3 oct 2015
La reina Paola de Bélgica sufre una arritmia cardíaca
La
reina debe guardar reposo desde el pasado mes de agosto debido a una
arritmia cardíaca.
Su hijo Felipe ha ordenado emitir un comunicado oficial para explicar su situación.
La salud de Paola de Bélgica (78) no se encuentra en su mejor momento.
La reina sufre una arritmia cardíaca que la obliga a guardar reposo desde el pasado mes de agosto. Ahora, los responsables de comunicación del palacio belga han emitido un comunicado, por orden del rey Felipe, en el que aclara la situación de su madre: "Su Majestad la reina Paola sufre una arritmia cardíaca, se encuentra actualmente bajo tratamiento y monitoreo para determinar la terapia adecuada".
Esta Mujer cuando era joven y casada con el que siempre fue su marido era bellisima, hubo toda clase de rumores y se habló de separación, pero el paso del tiempo y las obligaciones reales les hizo seguir juntos, eso si muy deteriorada por la salud o la resignación de ser Paola de Bélgica, pais aburrido de población envejecida llena de cafeterías exquisitas con sus bombones y con la gabardina y el paraguas en la mano.
Su hijo Felipe ha ordenado emitir un comunicado oficial para explicar su situación.
La salud de Paola de Bélgica (78) no se encuentra en su mejor momento.
La reina sufre una arritmia cardíaca que la obliga a guardar reposo desde el pasado mes de agosto. Ahora, los responsables de comunicación del palacio belga han emitido un comunicado, por orden del rey Felipe, en el que aclara la situación de su madre: "Su Majestad la reina Paola sufre una arritmia cardíaca, se encuentra actualmente bajo tratamiento y monitoreo para determinar la terapia adecuada".
Asimismo, se comunica que la
agenda de la reina queda interrumpida hasta finales de año, tiempo que
Paola dedicará a recuperar en casa debidamente.
Se cancelan así su
asistencia a diferentes actos de su fundación benéfica y también los
viajes privados que realiza habitualmente a Italia y Francia acompañada
por su marido, el rey Alberto II, con el que se encuentra en su mejor
momento después de una vida marital repleta de terceras personas y
profundas crisis.
Esta Mujer cuando era joven y casada con el que siempre fue su marido era bellisima, hubo toda clase de rumores y se habló de separación, pero el paso del tiempo y las obligaciones reales les hizo seguir juntos, eso si muy deteriorada por la salud o la resignación de ser Paola de Bélgica, pais aburrido de población envejecida llena de cafeterías exquisitas con sus bombones y con la gabardina y el paraguas en la mano.
El hombre que no quiso ser Rock Hudson (pero que terminó siendo)Se comprometió con él mismo 1º y despues con el mundo "gay" que morían en racimos....
Primero estaba Paul Newman, siempr
e. Pregunten a su abuela. Después, quizá James Stewart, por aquello de que su aura paternal empatizaba con el ánimo de la posguerra.
Y dado que el magnetismo animal de Marlon Brando
era digno de descocadas, el tercero en la lista era él: metro noventa,
viril, protector, un atractivo sexual por encima de la media y la
ingenuidad de un muchacho de campo.
Sí, tenía que ser él. Rock Hudson era lo apropiado para una chica de la época.
Así
que figúrense la conmoción de su abuela cuando hace treinta años el
mundo supo que el apropiado no solo gustaba de acostarse con hombres,
sino que se moría de sida.
La muerte de Rock Hudson en octubre de 1985,
apenas dos meses después de haber confesado su enfermedad en un
atropellado episodio en París —la ciudad a la que los enfermos más
pudientes viajaban para tratarse con el experimental HPA-23—, fue
determinante a la hora de cambiar la percepción que la sociedad
occidental tenía del VIH/sida y el colectivo LGTB.
Para millones de
personas, Rock Hudson fue el primer paciente con sida del que oyeron
hablar.
Para millones de personas, Rock Hudson también fue la primera
celebridad públicamente homosexual.
En 1985, más de seis mil personas
en Estados Unidos murieron a causa de la enfermedad, pero como afectaba
a grupos de población de los que, bueno, sencillamente no había que
preocuparse demasiado, el problema del cáncer gay, la peste rosa o el
GRID (Gay-related immune deficiency), término peyorativo con el
que la comunidad científica estudió denominar a la enfermedad antes de
decantarse por AIDS, no era tan trascendente
. Cabe preguntarse qué
habría ocurrido si el paciente Rock Hudson no hubiera saltado a los
medios de comunicación y, con él, su vida privada en uno de los primeros
casos de outing
que se recuerdan.
Quizá sin aquel inaudito impacto mediático, el
devenir de la epidemia no hubiera sido el que fue sino otro mucho más
infausto.
Icono gay, a su pesar
Hasta
finales de los sesenta, la mayoría de la prensa estadounidense
respetaba el acuerdo tácito que mantenía a Rock Hudson en el «armario de
cristal», una expresión utilizada para designar a aquellos actores gais
que no han hecho pública su condición, pero que es consabida por el
gremio.
En los setenta, el cine invirtió la tendencia del romanticismo
al realismo, dejando de lado el tipo de papel que había convertido a
Hudson en un mito durante las dos décadas anteriores.
Y para cuando bien
entrados los ochenta los medios inauguraron una era en la que el
escrutinio de la vida privada daba sus primeros y más feroces pasos, la
decadencia física de Rock Hudson fue un tema estrella que quedaría
registrado en televisión.
Fue en el verano de 1985. Primero a través de Dinastía —el comentado beso con Linda Evans es una de las aportaciones más perversas a la cultura pop— y más tarde en un elegíaco programa de su amiga Doris Day,
la cual creía que el actor padecía anorexia.
Visto con perspectiva, era
justo que aquella última aparición pública de Hudson fuera junto a la
actriz con la que forjó su fama de «gran farsante».
Con Doris había
inaugurado una época dorada de la guerra de sexos o, como se conocía en
la profesión a comedias como Confidencias a medianoche y Pijama para dos, del delayed fuck, por eso de que sus protagonistas no podían tocarse sin pasar antes por el altar.
Que
la lucha contra la estigmatización y la serofobia tuviera como icono al
actor más armarizado de Hollywood, aquel que durante treinta y seis
años se había esforzado en proyectar una imagen de héroe romántico y al
que Life y otras revistas de los cincuenta y sesenta vendían
como el soltero de oro con «¿Le gustaría ser la esposa de Rock Hudson?
Así es como debe tratarlo» y otros titulares, tiene mucho de trágica
ironía. Dr. Macho Jekyll & Mr. Homo Hyde acabó siendo el rostro
sobre el que pivotó la crisis del sida a mediados de los ochenta, pero
todos los beneficios sociales de su exposición pública —porque es
indudable que los hubo— provinieron de un lugar en las antípodas del
activismo LGTB. Así como había sido el role model idóneo,
Hudson
también resultó ser un involuntario pero poderoso referente gay a su
pesar, con un efecto destructor de los estereotipos homosexuales que ni
en sus peores pesadillas habría imaginado encarnar.
A
Hudson, los disturbios de Stonewall que en 1969 asentaron las bases del
activismo LGTB tal y como lo conocemos, le pillaron en la otra punta
del país, reafirmando su übermasculinidad junto a John Wayne en el rodaje de Los indestructibles. Cuando
la lucha por los derechos de gais y lesbianas era bastante más
arriesgada que participar en una colorida fiesta de banderas arcoíris,
el actor se resistía a comprender el sentido de unas
manifestaciones donde, según sus palabras, «se marchaba con un tubo de
vaselina en la mano».
Para él, votante republicano confeso, aquello era
un ejercicio de proselitismo homosexual con el que no estaba dispuesto a
que se le relacionara.
Hudson fue uno de los últimos actores que desarrollaron su carrera bajo el manto de las majors
(desde 1949 a 1966), lo cual significaba que el estudio velaba por él
en todas las esferas de su vida. Eso incluía un equipo de relaciones
públicas que se encargó, entre otras cosas, de empujarle a un matrimonio
con la secretaria de su representante a mediados de la década de los
cincuenta, justo cuando comenzaba a despuntar. No llegaron al tercer
aniversario. Por aquel entonces, ya hacía más de una década que Hudson
participaba del
clandestino ambiente gay de California, que había descubierto al volver
de la guerra y casi al mismo tiempo que en Estados Unidos se publicaba
el informe Kinsey que animaba a los psiquiatras a despatologizar la
homosexualidad. Prefería los encuentros con hombres que
también se habían acostado con mujeres y, a ser posible, rubios, de ojos
azules, altos, masculinos y veinteañeros, el tipo de hombre que
abarrotaba sus famosas fiestas en torno a la piscina. En posteriores
viajes a San Francisco, Hudson aprovecharía para hacer todo lo que no
podía permitirse en Hollywood: recorrer los cuartos oscuros y glory holes
de I Beam, Black & Blue o South Of Market, clubes y saunas gais en
la cima de la tolerancia y la desinhibición que, como tantos otros,
echaron el cierre por culpa del sida.
En una época en la que si no peleabas por un Tennessee Williams
parecías malgastar todo tu talento, Rock Hudson se especializó en
personajes alejados de cualquier aspiración intelectual —lo intentó con Adiós a las armas tras rechazar Ben-hur y Sayonara,
pero el resultado no fue el esperado—, más bien anodinos y que podían
catalogarse bajo la fórmula del «galán ejemplar».
Un subterfugio que le
sirvió para ser recordado ya no como un actor memorable ni de marcada
personalidad, pero sí como una gran estrella. Como una traslación del don’t ask, don’t tell
que practicaba en su vida privada, sus personajes no molestaban ni
resultaban incómodos al macarthismo. A lo sumo, representaban una
versión vigorosa del americano medio, sin carácter.
En Obsesión, el melodrama quintaesencial de Douglas Sirk que lo lanzó al estrellato y lo convirtió en uno de los actores más rentables de la Universal, su personaje pasaba de ser un playboy de manual a estudiar medicina para… ¡curar la ceguera de Jane Wyman! Corría la década de los cincuenta y no hacía mucho que Wyman acababa de divorciarse de otro actor, un tal Ronald Reagan que había dejado muy claras sus aspiraciones políticas cuando se presentó a la presidencia de la Screen Actors Guild.
Treinta años después de Obsesión,
con Reagan ya instalado en el despacho oval y Hudson agonizando en
París, el agente de prensa del actor habría de contactar con la Casa
Blanca para que intermediaran ante François Mitterrand
en su traslado a un centro de confianza. Debían llevarlo del Hospital
Americano de París, en el que desconocían la verdadera afección del
actor y donde tenían prohibida la admisión de enfermos de sida, al
Hospital Militar de Percy, a las afueras de la ciudad, donde le esperaba
su médico de confianza que había estado tratándole en secreto con
HPA-23 durante un año. Pero por temor a que les acusaran de favoritismo
,
Nancy Reagan se negó a colaborar con uno de sus votantes más célebres y al que solía invitar a sus recepciones.
Cuando
el 25 de julio de 1985, en medio del caos, no hubo otra salida que la
de hacer pública la enfermedad en una improvisada rueda de prensa a las
escaleras del hospital, una de las primeras en llamar a París fue su
amiga Elizabeth Taylor que, como mariliendre oficial de
Hollywood, entendió enseguida que ese gesto acababa de cambiarlo todo.
Taylor, que terminaría comprometiendo su fama en la lucha contra el
sida, no pudo hablar con el actor, pero pidió que le transmitieran un
mensaje: con su declaración, acababa de salvar la vida de millones de
personas. «¿Por qué?», preguntó el actor. «No lo entiendo».
A diferencia
de su compañera en Gigante, Rock Hudson no llegó a ser del todo consciente del alcance de su revelación, que acaparaba las portadas de todos los diarios.
Los amores verdaderos de las hermanas Brontë..................................... Winston Manrique Sabogal
Ángeles Caso recrea en una novela las pasiones de Charlotte, Emily y Anne, y da luz sobre cómo las sublimaron en sus obras.
¿Quién dijo que las hermanas Brontë no se enamoraron?
La bruma sobre el milagro literario que protagonizaron Charlotte, Emily y Anne entre 1846 y 1847, en su casa rodeada del viento frío a orillas de los páramos y del cementerio de Haworth, se despeja cada vez más.
Allí, en esa casa del condado inglés de West Yorkshire, vivieron y en ese breve lapso escribieron algunos de los clásicos universales del Romanticismo: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Contrario a lo dicho, “sus novelas estarían basadas en sus experiencias amorosas y en la educación intelectual que recibieron con la complicidad del padre, el reverendo Patrick Brontë”.
Lo recuerda Ángeles Caso, luego de investigar varios años el misterio de las Brontë y de tener en cuenta los últimos hallazgos e hipótesis de expertos.
A partir de ahí, la escritora, expresentadora de televisión y licenciada en Historia del Arte, novela la vida de esa familia bajo el título de Todo ese fuego (Planeta).
Un rompecabezas armado de piezas conocidas, semiescondidas, nuevas y otras falsas desmontadas. Sobre todo las de amores no correspondidos a los que dieron salida al final de sus días en sus obras. Todo ese fuego es una imagen casi completa de las tres hermanas rodeadas de desdichas, donde la lectura y la escritura se convirtieron en su salvación.
Para empezar, “eran hijas del Romanticismo, lectoras y herederas de autores como Walter Scott y Lord Byron”, afirma la autora
.Fue la propia Charlotte quien contribuyó a esa leyenda gris que las ha rodeado siempre.
Lo hizo en 1850, cuando ya habían muerto sus dos hermanas, en el prefacio de la tercera edición de Jane Eyre.
“Como ellas primero publicaron, en 1846, un poemario conjunto bajo seudónimos masculinos que conservaron un año después con sus novelas, trató de explicar esa decisión y salvar la imagen pobre que habían dado ante la mala acogida de Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Dijo que eran mujeres buenas pero muy victorianas, con una cultura nada sofisticada y pocos intereses intelectuales
. Las hizo pasar por pueblerinas y un poco ignorantes. ¡Todo lo contrario!”, advierte Ángeles Caso. Una idea que se afianzó con la biografía de Charlotte Brontë hecha por Elizabeth Gaskell, dos años después de la muerte de la autora de otras obras como Emma, Shirley y El profesor.
Las Brontë llegaron al mundo en rosario de desdichas
. Hijas de un reverendo, su madre murió dejando seis hijos de 6, 5, 4, 3, 2 y 1 años. Todas mujeres, salvo el cuarto, Branwell.
Bajo él, aspirante a escritor, vivieron eclipsadas porque representaba las esperanzas de la familia. Pronto las dos hermanas mayores murieron.
“Una tía muy honesta pero falta de cariño y ternura las crió”,
recuerda Ángeles Caso.
Y luego la escritora aclara un malentendido: “Su padre les inculcó la cultura, la lectura y la reflexión, un hecho muy avanzado para la época
. Ellas trabajaban en los quehaceres del hogar y se buscaron luego la vida como profesoras o institutrices
. Pero al final de la jornada llegaban a casa a leer y a escribir a escondidas.
La literatura fue su refugio”.
Con una vida empeñada en arrinconarlas, Charlotte, Emily y Anne vivían en un mundo paralelo, mientras veían cómo su hermano se desbarrancaba hacia el infierno con una botella de licor en la mano.
Tras varios intentos por reconducir el destino, Charlotte descubrió unos poemas de Emily. Entonces les propuso a sus hermanas publicar un poemario conjunto
. Emily se resistió, pero al final accedió con una condición: hacerlo bajo seudónimo
. Así, en el verano de 1846 nacieron Currer, Ellis y Acton Bell.
El libro fue bien recibido.
En medio de esa primera alegría, Charlotte lanzó una segunda propuesta: que cada una escribiera una novela.
…Y empezó el milagro, dice la escritora.
En esa casa de piedra y madera, en la orilla del viento y el cementerio, las tres transfirieron sus secretos y frustraciones pasionales a…
Jane Eyre, donde Charlotte narra el amor no correspondido que vive en Bruselas con su profesor de francés, que era casado; solo que en la novela su esposa muere. Así es que Jane Eyre y él alcanzan la felicidad.
La firmó como Currer Bell.
Cumbres borrascosas, donde Emily cuenta la historia atormentada de Heathcliff y Cathy, reflejo del “más que probable amor adolescente con Robert Clayton”, un muchacho pobre y asilvestrado con quien jugaba en los páramos de Haworth.
Después de que su padre la enviara a un internado, el chico murió, el 14 de diciembre de 1836. La investigadora Sarah Fermi, explica Caso, “dice que su poesía vive un cambio: deja la alegría y se torna oscura al escribir sobre la muerte del amado.
Hay un poema con las iniciales R. C.”. La firmó como Ellis Bell.
Agnes Grey, donde Anne recrea sus vivencias en diferentes trabajos, mientras resuena su relación con William Weightman, coadjutor de su padre, fallecido pronto. Anne Brontë luego escribiría otra novela muy avanzada para la época, La inquilina de Wildfell Hall, sobre el derecho de una mujer casada a separarse de su marido maltratador.
La firmó como Acton Bell.
En otoño de 1847 las tres novelas llegaron a las librerías. Solo Jane Eyre triunfó. Charlotte se negó a seguir escribiendo.
Anne insistió.
Un año después, las dos hermanas pequeñas murieron con 30 y 29 años, respectivamente. Charlotte reveló la verdad de la autoría.
Y llegó gloria con la bruma alrededor de sus vidas, como la felicidad de sus amores y pasiones secretas y negadas en aquellas tierras borrascosas.
La bruma sobre el milagro literario que protagonizaron Charlotte, Emily y Anne entre 1846 y 1847, en su casa rodeada del viento frío a orillas de los páramos y del cementerio de Haworth, se despeja cada vez más.
Allí, en esa casa del condado inglés de West Yorkshire, vivieron y en ese breve lapso escribieron algunos de los clásicos universales del Romanticismo: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Contrario a lo dicho, “sus novelas estarían basadas en sus experiencias amorosas y en la educación intelectual que recibieron con la complicidad del padre, el reverendo Patrick Brontë”.
Lo recuerda Ángeles Caso, luego de investigar varios años el misterio de las Brontë y de tener en cuenta los últimos hallazgos e hipótesis de expertos.
A partir de ahí, la escritora, expresentadora de televisión y licenciada en Historia del Arte, novela la vida de esa familia bajo el título de Todo ese fuego (Planeta).
Un rompecabezas armado de piezas conocidas, semiescondidas, nuevas y otras falsas desmontadas. Sobre todo las de amores no correspondidos a los que dieron salida al final de sus días en sus obras. Todo ese fuego es una imagen casi completa de las tres hermanas rodeadas de desdichas, donde la lectura y la escritura se convirtieron en su salvación.
Para empezar, “eran hijas del Romanticismo, lectoras y herederas de autores como Walter Scott y Lord Byron”, afirma la autora
.Fue la propia Charlotte quien contribuyó a esa leyenda gris que las ha rodeado siempre.
Lo hizo en 1850, cuando ya habían muerto sus dos hermanas, en el prefacio de la tercera edición de Jane Eyre.
“Como ellas primero publicaron, en 1846, un poemario conjunto bajo seudónimos masculinos que conservaron un año después con sus novelas, trató de explicar esa decisión y salvar la imagen pobre que habían dado ante la mala acogida de Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Dijo que eran mujeres buenas pero muy victorianas, con una cultura nada sofisticada y pocos intereses intelectuales
. Las hizo pasar por pueblerinas y un poco ignorantes. ¡Todo lo contrario!”, advierte Ángeles Caso. Una idea que se afianzó con la biografía de Charlotte Brontë hecha por Elizabeth Gaskell, dos años después de la muerte de la autora de otras obras como Emma, Shirley y El profesor.
Las Brontë llegaron al mundo en rosario de desdichas
. Hijas de un reverendo, su madre murió dejando seis hijos de 6, 5, 4, 3, 2 y 1 años. Todas mujeres, salvo el cuarto, Branwell.
Bajo él, aspirante a escritor, vivieron eclipsadas porque representaba las esperanzas de la familia. Pronto las dos hermanas mayores murieron.
Charlotte hizo pasar a Emily y Anne por pueblerinas y un poco ignorantes. ¡Todo lo contrario!. Una idea que se afianzó con la biografía de Charlotte Brontë hecha por Elizabeth Gaskell
Y luego la escritora aclara un malentendido: “Su padre les inculcó la cultura, la lectura y la reflexión, un hecho muy avanzado para la época
. Ellas trabajaban en los quehaceres del hogar y se buscaron luego la vida como profesoras o institutrices
. Pero al final de la jornada llegaban a casa a leer y a escribir a escondidas.
La literatura fue su refugio”.
Con una vida empeñada en arrinconarlas, Charlotte, Emily y Anne vivían en un mundo paralelo, mientras veían cómo su hermano se desbarrancaba hacia el infierno con una botella de licor en la mano.
Tras varios intentos por reconducir el destino, Charlotte descubrió unos poemas de Emily. Entonces les propuso a sus hermanas publicar un poemario conjunto
. Emily se resistió, pero al final accedió con una condición: hacerlo bajo seudónimo
. Así, en el verano de 1846 nacieron Currer, Ellis y Acton Bell.
El libro fue bien recibido.
En medio de esa primera alegría, Charlotte lanzó una segunda propuesta: que cada una escribiera una novela.
…Y empezó el milagro, dice la escritora.
En esa casa de piedra y madera, en la orilla del viento y el cementerio, las tres transfirieron sus secretos y frustraciones pasionales a…
Jane Eyre, donde Charlotte narra el amor no correspondido que vive en Bruselas con su profesor de francés, que era casado; solo que en la novela su esposa muere. Así es que Jane Eyre y él alcanzan la felicidad.
La firmó como Currer Bell.
Cumbres borrascosas, donde Emily cuenta la historia atormentada de Heathcliff y Cathy, reflejo del “más que probable amor adolescente con Robert Clayton”, un muchacho pobre y asilvestrado con quien jugaba en los páramos de Haworth.
Después de que su padre la enviara a un internado, el chico murió, el 14 de diciembre de 1836. La investigadora Sarah Fermi, explica Caso, “dice que su poesía vive un cambio: deja la alegría y se torna oscura al escribir sobre la muerte del amado.
Hay un poema con las iniciales R. C.”. La firmó como Ellis Bell.
Agnes Grey, donde Anne recrea sus vivencias en diferentes trabajos, mientras resuena su relación con William Weightman, coadjutor de su padre, fallecido pronto. Anne Brontë luego escribiría otra novela muy avanzada para la época, La inquilina de Wildfell Hall, sobre el derecho de una mujer casada a separarse de su marido maltratador.
La firmó como Acton Bell.
En otoño de 1847 las tres novelas llegaron a las librerías. Solo Jane Eyre triunfó. Charlotte se negó a seguir escribiendo.
Anne insistió.
Un año después, las dos hermanas pequeñas murieron con 30 y 29 años, respectivamente. Charlotte reveló la verdad de la autoría.
Y llegó gloria con la bruma alrededor de sus vidas, como la felicidad de sus amores y pasiones secretas y negadas en aquellas tierras borrascosas.
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