Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

19 sept 2015

¿Conoce a este hombre?

La policía solicita la colaboración ciudadana para identificar un cadáver que fue hallado quemado en 2012.

Retrato robot del hombre al que trata de identificar la policía.
La Policía Nacional ha solicitado la colaboración ciudadana para identificar un cadáver hallado la mañana del 21 de noviembre de 2012
. Se trata del cuerpo de un varón adulto que estaba ardiendo en un descampado próximo a la avenida de la Gavia, en el Ensanche de Vallecas.
Al parecer, una persona que se encontraba paseando por esa zona alertó sobre las 12.15 a los agentes de la presencia de un fuego
. Hasta el lugar se desplazó un equipo de sanitarios y bomberos del Ayuntamiento de Madrid.
Tras extinguir el fuego, los bomberos se toparon con un cadáver carbonizado.
 Se desconoce la identidad de la víctima, aunque se sabe que se encontraba vestido antes de ser quemado, y ahora se ha logrado obtener su retrato robot.
Según el estudio antropológico elaborado por miembros de la Policía Científica, el cuerpo pertenece a un hombre de entre 30 y 45 años de edad, entre 1,60 y 1,70 metros de estatura y complexión normal.
En su momento, se desconocía si estaba muerto antes de ser quemado o murió a causa de las llamas. Una cuestión que sigue siendo un misterio porque el caso sigue abierto y en manos del Grupo de Homicidios, que excepcionalmente ha solicitado la colaboración ciudadana para averiguar más datos de la víctima
. Cualquier información puede trasladarse a través del número de teléfono 91 322 34 58 de la Jefatura Superior de Policía de Madrid (de 9.00 a 15.00 horas y de 16.00 a 21.30 horas).

 

Oriana Fallaci, en el amor y en la muerte...................................................................... Guillermo Altares

Uno de los grandes amantes de la periodista italiana, su colega François Pélou, recuerda su apasionante vida.

 

La periodista Oriana Fallaci. / GIANNI MINISCHETTI


La fotografía de Eddie Adams en la que el general Loan, el jefe de la policía de Vietnam del Sur, dispara en la cabeza a un prisionero del Vietcong durante la ofensiva del Tet se convirtió casi inmediatamente en una de las imágenes icónicas del siglo XX, porque encerraba en su brutalidad y sencillez todo el horror de Vietnam.
 Esa imagen tiene también un papel importante en la gran historia de amor en la vida de Oriana Fallaci, la mítica periodista italiana fallecida en 2006 a los 77 años, de la que se acaba de publicar la primera biografía autorizada La corresponsal (Aguilar), de Cristina de Stefano.
Fallaci, en la redacción del periódico 'L'Europeo' en 1955. / ED. AGUILAR
En 1967, Fallaci era una estrella ascendente del periodismo italiano, que se había dedicado sobre todo al reporterismo mundano, cuando su periódico la envió a Vietnam, “la guerra de todos nosotros” como la describió Manu Leguineche por la forma en que marcó a varias generaciones de informadores.
 Aquel conflicto la convertiría en la reportera más famosa del mundo, pero sobre todo la cambió para siempre.
 Cuando llegó a Saigón le dijeron que la persona a la que tenía que conocer era François Pélou, corresponsal de la Agencia France Presse. Menuda y delgada —42 kilos, un metro cincuenta—, Fallaci era una mujer arrolladora y dura.
 Había vivido la II Guerra Mundial en su Florencia natal y colaborado con la resistencia cuando era una adolescente
. No se dejaba impresionar fácilmente, pero Pélou lo logró desde el principio.
 En su libro sobre Vietnam, Nada y así será, le describe como “un joven atractivo de pelo gris, cara dura y atenta, dos ojos a los que no se les escapa nada, que además transmiten dolor e ironía”.
 Tenía 42 años, ella 38 y no se separaron durante una década.
“Viví con ella casi 10 años, era una mujer extraordinaria, una profesional increíble”, rememora Pélou por teléfono desde el pueblo del centro de Francia en el que vive
. No quiere confesar su edad, aunque reconoce que supera los 80.
Su carrera periodística fue tremenda —guerras de Corea y Vietnam, América Latina, España durante la muerte de Franco, además de que estaba en Dallas el 22 de noviembre de 1963, la mañana que mataron a JFK—. Pero su humildad y el hecho de que trabajase siempre para el anónimo, y sin embargo esencial, periodismo de agencia le ha dejado en un segundo plano.
 En Saigón, Pélou tenía las mejores fuentes: todo el mundo le conocía y respetaba.
 Cuando Oriana quiso entrevistar al todopoderoso general Loan le dijeron: “Sólo hay un extranjero en Saigón que puede verle cuando quiera: François”
. Sin embargo, cuando contempló cómo mataba a un prisionero a sangre fría, la relación se rompió para siempre. “Es extraño, verdad. Pero es un gran muchacho”, le dijo el general a Fallaci sobre Pélou.
Oriana Fallaci conversa con François Pélou (izquierda) y Otto Preminger, en la presentación de su libro ‘Nada y así será’. / ED. AGUILAR
“Fue una historia que se terminó muy mal y ella nunca quiso volver a verlo”, relata Cristina de Stefano, periodista y scout literaria italiana, afincada en París y autora entre otros libros de Americanas aventureras (Circe).
 Pélou estaba casado y no podía separarse hasta que un hijo adoptado fuese más mayor.
Ella perdió la paciencia y envió todas las cartas que le había escrito a la esposa de Pélou.
Nunca volvieron a verse.
“Cuando Oriana estaba enferma de cáncer, él le escribió y ella le devolvió la carta sin abrirla. Pélou sabía que iba a ser así, pero quería que supiese que estaba allí”, prosigue De Stefano, quien escribió el libro por encargo de la familia de la periodista y ha podido acceder a todo su archivo personal.

Un final triste

Fallaci fue una de las periodistas más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y entrevistó a todas las personalidades que marcaron los sesenta y los setenta (recogidas en Entrevista con la historia). De Stefano explica que cambió la forma de entrevistar a los personajes públicos, por la dureza de sus preguntas, pero también porque les sacaba de la política.
Se quedó en primera línea durante mucho tiempo y estuvo a punto de morir durante la matanza de la plaza de las Tres Culturas en México en 1968, donde recibió tres balazos.
 En gran medida, sus crónicas simbolizan los años sesenta.
 Cuando dejó el periodismo, sus novelas vendieron millones de ejemplares: Inshalá, sobre la guerra de Líbano
; Un hombre, sobre su relación con el poeta y activista griego Alexandros Panagoulis, o el sincero relato de su maternidad frustrada,
 Carta a un niño que nunca nació. Sin embargo, Fallaci, que llevaba varias décadas alejada de la vida pública y padecía un cáncer que acabaría por derrotarla, escribió tras el 11-S un brutal y provocativo artículo antiislámico que luego convirtió en un libro.
Secuencia de las imágenes realizadas por Jesús Díaz, de la Associated Press, en el instante en que Oriana Fallaci resultaba herida durante la masacre de la plaza de las Tres Culturas en México en 1968. / ED. AGUILAR
“Fue un final un poco triste”, reconoce De Stefano.
“El 11 de septiembre le marcó profundamente
. Cuando fue criticada, entonces salió como un toro
. Oriana era así, no se preocupaba de las consecuencias de lo que decía”, prosigue su biógrafa. Pélou cree que si llega a seguir con ella hubiese logrado moderarla y tal vez hubiese evitado que escribiese aquel texto.
 “Trabajábamos siempre muy cerca cuando estábamos juntos”.
Fue una historia de amor que nació del respeto profesional. Él admiraba su determinación, su fuerza, su valor y su talento.
 Ella su experiencia, su sabiduría, sus silencios y, sobre todo, su obsesión por transmitir el dolor de la guerra.
En agosto se estrenó en Francia una película italiana sobre su romance,
 Oriana, de Marco Turo, en la que Vittoria Puccini encarna a Fallaci y Stéphane Freiss, a Pélou.
Pero nadie se molestó en llamarle para preguntarle o documentarse. Lo que más rabia le da al veterano periodista es que el protagonista fuma todo el rato y Pélou nunca encendió un cigarrillo. Las escenas de amor le parecieron ridículas.
 Desde su retiro francés asegura resignado: “Pero es así, no se puede hacer nada”. Y no sólo habla de una película fallida.

Amor a destiempo..................................................................... Elvira Lindo

Parece mentira que esta idea tan cruel de la mujer madura, anulada para cualquier papel que no sea el de viuda o abuela, siga vigente.

Isabel Preysler y Mario Vargas Llosa, la pasada semana en Nueva York.  / MIGUEL RAJMIL (EFE)
En la sala de espera de un médico, en el gimnasio, en el bar, o en urgencias, una tele en lo alto te da la oportunidad, mientras esperas noticias de una familiar ingresada, de conocer a fondo los problemas a los que se enfrenta el actor porno Nacho Vidal desde que su instrumento laboral se le arqueó durante la participación en un reality show
. Es de agradecer que la furiosa tertulia tenga anulado el sonido, pero lo cierto es que todo el mundo sigue leyendo los subtítulos.
 Este debate contiene asuntos de naturaleza humana, puesto que nada hay más humano que hablar de uno de los órganos donde la vida se genera, pero lo cierto es que cuando a esos otros debates, los que abordan temas graves, les quitan también el sonido, como así ocurre en la sala de espera del dentista, leemos igualmente subtítulos cargaditos de absurdo.
 A mí, las tertulias que más me fascinan son aquellas de corte transversal, por usar el adjetivo del momento.
 Me refiero a esas reuniones de contertulios en que se trata lo rosa como si fuera sesudo y lo político como si fuera del corazón
. Lo extraordinario de las tertulias transversales es que en ellas abundan las mujeres, por entender los responsables de los medios, imagino, que somos expertas en darle a todo su toquecillo humano y que nadie se va a extrañar si mezclamos los asuntos de gran calado político con cuestiones entrañables, como por ejemplo, quién le prepara la maleta al presidente del Gobierno cuando viaja.
 A veces pienso que cuando se lleva a una mujer a una tertulia o a la presentación de un libro, se espera de ella que en algún momento interrumpa lo solemne de la conversación para preguntarle al caballero que tiene al lado, “¿y a usted, quién le hace la maleta cuando viaja?”.
El otro día, en una de esas salas de espera en las que la tele se ve con subtítulos, me tragué una tertulia de mujeres mañanera, donde ellas, siguiendo el papel que se nos tiene asignado, iban del corazón a los asuntos políticos, de Obama (del que se comenta que anda haciendo campaña por la unidad de España) a la hija secreta de un jinete, tan enorme ya que se diría su novia.
 Pero el momento cumbre de dicho debate llegó con el hombre más paradigmáticamente transversal de los últimos tiempos, el que hoy podría protagonizar cualquier programa que se le propusiera: Mario Vargas Llosa
. Había, en esta tertulia femenina, mucha guasa alrededor de la edad de don Mario (años que no aparenta) y la de su nueva compañera sentimental (que tampoco).
 Había sarcasmo, más que ironía, sobre la idea de que dos personas que han superado la madurez se muestren enamoradas, y algún comentario jocoso sobre esos abuelos que, como nuestra pareja, se enamoran en los geriátricos
. Había un trasfondo sexual que sin expresarse se intuía todo el tiempo: ¿cómo se las apañan dos personas más allá de los 65 para gozar de una pasión?
Entiendo que sea chocante relacionar de pronto la literatura con el papel couche, pero dejando a un lado ese detalle, estoy segura de que el affaire del literato no hubiera provocado estos comentarios chistosos si la elegida hubiera sido una jovencita.
 Sea como fuere, siempre espero que las bromas de las señoras en torno a la edad del amor vuelen un poco más alto, ya que somos nosotras las que tradicionalmente hemos sido motivo de chanza si mostrábamos algo parecido a la pasión en cuanto dejábamos atrás la juventud.
 Véase Calle Mayor.
 Y parece mentira que esta idea tan cruel de la mujer, anulada para cualquier papel que no sea el de viuda, abuela o tía soltera que disfruta vicariamente las vidas de sus sobrinos, siga vigente.
 De los hombres poderosos sabemos que pueden llegar a viejos disfrutando del sexo (con ayuda química o sin ella) al lado de una joven extasiada con el poder, la inteligencia, el brillo social o todo a la vez.
 De las pasiones femeninas de última hora no sabemos nada, ni queremos saberlo porque nos ofende que una mujer de la edad de nuestra señora madre ande perdiendo la cabeza.
 Ignorancia y prejuicios. Isaac Bashevis Singer, que vivió mucho y amó más, escribió apasionadamente sobre el amor sexual, decía que “un novelista que escribe de los seres humanos debería tener una gran sensibilidad hacia el sexo.
 Hay tan pocos placeres en este mundo que el escritor no puede evitar inspirarse en el más grande de todos ellos”.
 Tal vez Singer estaba refiriéndose sólo a un viejo escritor varón, pero ya va siendo hora de que las mujeres nos incluyamos en la celebración de la vida sin límite ni complejo
s. En cuanto a don Mario, siempre fue singular en unos amores que le inspiraron novelas de amor y de humor, ¿por qué no otra?

 

18 sept 2015

Feminista feliz y que no odia a los hombres


"Las feministas son mujeres infelices porque no encuentran marido, el feminismo es antiafricano, las feministas están siempre enfadadas y no usan desodorante.
 Tales tópicos, oídos de una forma más o menos velada pero con persistencia, llevan a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (1977) a definirse al comienzo de este librito como “feminista feliz africana que no odia a los hombres y a quien le gusta llevar pintalabios y tacones altos para sí misma y no para los hombres”
. Y es que el término feminista es uno de los más cargados de connotaciones negativas que existen, lo que quizá sea la demostración más evidente de que el “feminismo” (el feminismo que busca sus propias estrategias y no se deja manipular por unas reglas del juego y unos usos lingüísticos que hacen trampa ya antes de que comience la partida) sigue siendo una bandera por la que luchar desde múltiples ámbitos.
 Un problema de “derechos humanos”, pero, como recalca Adichie, un problema “específico”.
 Por CARLOS PARDO
  • Foto:LITERATURA RAMDOM HOUSE