Cuántas veces no hemos dicho todos, en medio de una discusión: “Ojalá
tuviera grabada aquella conversación para demostrarte que esas fueron
tus palabras, o que dije lo que te digo que dije”.
A veces ni siquiera se trata de conversaciones lejanas en el tiempo, sino que tuvieron lugar ayer, y aun hoy mismo. “No he dicho eso”, protestamos.
“Sí que lo has dicho”, nos desmienten, y desearíamos tener una cinta que probara nuestra veracidad o la capacidad de tergiversación de nuestro interlocutor.
Bien, hasta cierto punto ese anhelo se cumple hoy en día.
No en los diálogos privados, por lo general, pero sí en lo que es público: nunca ha habido tantos registros y archivos –no ya auditivos, sino a menudo visuales– de lo dicho y de lo sucedido, de lo afirmado y negado, de lo defendido y atacado, de las promesas y de los “nunca” anunciados. Nunca las matemáticas han sido más irrefutables, nunca ha habido semejante acopio de datos, cómputos, cifras y porcentajes. En suma, nunca las cosas han sido más demostrables que ahora y a los embusteros les ha resultado más difícil sostener sus mentiras y falsedades.
Por eso es tan curioso y llamativo que, al mismo tiempo, vivamos la época de mayor y más estupefaciente negación de la realidad
. Es como si casi todo el mundo hubiera abrazado el comportamiento que se recomendaba a los adúlteros pillados in fraganti:
“Da lo mismo que tu mujer te encuentre en el dormitorio en plena faena con una amante; a ésta le dices que se vista y se vaya a toda velocidad, y, una vez que haya desaparecido de la escena, podrás siempre negar que jamás haya estado ahí; podrás argüir que todo ha sido una alucinación de tu mujer”. Como saben los más osados, es algo que, inverosímilmente, en ocasiones ha funcionado, por lo menos en novelas y películas.
¿Qué se puede hacer ante eso, cuando la tendencia actual es que nadie reconozca nada y las evidencias se nieguen con desparpajo?
Lo hemos visto tras las elecciones catalanas, que sus organizadores presentaron como “plebiscitarias” sobre la independencia de su país. Fue patente que, si bien en escaños (método injusto y dudoso donde los haya), los partidos secesionistas ganaban por mayoría absoluta, en votos perdían con un 47% aproximado contra un 52% aproximado.
Sin embargo los señores Mas, Junqueras, Romeva, Forcadell y luego Baños proclamaron su victoria, y se han hartado de repetir la siguiente falacia:
“Hemos recibido un mandato claro y democrático” para la “desconexión” de España. Si algo no era ese mandato es “claro”. Si algo no era ese mandato es “democrático”.
En concreto, el cazurro señor Baños, que había anunciado que si no había una sólida mayoría en votos
no se podría iniciar la separación, demostró ser un mentiroso del
calibre de Rajoy nada más verse como árbitro de la situación y con
injustificado y desmesurado poder: han sido él y sus correligionarios de
la CUP quienes han metido al resto de parlamentarios toda la prisa del
mundo para hacer efectiva una declaración de independencia ilegítima y
antidemocrática.
Para una cuestión tan trascendente y grave como la escisión de un territorio que lleva quinientos años unido al resto de España, se han falseado las matemáticas, se las ha negado.
Es como si la Liga la ganara el Barcelona con 90 puntos, el Madrid tuviera 88, y este segundo club proclamara que es “claro” que el vencedor ha sido él, pues ha decidido, por ejemplo, contar los tiros a los palos como goles y de ese modo ha ganado más partidos y más puntos. Es obvio que nadie haría caso al Madrid.
Cataluña, en cambio, está siendo secuestrada por un grupo de dirigentes cínicos, dispuestos a saltarse todas las reglas y a imponer su voluntad al conjunto de sus ciudadanos.
Lo que es una actitud autoritaria y tramposa, si es que no totalitaria, tienen además la cara dura de presentarla como “impecablemente democrática”.
Pero no son sólo ellos, en modo alguno: se ha visto a una Esperanza Aguirre fuera de sí gritar y repetir:
“No estuvimos, no estuvimos, no estuvimos” … en la Guerra de Irak. Después de la jactanciosa foto de Aznar en las Azores, de la bochornosa ovación de los diputados del PP en el Congreso cuando aprobaron participar en esa guerra, de que hubiera allí soldados españoles y españoles muertos allí. Convergència actúa como si Pujol y su familia fueran meros “conocimientos del taller”, y no tuviera nada que ver con el caso Palau ni con el 3%. El PP, como si Bárcenas, y los de la trama Gürtel, y los de la Púnica, y los incontables políticos corruptos de las Comunidades de Valencia y Madrid, y Fabra de Castellón, y Matas de Mallorca, y tantos otros, fueran “infiltrados” que se hubieran nombrado o contratado a sí mismos sin que nadie interviniera.ç
Hasta el motorista Valentino Rossi niega que diera una patadita en plena carrera a un rival y lo derribara con riesgo para su vida
. Lo niega mientras las televisiones pasan una y otra vez imágenes del episodio, de lo más elocuentes. ¿Se puede hacer algo en un mundo en el que contamos con grabaciones, con sonido e imágenes, con máquinas calculadoras más fiables que nunca, y todo ello se refuta con desfachatez?
¿Estamos adormilados, hipnotizados o simplemente idiotizados para creer más a los distorsionadores que a nuestros ojos y oídos, y aun que a la aritmética? Si es así, rindámonos.
elpaissemanal@elpais.es
A veces ni siquiera se trata de conversaciones lejanas en el tiempo, sino que tuvieron lugar ayer, y aun hoy mismo. “No he dicho eso”, protestamos.
“Sí que lo has dicho”, nos desmienten, y desearíamos tener una cinta que probara nuestra veracidad o la capacidad de tergiversación de nuestro interlocutor.
Bien, hasta cierto punto ese anhelo se cumple hoy en día.
No en los diálogos privados, por lo general, pero sí en lo que es público: nunca ha habido tantos registros y archivos –no ya auditivos, sino a menudo visuales– de lo dicho y de lo sucedido, de lo afirmado y negado, de lo defendido y atacado, de las promesas y de los “nunca” anunciados. Nunca las matemáticas han sido más irrefutables, nunca ha habido semejante acopio de datos, cómputos, cifras y porcentajes. En suma, nunca las cosas han sido más demostrables que ahora y a los embusteros les ha resultado más difícil sostener sus mentiras y falsedades.
Por eso es tan curioso y llamativo que, al mismo tiempo, vivamos la época de mayor y más estupefaciente negación de la realidad
. Es como si casi todo el mundo hubiera abrazado el comportamiento que se recomendaba a los adúlteros pillados in fraganti:
“Da lo mismo que tu mujer te encuentre en el dormitorio en plena faena con una amante; a ésta le dices que se vista y se vaya a toda velocidad, y, una vez que haya desaparecido de la escena, podrás siempre negar que jamás haya estado ahí; podrás argüir que todo ha sido una alucinación de tu mujer”. Como saben los más osados, es algo que, inverosímilmente, en ocasiones ha funcionado, por lo menos en novelas y películas.
¿Qué se puede hacer ante eso, cuando la tendencia actual es que nadie reconozca nada y las evidencias se nieguen con desparpajo?
Lo hemos visto tras las elecciones catalanas, que sus organizadores presentaron como “plebiscitarias” sobre la independencia de su país. Fue patente que, si bien en escaños (método injusto y dudoso donde los haya), los partidos secesionistas ganaban por mayoría absoluta, en votos perdían con un 47% aproximado contra un 52% aproximado.
Sin embargo los señores Mas, Junqueras, Romeva, Forcadell y luego Baños proclamaron su victoria, y se han hartado de repetir la siguiente falacia:
“Hemos recibido un mandato claro y democrático” para la “desconexión” de España. Si algo no era ese mandato es “claro”. Si algo no era ese mandato es “democrático”.
Para una cuestión tan trascendente como la escisión de un territorio que lleva quinientos años unido al resto de España, se han falseado las matemáticas
Para una cuestión tan trascendente y grave como la escisión de un territorio que lleva quinientos años unido al resto de España, se han falseado las matemáticas, se las ha negado.
Es como si la Liga la ganara el Barcelona con 90 puntos, el Madrid tuviera 88, y este segundo club proclamara que es “claro” que el vencedor ha sido él, pues ha decidido, por ejemplo, contar los tiros a los palos como goles y de ese modo ha ganado más partidos y más puntos. Es obvio que nadie haría caso al Madrid.
Cataluña, en cambio, está siendo secuestrada por un grupo de dirigentes cínicos, dispuestos a saltarse todas las reglas y a imponer su voluntad al conjunto de sus ciudadanos.
Lo que es una actitud autoritaria y tramposa, si es que no totalitaria, tienen además la cara dura de presentarla como “impecablemente democrática”.
Pero no son sólo ellos, en modo alguno: se ha visto a una Esperanza Aguirre fuera de sí gritar y repetir:
“No estuvimos, no estuvimos, no estuvimos” … en la Guerra de Irak. Después de la jactanciosa foto de Aznar en las Azores, de la bochornosa ovación de los diputados del PP en el Congreso cuando aprobaron participar en esa guerra, de que hubiera allí soldados españoles y españoles muertos allí. Convergència actúa como si Pujol y su familia fueran meros “conocimientos del taller”, y no tuviera nada que ver con el caso Palau ni con el 3%. El PP, como si Bárcenas, y los de la trama Gürtel, y los de la Púnica, y los incontables políticos corruptos de las Comunidades de Valencia y Madrid, y Fabra de Castellón, y Matas de Mallorca, y tantos otros, fueran “infiltrados” que se hubieran nombrado o contratado a sí mismos sin que nadie interviniera.ç
Hasta el motorista Valentino Rossi niega que diera una patadita en plena carrera a un rival y lo derribara con riesgo para su vida
. Lo niega mientras las televisiones pasan una y otra vez imágenes del episodio, de lo más elocuentes. ¿Se puede hacer algo en un mundo en el que contamos con grabaciones, con sonido e imágenes, con máquinas calculadoras más fiables que nunca, y todo ello se refuta con desfachatez?
¿Estamos adormilados, hipnotizados o simplemente idiotizados para creer más a los distorsionadores que a nuestros ojos y oídos, y aun que a la aritmética? Si es así, rindámonos.
elpaissemanal@elpais.es