Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

3 oct 2015

El hombre que no quiso ser Rock Hudson (pero que terminó siendo)Se comprometió con él mismo 1º y despues con el mundo "gay" que morían en racimos....

1957 --- Elizabeth Taylor and Rock Hudson on the set of "Giant". --- Image by © Sunset Boulevard/Corbis
Elizabeth Taylor y Rock Hudson en el set de Gigante. Fotografía: Corbis
Primero estaba Paul Newman, siempr
e. Pregunten a su abuela. Después, quizá James Stewart, por aquello de que su aura paternal empatizaba con el ánimo de la posguerra.
 Y dado que el magnetismo animal de Marlon Brando era digno de descocadas, el tercero en la lista era él: metro noventa, viril, protector, un atractivo sexual por encima de la media y la ingenuidad de un muchacho de campo.
 Sí, tenía que ser él. Rock Hudson era lo apropiado para una chica de la época.
Así que figúrense la conmoción de su abuela cuando hace treinta años el mundo supo que el apropiado no solo gustaba de acostarse con hombres, sino que se moría de sida. 
La muerte de Rock Hudson en octubre de 1985, apenas dos meses después de haber confesado su enfermedad en un atropellado episodio en París —la ciudad a la que los enfermos más pudientes viajaban para tratarse con el experimental HPA-23—, fue determinante a la hora de cambiar la percepción que la sociedad occidental tenía del VIH/sida y el colectivo LGTB.
 Para millones de personas, Rock Hudson fue el primer paciente con sida del que oyeron hablar. 
Para millones de personas, Rock Hudson también fue la primera celebridad públicamente homosexual.
En 1985, más de seis mil personas en Estados Unidos murieron a causa de la enfermedad, pero como afectaba a grupos de población de los que, bueno, sencillamente no había que preocuparse demasiado, el problema del cáncer gay, la peste rosa o el GRID (Gay-related immune deficiency), término peyorativo con el que la comunidad científica estudió denominar a la enfermedad antes de decantarse por AIDS, no era tan trascendente
. Cabe preguntarse qué habría ocurrido si el paciente Rock Hudson no hubiera saltado a los medios de comunicación y, con él, su vida privada en uno de los primeros casos de outing que se recuerdan.
 Quizá sin aquel inaudito impacto mediático, el devenir de la epidemia no hubiera sido el que fue sino otro mucho más infausto.

Icono gay, a su pesar
Hasta finales de los sesenta, la mayoría de la prensa estadounidense respetaba el acuerdo tácito que mantenía a Rock Hudson en el «armario de cristal», una expresión utilizada para designar a aquellos actores gais que no han hecho pública su condición, pero que es consabida por el gremio.
 En los setenta, el cine invirtió la tendencia del romanticismo al realismo, dejando de lado el tipo de papel que había convertido a Hudson en un mito durante las dos décadas anteriores.
 Y para cuando bien entrados los ochenta los medios inauguraron una era en la que el escrutinio de la vida privada daba sus primeros y más feroces pasos, la decadencia física de Rock Hudson fue un tema estrella que quedaría registrado en televisión.
Fue en el verano de 1985. Primero a través de Dinastía —el comentado beso con Linda Evans es una de las aportaciones más perversas a la cultura pop— y más tarde en un elegíaco programa de su amiga Doris Day, la cual creía que el actor padecía anorexia. 
Visto con perspectiva, era justo que aquella última aparición pública de Hudson fuera junto a la actriz con la que forjó su fama de «gran farsante». 
Con Doris había inaugurado una época dorada de la guerra de sexos o, como se conocía en la profesión a comedias como Confidencias a medianoche y Pijama para dos, del delayed fuck, por eso de que sus protagonistas no podían tocarse sin pasar antes por el altar.
Que la lucha contra la estigmatización y la serofobia tuviera como icono al actor más armarizado de Hollywood, aquel que durante treinta y seis años se había esforzado en proyectar una imagen de héroe romántico y al que Life y otras revistas de los cincuenta y sesenta vendían como el soltero de oro con «¿Le gustaría ser la esposa de Rock Hudson? Así es como debe tratarlo» y otros titulares, tiene mucho de trágica ironía. Dr. Macho Jekyll & Mr. Homo Hyde acabó siendo el rostro sobre el que pivotó la crisis del sida a mediados de los ochenta, pero todos los beneficios sociales de su exposición pública —porque es indudable que los hubo— provinieron de un lugar en las antípodas del activismo LGTB. Así como había sido el role model idóneo, 
Hudson también resultó ser un involuntario pero poderoso referente gay a su pesar, con un efecto destructor de los estereotipos homosexuales que ni en sus peores pesadillas habría imaginado encarnar.
A Hudson, los disturbios de Stonewall que en 1969 asentaron las bases del activismo LGTB tal y como lo conocemos, le pillaron en la otra punta del país, reafirmando su übermasculinidad junto a John Wayne en el rodaje de Los indestructibles. Cuando la lucha por los derechos de gais y lesbianas era bastante más arriesgada que participar en una colorida fiesta de banderas arcoíris, el actor se resistía a comprender el sentido de unas manifestaciones donde, según sus palabras, «se marchaba con un tubo de vaselina en la mano».
 Para él, votante republicano confeso, aquello era un ejercicio de proselitismo homosexual con el que no estaba dispuesto a que se le relacionara.

Hudson fue uno de los últimos actores que desarrollaron su carrera bajo el manto de las majors (desde 1949 a 1966), lo cual significaba que el estudio velaba por él en todas las esferas de su vida. Eso incluía un equipo de relaciones públicas que se encargó, entre otras cosas, de empujarle a un matrimonio con la secretaria de su representante a mediados de la década de los cincuenta, justo cuando comenzaba a despuntar. No llegaron al tercer aniversario. Por aquel entonces, ya hacía más de una década que Hudson participaba del clandestino ambiente gay de California, que había descubierto al volver de la guerra y casi al mismo tiempo que en Estados Unidos se publicaba el informe Kinsey que animaba a los psiquiatras a despatologizar la homosexualidad. Prefería los encuentros con hombres que también se habían acostado con mujeres y, a ser posible, rubios, de ojos azules, altos, masculinos y veinteañeros, el tipo de hombre que abarrotaba sus famosas fiestas en torno a la piscina. En posteriores viajes a San Francisco, Hudson aprovecharía para hacer todo lo que no podía permitirse en Hollywood: recorrer los cuartos oscuros y glory holes de I Beam, Black & Blue o South Of Market, clubes y saunas gais en la cima de la tolerancia y la desinhibición que, como tantos otros, echaron el cierre por culpa del sida.
ca. 1940-1959, Las Vegas, Nevada, USA --- Original caption: Las Vegas: Photo shows Rock Hudson (1925-1985) lying sideways on the diving board of the pool at the Flamingo Hotel in Las Vegas. Ca. 1940s-1950s. --- Image by © CORBIS
Rock Hudson (1925-1985) posa en el trampolín de la piscina del Hotel Flamingo en Las Vegas. Ca. 1940-1950. Fotografía: Corbis
En una época en la que si no peleabas por un Tennessee Williams parecías malgastar todo tu talento, Rock Hudson se especializó en personajes alejados de cualquier aspiración intelectual —lo intentó con Adiós a las armas tras rechazar Ben-hur y Sayonara, pero el resultado no fue el esperado—, más bien anodinos y que podían catalogarse bajo la fórmula del «galán ejemplar».
 Un subterfugio que le sirvió para ser recordado ya no como un actor memorable ni de marcada personalidad, pero sí como una gran estrella. Como una traslación del don’t ask, don’t tell que practicaba en su vida privada, sus personajes no molestaban ni resultaban incómodos al macarthismo. A lo sumo, representaban una versión vigorosa del americano medio, sin carácter.
En Obsesión, el melodrama quintaesencial de Douglas Sirk que lo lanzó al estrellato y lo convirtió en uno de los actores más rentables de la Universal, su personaje pasaba de ser un playboy de manual a estudiar medicina para… ¡curar la ceguera de Jane Wyman! Corría la década de los cincuenta y no hacía mucho que Wyman acababa de divorciarse de otro actor, un tal Ronald Reagan que había dejado muy claras sus aspiraciones políticas cuando se presentó a la presidencia de la Screen Actors Guild.
Treinta años después de Obsesión, con Reagan ya instalado en el despacho oval y Hudson agonizando en París, el agente de prensa del actor habría de contactar con la Casa Blanca para que intermediaran ante François Mitterrand en su traslado a un centro de confianza. Debían llevarlo del Hospital Americano de París, en el que desconocían la verdadera afección del actor y donde tenían prohibida la admisión de enfermos de sida, al Hospital Militar de Percy, a las afueras de la ciudad, donde le esperaba su médico de confianza que había estado tratándole en secreto con HPA-23 durante un año. Pero por temor a que les acusaran de favoritismo
, Nancy Reagan se negó a colaborar con uno de sus votantes más célebres y al que solía invitar a sus recepciones.
Cuando el 25 de julio de 1985, en medio del caos, no hubo otra salida que la de hacer pública la enfermedad en una improvisada rueda de prensa a las escaleras del hospital, una de las primeras en llamar a París fue su amiga Elizabeth Taylor que, como mariliendre oficial de Hollywood, entendió enseguida que ese gesto acababa de cambiarlo todo. Taylor, que terminaría comprometiendo su fama en la lucha contra el sida, no pudo hablar con el actor, pero pidió que le transmitieran un mensaje: con su declaración, acababa de salvar la vida de millones de personas. «¿Por qué?», preguntó el actor. «No lo entiendo».
 A diferencia de su compañera en Gigante, Rock Hudson no llegó a ser del todo consciente del alcance de su revelación, que acaparaba las portadas de todos los diarios.

Los amores verdaderos de las hermanas Brontë..................................... Winston Manrique Sabogal

Ángeles Caso recrea en una novela las pasiones de Charlotte, Emily y Anne, y da luz sobre cómo las sublimaron en sus obras.


¿Quién dijo que las hermanas Brontë no se enamoraron?
La bruma sobre el milagro literario que protagonizaron Charlotte, Emily y Anne entre 1846 y 1847, en su casa rodeada del viento frío a orillas de los páramos y del cementerio de Haworth, se despeja cada vez más.
 Allí, en esa casa del condado inglés de West Yorkshire, vivieron y en ese breve lapso escribieron algunos de los clásicos universales del Romanticismo: Jane Eyre, Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Contrario a lo dicho, “sus novelas estarían basadas en sus experiencias amorosas y en la educación intelectual que recibieron con la complicidad del padre, el reverendo Patrick Brontë”.
Lo recuerda Ángeles Caso, luego de investigar varios años el misterio de las Brontë y de tener en cuenta los últimos hallazgos e hipótesis de expertos.
A partir de ahí, la escritora, expresentadora de televisión y licenciada en Historia del Arte, novela la vida de esa familia bajo el título de Todo ese fuego (Planeta).
Recreación de Charlotte, Emily y Anne Brontë, en su casa de Haworth. / Album / Granger, NYC
Un rompecabezas armado de piezas conocidas, semiescondidas, nuevas y otras falsas desmontadas. Sobre todo las de amores no correspondidos a los que dieron salida al final de sus días en sus obras. Todo ese fuego es una imagen casi completa de las tres hermanas rodeadas de desdichas, donde la lectura y la escritura se convirtieron en su salvación.
Para empezar, “eran hijas del Romanticismo, lectoras y herederas de autores como Walter Scott y Lord Byron”, afirma la autora
.Fue la propia Charlotte quien contribuyó a esa leyenda gris que las ha rodeado siempre.
Lo hizo en 1850, cuando ya habían muerto sus dos hermanas, en el prefacio de la tercera edición de Jane Eyre.
 “Como ellas primero publicaron, en 1846, un poemario conjunto bajo seudónimos masculinos que conservaron un año después con sus novelas, trató de explicar esa decisión y salvar la imagen pobre que habían dado ante la mala acogida de Cumbres borrascosas y Agnes Grey.
Dijo que eran mujeres buenas pero muy victorianas, con una cultura nada sofisticada y pocos intereses intelectuales
. Las hizo pasar por pueblerinas y un poco ignorantes. ¡Todo lo contrario!”, advierte Ángeles Caso. Una idea que se afianzó con la biografía de Charlotte Brontë hecha por Elizabeth Gaskell, dos años después de la muerte de la autora de otras obras como Emma, Shirley y El profesor.
Las Brontë llegaron al mundo en rosario de desdichas
. Hijas de un reverendo, su madre murió dejando seis hijos de 6, 5, 4, 3, 2 y 1 años. Todas mujeres, salvo el cuarto, Branwell.
 Bajo él, aspirante a escritor, vivieron eclipsadas porque representaba las esperanzas de la familia. Pronto las dos hermanas mayores murieron.
Charlotte hizo pasar a Emily y Anne por pueblerinas y un poco ignorantes. ¡Todo lo contrario!. Una idea que se afianzó con la biografía de Charlotte Brontë hecha por Elizabeth Gaskell
“Una tía muy honesta pero falta de cariño y ternura las crió”, recuerda Ángeles Caso.
Y luego la escritora aclara un malentendido: “Su padre les inculcó la cultura, la lectura y la reflexión, un hecho muy avanzado para la época
. Ellas trabajaban en los quehaceres del hogar y se buscaron luego la vida como profesoras o institutrices
. Pero al final de la jornada llegaban a casa a leer y a escribir a escondidas.
 La literatura fue su refugio”.
Con una vida empeñada en arrinconarlas, Charlotte, Emily y Anne vivían en un mundo paralelo, mientras veían cómo su hermano se desbarrancaba hacia el infierno con una botella de licor en la mano.
 Tras varios intentos por reconducir el destino, Charlotte descubrió unos poemas de Emily. Entonces les propuso a sus hermanas publicar un poemario conjunto
. Emily se resistió, pero al final accedió con una condición: hacerlo bajo seudónimo
. Así, en el verano de 1846 nacieron Currer, Ellis y Acton Bell.
 El libro fue bien recibido.
 En medio de esa primera alegría, Charlotte lanzó una segunda propuesta: que cada una escribiera una novela.
…Y empezó el milagro, dice la escritora.
 En esa casa de piedra y madera, en la orilla del viento y el cementerio, las tres transfirieron sus secretos y frustraciones pasionales a…
Jane Eyre, donde Charlotte narra el amor no correspondido que vive en Bruselas con su profesor de francés, que era casado; solo que en la novela su esposa muere. Así es que Jane Eyre y él alcanzan la felicidad.
 La firmó como Currer Bell.
Cumbres borrascosas, donde Emily cuenta la historia atormentada de Heathcliff y Cathy, reflejo del “más que probable amor adolescente con Robert Clayton”, un muchacho pobre y asilvestrado con quien jugaba en los páramos de Haworth.
 Después de que su padre la enviara a un internado, el chico murió, el 14 de diciembre de 1836. La investigadora Sarah Fermi, explica Caso, “dice que su poesía vive un cambio: deja la alegría y se torna oscura al escribir sobre la muerte del amado.
 Hay un poema con las iniciales R. C.”. La firmó como Ellis Bell.
Agnes Grey, donde Anne recrea sus vivencias en diferentes trabajos, mientras resuena su relación con William Weightman, coadjutor de su padre, fallecido pronto. Anne Brontë luego escribiría otra novela muy avanzada para la época, La inquilina de Wildfell Hall, sobre el derecho de una mujer casada a separarse de su marido maltratador.
 La firmó como Acton Bell.
En otoño de 1847 las tres novelas llegaron a las librerías. Solo Jane Eyre triunfó. Charlotte se negó a seguir escribiendo.
Anne insistió.
 Un año después, las dos hermanas pequeñas murieron con 30 y 29 años, respectivamente. Charlotte reveló la verdad de la autoría.
 Y llegó gloria con la bruma alrededor de sus vidas, como la felicidad de sus amores y pasiones secretas y negadas en aquellas tierras borrascosas.

 

Un cumpleaños feliz........................................................ Boris Izaguirre

Shakira hubiera preferido cantar con el fondo de mármol verde de Naciones Unidas detrás. ¡Es que es el Nobel de los fondos! Da igual lo que digas o pienses en esos 15 minutos, no hay nadie que se vea mal.

Shakira canta antes del inicio Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible en Naciones Unidas, el pasado 25 de septiembre / JUSTIN LANE (EFE)

Aunque esta semana ha estado marcada por las elecciones catalanas, donde todo el mundo gana y Barcelona sigue igual de atractiva para turistas del mundo entero, a mis 50 años recién cumplidos me he quedado fascinado por el magnífico fondo que crea el mármol verde jaspeado detrás de la tribuna de invitados en la Asamblea de Naciones Unidas.
Shakira ha actuado allí cantando Imagine de John Lennon al papa Francisco. “Imagine no religion”. Al mismo tiempo, estrenaba su nueva mansión en Barcelona. “Imagine no posessions”.
 A Shakira no la pusieron delante de mi fondo de mármol verde favorito sino justo al lado, y delante de representantes de todos los países para que también soltara eso de “imagine there is no nations”. Viéndola pensaba en que su nuevo casoplón barcelonés fue construido en 1965, el año en que nací, que es de estilo suizo, un estilo y nacionalidad que chifla a los barceloneses pudientes que hacen de ese vecindario de Piqué y Shakira una pequeña nación dentro de otra nación que todavía permanece en una nación más grande.
Pero algo me hace pensar que Shakira hubiera preferido cantar Imagine con el fondo de mármol verde detrás.
 ¡Es que es el Nobel de los fondos!
 Da igual lo que digas o pienses en esos 15 minutos pactados, el fondo dice todo lo que importa.
 No hay nadie que se vea mal. Gadafi rompió la norma y se quedó 75 minutos.
Es el escenario de los 15 minutos de fama que propuso Warhol.
Por eso también fascina. Puedes ser papa, dictador, premio Nobel de la Paz, pero con ese fondo tus 15 minutos de fama se vuelven historia.
Pasé mi cumpleaños 50 pendiente de los discursos en Caracas, mi ciudad natal, donde recibí todo tipo de regalos.
 El más espectacular: una balacera delante de la casa de mi padre.
 Los escoltas de la madre de un vicepresidente de la República Bolivariana, que vive en la misma calle, contuvieron una “situación de secuestro” en otra casa vecina, a punta de pistola y tras veinte disparos cruzados.
 Yo estaba leyendo la exigua prensa local en el momento de los tiros e imaginé que eran fuegos artificiales hasta que mi hermana gritó desde la cocina un “todos al suelo” acompañado de un muy efectivo “get down” [“agáchense”], como en las series de televisión
. Arrastrándome, me reuní con ella en el suelo del comedor, lejos de las ventanas
. Lo increíble es que mi progenitor no dejó de mantener una conversación telefónica en todo el proceso.
 “Hay una balacera”, le escuché decir entre las alarmas de coches y sirenas, “pero todo bien, mi amor, todo normal”.
Caracas, a su manera tropical y violenta, te deja inyectado de adrenalina y no sabes qué hacer con ella.
 El día después del tiroteo fui con mi hermana al supermercado.
 De entrada ves las estanterías bien surtidas, pero a medida que avanzas descubres que es un trampantojo masivo
. Hacia la mitad de los pasillos empiezan a aparecer los huecos y los carteles recordando lo que no está, como el subtitulado de las películas mudas.
 Las colas se forman no tanto por el desabastecimiento sino por el inocente control contra la especulación y reventa que se lleva a cabo a través de unos dispositivos llamados “capta huellas”. Cada comprador debe dejar constancia dactilar de su compra
. Pero como hay fallos de energía en el país petrolero el dispositivo se apaga y enciende sin poder captar correctamente las huellas de los pulgares.
Todo deja huella en Caracas.
 Las relaciones humanas ni se diga
. Por mi cumpleaños una de mis mejores amigas decide regalarme una cinta para llevar siete veces atada en mi muñeca
. Mientras hace los nudos para mi salud y amor, observo que se palidece. “Estoy medio anémica y me han empachado los chocolates”, me confiesa casi desmayándose pero terminando de anudar la mágica pulserita.
 Otro amigo me regala un busto de Simón Bolívar de los años setenta hecho en porcelana blanca
. El Libertador no alcanzó a dar un discurso con el mármol verde de Naciones Unidas detrás pero es un símbolo de independencia y patria explotado por todos los gobiernos venezolanos, y llevado al culto por el actual.
 En mi casa no todos ven con buenos ojos que lo deje allí y termino metiéndolo en mi equipaje de mano de regreso.
 Cuando una funcionaria de la seguridad del aeropuerto lo coloca en un escáner desnivelado, el busto rueda hasta el piso haciéndose añicos.
Es una imagen desconcertante.
 El líder de la patria pulverizado en el suelo del aeropuerto al que da nombre.
Igual que hiciera mi padre durante la balacera, sigo adelante, con normalidad, callándome lo que siento y pensando en el resistente mármol verde de Naciones Unidas.

 

La maternidad, años más tarde.................................................................. Elvira Lindo.

Es mágico el momento en el que percibes que tienes que conversar con los hijos ya de igual a igual.

El día 29 de septiembre es San Miguel.
 No me suelo acordar de los santos, ni tan siquiera de los cumpleaños, pero mi hijo Miguel sabe que cuando llegue su día (como se refieren en ciertas zonas de España al día de uno en el Santoral) recibirá una llamada, y no será la mía sino la de su padrastro
. San Miguel es, a su vez, patrón de Úbeda, por lo que con más motivo el experto en onomásticas de mi casa se acuerda de felicitar a su hijastro.
 Cuando las relaciones con los hijos adultos son buenas, se podrían definir a la manera en que lo hizo Montaigne y que tanto le gusta a Muñoz Molina: “
Una amistad verdaderamente paternal”. Es muy satisfactoria esa paternidad o maternidad en la que no intervienen los lazos biológicos.
 No se suele hablar de ella, salvo cuando los niños son adoptados, pero está presente en muchas de nuestras familias.
 Nuestros hijos tienen madre y padre, pero también disfrutan de unas segundas madres y unos segundos padres que velan por ellos con tanto celo como lo harían por aquellos que son de su sangre. La sangre sigue pesando más de lo que debería, pero yo me resisto a que me seduzca su influjo: son míos los hijos que no parí pero a los que tuve que educar, alimentar y querer desde que eran muy chicos.
 No es fácil: a los niños hay que seducirlos aún cuando se resistan a quererte, o aún cuando están predispuestos a no quererte, pero esa conquista hace más valiosa la relación futura.
 Ese futuro, en nuestro caso, ha llegado
. Tenemos cuatro hijos. Esos cuatro hijos tienen a su vez otros hogares en los que refugiarse.
Al principio, esta segunda realidad al margen de la que una controla se hacía dura, nadie está a salvo de la mezquindad de la competencia afectiva, pero de la experiencia se aprende
. Hay gente que se instala en el rencor hasta la muerte e infecta de rencor a los hijos y a los nietos. Vidas feas y estériles.
Comprendo que las dificultades de la adopción hayan convertido esta particular forma de paternidad y maternidad en algo más reseñable, pero no son menores las dificultades de los que hemos tenido que compartir la condición de madre o padre con otros.
Se habla mucho de los primeros años de la maternidad en estos tiempos
. Es lógico, es una época en la que todo parece conjurarse para que una mujer no encuentre el momento de tener descendencia: la ridícula ayuda estatal, los empleos precarios, las familias empequeñecidas, la falta de conciliación laboral, los irritantes horarios españoles.
 Eso unido a esta nueva tendencia que exige a las madres la renuncia por unos años a otras vocaciones.
 Qué difícil ser madre en unos tiempos en los que esa condición está cargada de tantas exigencias.
Esta semana pensaba en ello porque en las redes se compartió un artículo, Hijos, de Purificació Mascarell en el que la autora reivindicaba la posibilidad de no reproducirse. Mascarell definía a las madres como unos seres abducidos por la servidumbre de la crianza, compartiendo sin cesar conversaciones enfocadas obsesivamente a los pañales, la lactancia y las horas robadas al sueño; jóvenes privadas de sexualidad, de horas de lectura, de brujuleos nocturnos y de ambición laboral. Así es, en muchos casos, así es durante algunos años, así fue incluso para las que comenzamos a trabajar a los pocos días de nacer nuestros hijos.
La mente está tan seducida por el bebé que no hay nada que pueda competir con ese peculiar enamoramiento.
¿Y? La vida pasa. Pasa esa infancia primera en la que una criatura es una continuación del propio yo. Pasa la adolescencia y su doloroso desapego.
 De pronto, la extrañeza de la edad adulta, y con ella un período poco descrito, del que casi nada se cuenta: el mágico momento en que percibes que tienes que conversar con los hijos ya de igual a igual, sin atribuirte a ti misma mayor sabiduría.
 Un capítulo liberador de la vida en el que la razón no está por sistema de tu parte
. Contra lo que se dice, los momentos primeros de la maternidad no son idílicos: una criatura es una bomba que cae en una casa y que jamás sabemos los efectos colaterales que va a provocar.
 Lo que debería despertar envidia a aquellos que deciden no tener hijos es ese nuevo tiempo enriquecedor en el que puedes hablar de cualquier cosa con los adultos que criaste.
 Estos jóvenes que te quitaron el sueño, te sacaron de quicio, te apartaron de experiencias fascinantes y noches de aventura, son los que ahora te proporcionan ratos de apasionada charla.
 Existe ese tiempo en el que las madres tenemos la mente colonizada y nos falta sueño y sensualidad y nos sobra cansancio.
 Pero luego viene la recompensa, casi secreta de tan poco expresada.
Sólo quien la prueba puede apreciar su valor: la maternidad o la paternidad, años más tarde.