Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

21 sept 2015

España me roba.......................................................................... Julio Llamazares

Sumado el dinero que yo aporto obligado por Hacienda a las cuentas del Estado y restado el que recibo de éste en servicios, tengo un balance fiscal negativo.

 


He echado cuentas (a ojo de buen cubero, es verdad) y, con mi declaración de la renta en la mano, he llegado a la conclusión de que España me roba
. Quiero decir: que, sumado el dinero que yo aporto obligado por Hacienda a las cuentas del Estado y restado el que recibo de éste en servicios, tengo un balance fiscal negativo, al revés que otros españoles, que aportan menos de lo que reciben.
Traducido al lenguaje independentista: España me roba.
Como quiera que, por otro lado, yo no me siento español (me siento alegre o triste, pletórico o cansado, melancólico o feliz según los días, pero nunca español; tampoco francés ni belga, que conste) ni me identifico con ninguna nacionalidad histórica (Madrid, que es donde resido, no llega a la categoría de región y de donde procedo, que sí lo era, ni siquiera consiguió una autonomía propia), he decidido independizarme y quedarme con el dinero de mis impuestos para administrarlo como yo desee, como quieren hacer los catalanes
. Si ellos pueden hacerlo, ¿por qué yo no?
Cierto que yo no hablo un idioma distinto como ellos (el mío es muy vulgar: lo hablan 500 millones de personas en el mundo) ni tengo una cultura diferente (veo la misma televisión que todos los españoles y leo la misma prensa), pero eso no creo que me incapacite para la independencia, que, como la libertad, es un derecho y un sueño de todas las personas.
 ¿Quién no quiere ser libre e independiente, ya sea en su matrimonio, en su vida laboral, en sus relaciones con las demás personas?
 La independencia es el estado ideal de todo hombre, ya sea gallego o luxemburgués, y dudo de que haya alguno que no se quiera independizar de alguien.
El problema que yo le veo a la independencia (sin que esto suponga ningún alegato contra ella, ojo) es que, una vez conseguida, ya no tienes a quien culpar de tus problemas ni exigir que nadie te los solucione
. Es aquello que decía una amiga mía, soltera y sin compromiso por propia voluntad, de que lo único que le pesaba de vivir sola era no tener a nadie para decirle cuando algo salía mal: “¿Lo ves?… ¡Te lo dije!”.
 Algo tan socorrido entre las parejas como las acusaciones de lo mal que lo ha hecho el Gobierno anterior (la famosa herencia recibida) entre los políticos o como ese
“España nos roba” que esgrimen como argumento muchos catalanes para apoyar la causa de su independencia y que yo compartiría si no pensara que Cataluña también me roba, puesto que allí hay también mucha gente que recibe del Estado más de lo que cotiza, al revés que yo.

20 sept 2015

Y..¿que fue de ti Gary Grant y George Cloony?Parecidos Razonables










Cuando tu madre se convierte en tu peor pesadilla

Buenas noches, mamá', es una película austríaca seleccionada para representar a ese país europeo en los premios Oscar.

 

Buenas noches mamá, es una película austriaca candidata a un premio Oscar, relata la historia de dos jóvenes gemelos, Lukas y Elías (Lukas y Elias Schwarz), que en pleno verano y en el interior de una casa aislada en el campo, entre bosques y cultivos de maíz, esperan que su madre (Susan Wuest) regrese de hacerse una cirugía plástica en la cara.
 Al volver perciben una extraña actitud de parte de ella y a partir de ahí todo cambia
.  Los hermanos asustados de su madre se encierran en su mundo privado en el que dudan cada vez más de la identidad de la persona que se esconde tras los vendajes.
Este es el primer largometraje de ficción escrito y dirigido por Severin Fiala y Veronika Franz, y producido por el aclamado autor austriaco Ulrich Seidl. 
El 11 de septiembre llegó a Estado Unidos y por ahora en España no hay fecha de estreno. 

Escenas veraniegas...................................................................... Javier Marías

El pasado agosto viajé por España, un país en el que cada ciudad, cada aldea y hasta cada barrio montan festejos más o menos brutos, más o menos despilfarradores, todos con el denominador común de lo que aquí más priva: el ruido, el estruendo, el estrépito, sea en forma de petardos y tracas o de la omnipresente música atronadora.
 Bien, ya se sabe, es el mes de la Virgen de los Jolgorios.
 Pero a la vez se ven con frecuencia escenas como la siguiente.
 Un pequeño y agradable pueblo marino, asolado –como todos– por masas interesadas sólo en comer a dos carrillos (los insoportables programas de cocina de las televisiones no hacen sino reflejar la realidad de numerosos compatriotas: gente que ha dejado de lado casi cualquier inquietud para dedicarse a engullir animalescamente).
Aquel no era sitio de manteles, si acaso de mantelitos de papel, el típico lugar de tapas y raciones
La terraza de un local, en una plaza muy grata, está de bote en bote, pero no hay muchas personas esperando de pie a que se quede libre alguna mesa
. Carme y yo decidimos aguardar un poco, a ver si hay suerte.
Delante sólo tenemos a un grupo, eso sí, de ocho o nueve, como son ahora todas las familias, que no se separan ni a tiros, la española pasión por el gregarismo.
Por fin se liberan las suficientes mesas (cercanas, un milagro) para juntarlas y dar cabida a la patulea. Las camareras las están preparando, y de vez en cuando se aproxima a ellas “el padre”: un tipo de cuarenta y tantos años, con aspecto innoble: pantalones de esa longitud criminal que aniquila al más apuesto, por encima o por debajo de las rodillas, y que por tanto lleva hoy todo el mundo; una camisola por fuera, a la vez holgada y prieta (quiero decir que no le contenía las grasas y sin embargo le realzaba los vergonzosos pechos que estaba desarrollando); un sombrerito ridículo; chanclas; una barriga infame que le impediría verse los pies desde hace tiempo.
Este sujeto había decidido supervisar el trabajo de las camareras, les daba órdenes impertinentes y sobre todo les ponía pegas.
 No era hora ni lugar para poner ninguna, conseguir mesa para tantos era para darse con un canto en los dientes.
Regresaba a la “cola” y alardeaba de sus intervenciones ante su mujer y una cuñada (supongo), con no mejor aspecto ni tampoco más educadas.
 “¿Qué les has dicho a esas tías, qué pasa?”, le preguntaban ellas.
 “Qué coño les voy a decir, que no nos gusta esa mesa, que queda fuera de los toldos; que la corran para allá, no nos va a dar esta puta solanera”. Aquello era imposible, no había hueco para correr nada. “Y ni siquiera nos ponen mantel”, agregaba, “les he mandado ir por uno”.
Aquel no era sitio de manteles, si acaso de mantelitos de papel, el típico lugar de tapas y raciones. “¿Qué se creerán las tías?”, exclamaba una de las mujeres, como si estuvieran en el Ritz y les hubieran faltado al respeto, a ellos, que tenían dinero.
 Porque iban hechos unos pingos, como se decía antes, faltando al respeto a cuantos tuviéramos la mala pata de verlos, pero era indudable que les sobraba el dinero.
 Y a demasiada gente que aún lo conserva, en esta España depauperada, no hay manera de enseñarle modales.
 Al contrario, cuanto más empobrecidos a su alrededor, más se crece y más exige y más molesta y desprecia.
 No hace falta añadir que la familiola formó tal tapón con sus demandas que dimos por imposible que nos llegara alguna vez el turno.
Cada paseo se me convertía en un sufrimiento por las decenas de críos que triscaban por allí sueltos como cabras
Otra escena contradictoria y curiosa
. Como saben, hoy los niños nacionales son una especie de idolillos a los que todo se debe y por los que se desviven incontables padres estúpidos.
 Están sobreprotegidos y no hay que llevarles la contraria, ni permitir que corran el menor peligro. Son muchos los casos de padres-vándalos que le arman una bronca o pegan directamente al profesor que con razón ha suspendido o castigado a sus vástagos. Pues bien, visité un lugar con muralla larga y enormemente elevada.
 El adarve es bastante ancho, pero en algunos tramos no hay antepecho por uno de los lados, y los huecos entre las almenas son lo bastante grandes para que por ellos quepa sin dificultad un niño de cinco años, no digamos de menos
. El suelo es irregular, con escalones a ratos
. Es fácil tropezar y salir disparado.
 Al comienzo del recorrido, un cartel advierte que ese adarve no cumple las medidas de seguridad, y que pasear por él queda al criterio y a la responsabilidad de quienes se atrevan.
 Si yo tuviera niños no los llevaría allí ni loco, pero con ellos soy muy aprensivo, y los sitios altos y sin parapeto me imponen respeto, si es que no vértigo propio y ajeno.
Aquella muralla, sin embargo, era una romería de criaturas correteantes de todas las edades, y de cochecitos y sillitas con bebés o casi, no siempre sujetos con cinturón o correa.
 Algunos cañones jalonan el trayecto, luego los padres alentaban a los niños a encaramarse a ellos (y quedar por tanto por encima de las almenas) para hacerles las imbéciles fotos de turno
. Miren que me gusta caminar por adarves, recorrer murallas.
 Pero cada paseo se me convertía en un sufrimiento por las decenas de críos que triscaban por allí sueltos como cabras, sobre todo en los tramos sin parapeto a un lado.
 A veces pienso que estos padres lo que no toleran es que a sus hijos les pase nada a manos de otros; pero cuando dependen de ellos, que se partan la crisma.
Ya echarán la culpa a alguien, que eso es lo que más importa.
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