La grasa en el cuerpo de la mujer cumple funciones protectoras.
Cómo
pasamos de amar las curvas a defenestrarlas y volver a amarlas.
Si ha habido algún tema capaz de hacer sombra al desfile del Día de
la Hispanidad celebrado en el puente que ya dejamos atrás, ha sido la
denuncia de la actriz Inma Cuesta en
su cuenta de Instagram, donde se quejaba del retoque fotográfico excesivo de su retrato en la revista dominical de
El Periódico:
su cadera y sus brazos quedaban reducidos a la mitad.
Otra mujer que
utilizó hace poco la red social para defender la sinuosidad de su cuerpo
fue la modelo estadounidense
Gigi Hadid,
que harta de comentarios vejatorios acerca de sus curvas se calzó un
alegato convertido, en cuestión de horas, en toda una declaración sobre
la curvilinealidad (palabro inexistente, que hay que empezar a
reivindicar) femenina.
La polémica brotó en medio de la Semana de la
Moda de París.
Y precisamente Francia ha sido uno de los últimos países
en implementar
normas contra la excesiva delgadez de las modelos.
Pero, ¿de dónde parte esta obsesión por
desfeminizar la
figura femenina? ¿Y qué dice la ciencia al respecto? No, no es una manía
de diseñadores que odian a las mujeres, como algunos responden a la
ligera.
La cosa viene de mucho más atrás y son las propias féminas las
que empezaron a cambiar los cánones estéticos
.
Mucho antes de que Victoria Beckham o
Victoria's Secret subieran a la pasarela a maniquíes sin un átomo de
adiposidad redundante, las damas de principios del siglo XX ensalzaban
los cuerpos andróginos en detrimento de las redondeces que, por aquel
entonces, se entendían como epítome de la fecundidad.
En esta
transformación hay una fecha clave: la Primera Guerra Mundial.
Las
necesidades de la contienda obligaron a muchas mujeres a
trabajar en fábricas de armamento.
De pronto, las abnegadas madres se transformaron en rudas trabajadoras,
marcando un antes y un después en su relación con el mundo.
Ellas miran
de tú a tú a los hombres, trabajan, fuman y hasta adoptan su
vestimenta
. La masculinización de su aspecto es su modo de reivindicar
la igualdad (salarial, de voto…). Marlene Dietrich o Katharine Hepburn
no dudan en vestirse con trajes masculinos.
Coco Chanel populariza los
pantalones para mujer.
Paralelamente, crece una pasión por el deporte como signo de salud y
de clase (a fin de cuentas, solo entrenan las que disponen de tiempo
libre y dinero).
En el libro
Strong, Beautiful and Modern,
Charlotte Macdonald analiza cómo en el período de entreguerras se ponen
de moda las mujeres con cuerpos delgados y fibrosos a base de hacer
deporte. En 1939, la Women’s League for Health and Beauty (asociación de
mujeres surgida en los países anglosajones para fomentar el deporte y
la vida saludable) tenía más de 170.000 socias dispuestas a sudar para
moldear sus siluetas.
Las damas con posibilidades económicas renuncian a
las curvas, tradicionalmente asociadas a las madres no trabajadoras, y
se esfuerzan por lucir esbeltas.
La delgadez ya no equivale a pobreza,
ahora es signo de posición distinguida
. Por el contrario, las mujeres
orondas ya no son símbolo de bienestar, sino de mala alimentación o de
no hacer deporte.
La polémica Wallis Simpson, duquesa de Windsor, lo
define en una frase:
“Nunca eres ni lo suficientemente rica ni lo
suficientemente delgada”.
Tras un lapso en los años 50, en los que triunfan las
pin ups
rotundas, en la década de los 60 Twiggy y sus 41 kilogramos inauguran
una nueva era de iconos ultradelgados.
“A partir de entonces las
actrices y modelos americanas pesan un 15% menos de su peso normal. Y
así se llega a los 90, con Kate Moss y Victoria Adams como cabezas
visibles de una generación de chicas ultradelgadas que solo pueden
mantenerse en ese peso matándose de hambre.
Las feministas entienden
esta moda como una conspiración patriarcal para debilitar a la mujer
forzándola a controlar su peso, socavando su autoconfianza y reduciendo
el cuerpo femenino a proporciones infantiles”, sentencia la profesora de
historia Ina Zweigiger-Bargielowska en su libro
Women in Twentieth-Century Britain: Social, Cultural and Political Change.
“Otros, en cambio, ven este nuevo ideal como el control absoluto de la
mujer sobre su cuerpo. Renunciar a la grasa corporal que da forma a los
atributos femeninos (pecho, caderas, muslos) demuestra autocontrol.
Por
el contrario, las mujeres con sobrepeso son discriminadas no ya por
cuestiones estéticas sino por su autoindulgencia”, explica la autora.
Un reciente estudio publicado en 'The Washington
Post' revelaba que a las afroamericanas no les obsesiona tanto como a
las blancas lograr una silueta hiperdelgada
Y en esta contradicción nos hallábamos cuando, de pronto, el siglo
XXI recupera la reivindicación de las curvas.
Que no se percibe igual en
todas las razas.
Un reciente estudio publicado en el
Washington Post
revelaba que a las afroamericanas no les obsesiona tanto como a las
blancas lograr una silueta hiperdelgada.
En una entrevista con el
Daily Mail,
la cantante Mica Paris afirma: "Las afroamericanas no aspiramos a
quedarnos en los huesos al adelgazar.
Deseamos emular a Queen Latifah,
Jennifer Hudson o Michelle Obama.
Las tres son musculosas y
curvilíneas".
Las latinas, por su parte, admiran la voluptuosidad de
Jennifer López y Sofía Vergara
. Pero cuando alguien como
Scarlett Johansson se quita la ropa en
Under The Skin muchos la tildan de gorda.
Así, mientras que sociológicamente parece que empieza una
reconciliación (torpe y a trompicones) con las curvas femeninas, la
ciencia viene a inclinar la balanza hacia esa reconciliación con la
talla 40 en adelante.
Lo explica el biólogo y zoólogo David Bainbridge,
autor de
Curvología: el origen y el poder de las formas del cuerpo femenino:
"Evolutivamente, almacenar grasa en el estómago, el trasero o las
caderas es algo positivo, porque si la mujer da a luz y amamanta al
bebé, necesitará 750 kilocalorías extra que puede coger de ahí".
¿Y si
usted tiene claro que no quiere tener hijos? Siempre que no sea un caso
de sobrepeso, como recuerda el científico, esa grasa visceral almacenada
y acumulada en las zonas típicamente femeninas ejerce una función
protectora del corazón y previene la diabetes.
"La grasa subcutánea que
se acumula en las caderas y en los muslos disminuye los niveles de
insulina y mejora la sensibilidad de esta hormona", zanja la Universidad
de Harvard, que alienta a muslos y caderas curvilíneos,
aunque no dice lo mismo de la grasa en la barriga.
Lo dicho: una especie en curvilínea evolución.