26 oct 2015
Comprad, malditos.......................................................................................... Patricia Soley-Beltran
¿Cómo lograr que la apertura de unos grandes almacenes sea noticia en medios de comunicación no especializados en moda?
¿Cómo lograr que la apertura de unos grandes almacenes sea noticia en
medios de comunicación no especializados en moda?
Conjunte una campaña de comunicación con consumidores dispuestos a colaborar desinteresadamente, haciendo cola y pagando ellos.
Tal es el hechizo de la mercancía.
Y es que ha llovido mucho desde que en 1822 se abrieran en París las primeras galerías, poco más que pasajes cubiertos para interesar a los paseantes en las tiendas de novedades
. Pronto, en 1830 también en París, se inauguraron los primeros grandes almacenes, una variopinta amalgama de puestos de ropa unidos para atraer clientela.
Aunque la indumentaria siguió siendo el producto principal, la gama se amplió a útiles de cocina, muebles y juguetes.
Según el historiador del consumo Peter Stearns, los grandes almacenes y las Exposiciones Internacionales intensificaron el consumismo que se expandía por Europa, Estados Unidos y Rusia desde mediados del siglo XIX en adelante.
Crearon un ensueño de lujo material que, gracias a la profusión y la cantidad de objetos, captó las aspiraciones y las fantasías de la población urbana.
A diferencia de las tiendas tradicionales en las que se socializaba, en estos palacios del consumo los empleados tenían instrucciones de inducir a la compra sin familiaridades.
A pesar del ambiente anónimo, o quizá gracias a ello, ver escaparates y admirar objetos brillantes, perfectos, idénticos, alineados con precisión mecánica, se convirtió en una actividad recreativa
. Un paseo gratuito por un mundo utópico donde, como señaló el filósofo Walter Benjamin, el universo adquirió el carácter de producto.
Se dan los primeros casos de cleptomanía.
Del famoso "faltan X días para Navidad" de Selfridges al apremiante cronómetro virtual regido por los horarios de apertura, hoy incluso el tiempo late para la compra.
Los templos del shopping amplían su abanico clientelar a poderes adquisitivos diversos.
El éxtasis producido por un hermoso bolso, unos trajes a medida o una novedad asequible, tienta hasta el punto de arriesgar principios, reputación o unos sufridos euros
. Un paraíso a nuestro alcance
. Sabemos que es fugaz pero, ¿quién se atreve a tirar la primera prenda?
También sabemos que, demasiado a menudo, nuestras compras contribuyen a amasar unas pocas y glamurosas fortunas a costa de mantener a millones de personas en condiciones de esclavitud. ¿Podemos permitirnos ese lujo? NO.
Los propios almacenes-marca dedican páginas enteras a lavar su ropa y a informar sobre sus códigos éticos y ecológicos.
La resistencia es fértil. Quiero creer.
Conjunte una campaña de comunicación con consumidores dispuestos a colaborar desinteresadamente, haciendo cola y pagando ellos.
Tal es el hechizo de la mercancía.
Y es que ha llovido mucho desde que en 1822 se abrieran en París las primeras galerías, poco más que pasajes cubiertos para interesar a los paseantes en las tiendas de novedades
. Pronto, en 1830 también en París, se inauguraron los primeros grandes almacenes, una variopinta amalgama de puestos de ropa unidos para atraer clientela.
Aunque la indumentaria siguió siendo el producto principal, la gama se amplió a útiles de cocina, muebles y juguetes.
Según el historiador del consumo Peter Stearns, los grandes almacenes y las Exposiciones Internacionales intensificaron el consumismo que se expandía por Europa, Estados Unidos y Rusia desde mediados del siglo XIX en adelante.
Crearon un ensueño de lujo material que, gracias a la profusión y la cantidad de objetos, captó las aspiraciones y las fantasías de la población urbana.
A diferencia de las tiendas tradicionales en las que se socializaba, en estos palacios del consumo los empleados tenían instrucciones de inducir a la compra sin familiaridades.
A pesar del ambiente anónimo, o quizá gracias a ello, ver escaparates y admirar objetos brillantes, perfectos, idénticos, alineados con precisión mecánica, se convirtió en una actividad recreativa
. Un paseo gratuito por un mundo utópico donde, como señaló el filósofo Walter Benjamin, el universo adquirió el carácter de producto.
Se dan los primeros casos de cleptomanía.
Del famoso "faltan X días para Navidad" de Selfridges al apremiante cronómetro virtual regido por los horarios de apertura, hoy incluso el tiempo late para la compra.
Los templos del shopping amplían su abanico clientelar a poderes adquisitivos diversos.
El éxtasis producido por un hermoso bolso, unos trajes a medida o una novedad asequible, tienta hasta el punto de arriesgar principios, reputación o unos sufridos euros
. Un paraíso a nuestro alcance
. Sabemos que es fugaz pero, ¿quién se atreve a tirar la primera prenda?
También sabemos que, demasiado a menudo, nuestras compras contribuyen a amasar unas pocas y glamurosas fortunas a costa de mantener a millones de personas en condiciones de esclavitud. ¿Podemos permitirnos ese lujo? NO.
Los propios almacenes-marca dedican páginas enteras a lavar su ropa y a informar sobre sus códigos éticos y ecológicos.
La resistencia es fértil. Quiero creer.
El fiscal rebaja la petición de pena para Muñoz por desviar dinero de Marbella.......................... Esperanza Codina
Anticorrupción también reduce sustancialmente su solicitud para José María del Nido.
La Fiscalía Anticorrupción ha rebajado sustancialmente su petición de pena para el exalcalde de Marbella Julián Muñoz y para el que fue su mano derecha en este Ayuntamiento, José María del Nido, en el caso Fergocon,
centrado en la supuesta contratación ilícita de obras en 2001 y 2002
. Los dos están en prisión y se enfrentaban inicialmente a 11 años de cárcel.
El ministerio público, tras la vista oral, ha solicitado tres años y seis meses de reclusión para el exregidor y dos años y tres meses para el expresidente del Sevilla CF.
En sus conclusiones finales, Anticorrupción ha tenido en cuenta las dilaciones indebidas que se han producido, ya que el procedimiento se inició en 2003 y se ha juzgado en 2015.
En cuanto al abogado sevillano, también ha valorado que esté reparando el daño económico que causó a las arcas municipales de Marbella, circunstancia que se aplica igualmente a su hermano Óscar, que se expone a una reclamación de condena similar.
La fiscalía ha retirado los cargos para el tercer hermano Del Nido que se sentaba en el banquillo de la Audiencia de Málaga por estos hechos.
La rebaja también se sustenta en la eliminación del delito de fraude señalado inicialmente. Anticorrupción cree que estos tres acusados han sido autores de un delito de malversación en concurso con falsedad en documento oficial. Muñoz y José María del Nido están acusados, además, por prevaricación.
La responsabilidad civil en este caso (perjuicio para las cuentas públicas) asciende a 1,45 millones de euros.
El juicio del caso Fergocon arrancó a principios de septiembre y este lunes ha llegado a su recta final. Las primeras sesiones sirvieron para comprobar el deteriorado aspecto físico que presenta Julián Muñoz, que padece varias patologías y está intentando, de momento sin éxito, seguir cumpliendo condena en tercer grado.
El juez de Vigilancia Penitenciaria de Málaga le concedió el régimen de semilibertad a principios de agosto por enfermedad "grave e incurable", aunque la Audiencia revocó esta decisión unas semanas más tarde porque entendía que su estado "no es en absoluto terminal".
El exalcalde fue eximido por la Sección Octava, que enjuicia los hechos, de asistir a todas las sesiones de la vista oral tras pedirlo el propio afectado, que afirmó que no tenía fuerzas para aguantar los traslados desde el penal de Alhaurín de la Torre a la sala de vista.
Muñoz sí ha estado presente esta mañana en la lectura de las conclusiones de todas las partes. Previsiblemente, no volverá hasta que el juicio quede visto para sentencia y pueda hacer uso, si lo desea, de su derecho a la última palabra.
Anticorrupción afirma que Muñoz y los dos hermanos Del Nido se "concertaron" a finales de 2000 para obtener dinero público de Marbella de forma ilícita mediante la aparente ejecución de obras y servicios por parte de la empresa Fergocon.
La adjudicación de los trabajos fue "directa y verbal", sin contrato, publicidad ni concurrencia. Según la fiscalía, la sociedad emitió entre mayo de 2001 y diciembre de 2002 un total de 502 facturas (el fiscal las tacha de "mendaces") por un importe de cinco millones de euros.
El supuesto perjuicio al erario público se eleva a 1,45 millones de euros.
José María del Nido reconoció durante su declaración ante el tribunal "unos sobrecostes" de entre el 10% y el 15% en las cantidades que Fergocon facturaba al Ayuntamiento por unos trabajos que, en realidad, no existieron.
Admitió que gracias a este sistema cobró entre 100.000 y 150.000 euros de forma fraudulenta.
Según su versión, su hermano le daba un sobre con la cantidad consignada ilegalmente, que él dividía en tres partes: una para él, otra para la empresa y otra para el alcalde de turno.
En 2001 era el fallecido Jesús Gil y en 2002, Julián Muñoz.
Este, por su parte, negó que hubiera recibido dinero ilícito por este mecanismo, aunque a lo largo de esta vista ha pedido perdón por primera vez a Marbella por los delitos que ha cometido.
El juicio del caso Fergocon continuará mañana con la fase de informes.
. Los dos están en prisión y se enfrentaban inicialmente a 11 años de cárcel.
El ministerio público, tras la vista oral, ha solicitado tres años y seis meses de reclusión para el exregidor y dos años y tres meses para el expresidente del Sevilla CF.
En sus conclusiones finales, Anticorrupción ha tenido en cuenta las dilaciones indebidas que se han producido, ya que el procedimiento se inició en 2003 y se ha juzgado en 2015.
En cuanto al abogado sevillano, también ha valorado que esté reparando el daño económico que causó a las arcas municipales de Marbella, circunstancia que se aplica igualmente a su hermano Óscar, que se expone a una reclamación de condena similar.
La fiscalía ha retirado los cargos para el tercer hermano Del Nido que se sentaba en el banquillo de la Audiencia de Málaga por estos hechos.
La rebaja también se sustenta en la eliminación del delito de fraude señalado inicialmente. Anticorrupción cree que estos tres acusados han sido autores de un delito de malversación en concurso con falsedad en documento oficial. Muñoz y José María del Nido están acusados, además, por prevaricación.
La responsabilidad civil en este caso (perjuicio para las cuentas públicas) asciende a 1,45 millones de euros.
El juicio del caso Fergocon arrancó a principios de septiembre y este lunes ha llegado a su recta final. Las primeras sesiones sirvieron para comprobar el deteriorado aspecto físico que presenta Julián Muñoz, que padece varias patologías y está intentando, de momento sin éxito, seguir cumpliendo condena en tercer grado.
El juez de Vigilancia Penitenciaria de Málaga le concedió el régimen de semilibertad a principios de agosto por enfermedad "grave e incurable", aunque la Audiencia revocó esta decisión unas semanas más tarde porque entendía que su estado "no es en absoluto terminal".
El exalcalde fue eximido por la Sección Octava, que enjuicia los hechos, de asistir a todas las sesiones de la vista oral tras pedirlo el propio afectado, que afirmó que no tenía fuerzas para aguantar los traslados desde el penal de Alhaurín de la Torre a la sala de vista.
Muñoz sí ha estado presente esta mañana en la lectura de las conclusiones de todas las partes. Previsiblemente, no volverá hasta que el juicio quede visto para sentencia y pueda hacer uso, si lo desea, de su derecho a la última palabra.
Anticorrupción afirma que Muñoz y los dos hermanos Del Nido se "concertaron" a finales de 2000 para obtener dinero público de Marbella de forma ilícita mediante la aparente ejecución de obras y servicios por parte de la empresa Fergocon.
La adjudicación de los trabajos fue "directa y verbal", sin contrato, publicidad ni concurrencia. Según la fiscalía, la sociedad emitió entre mayo de 2001 y diciembre de 2002 un total de 502 facturas (el fiscal las tacha de "mendaces") por un importe de cinco millones de euros.
El supuesto perjuicio al erario público se eleva a 1,45 millones de euros.
José María del Nido reconoció durante su declaración ante el tribunal "unos sobrecostes" de entre el 10% y el 15% en las cantidades que Fergocon facturaba al Ayuntamiento por unos trabajos que, en realidad, no existieron.
Admitió que gracias a este sistema cobró entre 100.000 y 150.000 euros de forma fraudulenta.
Según su versión, su hermano le daba un sobre con la cantidad consignada ilegalmente, que él dividía en tres partes: una para él, otra para la empresa y otra para el alcalde de turno.
En 2001 era el fallecido Jesús Gil y en 2002, Julián Muñoz.
Este, por su parte, negó que hubiera recibido dinero ilícito por este mecanismo, aunque a lo largo de esta vista ha pedido perdón por primera vez a Marbella por los delitos que ha cometido.
El juicio del caso Fergocon continuará mañana con la fase de informes.
Las frustraciones de la perfección..................................................John Carlin
Australia, uno de los países más ricos del mundo, no ha logrado la complacencia.
Existe en el ser humano una propensión fuerte a
despreciar las ventajas y magnificar los males de la época en la que le
toca vivir (Edward Gibbon, historiador inglés)
Se aproximan las elecciones españolas y los políticos de todos los partidos se esforzarán para convencer al electorado de que poseen la receta para construir el país soñado, una nación estable y próspera como Suecia o Suiza o Canadá, o quizá la más afortunada de todas —porque tiene sol, playas, buena comida y vino—, Australia.
No solo en España sino prácticamente en todo Occidente el objetivo implícito al que se aspira en los discursos políticos es algo que se parece a la utopía australiana: bajo desempleo, bajo déficit, baja criminalidad, baja corrupción, alto crecimiento, solidez financiera, igualdad social y un sistema judicial fuerte e independiente.
Y como si con todo eso no hubiera suficiente motivo de envidia,
Australia es además una sociedad cuyo espíritu es refrescantemente igualitario, un lugar en el que el recepcionista no se arruga ante el jefe de la empresa. “Hola, tío”, se dicen cuando se saludan por la mañana. Nada de feudalismos, de “Buenos días, señor presidente”, o “licenciado”, o “doctor”, como suele ser la costumbre en demasiados países hispanos.
Sin embargo, acabo de pasar diez días allá y lo que sentí al subirme
al avión para el vuelo de vuelta, sabiendo que lo que me esperaba era el
relativo desorden de la vieja Europa, fue alivio.
Por un lado, porque las preocupaciones de los australianos son tan banales; por otro, porque el paraíso aburre.
Teniendo los problemas materiales de la vida resueltos, la obsesión nacional en Australia es evitar la muerte.
No pasó un día durante mis visitas a Melbourne, Brisbane y Sídney sin que me enterara de una novedosa iniciativa propuesta por el papá Estado para intentar eliminar todo riesgo y toda posibilidad de sufrimiento de la existencia del infantilizado ciudadano medio australiano.
Tuve una pista de lo que me esperaría nada más aterrizar en el aeropuerto de Sídney.
Antes de pasar por migración un letrero tras otro transmitía la noción de que uno llegaba a un país ansioso por protegerse de los males que percibe en el resto del mundo.
No solo existía temor por el ébola, sino por algo llamado síndrome respiratorio de Oriente Próximo. También, por razones que no llegué a entender, cualquiera que hubiera estado en América Central o del Sur en los anteriores seis días estaba obligado a rellenar un formulario especial.
Sospeché que éste no iba a ser un país muy amigable con los fumadores y no me equivoqué.
Los paquetes de cigarrillos mencionan la marca de tabaco en letra diminuta y lo que asalta los ojos en todos los casos son fotos casi pornográficas de lenguas o gargantas cancerosas, de pulmones podridos, de grises bebés recién nacidos, sus caras cubiertas con máscaras de oxígeno.
En el parque central de Sídney había carteles que ponían: “Por su seguridad les advertimos que no visiten el parque después de lluvias o vientos fuertes debido al riesgo de problemas en los arboles” —es decir, de que a uno se le caiga una rama encima—.
Descubrí que en los colegios se han prohibido los columpios, por los peligros que conllevan; que los profesores deben tener todos un certificado, renovable cada seis meses, que constate que están capacitados para responder a una emergencia precipitada por la alergia a los cacahuetes; que parte del trabajo del maestro consiste en enseñar a los niños a teclear de tal manera que se reduzca al mínimo la posibilidad de contraer estrés manual.
En las playas todos se visten como hace cien años, la mayor parte del cuerpo cubierto, por temor a los rayos del sol.
Las multas son enormes para los conductores que superan por más de tres kilómetros por hora los bajísimos límites de velocidad, y también para aquellas personas que se arriesgan a atravesar las calles por un lugar que no sea un cruce peatonal.
Los autobuses llevan letreros advirtiendo al público, inexplicablemente, que “no entren al bus por la ventana”; y cualquiera que pretenda trabajar en una obra de construcción debe superar una serie de pruebas en las que le preguntan, por ejemplo, si está enterado del correcto procedimiento para ascender por una escalera sin caerse.
Y, como medida literalmente destinada a evitar la muerte, cada australiano cuando cumple 50 años, recibe del Gobierno como regalo un receptáculo de plástico, por decirlo de cierta manera, en el que debe enviar una deposición excremental al Ministerio de Salud.
El propósito es poder detectar con antelación la posibilidad de que los susodichos señores o señoras padezcan de cáncer de intestino.
El objetivo de relatar todo esto no es ridiculizar a Australia, un país manifiestamente admirable, sino aprovechar la oportunidad para proponer un par de reflexiones sobre nuestra especie.
Una, que si los seres humanos no tienen problemas se los tienen que inventar.
Dos, como ya sabíamos, pero siempre vale la pena recordarlo, que los problemas de los países son relativos.
Vistas desde la perspectiva de gran parte de América Latina, África, Asia u Oriente Próximo, España o Gran Bretaña, por tomar un par de ejemplos, son naciones tan apacibles, mansas y prósperas como Australia para un español o un británico
. Que en España o Gran Bretaña surjan movimientos secesionistas o nuevos partidos políticos clamando contra la injusticia y la desigualdad social parecería responder, para la mayoría de los habitantes de la Tierra, a una necesidad de generar problemas donde no los hay.
Y no hay ningún país con menos problemas que Australia; ninguno que haya logrado una calidad de vida material mejor en la historia de nuestro planeta.
Pero no han logrado ni la tranquilidad ni la complacencia porque nunca nada es suficiente para el ser humano.
La lección que nos dan los australianos es que la vida sin lucha no es vida.
Siempre nos sentiremos frustrados, siempre soñaremos con más y no estaremos satisfechos hasta que conquistemos la vida eterna
. Y quizá entonces ni siquiera.
Se aproximan las elecciones españolas y los políticos de todos los partidos se esforzarán para convencer al electorado de que poseen la receta para construir el país soñado, una nación estable y próspera como Suecia o Suiza o Canadá, o quizá la más afortunada de todas —porque tiene sol, playas, buena comida y vino—, Australia.
No solo en España sino prácticamente en todo Occidente el objetivo implícito al que se aspira en los discursos políticos es algo que se parece a la utopía australiana: bajo desempleo, bajo déficit, baja criminalidad, baja corrupción, alto crecimiento, solidez financiera, igualdad social y un sistema judicial fuerte e independiente.
Y como si con todo eso no hubiera suficiente motivo de envidia,
Australia es además una sociedad cuyo espíritu es refrescantemente igualitario, un lugar en el que el recepcionista no se arruga ante el jefe de la empresa. “Hola, tío”, se dicen cuando se saludan por la mañana. Nada de feudalismos, de “Buenos días, señor presidente”, o “licenciado”, o “doctor”, como suele ser la costumbre en demasiados países hispanos.
Si el hombre no tiene problemas se los tiene que inventar: los problemas de los países son relativos
Por un lado, porque las preocupaciones de los australianos son tan banales; por otro, porque el paraíso aburre.
Teniendo los problemas materiales de la vida resueltos, la obsesión nacional en Australia es evitar la muerte.
No pasó un día durante mis visitas a Melbourne, Brisbane y Sídney sin que me enterara de una novedosa iniciativa propuesta por el papá Estado para intentar eliminar todo riesgo y toda posibilidad de sufrimiento de la existencia del infantilizado ciudadano medio australiano.
Tuve una pista de lo que me esperaría nada más aterrizar en el aeropuerto de Sídney.
Antes de pasar por migración un letrero tras otro transmitía la noción de que uno llegaba a un país ansioso por protegerse de los males que percibe en el resto del mundo.
No solo existía temor por el ébola, sino por algo llamado síndrome respiratorio de Oriente Próximo. También, por razones que no llegué a entender, cualquiera que hubiera estado en América Central o del Sur en los anteriores seis días estaba obligado a rellenar un formulario especial.
Sospeché que éste no iba a ser un país muy amigable con los fumadores y no me equivoqué.
Los paquetes de cigarrillos mencionan la marca de tabaco en letra diminuta y lo que asalta los ojos en todos los casos son fotos casi pornográficas de lenguas o gargantas cancerosas, de pulmones podridos, de grises bebés recién nacidos, sus caras cubiertas con máscaras de oxígeno.
En el parque central de Sídney había carteles que ponían: “Por su seguridad les advertimos que no visiten el parque después de lluvias o vientos fuertes debido al riesgo de problemas en los arboles” —es decir, de que a uno se le caiga una rama encima—.
Descubrí que en los colegios se han prohibido los columpios, por los peligros que conllevan; que los profesores deben tener todos un certificado, renovable cada seis meses, que constate que están capacitados para responder a una emergencia precipitada por la alergia a los cacahuetes; que parte del trabajo del maestro consiste en enseñar a los niños a teclear de tal manera que se reduzca al mínimo la posibilidad de contraer estrés manual.
En las playas todos se visten como hace cien años, la mayor parte del cuerpo cubierto, por temor a los rayos del sol.
Las multas son enormes para los conductores que superan por más de tres kilómetros por hora los bajísimos límites de velocidad, y también para aquellas personas que se arriesgan a atravesar las calles por un lugar que no sea un cruce peatonal.
Los autobuses llevan letreros advirtiendo al público, inexplicablemente, que “no entren al bus por la ventana”; y cualquiera que pretenda trabajar en una obra de construcción debe superar una serie de pruebas en las que le preguntan, por ejemplo, si está enterado del correcto procedimiento para ascender por una escalera sin caerse.
Y, como medida literalmente destinada a evitar la muerte, cada australiano cuando cumple 50 años, recibe del Gobierno como regalo un receptáculo de plástico, por decirlo de cierta manera, en el que debe enviar una deposición excremental al Ministerio de Salud.
El propósito es poder detectar con antelación la posibilidad de que los susodichos señores o señoras padezcan de cáncer de intestino.
El objetivo de relatar todo esto no es ridiculizar a Australia, un país manifiestamente admirable, sino aprovechar la oportunidad para proponer un par de reflexiones sobre nuestra especie.
Una, que si los seres humanos no tienen problemas se los tienen que inventar.
Dos, como ya sabíamos, pero siempre vale la pena recordarlo, que los problemas de los países son relativos.
Vistas desde la perspectiva de gran parte de América Latina, África, Asia u Oriente Próximo, España o Gran Bretaña, por tomar un par de ejemplos, son naciones tan apacibles, mansas y prósperas como Australia para un español o un británico
. Que en España o Gran Bretaña surjan movimientos secesionistas o nuevos partidos políticos clamando contra la injusticia y la desigualdad social parecería responder, para la mayoría de los habitantes de la Tierra, a una necesidad de generar problemas donde no los hay.
Y no hay ningún país con menos problemas que Australia; ninguno que haya logrado una calidad de vida material mejor en la historia de nuestro planeta.
Pero no han logrado ni la tranquilidad ni la complacencia porque nunca nada es suficiente para el ser humano.
La lección que nos dan los australianos es que la vida sin lucha no es vida.
Siempre nos sentiremos frustrados, siempre soñaremos con más y no estaremos satisfechos hasta que conquistemos la vida eterna
. Y quizá entonces ni siquiera.
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