Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

5 dic 2015

Amor y odio............................................................ David Oelhoffen

La culpa, en primer lugar, la tenía su belleza. Sus luces de amanecer avistadas al cruzar el Sena al final de una noche de borrachera.

Terraza de un café, retratada durante el ocaso.
Terraza de un café, retratada durante el ocaso. / Diego Sánchez / Borja Larrondo

He odiado París.
 Sus taxistas reaccionarios, los camareros huraños en sus cafés, su aire contaminado, sus caniches remolcando burguesas en los barrios del oeste de París.
He odiado los Champs-Élysées, la avenida más vulgar del mundo.
 Me crie en los Pirineos franceses, llegué a los 20 años con zuecos embarrados y lleno de ira contra el mundo y la Ciudad de la Luz.
 Pero quería hacer cine. Y el cine era París. ¡París! Viví primero en el 14º arrondissement, cerca de la Gare Montparnasse, la estación que lleva hacia el suroeste.
 Cerca de la salida.
 Luego poco a poco, sin admitirlo, he odiado un poquito menos esta ciudad.
La culpa, en primer lugar, la tenía su belleza.
 Sus luces de amanecer avistadas al cruzar el Sena al final de una noche de borrachera
. Sus techos de zinc. Sus entradas de metro. Montparnasse. El Museo Bourdelle. Modigliani.
 Un poco más lejos los innumerables cines del Barrio Latino
. Luego me alejé de Montparnasse, abandoné el proyecto de volver al sur con fortuna hecha.
 No habría ni fortuna ni regreso. Dejé de hacer proyectos.
 Solté las amarras. Crucé el Sena para siempre.
 Me instalé en la parte superior de la Goutte d’Or, el barrio africano. Rive droite.
 Y empecé a amar esta ciudad.
 Un poco. Sin admitirlo.
Crucé el bulevar Barbès hacia el oeste, para ir a Pigalle.
 Entre sex shops y tiendas de guitarra.
Y allí, como en todas partes de París, había historia en cada esquina, aquí la casa de André Breton, aquí el taller de Toulouse-Lautrec, Van Gogh, Pissarro.
 Allá, la casa descrita en La Petite Bijou, de Modiano.
 Un poco más allá, la Place de Clichy, sus cines, la brasserie Wepler, donde fui a releer el principio del Voyage au bout de la nuit, que empieza en este lugar. ¡Qué cabrón este Céline, y qué escritor!
 Y empecé a amar esta ciudad.
 Seguí amando sus luces al amanecer y el color de sus techos de zinc, pero sobre todo, lo que más me conmovió fue su esencia, su ambiente, su tolerancia.
 Me gustaba andar anónimo entre la multitud. Me sentía bien. En mi casa.
Yo, que siento que no soy de ninguna parte. Dividido entre varias identidades.Sin religión alguna.
París no te juzga. De Pigalle, subí a Montmartre, Picasso, Van Gogh, pisos amueblados, varios hoteles a discreción de las tormentas de la vida
. Empecé a amar esta ciudad, mucho, empecé a rendirme, mis hijos nacieron aquí, crecieron aquí.
 Se esfumó mi odio por los Champs-Élysées y los caniches.
 Finalmente me mudé al 10º arrondissement, impulsado por las rentas caras de Montmartre
. No muy lejos del canal Saint-Martin. “Atmosphère, atmosphère, est-ce que j’ai une gueule d’atmosphère ?” (ambiente, ambiente, ¿es que tengo una resaca de ambiente?), decía Arletty en Hôtel du Nord.
 Me gustaba tanto París que me reconcilié con mis orígenes, ya que París no los disuelve
. No categoriza.
 Me enamoré de esta ciudad
. Es mi ciudad. La ciudad de millones de personas, quienes como yo van elaborando sus trayectorias anónimas y efímeras en este hormiguero, independientemente de su país de origen, de su lengua, de su religión.
Me encanta esta ciudad.
 Siempre me ha gustado esta ciudad. ¿Cómo es posible no amarla?
 Hay que ser gilipollas para no amarla. Su canal, cerca de la Place de la République. Sus cafés.
 Sus terrazas.
 Sus teatros, museos, salas de conciertos a las que estoy orgulloso de que mis hijos vayan.
 Me encanta esta ciudad tanto como los asesinos la odian.
 La amo con un amor ahora lleno del dolor de cientos de familias. En el momento en que escribo estas líneas irrisorias, el sonido de las sirenas aún resuena
. Las lágrimas siguen fluyendo. Mujeres y hombres fueron asesinados, heridos, por ser parisienses, por las exactas razones que me hacen – nos hacen– amar esta ciudad, esta vida, este país.
 Muertes crueles, inútiles, absurdas. Abigarrada ciudad, cosmopolita, festiva, llena de historia y de mierda de perro.
 Llena de vida. De miedo. De amor.
elpaissemanal@elpais.es

 

4 dic 2015

La Guerra Fría sin histeria...................................................... Carlos Boyero

Que el ya anciano Spielberg no renuncie a su amada vocación. El cine todavía le necesita.

Fotograma de la película

Es tan profesional el rey Midas que a sus sesenta y tantos años, disponiendo de una fortuna incalculable, el justificado prestigio de ser uno de los nombres capitales de la industria del cine desde que logró en su obra maestra Tiburón que ningún espectador sensato volviera a bañarse en el mar después de oscurecer, y de una libertad creativa que le permite desde que era muy joven hacer las carísimas y rentables películas que le da la gana, aun se siente en la responsabilidad de recorrer el mundo promocionando a sus últimas criaturas.
 Y, evidentemente, actividad tan fatigosa no figura en su contrato, ya que él dirige y se produce (y se nota esa doble faceta, muchas veces para mal, el artista puede deslumbrar frecuentemente pero el financiero casi nunca se olvida de realizar finales al gusto de la taquilla masiva, edulcorando y lanzando mensajes positivos, recurriendo a lo fácil cuando antes ha hecho lo difícil), pero esa continua preocupación por la publicidad logra que su cine se convierta en un acontecimiento antes de que se estrene.

EL PUENTE DE LOS ESPÍAS

Dirección: Steven Spielberg.
Intérpretes: Tom Hanks, Mark Rylance, Alan Alda.
Género: drama histórico. EE UU, 2015. Duración: 141 minutos.
Consecuentemente, todo el mundo ha oído hablar ya de El puente de los espías.
 Lo que no saben es que se van a encontrar con una muy rara película de espionaje.
 El guion viene firmado por los hermanos Ethan y Joel Coen, pero es muy difícil que alguien lo adivinara si no ha visto los títulos de crédito.
Tampoco posee las características del género: negrura, acción continua, turbiedad moral, sangre, venganza, villanos complejos.
 Ni adopta la invariable postura moral del viejo cine estadounidense en la época de la Guerra Fría describiendo a los espías norteamericanos como ángeles y a los rusos como satánicos.
Algo de lo que también prescinden las mejores películas de espionaje de la última década, las espléndidas, complejas, descreídas y trágicas El buen pastor, El topo y Munich, de Spielberg.
En El puente de los espías esa profesión la ejerce gente que cree servir a aquello en lo que cree, que hace lo que tiene que hacer.
 Todos con pavor ante una futura guerra nuclear, intentando poseer más información que el rival, pactando, intercambiando prisioneros, ateniéndose a las reglas de un juego tan turbio y letal.
Y en medio de movida tan peligrosa, aparece un hombre muy normal, nada épico, con apariencia de persona de orden, pero con una desarmante firmeza moral, con una determinación y un sentido de la justicia admirables.
 Es un abogado correoso, ciudadano modélico, buen padre y esposo, al que el departamento de Estado le exige la defensa judicial, para guardar las formas, de un espía ruso cuya sentencia está firmada antes del juicio.
 Spielberg cuenta muy bien la historia de este hombre bueno y la empatía que se establece entre él y su defendido, exponiéndose a la ira pública contra un norteamericano que defiende a un comunista
. Y le seguirán requiriendo como mediador en los intercambios de espías en ese gélido Berlín en el que acaban de levantar el infame Muro.
 Y la sensatez puede ser mucho más eficaz que los prejuicios.
El arranque y el final de esta película son un ejercicio de gran cine, de saber contar, de crear clima, por parte de un director que domina cualquier género. ¿Y quién podría otorgar veracidad y humanidad absolutas a ese señor tan normal? Pues Tom Hanks.
 Y en el viejo cine, hubiera sido James Stewart. Tal vez el metraje de El puente de los espías esté ligeramente alargado, pero es una buena película.
 Y que el ya anciano Spielberg no renuncie a su amada vocación.
 El cine todavía le necesita.

 

Libros Lectura, librerías, un mundo de Novela.

Sobre un mundo inexistente

"Sostiene Markus Gabriel que el mundo no existe, pero sí todo lo demás.
 Lo que niega es la existencia de un todo que debería incluirse a sí mismo
. Hay pues un sujeto que percibe una realidad poblada de objetos y hechos que no constituyen una unidad interrelacionada.
También existe otro tipo de entidades en un sentido diferente a como puedan existir una mesa o el propio Markus Gabriel. Por ejemplo, los personajes literarios e incluso los meramente imaginados como “duendes, brujas o armas de destrucción masiva en Luxemburgo”
. Es decir, “existe todo lo que no existe”. ¿Provocación? No.
Más bien una invitación a pensar en tiempos en los que parece un lujo prescindible.
 Gabriel es un filósofo alemán nacido en 1980, catedrático de la Universidad de Bonn apenas cumplidos los 28 años. Está de moda en su país, tal vez porque su último libro, que ahora aparece en castellano, ha sido éxito de ventas". Por FRANCESC ARROYO




“¡Recordad a María Antonieta!”

"Un conocido multimillonario invita a cenar a algunos colegas de riqueza y a algunos intelectuales del sistema, aparentemente preocupados por el crecimiento exponencial de la desigualdad.
 Durante la reunión, varios de los “plutócratas” presentes evocan a María Antonieta (mujer del rey francés Luis XVI, juzgada, condenada por traición y guillotinada) y se recuerdan mutuamente los peligros de que las desigualdades aumenten hasta el exceso al que han llegado.
 “Recordad la guillotina’ se convirtió en el lema de la noche”. ¿Anécdota contada por algún indignado de extrema izquierda, testigo de cargo? ¿Lenguaje el de los plutócratas utilizado por algún marxista desclasado nostálgico de los métodos de Robespierre? No. Está en las páginas iniciales del último libro de un premio Nobel de Economía, galardonado por el Banco de Suecia, asesor económico de presidentes de EE UU, economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial, columnista estrella de los principales periódicos del mundo: el norteamericano Joseph E. Stiglitz". Por JOAQUÍN ESTEFANÍA





Sigues queriendo leer?

Este libro nos acaricia

"Ningún título más apropiado para esta novela, Suave caricia, porque eso es lo que siente el lector cuando la lee
. ­William Boyd cuenta en ella la historia personal de Amory Clay, nacida al comienzo del siglo XX en una familia compuesta por el padre, un modesto autor teatral y hombre de letras que, tras la Primera Guerra Mundial, queda seriamente afectado y alejado de la familia; la madre, una mujer tradicional y de carácter, y los hermanos de Amory, Elizabeth y Xan.
 A diferencia de su hermana Elizabeth, que recibe estudios superiores de música, Amory, una vez que abandona el colegio, debe buscarse la vida y a ello la ayudará su tío Greville, un reputado fotógrafo de sociedad que le regala una cámara y la introduce en la revista BeauMonde". Por JOSÉ MARÍA GUELBENZU