6 sept 2015
El FBI espió a Gabriel García Márquez..................................... Silvia Ayuso
Documentos demuestran que el FBI vigiló al escritor colombiano durante dos décadas.
El FBI mantuvo bajo una discreta vigilancia al escritor Gabriel García Márquez
durante más de dos décadas por órdenes directas de su más mítico
director, Edgar J. Hoover.
Así lo revelan los documentos desclasificados a petición del diario The Washington Post y que muestran que la agencia estadounidense siguió los pasos del premio Nobel de Literatura desde el momento en que se instaló en Nueva York para trabajar para la agencia de prensa cubana Prensa Latina, en 1961.
El propio Hoover parece haber firmado la orden, que data del 8 de febrero de 1961, de que “en el caso de que (García Márquez) entre en EE UU por cualquier motivo, el FBI debe ser avisado de inmediato”
. Así se hizo cuando Gabo se instaló en el hotel Webster de Manhattan junto con su mujer, Mercedes Barcha, y su primogénito, Rodrigo, ese mismo año.
Entre los primeros reportes registrados sobre las actividades de García Márquez en Nueva York hay detalles como que pagó 200 dólares para costearse un mes de estancia en el hotel neoyorquino. Los datos apuntan a que en esos primeros meses en EE UU el FBI contactó al menos a nueve “informantes confidenciales” que le mantenían al tanto sobre las idas y venidas del periodista y escritor colombiano.
La vigilancia se mantendría durante 24 años, pese a que para entonces García Márquez ya era un renombrado autor que se codeaba con las más altas autoridades mundiales, incluidos presidentes como el estadounidense Bill Clinton, señala el Post.
El diario ha obtenido 137 páginas desclasificadas del expediente -hasta ahora desconocido- que la agencia federal mantuvo sobre el premio Nobel de Literatura.
El FBI ha mantenido clasificadas otras 133 páginas del dossier, por lo que el Post reconoce que no ha podido descubrir qué fue lo que provocó el interés de la agencia sobre el escritor colombiano que en aquel entonces todavía no había alcanzado la fama mundial que le darían sus novelas más famosas, como Cien años de Soledad (1967) o la más tardía El amor en los tiempos del cólera.
Pero para su hijo Rodrigo García, aunque la noticia de la vigilancia sobre su padre supuso una novedad, no constituye sin embargo sorpresa alguna.
“Teniendo en cuenta que este colombiano estaba en Nueva York para abrir una agencia de prensa cubana, lo inusual habría sido que no espiaran”,
dijo el productor residente en Los Angeles al diario capitalino.
La ironía, agregó García, es que a su padre lo echaron de Prensa Latina unos meses más tarde porque no lo consideraban lo suficientemente radical. “
Mi padre no era un comunista de carné.
De hecho, había publicado algunos artículos sobre sus viajes a países socialistas y sus análisis eran mixtos.
Así que no se lo consideraba un verdadero comunista, y perdió ese trabajo”.
No obstante, la afiliación de Gabo a la Cuba de Fidel Castro fue constante a lo largo de su vida, hasta el punto de que el escritor sirvió en varias ocasiones como intermediario entre Washington y La Habana, según se reveló en el libro Back Channel to Cuba publicado unos meses después de la muerte del escritor, el 17 de abril de 2014.
Aunque no hay constancia de que el FBI llegara a abrir una investigación criminal contra Gabo, con la revelación de que fue vigilado por la agencia, el escritor latinoamericano pasa a formar parte de la selecta lista de autores bajo la mira de Hoover, entre los que se incluyen el también Nobel y enamorado de Cuba Ernest Hemingway, John Steinbeck o Norman Mailer.
Así lo revelan los documentos desclasificados a petición del diario The Washington Post y que muestran que la agencia estadounidense siguió los pasos del premio Nobel de Literatura desde el momento en que se instaló en Nueva York para trabajar para la agencia de prensa cubana Prensa Latina, en 1961.
El propio Hoover parece haber firmado la orden, que data del 8 de febrero de 1961, de que “en el caso de que (García Márquez) entre en EE UU por cualquier motivo, el FBI debe ser avisado de inmediato”
. Así se hizo cuando Gabo se instaló en el hotel Webster de Manhattan junto con su mujer, Mercedes Barcha, y su primogénito, Rodrigo, ese mismo año.
Entre los primeros reportes registrados sobre las actividades de García Márquez en Nueva York hay detalles como que pagó 200 dólares para costearse un mes de estancia en el hotel neoyorquino. Los datos apuntan a que en esos primeros meses en EE UU el FBI contactó al menos a nueve “informantes confidenciales” que le mantenían al tanto sobre las idas y venidas del periodista y escritor colombiano.
La vigilancia se mantendría durante 24 años, pese a que para entonces García Márquez ya era un renombrado autor que se codeaba con las más altas autoridades mundiales, incluidos presidentes como el estadounidense Bill Clinton, señala el Post.
El diario ha obtenido 137 páginas desclasificadas del expediente -hasta ahora desconocido- que la agencia federal mantuvo sobre el premio Nobel de Literatura.
El FBI ha mantenido clasificadas otras 133 páginas del dossier, por lo que el Post reconoce que no ha podido descubrir qué fue lo que provocó el interés de la agencia sobre el escritor colombiano que en aquel entonces todavía no había alcanzado la fama mundial que le darían sus novelas más famosas, como Cien años de Soledad (1967) o la más tardía El amor en los tiempos del cólera.
Pero para su hijo Rodrigo García, aunque la noticia de la vigilancia sobre su padre supuso una novedad, no constituye sin embargo sorpresa alguna.
“Teniendo en cuenta que este colombiano estaba en Nueva York para abrir una agencia de prensa cubana, lo inusual habría sido que no espiaran”,
dijo el productor residente en Los Angeles al diario capitalino.
La ironía, agregó García, es que a su padre lo echaron de Prensa Latina unos meses más tarde porque no lo consideraban lo suficientemente radical. “
Mi padre no era un comunista de carné.
De hecho, había publicado algunos artículos sobre sus viajes a países socialistas y sus análisis eran mixtos.
Así que no se lo consideraba un verdadero comunista, y perdió ese trabajo”.
No obstante, la afiliación de Gabo a la Cuba de Fidel Castro fue constante a lo largo de su vida, hasta el punto de que el escritor sirvió en varias ocasiones como intermediario entre Washington y La Habana, según se reveló en el libro Back Channel to Cuba publicado unos meses después de la muerte del escritor, el 17 de abril de 2014.
Aunque no hay constancia de que el FBI llegara a abrir una investigación criminal contra Gabo, con la revelación de que fue vigilado por la agencia, el escritor latinoamericano pasa a formar parte de la selecta lista de autores bajo la mira de Hoover, entre los que se incluyen el también Nobel y enamorado de Cuba Ernest Hemingway, John Steinbeck o Norman Mailer.
“En Hollywood todo se solucionaría clonando a Jennifer Lawrence”........................ Rocío Ayuso
La actriz Anne Hathaway, protagonista de 'El becario' junto a Robert de Niro, se declara fascinada por el universo de Instagram, donde tiene 770.000 seguidores.
Anne Hathaway
se muere de risa con lo que piensa que será el titular de esta
entrevista: "¡No quiero ser un mueble de IKEA!" “No es que lo tenga tan
pensado aunque estoy segura de que quiero ser incinerada o enterrada
bajo un árbol que no acabe hecho estanterías
. Pero ¿cómo he acabado hablando de esto?”, se vuelve a desternillar abriendo aún más los ojos
. La respuesta es simple. Hablando de la vida y de la muerte, de su próximo estreno, esa comedia titulada El becario que protagoniza junto a Robert de Niro, o de Instagram, ese otro universo paralelo a su fama en Hollywood que la actriz ganadora del Oscar por Los Miserables ha descubierto y en el que cuenta con más de 770.000 seguidores.
Una realidad virtual donde se siente viva. “Ahí no me paro a pensar si soy la verdadera Anne o no. Simplemente soy.
No se trata de ser valiente o de llevar el corazón a flor de piel sino de ser y lo más maravilloso es que tú tienes la elección de ser mi amigo. Si me sigues, bien. Y si no, también”, añade pícara y refrescante
. Y puede que el corazón lo lleva a flor de piel en las redes sociales, pero ahora está en su pantalón, un bordado de pedrería cruzado por una flecha de cupido que adorna su conjunto negro de Scott Pirelli.
Y, a continuación, la actriz, observadora, se fija en el color de las gafas de esta periodista. “Turquesa como mis pendientes”, añade.
Pregunta: ¿Tanto le gusta la moda?
Respuesta: Dudo que me fijara tanto en estas cosas si no fuera actriz.
Pero mi carrera ha tenido mucho que ver con la moda con películas como El diablo viste de Prada y ahora esta.
Personalmente aprecio la moda, pero no me obsesiona.
No necesito ir a la última y valoro más el corte que el estilo. También aprecio la belleza de una colección
. Y mantengo una relación muy personal y profunda con Valentino, alguien que me ha enseñado mucho.
Pero eso es lo maravilloso de ser actriz, la sinergia que existe entre el cine y la moda.
P. Hay momentos que no son tan maravillosos como las críticas que vivió tras ganar el Oscar.
R. Los instantes maravillosos existen cuando la gente empieza a actuar, cuando todavía son jóvenes y capaces de ser ellos mismos en público.
Para mí, no ha sido así. He tenido que pasar mucho tiempo siendo alguien que no era para aprender a cómo ser quien soy. No pasa nada. Algunos somos más lentos.
P. ¿Cree que hay un doble rasero en Hollywood? ¿Qué le perdo
narían más cosas de ser hombre?
R. Tristemente lo de la desigualdad se da en todos los campos.
Hay mucho que aprender y Hollywood no se libra.
Pero soy optimista. La campaña Heforshe que puso en marcha Emma Watson el pasado año para la igualdad de género tuvo la mejor de las respuestas.
Y tres millones de hurras para Jennifer Lawrence por negociar el primer contrato por casi 18 millones de euros para una actriz.
Por saber lo que vale y defenderlo. En Hollywood todo se solucionaría clonando a Jennifer Lawrence.
Hathaway fue la Lawrence de hace una década, la Emma Watson que se codeó con la realeza de Hollywood desde sus comienzos en Princesa por sorpresa sin dejarse amilanar por Julie Andrews, Meryl Streep o ahora Robert de Niro, algunos de los compañeros de reparto de su carrera.
Pero también ha tenido tropezones como ese novio que el FBI arrestó por defraudar a sus inversores o la campaña #HathaHate que la persiguió por las redes tras su momento de victoria. Ahora, felizmente casada con el diseñador de joyas Adam Shulman, Hathaway habla con más veteranía que la que sus 32 años deberían darle, pero ya se sabe que en Hollywood la juventud es un grado.
P. ¿Está satisfecha con su trayectoria?
R. He tenido que aprender a navegar en público, a sacudir los errores con gracejo, dignidad y tacto hasta que me vuelva a dar de bruces.
Por eso me doy por contenta con tener una carrera, interpretar papeles diferentes y disfrutar de un abanico tan amplio como sea posible.
P. ¿De ahí su interés por otras plataformas, la televisión o las redes sociales?
R. Tengo mi compañía de producción desde hace unos años, pero en cuanto termine esta entrevista lo que haré será entrar en mi cuenta de Instagram para cotillear lo que han hecho los demás. Estos días todos buscamos una estimulación constante, 24 horas al día. Algo impersonal y donde además disfrutamos de un gran control eligiendo lo que nos gusta. Es lo que nos va
. Quizá cambie en cinco años. Seguro.
Pero ahora es lo que hay.
. Pero ¿cómo he acabado hablando de esto?”, se vuelve a desternillar abriendo aún más los ojos
. La respuesta es simple. Hablando de la vida y de la muerte, de su próximo estreno, esa comedia titulada El becario que protagoniza junto a Robert de Niro, o de Instagram, ese otro universo paralelo a su fama en Hollywood que la actriz ganadora del Oscar por Los Miserables ha descubierto y en el que cuenta con más de 770.000 seguidores.
Una realidad virtual donde se siente viva. “Ahí no me paro a pensar si soy la verdadera Anne o no. Simplemente soy.
No se trata de ser valiente o de llevar el corazón a flor de piel sino de ser y lo más maravilloso es que tú tienes la elección de ser mi amigo. Si me sigues, bien. Y si no, también”, añade pícara y refrescante
. Y puede que el corazón lo lleva a flor de piel en las redes sociales, pero ahora está en su pantalón, un bordado de pedrería cruzado por una flecha de cupido que adorna su conjunto negro de Scott Pirelli.
Y, a continuación, la actriz, observadora, se fija en el color de las gafas de esta periodista. “Turquesa como mis pendientes”, añade.
Pregunta: ¿Tanto le gusta la moda?
Respuesta: Dudo que me fijara tanto en estas cosas si no fuera actriz.
Pero mi carrera ha tenido mucho que ver con la moda con películas como El diablo viste de Prada y ahora esta.
Personalmente aprecio la moda, pero no me obsesiona.
No necesito ir a la última y valoro más el corte que el estilo. También aprecio la belleza de una colección
. Y mantengo una relación muy personal y profunda con Valentino, alguien que me ha enseñado mucho.
Pero eso es lo maravilloso de ser actriz, la sinergia que existe entre el cine y la moda.
P. Hay momentos que no son tan maravillosos como las críticas que vivió tras ganar el Oscar.
R. Los instantes maravillosos existen cuando la gente empieza a actuar, cuando todavía son jóvenes y capaces de ser ellos mismos en público.
Para mí, no ha sido así. He tenido que pasar mucho tiempo siendo alguien que no era para aprender a cómo ser quien soy. No pasa nada. Algunos somos más lentos.
P. ¿Cree que hay un doble rasero en Hollywood? ¿Qué le perdo
narían más cosas de ser hombre?
R. Tristemente lo de la desigualdad se da en todos los campos.
Hay mucho que aprender y Hollywood no se libra.
Pero soy optimista. La campaña Heforshe que puso en marcha Emma Watson el pasado año para la igualdad de género tuvo la mejor de las respuestas.
Y tres millones de hurras para Jennifer Lawrence por negociar el primer contrato por casi 18 millones de euros para una actriz.
Por saber lo que vale y defenderlo. En Hollywood todo se solucionaría clonando a Jennifer Lawrence.
Hathaway fue la Lawrence de hace una década, la Emma Watson que se codeó con la realeza de Hollywood desde sus comienzos en Princesa por sorpresa sin dejarse amilanar por Julie Andrews, Meryl Streep o ahora Robert de Niro, algunos de los compañeros de reparto de su carrera.
Pero también ha tenido tropezones como ese novio que el FBI arrestó por defraudar a sus inversores o la campaña #HathaHate que la persiguió por las redes tras su momento de victoria. Ahora, felizmente casada con el diseñador de joyas Adam Shulman, Hathaway habla con más veteranía que la que sus 32 años deberían darle, pero ya se sabe que en Hollywood la juventud es un grado.
P. ¿Está satisfecha con su trayectoria?
R. He tenido que aprender a navegar en público, a sacudir los errores con gracejo, dignidad y tacto hasta que me vuelva a dar de bruces.
Por eso me doy por contenta con tener una carrera, interpretar papeles diferentes y disfrutar de un abanico tan amplio como sea posible.
P. ¿De ahí su interés por otras plataformas, la televisión o las redes sociales?
R. Tengo mi compañía de producción desde hace unos años, pero en cuanto termine esta entrevista lo que haré será entrar en mi cuenta de Instagram para cotillear lo que han hecho los demás. Estos días todos buscamos una estimulación constante, 24 horas al día. Algo impersonal y donde además disfrutamos de un gran control eligiendo lo que nos gusta. Es lo que nos va
. Quizá cambie en cinco años. Seguro.
Pero ahora es lo que hay.
Esas constantes.................................................................... Javier Marías
Nuestro país ha preferido siempre lo chocarrero y lo cursi, el trazo grueso, la coz, lo tabernario y el chascarrillo penoso.
Este artículo dice de veras lo que dice y además es una preparación o
coartada para el de la semana próxima, por lo que se ruega que entonces
se tenga presente lo dicho en este.
Cuando uno ve películas o recordatorios televisivos de hace décadas, sorprende comprobar cómo todo ello era –quizá involuntariamente– mucho más realista de lo que parecía en su día.
Supongo que la época en la que fue concebida cualquier fantasía tiñe o contamina esa fantasía, mal que les pese a sus creadores, que descubren a posteriori cuán poco lograron escapar a su tiempo.
Este “sello de época” resulta más palmario en lo visual que en lo literario, aunque lo segundo tampoco se libre de él enteramente.
Pero si uno ve, por ejemplo, un extraterrestre imaginado en los años setenta, lo más probable es que el actor que lo interpretase luciese patillas de ese periodo y llevase un peinado particularmente hortera o inverosímil
. La imagen “delata” mucho más que la descripción y la palabra.
Durante unas semanas o meses recientes –no sé–, he pillado de vez en cuando un programa de TVE titulado Viaje al pozo de la tele o algo así, en el que se recuperaban fragmentos breves de espectáculos, canciones, entrevistas, concursos y demás desde que existe la televisión en España.
El comentarista era, muy adecuadamente, el inventor de la serie Torrente, máximo adalid actual (junto con De la Iglesia y una legión de nombres menos conocidos) de nuestra tradición más supuestamente graciosa y más grosera.
Lo que uno observa al ver ese programa es lo mismo que al contemplar escenas de las películas de Cine de barrio: en nuestro país hay unas constantes, da lo mismo quién gobierne
. Por mucho que creamos que cambia, o creyéramos que cambiaba en los años ochenta y primeros noventa, existe algo invariable que se aprecia nítidamente al asomarse a esas producciones cinematográficas o televisivas.
No importa que las muestras sean de los sesenta, setenta, ochenta,
noventa o aún más cerca: lo predominante, lo que nunca falla ni falta,
lo que aparece por doquier es la mezcla criminal de zafiedad y
cursilería, con ventaja para lo primero
. Cómicos soeces sin ninguna gracia (pero que cuando mueren son ensalzados como “genios” o poco menos), actores en su mayoría atroces y repetitivos, cantantes desafinantes vestidos por sus enemigos, presentadores “campechanos” (lo cual les permitía dar rienda suelta a su frecuente chabacanería), continuas bromas gruesas, con obligada afición a lo sexual y a lo escatológico, hasta el punto de que pareciera que en España no se concibe otro humor que el pueril de “pedo, culo, pito y caca”
. En uno de esos “pozos de la tele”, el propio Segura, más bien sarcástico con lo que nos enseñaba, se adornaba con un inciso sobre la importancia de los diferentes ruidos de pedos en sus famosas películas, y nos ofrecía eruditos ejemplos
. En esos fragmentos salían escritores de tarde en tarde: dos, mejor dicho, Umbral y Cela, y los dos soltando groserías con presunción de “ingeniosas” y “picantes”; lo cual lleva a concluir que los únicos escritores que de verdad son aquí populares y se abren paso en las pantallas son los que parecen caricatos bastos y se prestan al chafarrinón y al esperpento.
Cuánto daño ha hecho, ay, el esperpento.
La apelación a él parece justificar cualquier imbecilidad exagerada y de sal gorda, la facilona ocurrencia del mayor idiota, rápidamente reverenciado si se cuelga en la solapa esa etiqueta: “Esperpento”, sea en literatura, en cine o en lo que se tercie.
Lo curioso es que cada nueva generación idéntica a la anterior se jacta de haber “superado” esos baldones del pasado. “No, lo mío es humor inteligente”, dice el actual Paco Martínez Soria de turno. “No, yo estoy lejos del landismo, yo hago comedias gamberras”, exclama el cineasta que sigue al pie de la letra –modernizadas sólo en lo accesorio– las chuscas películas de Alfredo Landa.
“No, yo huyo del realismo cutre y también del preciosismo”, declara el novelista tosco que imita ambos estilos, según tenga el día. Esas constantes no son baladíes ni pueden ser azarosas (trasládenlas también a la política y a la prensa).
Dicen mucho sobre nuestra sociedad y lo que le hace reír y le entusiasma, sobre los territorios en los que se siente a sus anchas.
Hay que añadir los tacos gratuitos y la mala leche, que asimismo se hacen hueco en esos fragmentos televisivos, en teoría ligeros y amables
. Es posible que a ustedes (nadie se ofenda: en tanto que miembros de esa sociedad y degustadores de reality shows y sálvames, si las estadísticas no mienten) la visión de esos “pozos de la tele” les cause regocijo y nostalgia.
A mí me deprime, me provoca vergüenza retrospectiva y presente, y hace que me pese el ánimo, al comprobar con mis ojos que nuestro país ha preferido siempre –aún más hoy, si cabe– lo chocarrero y lo cursi, el trazo grueso, la coz, lo tabernario, la astracanada y el chascarrillo penoso (tan “transgeneracional” todo ello que hasta lo practican nuestros más nuevos políticos).
Como tantas veces se me ha dicho, debo de ser un español traidor, porque rara vez he sonreído con el chiste nacional, desde Berlanga.
Y con él no siempre, ni mucho menos.
elpaissemanal@elpais.es
Cuando uno ve películas o recordatorios televisivos de hace décadas, sorprende comprobar cómo todo ello era –quizá involuntariamente– mucho más realista de lo que parecía en su día.
Supongo que la época en la que fue concebida cualquier fantasía tiñe o contamina esa fantasía, mal que les pese a sus creadores, que descubren a posteriori cuán poco lograron escapar a su tiempo.
Este “sello de época” resulta más palmario en lo visual que en lo literario, aunque lo segundo tampoco se libre de él enteramente.
Pero si uno ve, por ejemplo, un extraterrestre imaginado en los años setenta, lo más probable es que el actor que lo interpretase luciese patillas de ese periodo y llevase un peinado particularmente hortera o inverosímil
. La imagen “delata” mucho más que la descripción y la palabra.
Durante unas semanas o meses recientes –no sé–, he pillado de vez en cuando un programa de TVE titulado Viaje al pozo de la tele o algo así, en el que se recuperaban fragmentos breves de espectáculos, canciones, entrevistas, concursos y demás desde que existe la televisión en España.
El comentarista era, muy adecuadamente, el inventor de la serie Torrente, máximo adalid actual (junto con De la Iglesia y una legión de nombres menos conocidos) de nuestra tradición más supuestamente graciosa y más grosera.
Lo que uno observa al ver ese programa es lo mismo que al contemplar escenas de las películas de Cine de barrio: en nuestro país hay unas constantes, da lo mismo quién gobierne
. Por mucho que creamos que cambia, o creyéramos que cambiaba en los años ochenta y primeros noventa, existe algo invariable que se aprecia nítidamente al asomarse a esas producciones cinematográficas o televisivas.
Lo curioso es que cada nueva generación idéntica a la anterior se jacta de haber “superado” esos baldones del pasado
. Cómicos soeces sin ninguna gracia (pero que cuando mueren son ensalzados como “genios” o poco menos), actores en su mayoría atroces y repetitivos, cantantes desafinantes vestidos por sus enemigos, presentadores “campechanos” (lo cual les permitía dar rienda suelta a su frecuente chabacanería), continuas bromas gruesas, con obligada afición a lo sexual y a lo escatológico, hasta el punto de que pareciera que en España no se concibe otro humor que el pueril de “pedo, culo, pito y caca”
. En uno de esos “pozos de la tele”, el propio Segura, más bien sarcástico con lo que nos enseñaba, se adornaba con un inciso sobre la importancia de los diferentes ruidos de pedos en sus famosas películas, y nos ofrecía eruditos ejemplos
. En esos fragmentos salían escritores de tarde en tarde: dos, mejor dicho, Umbral y Cela, y los dos soltando groserías con presunción de “ingeniosas” y “picantes”; lo cual lleva a concluir que los únicos escritores que de verdad son aquí populares y se abren paso en las pantallas son los que parecen caricatos bastos y se prestan al chafarrinón y al esperpento.
Cuánto daño ha hecho, ay, el esperpento.
La apelación a él parece justificar cualquier imbecilidad exagerada y de sal gorda, la facilona ocurrencia del mayor idiota, rápidamente reverenciado si se cuelga en la solapa esa etiqueta: “Esperpento”, sea en literatura, en cine o en lo que se tercie.
Lo curioso es que cada nueva generación idéntica a la anterior se jacta de haber “superado” esos baldones del pasado. “No, lo mío es humor inteligente”, dice el actual Paco Martínez Soria de turno. “No, yo estoy lejos del landismo, yo hago comedias gamberras”, exclama el cineasta que sigue al pie de la letra –modernizadas sólo en lo accesorio– las chuscas películas de Alfredo Landa.
“No, yo huyo del realismo cutre y también del preciosismo”, declara el novelista tosco que imita ambos estilos, según tenga el día. Esas constantes no son baladíes ni pueden ser azarosas (trasládenlas también a la política y a la prensa).
Dicen mucho sobre nuestra sociedad y lo que le hace reír y le entusiasma, sobre los territorios en los que se siente a sus anchas.
Hay que añadir los tacos gratuitos y la mala leche, que asimismo se hacen hueco en esos fragmentos televisivos, en teoría ligeros y amables
. Es posible que a ustedes (nadie se ofenda: en tanto que miembros de esa sociedad y degustadores de reality shows y sálvames, si las estadísticas no mienten) la visión de esos “pozos de la tele” les cause regocijo y nostalgia.
A mí me deprime, me provoca vergüenza retrospectiva y presente, y hace que me pese el ánimo, al comprobar con mis ojos que nuestro país ha preferido siempre –aún más hoy, si cabe– lo chocarrero y lo cursi, el trazo grueso, la coz, lo tabernario, la astracanada y el chascarrillo penoso (tan “transgeneracional” todo ello que hasta lo practican nuestros más nuevos políticos).
Como tantas veces se me ha dicho, debo de ser un español traidor, porque rara vez he sonreído con el chiste nacional, desde Berlanga.
Y con él no siempre, ni mucho menos.
elpaissemanal@elpais.es
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