.
 Sostiene que la división entre las artes no tiene sentido.
“Todo está contaminado, el mundo actual es así. Hay muchos caminos, pero todos deberían enriquecer la vida y a las personas”.
¿Cómo no relacionar moda con la urgencia por la novedad que tanto ha marcado la arquitectura de las últimas décadas? “Puede que por eso debamos reflexionar y buscar otros modelos
. En Art Basel no se habla ya de arte, sino de dinero y marcas. Por eso los museos deben abrir las puertas a quien tiene algo que decir”, explica Kluger.
Así, son muchos los creadores que al examinar el legado de la mítica escuela y cuestionarla, aportan puntos de vista iluminadores.
 La transversalidad, el contagio entre las artes que hoy es norma habitual se empezó a ensayar entonces.
 Por eso Benedetta Tagliabue defiende que la Bauhaus “no era un estilo, sino una actitud”.
Rincón de la exposición que acoge el Vitra Design Museum de Weil am Rhein (Alemania).
Rincón de la exposición que acoge el Vitra Design Museum de Weil am Rhein (Alemania). / Mark Niedermann y Bettina Matthiesen
Tal vez porque la muestra busca más reivindicar la mítica escuela como laboratorio que como estilo, autores de obra en las antípodas estéticas de esa modernidad, como el egipcio Karim Rashid, aseguran sentirse cercanos a ella por su defensa de la “democratización del diseño”.
Sin embargo, esa anunciada voluntad democrática llegó a convertirse en aristocrática.
 Lo cuenta el diseñador indio Satyendra Pakhalé.
 Aunque reconoce a la escuela la deuda de la idea, “el diseño no es una profesión, es una actitud”. Defiende mirar el pasado de forma crítica para crear e inventar nuevas tradiciones sin nostalgia.
 Por eso cuenta que en 1922 la sociedad de Arte Oriental de Calcuta montó una primera muestra sobre la Bauhaus que supuso la llegada de la modernidad a India, “pero por desgracia se trataba de una modernidad visual: no puede haber modernidad sin modernidad social”.
Esa es la razón por la que su generación asoció la escuela alemana al conformismo y a una estética dogmática de lo que significaba ser moderno
. Hoy, cuando rescatamos la dignidad de los objetos cotidianos, reivindica que lo que se necesita para mejorar el mundo son culturas socialmente inclusivas.
 “El diseño en las herramientas cotidianas puede ser un elemento para permitir los cambios sociales”.
También la creadora holandesa Hella Jongerius habla de ideales cercanos y caminos alejados.
 No comparte que la Bauhaus hiciera desaparecer el carácter individual de sus alumnos para alumbrar un estilo colectivo.
 “La subjetividad que ellos penalizaban es lo que más me interesa”, pero está convencida de que su énfasis en improvisar y experimentar está en los cimientos de la mejor creación.
Norman Foster la contradice.
 El autor del Reichstag defiende ese espíritu de equipo, “el colectivo por encima del individuo”.
 Para él la fuerza de la Bauhaus radicó en su capacidad para buscar brillo en los momentos más difíciles: “Un diseño y una arquitectura que nacen en crisis económicas y sociales y, en lugar de reflejar ese panorama, son capaces de alumbrar un futuro más brillante no es utópico, es aleccionador”.
elpaissemanal@elpais.es

Dejé de usar WhatsApp durante un mes y esto es lo que aprendí

Cuando borras tu perfil te pueden seguir mandando mensajes

Al volver a usarlo logré dejar atrás algunos malos hábitos

En septiembre 900 millones de personas en todo el mundo usaban WhatsApp.
 Casi tantas como personas viven en África. España es el país de Europa en el que más se utiliza.
 Sí, por mucho que los que escribimos de tecnología hablemos de Snapchat, Telegram o Signal, nada le hace sombra ni de lejos a la madre de todas las aplicaciones de mensajería.
WhatsApp nunca me ha gustado demasiado. En parte porque siento que ha corrompido lo que considero que es lo mejor de internet: la capacidad de hacernos volar, de lograr que descubramos un poco mejor la tierra indómita que hay más allá de nuestro barrio
. Cuando comencé a navegar en los 90 me pareció fascinante el mundo que se abría en la pantalla del ordenador
. Entonces estudiaba periodismo y pasaba horas visitando webs tan exóticas como la del Partido Comunista de Estados Unidos, escuchando emisoras de radio en idiomas que no entendía o leyendo a blogueros con los que en alguna ocasión terminé tomando cañas.
Este popularísimo servicio de mensajería y en menor medida Facebook han estrechado para muchos el ángulo de visión de internet.
 Muchas conexiones a la red desde el móvil se producen desde las aplicaciones que abren las puertas a estos dos servicios.
Lo que está potenciando algo que podría llamarse el internet cercano. Aunque esto tiene cosas muy positivas, la intensidad con la que se produce el fenómeno creo que es empobrecedora.
El móvil paradójicamente se convierte en algo que impide a nuestra mente ir un poco más lejos en nuestro día a día.
WhatsApp nació en 2009 como una aplicación para el iPhone que imitaba descaradamente a BlackBerry Messenger, la aplicación que pasó de ser utilizada por ejecutivos a convertirse en el canal de comunicación de los jóvenes que incendiaron Londres durante 2011
Por aquel entonces WhatsApp ya crecía como la espuma. Su éxito se debió en gran medida a que podía usarse prácticamente en cualquier smartphone. Incluso hoy sigue funcionando en algunos antiguos Nokia. Facebook compró hace un par de años WhatsApp. A partir de entonces comenzaron a pasar cosas extrañas. Un mes después de que sus creadores hicieran esa venta multimillonaria se implantó el doble check, que es el equivalente en el mundo de la mensajería instantánea al burofax en el mundo judicial. Cuando los dos iconos azules aparecen en una pantalla comienza una cuenta atrás, invisible pero palpable, para que respondas al mensaje.
Sí, es posible desactivar esa función que viene activada por defecto (ajustes/cuenta/privacidad/confirmaciones de lectura). El problema es que como su uso es mayoritario uno termina siendo un bicho raro si decide que los demás no puedan enterarse si ha leído o no sus mensajes. Así que WhatsApp ha pasado de ser una aplicación que permite enviar mensajes a ser una aplicación que casi te obliga a mandar mensajes. Los grupos también son uno de los principales ganchos para obligarnos a mirar a la pantalla y teclear. Entre otras cosas porque es posible saber quién ha leído los mensajes que enviamos y quién no. La espiral del silencio en estado puro.
Hace unos meses comencé a percibir que algo extraño sucedía con WhatsApp. Varios amigos que no son precisamente fanáticos de la tecnología comenzaron a usarlo cada vez más. Algunos incluso con una intensidad que me sorprendió. En ocasiones tenía la sensación de que sus mensajes no parecían escritos por ellos.
Me encontré con situaciones desagradables: gente que se enfadaba porque no se había enterado de un plan al no mirar a tiempo una cadena de mensajes en un grupo, desencuentros por no responder con la suficiente velocidad a un mensaje y otras miserias similares. WhatsApp parecía estar logrando el perverso efecto de convertir a gente inteligente en personas torpes y suspicaces.
Los usuarios que utilizan compulsivamente la aplicación, y que con frecuencia esperan una respuesta inmediata a sus mensajes, son los que en gran medida están logrando que WhatsApp provoque dolores de cabeza. Realicé una encuesta en Twitter hace unos días preguntando a los que quisieran responder si se sentían atados a WhatsApp. Por supuesto no esperaba que algo así pueda ser representativo, pero a pesar de ello me llamó la atención que la opción que obtuvo una mayoría clara de votos era la que decía que la aplicación era genial.
Además he percibido que WhatsApp está frenando otras formas de comunicación más directas. En ocasiones cuando una conversación de trabajo por WhatsApp amenaza con ser interminable decido llamar por teléfono sin más. En más de una ocasión he comprobado que eso ha dejado completamente fuera de juego a mi interlocutor. Nunca logro explicarme porque alguien que está dialogando conmigo le puede costar tanto hablar en lugar de chatear. Sospecho que se debe en parte a que despersonalizar la comunicación es algo terroríficamente cómodo.
También vi que las relaciones con familiares y amigos en lugar de estrecharse gracias a WhatsApp en ocasiones se diluyen. ¿Qué necesidad hay de quedar si ya hemos dado señales de vida mandando unos cuantos mensajes? Cosas como esta me llevaron a plantearme abandonar WhatsApp.
En mi trabajo de profesor pensé que no tendría demasiada importancia hacer algo así, pues la comunicación importante se produce en persona o por correo electrónico. Aunque en esto, como contaré después, me encontré con alguna sorpresa. El problema es que también escribo sobre tecnología y eso me obliga a comunicarme con gente por toda clase de medios. Entre ellos, por supuesto, está WhatsApp.
Así que la decisión tenía sus riesgos. Al margen del trabajo no tenía ni la más mínima idea de que podría suceder al soltar amarras.
A partir de aquí es cuando abandono la aplicación
Decidí dejar WhatsApp durante un mes.
 Después volvería a darme de alta y seguiría usándolo durante otro mes.
 De lo que sucediese en esos dos meses dependería mi decisión de abandonar definitivamente o seguir usando el servicio. Hace unos días terminé mi experimento.
El cuatro de octubre escribí un mensaje en un grupo avisando a varios amigos de lo que iba a hacer. Luego eliminé mi perfil en WhatsApp y borré la aplicación del teléfono
. Durante los días posteriores también conté varias veces en Twitter y Facebook lo que estaba haciendo.
 También me deshice de la aplicación Telegram, pues es lo más parecido a WhatsApp que existe actualmente.
Durante mi ausencia usé Snapchat una vez, en dos o tres ocasiones Messenger de Facebook, un par de veces los mensajes privados de Twitter y con frecuencia FaceTime, la aplicación de mensajería de Apple que sólo funciona en el iPhone.
Aunque esta siempre la usé para comunicarme con la misma persona.
También recurrí a los sms. A pesar de todo descendió en picado el tiempo que le dediqué a usar mensajería instantánea. Diría que en torno a un 80 o un 90 por ciento.
La primera sorpresa después de mi desconexión vino cuatro días después.
 Un amigo me llamó para preguntarme por qué me había dado de baja. Algo que me dejó bastante K.O. Creí entender que detrás de sus palabras en realidad lo que me estaba preguntando era si me encontraba bien.
La segunda sorpresa no tardó en llegar.
 Un compañero de trabajo me preguntó por qué no respondía a sus mensajes. Eso me desconcertó. ¿Era posible que alguien pudiera seguir mandándome mensajes?
 Pedí a algunos amigos que intentasen comunicarse con mi cuenta fantasma.
Descubrí que cuando borras tu perfil en WhatsApp las personas que alguna vez han chateado contigo te pueden seguir mandando mensajes.
 Aunque ya no aparece tu imagen de avatar en el perfil. Como no hay forma de saber que te has marchado de WhatsApp los que te mandan un mensaje piensan que tienes el teléfono apagado. Así descubrí otra de las formas con las que se fomenta que usemos la aplicación.
Un día me sucedió algo divertido.
 Tuve que retrasar media hora una entrevista y la persona con la que me había citado no tenía encendido el teléfono.
Así que le mandé un sms para decirle que llegaba tarde con la esperanza de que lo leyese. ¡Eché de menos el double check! Cuando nos vimos mi interlocutor me dijo con bastante sinceridad que había visto el mensaje.
 Aunque no había respondido porque no sabía lo que le podía costar mandar un sms.
Aquello me chocó bastante.
Al fin y al cabo enviar sms actualmente es gratis con muchas tarifas de contrato y por lo que he indagado el precio máximo para enviar uno con una tarjeta de prepago es de 18,5 céntimos. Asi que aquella respuesta me pareció muy excéntrica.
 Pero esto me hizo entender que en realidad la primera razón por la que muchos usan WhatsApp es puramente económica.
 ¡Sólo cuesta un euro al año y ahorras mucho dinero en llamadas! La irrupción brutal de WhatsApp en España muy posiblemente ha tenido que ver con la crisis económica.
Durante el tiempo que estuve sin usar el servicio al principio me sentí a ratos aislado.
 Aunque esa sensación fue desapareciendo poco a poco y descubrí sensaciones que había dejado de experimentar.
 En alguno de los viajes que realicé solo eché de menos en alguna ocasión mandar una foto o contar algo por WhatsApp. Pero también descubrí que era liberador ese silencio.
También utilicé más las redes sociales. Lo que me demostró que WhatsApp hacía que dejase de compartir ciertas cosas en público y las compartiese sólo en privado.
 Seguramente por eso una de las cosas que está haciendo Twitter para impulsar su crecimiento es potenciar los mensajes privados.
Cuando ya estaba a punto de terminar mi mes sin WhatsApp un día tuve que volver a darme temporalmente de alta. En la escuela de arte en la que trabajo se había creado un grupo por el que se iban a canalizar algunas informaciones. Como era importante usarlo instalé la app, me agregaron al grupo y volví a marcharme durante unos días borrando la aplicación. Aunque en esta ocasión no di de baja mi cuenta para no salir de ese grupo.
Al volver a usar de nuevo WhatsApp el cuatro de noviembre me percaté de que había dejado atrás algunos malos hábitos. Como el mantener ciertas charlas personales sobre temas importantes que no es buena idea tratar mediante mensajes. Desde mi desconexión he hecho, por una parte, un uso más lúdico, y, por otra, uno más práctico de WhatsApp.
En definitiva, con mi desconexión he descubierto que al margen del trabajo no había ningún problema para abandonar WhatsApp. Cuando la gente sabe que no lo usas puede que en algún caso te pierdas durante unas horas o días alguna noticia.
También puede pasar que algunas personas con las que no mantienes una relación estrecha dejen incluso de comunicarse contigo.
 En el trabajo la cosa es diferente. En mi caso abandonar WhatsApp puede ser un problema serio. Así que seguiré usándolo.
En tecnología nada es eterno.
 Ni los productos ni la forma en la que los usamos. WhatsApp tiene muchas cosas tremendamente positivas.
 La principal, que ha facilitado la comunicación entre las personas con menos recursos económicos. Al fin y al cabo Jan Koum, uno de los fundadores de WhatsApp, era un inmigrante ucraniano que firmó la venta de su participación a Facebook en la puerta del comedor social al que acudía antes de crear este servicio.
A pesar de que este servicio existe desde hace años el proceso de adaptación aún no ha concluido. Es muy probable que tras la borrachera inicial terminemos en el futuro usando la mensajería instantánea de forma un poco más inteligente a cómo lo hacemos hoy.
 Mientras tanto es mejor no perder la cabeza ni olvidar que casi siempre la mejor comunicación es la que se produce cara a cara.