Tengo la gran suerte de que los miles de amigos de mi página de
Facebook son de una calidad extraordinaria: poseen un alto nivel de
tolerancia, de inteligencia, de madurez
. A menudo los hilos de sus
conversaciones son fascinantes; en más de una ocasión, me han servido de
base para algún artículo.
Pero resulta que, incluso en ese colectivo
tan especial, los días posteriores al atentado de París, que es cuando
escribo esto (ya saben que este artículo tarda dos semanas en
imprimirse), hubo unos cuantos comentarios chirriantes.
No muchos, pero
sorprendentes en una página habitualmente tan sosegada.
Como es natural, tengo el ánimo aterido desde el infierno de París
Me refiero a violentos exabruptos contra todos los musulmanes, insultos a los supuestos
progres
necios que según ellos serían los culpables de todo y, por supuesto, a
la repetitiva cantinela de “nunca hemos visto a los árabes criticar
estos atentados”.
Lo cierto es que tanto con
Charlie Hebdo como
ahora ha habido manifestaciones de musulmanes y condenas de imanes,
pero, ya se sabe, sólo vemos aquello que estamos dispuestos a ver.
Pero
esto no fue todo; también hubo comentarios crispados desde el otro lado,
es decir, ardientes partidarios de las teorías conspirativas que, en
diversos grados de creciente paranoia, llegaban a decir que estos
atentados los han cometido Israel y la CIA.
Como es natural, tengo el ánimo aterido desde el infierno de París.
Bueno, a decir verdad ya me sentía acongojada desde mucho antes; desde
los presos quemados vivos en las jaulas, desde los rehenes degollados,
desde el avance brutal de estos monstruos arcaicos del terror y del
sadismo que conforman el ISIS.
Es una angustia que va creciendo poco a
poco, como un huevo de serpiente anidado en la tripa; un día eclosionará
y nos acabará devorando desde dentro.
El 9 de noviembre supimos que
estos bárbaros habían asesinado a 200 niños sirios.
Tengo grabada la
imagen de esa larga fila de pequeños tumbados boca abajo, críos de seis o
siete años; y los yihadistas disparándolos.
Cierto, hicimos mucho menos
caso a esa matanza atroz que a las muertes de París. El ISIS lleva
mucho tiempo masacrando a miles de musulmanes, y ni siquiera somos
capaces de recordar las carnicerías más llamativas.
París, en cambio,
nos ha roto el corazón. Es lógico: nos sentimos directamente atacados.
Nuestra reacción es comprensible y humana, aunque no deja de ser
lamentable que seamos así, es decir, que tengamos tanta facilidad para
desdeñar el horror que sufren los vecinos.
Pero, en cualquier caso,
conviene no olvidar que el ISIS ha asesinado a muchos más musulmanes que
occidentales. Son los enemigos de todos, o deberían serlo.
Lo malo es que la furia, la pena y la angustia que nos ha provocado el 13-N nos empujan a buscar certezas a las que aferrarnos
Lo malo es que la furia, la pena y la angustia que nos ha provocado
el 13-N nos empujan a buscar certezas a las que aferrarnos.
El miedo
siempre aconseja mal, porque anhela el consuelo de lo simple y lo
indudable.
Pero, por desgracia, la situación que vivimos es
extremadamente compleja. ¿Que Occidente ha armado e intentado utilizar a
los grupos rebeldes de la zona para su propio beneficio? Por supuesto.
¿Que los países árabes son casi todos antidemocráticos y a menudo
terribles? También. ¿Que la mayoría de los musulmanes, incluso los
retrógrados, están en contra de estas matanzas? No me cabe la menor
duda; y además, como he dicho antes, son las primeras víctimas. ¿Que hay
un islam minoritario pero sustancial de talante progresista?
Desde
luego, y hay que apoyarlo. ¿Que si se encona el enfrentamiento
Oriente-Occidente la mayoría retrógrada puede terminar lanzándose en
brazos del yihadismo?
Pues sí. Ése es el riesgo. Y sería una guerra de
dimensiones inimaginables.
Creo que el reto que afrontamos hoy es el más lleno de recovecos y
contradicciones que he visto en toda mi vida. Por un lado, el ISIS ocupa
ya un territorio mayor que Reino Unido y desde luego no lo vamos a
parar con velas de colores.
Por otro, el propio Tony Blair admitió que
la guerra de Irak fomentó el yihadismo. ¿Cómo usar la fuerza, que será
necesaria? ¿Cómo conseguir que eso no se convierta en una catástrofe?
¿Cómo fomentar una política paralela que apoye el desarrollo del islam
moderado? ¿Cómo reducir la corrupción y la injusticia de nuestra
sociedad, que empujan a los jóvenes desorientados hacia la engañosa
pureza épica de la guerra santa? ¿Y cómo defender mejor nuestra
civilización occidental, hipócrita y miserable, pero, aun así, tan
valiosa? “Si crees que entiendes la mecánica cuántica, es que no la
entiendes”, dijo el físico y premio Nobel Richard Feynman.
El mundo de
hoy es como la mecánica cuántica; simplificarlo burdamente en uno u otro
sentido, desde la furia ciega contra el islam a las conspiraciones del
malvado Occidente, es encaminarnos al desastre. O conseguimos encontrar
el camino entre todos los matices del gris o será un infierno.
@BrunaHusky
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