El mensaje incómodo que el
papa Francisco
dirigió al Congreso de los Estados Unidos puede resumirse en una de sus
frases:
“Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan
con ustedes”.
Jorge Mario Bergoglio, que se presentó como “hijo de este
gran continente”, repasó ante los congresistas todos los asuntos –
cambio climático, redistribución de la riqueza, regulación de la inmigración,
política exterior multilateral— que la mayoría republicana ha venido
bloqueando.
El Papa pidió que la respuesta hacia la llegada de
inmigrantes sea “humana, justa y fraterna”, y abogó por la abolición de
la pena de muerte.
El Papa, que fue recibido
con un largo aplauso, volvió a levantar a los congresistas cuando, nada
más empezar, dijo:
“Les agradezco la invitación que me han hecho a que
les dirija la palabra en esta sesión conjunta del Congreso en la tierra
de los libres y en la patria de los valientes”.
Pero, enseguida, empezó
un discurso menos complaciente.
“Si es verdad que la política debe
servir a la persona humana”, planteó Bergoglio, “no puede ser esclava de
la economía y de las finanzas.
La política responde a la necesidad
imperiosa de convivir para construir juntos el bien común posible, el de
una comunidad que resigna intereses particulares para poder compartir,
con justicia y paz, sus bienes, sus intereses, su vida social. No
subestimo la dificultad que esto conlleva, pero los aliento en este
esfuerzo”.
Y añadió: “Tratemos a los demás con la misma pasión y
compasión con la que queremos ser tratados.
Busquemos para los demás las
mismas posibilidades que deseamos para nosotros
. Acompañemos el
crecimiento de los otros como queremos ser acompañados.
En definitiva:
queremos seguridad, demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos
oportunidades, brindemos oportunidades.
El parámetro que usemos para
los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros”.
El mensaje del Papa es incómodo para la mayoría republicana del
Congreso.
En el cambio climático, en las desigualdades, en la
inmigración y
en la defensa implícita del diálogo con Cuba e Irán,
Francisco se alinea con el presidente Barack Obama y el Partido
Demócrata.
El Papa no es un líder político, es un líder espiritual, pero
el discurso del Capitolio puede leerse como una lista de reproches
contra un partido que en los últimos años ha negado el cambio climático,
ha vilipendiado las políticas económicas redistributivas,
ha bloqueado los intentos de regular la inmigración
y se ha opuesto con virulencia a la política exterior multilateral de
Obama.
Si Bergoglio fuese uno más de los parlamentarios que le
escuchaban no hay ninguna duda de la bancada en la que se sentaría.
Y, aun así, el mensaje del Papa, suave en las formas, sin entrar a
fondo en ninguno de los asuntos, quería ser conciliador.
Lo primero que
hizo Francisco, después de volver a presentarse como “hijo de este gran
continente”, fue colocar a los estadounidenses ante el espejo de su
propia historia, para demostrarles que personajes como Abraham Lincoln,
Martin Luther King, Dorothy Day y Thomas Merton ya “apostaron, con
trabajo abnegación y hasta con su propia sangre, por forjar un futuro
mejor”. Bergoglio, al que una parte del Congreso tiene por un peronista
argentino, un papa rojo, pretendía así demostrar que su discurso
incómodo, los baluartes de la doctrina social de la Iglesia, también
está en el ADN de Estados Unidos. Francisco, no obstante, fue tacaño con
los gestos hacia la derecha religiosa.
Solo mencionó de pasada uno de
los caballos de batalla de los obispos locales y del sector conservador,
el matrimonio homosexual, legal desde junio en todo EE UU.
“A través de ustedes”, se dirigió el Papa a los congresistas,
“quisiera tener la oportunidad de dialogar con miles de hombres y
mujeres que luchan cada día para trabajar honradamente (…), con tantos
abuelos que atesoran la sabiduría forjada por los años e intentan de
muchas maneras, especialmente a través del voluntariado, compartir sus
experiencias (…), con todos esos jóvenes que luchan por sus deseos
nobles y altos, que no se dejan atomizar por las ofertas fáciles, que
saben enfrentar situaciones difíciles, fruto muchas veces de la
inmadurez de los adultos”.
El papa Francisco se refirió también a la violencia provocada por el
fundamentalismo religioso para pedir a los congresistas mucho tacto y
mesura a la hora de luchar contra ella
: “Combatir la violencia
perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema
económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de
las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que
tenemos que trabajar.
Y, por otra parte, puede generarse una tentación a
la que hemos de prestar especial atención: el reduccionismo simplista
que divide la realidad en buenos y malos; permítanme usar la expresión
en justos y pecadores.
El mundo contemporáneo con sus heridas, que
sangran en tantos hermanos nuestros, nos convoca a afrontar todas las
polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos.
Sabemos que en el
afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la
tentación de ir alimentando el enemigo interior.
Copiar el odio y la
violencia del tirano y del asesino es la mejor manera de ocupar su
lugar.
A eso este pueblo dice: No”.
La imagen de Francisco dirigiéndose al Congreso de Estados Unidos es
un símbolo poderoso del lugar central que el catolicismo ocupa en la
sociedad y la política estadounidense.
No siempre fue así.
El Vaticano y
EE UU no establecieron relaciones diplomáticas hasta 1984, después de
un intervalo de 134 años.
Hace 55 años, durante la campaña presidencial
de 1960, el candidato demócrata, John F. Kennedy, que era católico, tuvo
que esforzarse para deshacer la sospecha de que gobernaría al dictado
del Papa de Roma. Incluso personalidades como el reverendo Martin Luther
King, que acabó apoyándolo, cuestionaran por este motivo sus
credenciales para ser presidente.
“Creo en una América que oficialmente no sea ni católica, ni
protestante ni judía, en la que ningún funcionario público requiera ni
acepte instrucciones sobre política pública del Papa, del Consejo
Nacional de las Iglesias ni de ninguna otra fuente eclesial”, dijo
Kennedy en un discurso ante líderes religiosos en Houston.
Entonces se
decía que un católico —religión asociada entonces a los inmigrantes
irlandeses, italianos y centroeuropeos— no podía ser presidente. El
pronóstico se incumplió y Kennedy fue el primero, y hasta ahora el
único, presidente católico.
Estados Unidos se ha transformado.
La hegemonía WASP (el acrónimo
inglés de los protestantes blancos y anglosajones) se ha diluido. En
2010, la retirada del juez del Tribunal Supremo John Paul Stevens y su
sustitución por Elena Kagan, puso fin a una era.
Por primera vez en la
historia, el alto tribunal no tenía ningún juez protestante.
Seis de los
nueves jueces y un 31% de congresistas son hoy católicos, una
proporción mayor al 20% que representan en la sociedad. Joe Biden es el
primer vicepresidente católico y 6 de los 15 candidatos a la nominación
del Partido Republicano para las elecciones presidenciales del 2016
también lo son. Francisco habló ante el Congreso invitado por otro
católico, el
speaker o presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner.
En el Congreso de Estados Unidos, Francisco no era un extranjero. Jugaba en casa.