https://youtu.be/di1YCB6BF_8
18 oct 2015
Charlotte Rampling descubre su álbum más íntimo................................................ Carles Gámez.
La actriz cuenta su vida, marcada por la disciplina y el sufrimiento, en una biografía alejada de las clásicas memorias.
El próximo febrero Charlotte Rampling
cumplirá 70 años.
Adelantándose al aniversario la actriz ha publicado unas "memorias selectivas", una parte sensible de sus recuerdos filtrados por el escritor y editor Christophe Bataille que se ha encargado de sacarlos a la luz después de casi una década de confesiones
. Bajo título afirmativo/interrogativo, Qui je suis (Quién soy) el libro, escrito como un largo poema, se sumerge en su pasado, infancia, juventud, mientras va desvelando en diferentes apuntes fragmentos que la actriz expone entre el recuerdo de la felicidad y la memoria del dolor.
Desde que su rostro saltó a la pantalla en los fuegos del Swinging London, la carrera de la actriz se construyó desde el ejercicio de esa belleza elegante, casi aristocrática, que sedujo a un director como Luchino Visconti para su tragedia shakesperiana sobre el nazismo.
Una belleza que ha ido declinando en un rostro luminoso donde las arrugas muestran su victoria frente al imperio del bisturí, y que ha estado acompañada por una imagen de transgresión fijada por algunos de los papeles que ha proyectado en la pantalla y en las revistas.
Como cuando se desnudó sin ninguna clase de pudor frente a la cámara de Helmut Newton, o interpretó los juegos sadomasoquistas de
El portero de noche (1976). A su lado, la otra heroína impúdica de los setenta, la Sylvia Kristel de Emmanuelle (1974), semidesnuda en su sillón colonial, no era más que una pseudo libertina para consumo de lectores de Vogue.
Misteriosa, fría, distante, son algunos de los tópicos o clichés con los que a menudo se la ha etiquetado.
El actor Dick Bogarde fascinado por su mirada la apoda The Look, el mismo título con el que otra heroína cinematográfica, Lauren Bacall, había sido recompensada.
Una mirada que la artista siempre ha asociado a una peculiaridad de su rostro pero que el público ha convertido en algo indescifrable, como ese rostro juvenil y enigmático que ocupa la portada del libro.
Hija de un militar británico de la OTAN, Godfrey Rampling, héroe deportivo en las Olimpiadas de Berlin 1936, y de Isabel Anne Gurteen, la heredera de una rica familia dedicada a la confección masculina —descrita como "la heroína de una novela de Scott Fitzgerald"— la infancia de Charlotte está marcada por los desplazamientos a causa del oficio del padre.
"A la fuerza es una cosa que se me ha quedado grabada, como disciplina y sufrimiento: saber que un día tendría que irme y que nunca más regresaría".
Francia es uno de los países donde la familia fija su residencia temporal. Charlotte y su hermana Sarah aprenden la lengua y hasta cantan las canciones de Luis Mariano, el ídolo popular de la Francia de los años cincuenta.
Décadas después pasó a ser su segunda nacionalidad, convirtiéndose en la más francesa de las actrices británicas.
Como la propia actriz se ha encargado de aclarar, aquellos que esperen una biografía o similar, revelando anécdotas o cotilleos de su carrera profesional van a quedar decepcionados.
Como el documental The Look (Angelina Maccarone, 2011), donde el relato huía del clásico formato biográfico, Qui je suis (Grasset) se aleja de las memorias tradicionales para subrayar el mundo más verdaderamente íntimo de la actriz.
La hija que descubre por azar los diarios juveniles de una madre llena de vida y pasión o que rompe con los silencios que le han acompañado a lo largo de su vida a partir del suicidio inexplicable de su hermana Sarah “una flor que no era realmente de este mundo” cuando tenía 21 años.
La publicación del libro ha coincidido con la muerte de su compañero sentimental, el empresario Jean-Noel Tassez, un hombre ligado al mundo de la comunicación y consejero de políticos como François Mitterrand, Jack Lang o Nicolas Sarkozy.
Después de dos matrimonios, el primero con su agente artístico (Bryan Southcombe) y el segundo con el músico Jean-Michel Jarre, y dos hijos, Barnaby y David, respectivamente, la actriz mantenía desde hace años una discreta relación sentimental lejos de los focos que no había impedido que aparecieran juntos sobre la alfombra roja
. Penúltima página de una vida que quizás gracias a este libro o mosaico de recuerdos ha encontrado finalmente la tranquilidad. Como la actriz recordaba en una entrevista:
“Dejar de sufrir por todas las cosas que me han perseguido durante tantos años”.
Adelantándose al aniversario la actriz ha publicado unas "memorias selectivas", una parte sensible de sus recuerdos filtrados por el escritor y editor Christophe Bataille que se ha encargado de sacarlos a la luz después de casi una década de confesiones
. Bajo título afirmativo/interrogativo, Qui je suis (Quién soy) el libro, escrito como un largo poema, se sumerge en su pasado, infancia, juventud, mientras va desvelando en diferentes apuntes fragmentos que la actriz expone entre el recuerdo de la felicidad y la memoria del dolor.
Desde que su rostro saltó a la pantalla en los fuegos del Swinging London, la carrera de la actriz se construyó desde el ejercicio de esa belleza elegante, casi aristocrática, que sedujo a un director como Luchino Visconti para su tragedia shakesperiana sobre el nazismo.
Una belleza que ha ido declinando en un rostro luminoso donde las arrugas muestran su victoria frente al imperio del bisturí, y que ha estado acompañada por una imagen de transgresión fijada por algunos de los papeles que ha proyectado en la pantalla y en las revistas.
Como cuando se desnudó sin ninguna clase de pudor frente a la cámara de Helmut Newton, o interpretó los juegos sadomasoquistas de
El portero de noche (1976). A su lado, la otra heroína impúdica de los setenta, la Sylvia Kristel de Emmanuelle (1974), semidesnuda en su sillón colonial, no era más que una pseudo libertina para consumo de lectores de Vogue.
Misteriosa, fría, distante, son algunos de los tópicos o clichés con los que a menudo se la ha etiquetado.
El actor Dick Bogarde fascinado por su mirada la apoda The Look, el mismo título con el que otra heroína cinematográfica, Lauren Bacall, había sido recompensada.
Una mirada que la artista siempre ha asociado a una peculiaridad de su rostro pero que el público ha convertido en algo indescifrable, como ese rostro juvenil y enigmático que ocupa la portada del libro.
Hija de un militar británico de la OTAN, Godfrey Rampling, héroe deportivo en las Olimpiadas de Berlin 1936, y de Isabel Anne Gurteen, la heredera de una rica familia dedicada a la confección masculina —descrita como "la heroína de una novela de Scott Fitzgerald"— la infancia de Charlotte está marcada por los desplazamientos a causa del oficio del padre.
"A la fuerza es una cosa que se me ha quedado grabada, como disciplina y sufrimiento: saber que un día tendría que irme y que nunca más regresaría".
Francia es uno de los países donde la familia fija su residencia temporal. Charlotte y su hermana Sarah aprenden la lengua y hasta cantan las canciones de Luis Mariano, el ídolo popular de la Francia de los años cincuenta.
Décadas después pasó a ser su segunda nacionalidad, convirtiéndose en la más francesa de las actrices británicas.
Como la propia actriz se ha encargado de aclarar, aquellos que esperen una biografía o similar, revelando anécdotas o cotilleos de su carrera profesional van a quedar decepcionados.
Como el documental The Look (Angelina Maccarone, 2011), donde el relato huía del clásico formato biográfico, Qui je suis (Grasset) se aleja de las memorias tradicionales para subrayar el mundo más verdaderamente íntimo de la actriz.
La hija que descubre por azar los diarios juveniles de una madre llena de vida y pasión o que rompe con los silencios que le han acompañado a lo largo de su vida a partir del suicidio inexplicable de su hermana Sarah “una flor que no era realmente de este mundo” cuando tenía 21 años.
La publicación del libro ha coincidido con la muerte de su compañero sentimental, el empresario Jean-Noel Tassez, un hombre ligado al mundo de la comunicación y consejero de políticos como François Mitterrand, Jack Lang o Nicolas Sarkozy.
Después de dos matrimonios, el primero con su agente artístico (Bryan Southcombe) y el segundo con el músico Jean-Michel Jarre, y dos hijos, Barnaby y David, respectivamente, la actriz mantenía desde hace años una discreta relación sentimental lejos de los focos que no había impedido que aparecieran juntos sobre la alfombra roja
. Penúltima página de una vida que quizás gracias a este libro o mosaico de recuerdos ha encontrado finalmente la tranquilidad. Como la actriz recordaba en una entrevista:
“Dejar de sufrir por todas las cosas que me han perseguido durante tantos años”.
La invasión del neoespañol................................................. Javier Marías
Es demasiada la gente que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas.
En pocos días he oído o leído, en prensa o en libros, las siguientes
expresiones inexistentes y por tanto difícilmente comprensibles: “Le
echaron el pato encima”; “Se desvivía en elogios de ella”; “Le dio a la
sin lengua”; “Es una mujer-bandera”.
Uno trata de “traducir”, y supone que en la primera hay una mezcla de “pagar el pato” y “cargarle el muerto”; en la segunda, de “desvivirse por ella” y “deshacerse en elogios”; en la tercera, una metamorfosis (a la lengua se la llama castizamente “la sin hueso”); en la cuarta, lo que siempre se dijo “una mujer de bandera” ha quedado comprimido en una extraña figura: mujeres que se llevan en un asta, para dolor de ellas.
Escribí bastantes artículos comentando estas corrupciones y absurdos, hasta que di la batalla por clamorosamente perdida.
Alertar de los imparables maltrato y deterioro del castellano, en España como en Latinoamérica (hay la fama de que allí se habla mejor que aquí, pero es falsa: cada lado del Atlántico, simplemente, destruye a su manera), carecía de sentido cuando los embates son constantes y sañudos y además contradictorios entre sí, no obedecen a un plan ni a un esquema.
Los anglicismos superfluos, por supuesto, campan a sus anchas (hoy muchos dicen “campean”). Las concordancias han saltado por los aires:
“Quiero decirle a los españoles”, se oye en boca del Presidente del Gobierno y también del último mono, ya que a nadie le importa que el plural “españoles” exija “les” en esa frase. Los modismos son “creativos” y no hay dos personas que coincidan en ellos: el antiguo e invariable “poner la carne de gallina” admite todas las variantes, desde “la piel” hasta “los vellos” hasta “la carne de punta”.
Hice bien en abandonar la lucha, porque la magnitud del desastre es
aún mayor de lo que creía, según compruebo en un libro que me llega, Guía práctica de neoespañol,
de Ana Durante, veterana profesional de la edición que se ha pasado
años observando anomalías, analizándolas y recopilándolas, para llegar a
la conclusión de que, sin que nos percatemos mucho, hay una “neolengua”
o “Idioma Aproximado” (de ambas formas lo llama) que está suplantando
al español tradicional que todavía muchos hablamos y escribimos.
Esto no sería demasiado grave si no fuera porque este “neoespañol” no está organizado ni hay acuerdo alguno entre sus usuarios: cada cual dice o escribe lo que le parece; todo vale con tal de que sea incorrecto o inexistente o inventado; cada uno se expresa –en solitario– como le viene en gana.
Y aunque la autora se abstiene de identificar sus ejemplos con títulos, nombres y apellidos, para no perjudicar a nadie, tiene razón cuando señala que “bajo ninguna circunstancia tendría imaginación suficiente como para inventar algo ni remotamente parecido” a dichos ejemplos.
(Nadie la tendría, en efecto.)
Al recorrerlos uno, además, a menudo los reconoce: los ha visto u oído antes, o cosas muy similares. Pero probablemente los ha visto u oído sueltos, sin calibrar la dimensión del destrozo.
Al encontrárselos agrupados en los diferentes capítulos de esta Guía de neoespañol, la carcajada es casi continua (para los que aún empleamos el idioma “no aproximado”) y también la desolación (de nuevo para los que preferimos que la lengua sea algo sólido y firme y comprensible para todos, y no una especie de papilla que salpica de diversas maneras a cuantos meten la cuchara en ella).
Sus delirantes, tronchantes y a la vez tristísimos ejemplos están sacados de prensa escrita y hablada, pero también de obras literarias, tanto originales como traducidas.
Uno va leyendo, y casi a cada página le da la risa y se lleva las manos a la cabeza, desesperado: “Esa camisa le profería un aire chulesco”, o “Dijo el rey propiciándole un beso en la frente”, o “El religioso ahorcó los hábitos”, o “Habían fletado todo el hotel” son muestras de cómo los verbos se permutan alegremente y de que cualquiera les sirve hoy a muchos hablantes y escritores.
Claro que esto no es nada al lado de las “creaciones” enigmáticas: “Su trato a veces puede aminorarse difícil”, o “Lo miró atusando las pestañas”, o “La oyó desertar hondos suspiros”, o “Pifió ella, mirándolo a los ojos”
. Hay que ser muy sagaz para traducir todo eso
. La autora no pretende serlo.
Trata de descifrar lo indescifrable, y reconoce a veces su fracaso, es incapaz de “traducir” de una neolengua cuyos códigos desconocemos, seguramente porque se caracteriza por no tenerlos. Tampoco se rasga las vestiduras, no dice que esta extraña suplantación del español sea en sí buena ni mala, tan sólo da cuenta de ella
. Lo hace con resignación y humor: ante la frase “Tan pronto le quitó el ojo, la joven salió corriendo”, se limita a apostillar:
“Lo que no es de extrañar, cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo”.
Apenas se inmuta al leer: “El viento cambió de dirección sin cita previa” o “Intentó besarle los labios de él con los suyos”.
Yo maldije, en cambio. Para mí el conjunto es aterrador, pese a lo mucho que me he divertido. Es demasiada la gente (incluidos renombrados autores y traductores) que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas y es zarandeada por ella.
Hubo un tiempo en el que podía uno fiarse de lo que alcanzaba la imprenta.
Ya no: es tan inseguro y deleznable como lo que se oye en la calle
. El problema de esta Guía de neoespañol es que sólo puede ser descriptiva, porque ¿cómo puede aprenderse a manejar lo que en modo alguno es manejable?
elpaissemanal@elpais.es
Uno trata de “traducir”, y supone que en la primera hay una mezcla de “pagar el pato” y “cargarle el muerto”; en la segunda, de “desvivirse por ella” y “deshacerse en elogios”; en la tercera, una metamorfosis (a la lengua se la llama castizamente “la sin hueso”); en la cuarta, lo que siempre se dijo “una mujer de bandera” ha quedado comprimido en una extraña figura: mujeres que se llevan en un asta, para dolor de ellas.
Escribí bastantes artículos comentando estas corrupciones y absurdos, hasta que di la batalla por clamorosamente perdida.
Alertar de los imparables maltrato y deterioro del castellano, en España como en Latinoamérica (hay la fama de que allí se habla mejor que aquí, pero es falsa: cada lado del Atlántico, simplemente, destruye a su manera), carecía de sentido cuando los embates son constantes y sañudos y además contradictorios entre sí, no obedecen a un plan ni a un esquema.
Los anglicismos superfluos, por supuesto, campan a sus anchas (hoy muchos dicen “campean”). Las concordancias han saltado por los aires:
“Quiero decirle a los españoles”, se oye en boca del Presidente del Gobierno y también del último mono, ya que a nadie le importa que el plural “españoles” exija “les” en esa frase. Los modismos son “creativos” y no hay dos personas que coincidan en ellos: el antiguo e invariable “poner la carne de gallina” admite todas las variantes, desde “la piel” hasta “los vellos” hasta “la carne de punta”.
El problema de esta guía es que sólo puede ser descriptiva, porque ¿cómo puede aprenderse a manejar lo que en modo alguno es manejable?
Esto no sería demasiado grave si no fuera porque este “neoespañol” no está organizado ni hay acuerdo alguno entre sus usuarios: cada cual dice o escribe lo que le parece; todo vale con tal de que sea incorrecto o inexistente o inventado; cada uno se expresa –en solitario– como le viene en gana.
Y aunque la autora se abstiene de identificar sus ejemplos con títulos, nombres y apellidos, para no perjudicar a nadie, tiene razón cuando señala que “bajo ninguna circunstancia tendría imaginación suficiente como para inventar algo ni remotamente parecido” a dichos ejemplos.
(Nadie la tendría, en efecto.)
Al recorrerlos uno, además, a menudo los reconoce: los ha visto u oído antes, o cosas muy similares. Pero probablemente los ha visto u oído sueltos, sin calibrar la dimensión del destrozo.
Al encontrárselos agrupados en los diferentes capítulos de esta Guía de neoespañol, la carcajada es casi continua (para los que aún empleamos el idioma “no aproximado”) y también la desolación (de nuevo para los que preferimos que la lengua sea algo sólido y firme y comprensible para todos, y no una especie de papilla que salpica de diversas maneras a cuantos meten la cuchara en ella).
Sus delirantes, tronchantes y a la vez tristísimos ejemplos están sacados de prensa escrita y hablada, pero también de obras literarias, tanto originales como traducidas.
Uno va leyendo, y casi a cada página le da la risa y se lleva las manos a la cabeza, desesperado: “Esa camisa le profería un aire chulesco”, o “Dijo el rey propiciándole un beso en la frente”, o “El religioso ahorcó los hábitos”, o “Habían fletado todo el hotel” son muestras de cómo los verbos se permutan alegremente y de que cualquiera les sirve hoy a muchos hablantes y escritores.
Claro que esto no es nada al lado de las “creaciones” enigmáticas: “Su trato a veces puede aminorarse difícil”, o “Lo miró atusando las pestañas”, o “La oyó desertar hondos suspiros”, o “Pifió ella, mirándolo a los ojos”
. Hay que ser muy sagaz para traducir todo eso
. La autora no pretende serlo.
Trata de descifrar lo indescifrable, y reconoce a veces su fracaso, es incapaz de “traducir” de una neolengua cuyos códigos desconocemos, seguramente porque se caracteriza por no tenerlos. Tampoco se rasga las vestiduras, no dice que esta extraña suplantación del español sea en sí buena ni mala, tan sólo da cuenta de ella
. Lo hace con resignación y humor: ante la frase “Tan pronto le quitó el ojo, la joven salió corriendo”, se limita a apostillar:
“Lo que no es de extrañar, cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo”.
Apenas se inmuta al leer: “El viento cambió de dirección sin cita previa” o “Intentó besarle los labios de él con los suyos”.
Yo maldije, en cambio. Para mí el conjunto es aterrador, pese a lo mucho que me he divertido. Es demasiada la gente (incluidos renombrados autores y traductores) que ya no domina la lengua, sino que la zarandea y avanza por ella a tientas y es zarandeada por ella.
Hubo un tiempo en el que podía uno fiarse de lo que alcanzaba la imprenta.
Ya no: es tan inseguro y deleznable como lo que se oye en la calle
. El problema de esta Guía de neoespañol es que sólo puede ser descriptiva, porque ¿cómo puede aprenderse a manejar lo que en modo alguno es manejable?
elpaissemanal@elpais.es
El mundo es una yuca grande.......................................................................Rosa Montero
Tammet es el ser extraordinario más ‘normal’ que conozco, un tenaz paladín de la superación personal.
Acabo de leer La poesía de los números, uno de esos libros
formidables que te estallan dentro de la cabeza como una supernova.
Está escrito por Daniel Tammet, un británico de 36 años que tiene el síndrome de Asperger, un trastorno de tipo autista, aunque por lo general algo más leve.
Además Tammet es uno de los cincuenta savants que hay en todo el planeta; es decir, es una de esas personas que, aun sufriendo discapacidades que pueden llegar a ser inhabilitantes, realizan proezas mentales maravillosas.
El más conocido es Kim Peek, un autista norteamericano, fallecido en 2009 a los 58 años, que sirvió de modelo a Dustin Hoffman en la célebre película Rain Man. Kim, que tenía la madurez y la autonomía de un niño de dos años, era por ejemplo capaz de leer dos libros a la vez, uno con cada ojo, y recitaba de memoria los 12.000 volúmenes que había leído en toda su vida. Lo que más me enternece es que cuando Tammet conoció a Peek, éste, que no era capaz ni de atarse solo los zapatos, le dijo: “Algún día serás tan grande como yo”.
Pero a mí las proezas de Daniel me parecen aún más asombrosas
. Ėl también puede ejecutar números mentales circenses, como, por ejemplo, recitar de memoria 22.500 decimales de Pi, pero, sobre todo, ha logrado dominar la normalidad con un éxito apabullante.
Tammet tiene una relación de pareja, viaja, da conferencias por el mundo, ha montado una boyante empresa de aprendizaje de idiomas y, además, escribe muy bien.
En 2006 publicó una autobiografía, Nacido en un día azul, que me encantó. Pero La poesía de los números es mucho mejor y está mejor escrito.
Este chico no para de aprender y de mejorar
. Si tenemos en cuenta que de pequeño se daba cabezazos contra las paredes y que aún hoy se siente al borde del abismo si no consigue tomar a la hora exacta alguna de las muchas tazas rituales de té que bebe al día, hay que reconocer que su logro es monumental.
Es el ser extraordinario más normal que conozco, un tenaz paladín de la superación personal.
Como Tammet es de algún modo un marciano en la Tierra, ha desarrollado una sensibilidad, curiosidad y empatía maravillosas hacia las infinitas formas de ser de los humanos, hacia nuestra marcianidad interior.
Y, así, en La poesía de los números hay un capítulo genial en el que repasa las muy distintas aproximaciones al hecho numérico que pueden mostrar los individuos dependiendo de su cultura
. Por ejemplo, los chinos llaman a los números de forma diferente según lo que estén contando
. El cuatro de cuatro ovejas es distinto al cuatro de cuatro caballos.
Hay números que sirven para contar cosas alargadas y flexibles, como peces, pantalones, carreteras y ríos, y otros para enumerar cosas duras y cortantes (llaves, cuchillos, tijeras), o redondas, o de tela, y así en un largo etcétera.
Pero la historia más fascinante del libro es la de los pirahā, una tribu de la selva amazónica.
Los pirahā son un pueblo que no muestra ningún interés por el mundo exterior.
Se alimentan de yuca y pescado, repartiendo equitativamente la comida entre todos.
Pues bien, lo alucinante es que la lengua de esta tribu carece de palabras para medir el tiempo o la cantidad.
Uno diría que la idea misma de cantidad, siquiera en sus dimensiones más asequibles, los dedos de una mano, es algo esencial que viene de serie en nuestra dotación genética.
Pero esta tribu parecería demostrar que no es así: incluso contar hasta cinco sería cultural
. Los pirahā no poseen ni el concepto del uno; no saben responder cuántos hijos tienen, aunque conocen perfectamente todos sus nombres, ni diferenciar a una persona de un grupo de personas, a una yuca de un montón de yucas.
Tampoco son conscientes de que existe el día de mañana.
Como bien dice Tammet citando a Aristóteles, el acto de contar requiere una comprensión previa de lo que es uno.
Para contar cinco pájaros primero tienes que identificar a una sola ave.
Los pirahā son al parecer incapaces de distinguir la individualidad, también la propia.
Para ellos la realidad se divide simplemente entre pequeña y grande.
Nosotros podemos ver una escena y decir: ahí hay dos personas, cuatro pájaros y tres yucas, pero los pirahā no lo ven así. Escribe Tammet con bella e inolvidable prosa:
“Un pájaro vuela, una persona respira y una yuca crece. Para ellos no tiene sentido agruparlos. La persona es un mundo pequeño. El mundo es una yuca grande”. Ni que decir tiene, en fin, que los pirahā no cuentan historias ni tienen mitos de creación, porque todo relato sucede en el tiempo y ellos viven, indistintos y dentro de un presente continuo, en ese gran útero vegetal que es la selva amazónica.
Jamás solos, jamás atormentados por su propia muerte. Quizá sean los últimos habitantes del paraíso. Hay otros mundos, pero están en este.
@BrunaHusky
www.facebook.com/escritorarosamontero
www.rosamontero.es
Está escrito por Daniel Tammet, un británico de 36 años que tiene el síndrome de Asperger, un trastorno de tipo autista, aunque por lo general algo más leve.
Además Tammet es uno de los cincuenta savants que hay en todo el planeta; es decir, es una de esas personas que, aun sufriendo discapacidades que pueden llegar a ser inhabilitantes, realizan proezas mentales maravillosas.
El más conocido es Kim Peek, un autista norteamericano, fallecido en 2009 a los 58 años, que sirvió de modelo a Dustin Hoffman en la célebre película Rain Man. Kim, que tenía la madurez y la autonomía de un niño de dos años, era por ejemplo capaz de leer dos libros a la vez, uno con cada ojo, y recitaba de memoria los 12.000 volúmenes que había leído en toda su vida. Lo que más me enternece es que cuando Tammet conoció a Peek, éste, que no era capaz ni de atarse solo los zapatos, le dijo: “Algún día serás tan grande como yo”.
Pero a mí las proezas de Daniel me parecen aún más asombrosas
. Ėl también puede ejecutar números mentales circenses, como, por ejemplo, recitar de memoria 22.500 decimales de Pi, pero, sobre todo, ha logrado dominar la normalidad con un éxito apabullante.
Tammet tiene una relación de pareja, viaja, da conferencias por el mundo, ha montado una boyante empresa de aprendizaje de idiomas y, además, escribe muy bien.
En 2006 publicó una autobiografía, Nacido en un día azul, que me encantó. Pero La poesía de los números es mucho mejor y está mejor escrito.
Este chico no para de aprender y de mejorar
. Si tenemos en cuenta que de pequeño se daba cabezazos contra las paredes y que aún hoy se siente al borde del abismo si no consigue tomar a la hora exacta alguna de las muchas tazas rituales de té que bebe al día, hay que reconocer que su logro es monumental.
Es el ser extraordinario más normal que conozco, un tenaz paladín de la superación personal.
Como Tammet es de algún modo un marciano en la Tierra, ha desarrollado una sensibilidad, curiosidad y empatía maravillosas hacia las infinitas formas de ser de los humanos, hacia nuestra marcianidad interior.
Y, así, en La poesía de los números hay un capítulo genial en el que repasa las muy distintas aproximaciones al hecho numérico que pueden mostrar los individuos dependiendo de su cultura
. Por ejemplo, los chinos llaman a los números de forma diferente según lo que estén contando
. El cuatro de cuatro ovejas es distinto al cuatro de cuatro caballos.
Hay números que sirven para contar cosas alargadas y flexibles, como peces, pantalones, carreteras y ríos, y otros para enumerar cosas duras y cortantes (llaves, cuchillos, tijeras), o redondas, o de tela, y así en un largo etcétera.
Pero la historia más fascinante del libro es la de los pirahā, una tribu de la selva amazónica.
Los pirahā son un pueblo que no muestra ningún interés por el mundo exterior.
Se alimentan de yuca y pescado, repartiendo equitativamente la comida entre todos.
Pues bien, lo alucinante es que la lengua de esta tribu carece de palabras para medir el tiempo o la cantidad.
Uno diría que la idea misma de cantidad, siquiera en sus dimensiones más asequibles, los dedos de una mano, es algo esencial que viene de serie en nuestra dotación genética.
Pero esta tribu parecería demostrar que no es así: incluso contar hasta cinco sería cultural
. Los pirahā no poseen ni el concepto del uno; no saben responder cuántos hijos tienen, aunque conocen perfectamente todos sus nombres, ni diferenciar a una persona de un grupo de personas, a una yuca de un montón de yucas.
Tampoco son conscientes de que existe el día de mañana.
Como bien dice Tammet citando a Aristóteles, el acto de contar requiere una comprensión previa de lo que es uno.
Para contar cinco pájaros primero tienes que identificar a una sola ave.
Los pirahā son al parecer incapaces de distinguir la individualidad, también la propia.
Para ellos la realidad se divide simplemente entre pequeña y grande.
Nosotros podemos ver una escena y decir: ahí hay dos personas, cuatro pájaros y tres yucas, pero los pirahā no lo ven así. Escribe Tammet con bella e inolvidable prosa:
“Un pájaro vuela, una persona respira y una yuca crece. Para ellos no tiene sentido agruparlos. La persona es un mundo pequeño. El mundo es una yuca grande”. Ni que decir tiene, en fin, que los pirahā no cuentan historias ni tienen mitos de creación, porque todo relato sucede en el tiempo y ellos viven, indistintos y dentro de un presente continuo, en ese gran útero vegetal que es la selva amazónica.
Jamás solos, jamás atormentados por su propia muerte. Quizá sean los últimos habitantes del paraíso. Hay otros mundos, pero están en este.
@BrunaHusky
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